lunes, 26 de mayo de 2014

EUROPA VINTAGE


A partir de ahora, cuando salga a la calle, miraré a mis espaldas por si los guardias de asalto de Marine Le Pen me están tomando la matrícula. No soy judío, ni negro, ni gitano, pero nací en el Mediterráneo, como decía Serrat, y ya se sabe que estos arios de centroeuropa ven a un morenito andando por la calle y se les calienta el morro y ya solo piensan en llevárselo de vacaciones a Auschwitz. El fascio redentor, el horror totalitario que tanto seduce a la vieja y podrida Europa, ha ganado terreno mientras los líderes de los partidos democráticos miran perplejos, con la boca abierta y cara de bobos, y se preguntan cómo ha podido suceder. No lo tienen muy difícil: que vayan a la estantería, busquen el manual de Historia Contemporánea, volumen último, y lean con detenimiento "sobre el ascenso de los fascismos en el siglo XX". Crisis galopante, corrupción del sistema democrático, paro, injusticia social, hambre, miseria, elites que viven a cuerpo de rey, pueblo llano hundido en el fango, odio y xenofobia, auge emergente del primer cretino sin escrúpulos que pasaba por allí (en este caso cretina gabacha), auge del primer oportunista dispuesto a manipular las mentes desesperadas y a hechizar al personal con un discurso inflamante, soflamero, populista. Lo que ha ocurrido en estos comicios es una auténtica tragedia para los Estados democráticos y para la construcción europea, se mire por donde se mire. Produce pavor y espanto comprobar cómo avanzan los nazis en Alemania, en Grecia, en Finlandia, hasta en el último poblacho de Baviera. Pero es lo que hay, es lo que han sembrado nuestros gobiernos indolentes durante todos estos años de tocomocho europeo. Lo más triste es lo de Francia. El país de la liberté, égalité y fraternité dinamitando los nobles principios del humanismo ilustrado, atrincherándose en el cierre de fronteras, apelando al odio al inmigrante y propugnando la demolición de una Europa unida. Ya ni Francia es lo que era, no nos queda ni París, que diría el viejo Bogart. Quieren devolvernos a los feroces años 30 del siglo XX, todos con el uniforme del partido, el flequillo repeinado y brazo en alto, una fase triste de la Historia que parecía superada. Está claro que todo vuelve y ahora vivimos un peligroso vintage histórico. Europa es un delirio medieval, un soldado dormido sobre su mochila, como decía el poeta argentino, y cuando despierte ese soldado volverá el fragor de la batalla. La pregunta es si este desaguisado europeo tiene arreglo o ya no hay vuelta atrás. Y aquí es donde deberían reaccionar con contudencia los gobiernos democráticos, prohibir los partidos ultraxenófobos, perseguir la corrupción sin descanso y volver al viejo sueño de aquella Europa de los ciudadanos. Me temo que nada de esto sucederá, todo seguirá como hasta ahora y en las próximas elecciones la abstención en Polonia seguirá siendo del 77 por ciento, del 80 por ciento en la República Checa y en Eslovaquia del 87 por ciento, por poner solo unos ejemplos escalofriantes, o sea que allí no vota ni Dios, ni siquiera los diputados votan. La sagrada abstención es el castigo justo del pueblo, la resistencia pasiva del descreído, el único voto revolucionario sensato cuando el sistema se ha convertido en una estafa y Bruselas en un inmenso restaurante de cinco tenedores para políticos clase business. Cuando se traiciona el contrato social de Rousseau es el final de la democracia. Esta Europa injusta y desigual, esta dictadura de mercaderes impuesta por la Troika, no le interesa a nadie, y por eso en España PP y PSOE descarrilan, el bipartidismo se deshace (aun no sé si para bien o para mal, a veces más vale malo conocido) y surgen minúsculas formaciones por doquier (hoy hasta el vecino del quinto tiene un partido y el fin de semana se va con su señora a Bruselas, dieta y jacuzzi incluido). Cañete hace examen de conciencia, Rubalcaba medita la dimisión y Pablo Iglesias arrasa con cinco escaños y su millón de votos. La izquerda no había conocido un mesías con semejante piquito de oro desde Julián Besteiro y por fin los troskos 15M del campamento y la litrona que "passan" total han salido de la tienda de campaña para ir a votar. ¡Bien por Pablo! Su imagen jesucristiana recuerda tanto a aquel Felipe obrero, joven y racial de los ochenta que da miedo... Lo único que esa coleta no gusta a las madres. Ni tampoco a las suegras. Pues por mí que se la corte.

Imagen: www.abc.es

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