Algunos periodistas de Madrid ya hablan de La Maldición de El Escorial, porque de aquella boda no salieron otras bodas sino juicios penales y muchos contratos irregulares para aprovechados, mangantes, remangaos y burleros. De aquellos polvos con boda estos lodos de la crisis, podría decirse. Qué engañados nos tenían, qué estafa al pueblo estuprado, ultrajado y vilipendiado. Se les veía a todos los invitados tan dignos, tan de etiqueta y esmoquín (ellos) y de pamela y traje corto (ellas), haciendo el paseíllo nupcial hasta la iglesia, que no podíamos ni imaginarnos lo que había detrás de aquel bodorrio, detrás de aquella tramoya, detrás de aquel andamio de la mentira. Y lo que había eran unos electricistas malos del fraude, Generadores Paulino, mayormente, unos montajistas baratos que se lo montaban a tuti plane, unos tramoyistas del chanchullo que movían el pesetamen del PP, con faldas y a lo loco.
Capone tenía a sus contables de la ley seca; Nixon a sus fontaneros del Watergate; pues el PP tenía a sus electricistas por doquier para los tiempos del ladrillo rampante y el pelotazo tonto. Que a Bárcenas le hacía falta oxigenarse con una semanita de esquí, pues llegaban los electricistas de Correa y le montaban unos Alpes suizos de flipar, con sus vacas pintas, sus tiroleses afeminados y sus bancos bunkerizados con alfombra roja para chorizos con carné; que Anita Mato necesitaba unos superpayasos con honorarios de Cristiano Ronaldo para el cumple de la nena, no problem, iban los electricistas de El Bigotes (hoy el Barbas, que ya se ha hecho un hombre) y lo preparaban todo para el fiestón; y si se casaba la niña de Aznar, rápidamente aterrizaba un camión lleno de electricistas con bombillas hasta en los dientes y ponían el Monasterio del Escorial con más chorros de luz que la Feria de Abril. Y así fue como los electricistas con pocas luces pero con mucha mano pícara fueron medrando alrededor del aznarismo, así fue como se hicieron un hueco en la política del país. Eso sí, favor con favor se paga, y el drama es que después de los electricistas nos ha ido llegando la factura de la luz, factura que no ha pagado ni el PP, ni Anita Aznar, ni la Botella. La factura, como siempre, la estamos pagando los honrados contribuyentes, que de tan honrados somos tontos.
Solo el que sabe lo que cuesta casar a una hija hoy en día puede indignarse con aquella boda fastuosa (muchos españolitos tienen que pasar por vicaría discretamente y el banquete da para cuatro cacaos con birras, un par de pasodobles en discomóvil y hala, desfilando). Aquella boda no fue cualquier cosa, fue Anita en el país de las maravillas bancarias, una boda gitana que duró no varios días, sino varios años (y aún la estamos pagando) la boda de unos gitanos muy cucos que llegaron para quedarse a esta romería perpetua de sobresueldos y dinero negro (hasta Pío se lo llevaba muerto, pío, pío, de ti no me fío).
Este Gobierno del PP es un filón. Nos acostamos con un escándalo mayúsculo y al día siguiente ya se ha quedado viejo porque estalla una historia aún más excitante. Antes de irme a dormir me entero de que José María Aznar está sopesando volver. ¿Será que le queda otra hija por casar?
Imagen: elmundo.es
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