Leo una noticia que dice así: once
trajes, cuatro americanas, dos abrigos y un pantalón regalados por la
trama Gurtel a conocidos políticos valencianos acaban en un contenedor
de ropa reciclada. Hete aquí, pues, un signo de los tiempos decadentes
que vivimos; hete aquí un símbolo perfecto de la España negra, de la
España nuestra, que hasta hace un rato ha sido gobernada por cuatro
trincotrileros, un par de butroneros y un robaperas de tres al cuarto. A
uno le parece una gran medida que los trajes Gurtel se reciclen y sean
aprovechados por otros menesterosos, qué quieren que les diga. Con la
que está cayendo, con el país viviendo en la miseria walking dead, esos
trajes malditos pero ilustres deben rescatarse, desempolvarse,
adecentarse y donarse a la gente lumpen, como quien dona su cerebro a la
ciencia después de muerto. Si del sucio estiércol nace una bella flor,
de la corrupción brota la caridad, y con uno de esos trajes suntuosos un
parado se abre camino en la vida seguro. Con una de esas americanas de
corte Armani un paria de la famélica legión sube como la espuma y a poco
que se esmere un poco lo hacen director general de un banco,
subsecretario, ministro de algo, de alguna cosa, que para un traje caro y
con historia siempre hay un carguete en cualquier covachuela
ministerial. Un traje Gurtel da más poder que el traje de Superman; un
traje Gurtel abre muchas puertas giratorias, y con uno de esos
esmóquines millonarios se entra en la política y luego se sale para
tomar un café y al poco se vuelve a entrar en Iberdrola o en Endesa, y
vuelta a empezar, qué mareo de puerta giratoria, oyes.
Un buen traje Gurtel, un trajaco de esos
de seda oriental, en esta España pobre, vieja y triste es un pasaporte
seguro para Bruselas y que tiemble Arias Cañete, que ya no le entra el
traje por los pies, por lo grueso y tripudo. Yo trajes tengo uno y me
sobran, el de los domingos mayormente, qué pasa, y no me lo pongo nunca,
que me tira de la sisa, pero ya daría yo un brazo por tener un traje
Gurtel de esos que me abriera el portón del éxito, el umbral del dinero y
la fama, la llave de las Islas Caimán y la sucia Suiza. Un parado
español se conforma con bien poco, ya no pide el traje
Chesterfield/Capone de Bárcenas color beig con cuello aterciopelado, que
eso son palabras mayores, pero dele usted uno de esos trajecillos
Gurtel ahora desahuciados y reciclados, un traje aunque sea de talla en
B, y verá cómo va para arriba el pobre. Bárcenas ahora lleva más el
traje de cebra, primavera verano en Soto del Real, y como no le pasen
bajo manga un póster de Rita Hayworth para darse el piro por el túnel se
come él solito la cadena perpetua en nombre de los imputados del PP.
Todo hombre necesita un traje como todo vaquero necesita un caballo y
así se entabla la dialéctica histórica hombre/traje, un diálogo que en
el mundo capitalista sitúa a cada cual en su estatus social. Mario
Conde, un suponer, no hubiera sido nadie de no haber sido por aquellos
trajes de piel de lobo con el que se trajinaba a sus caperucitas
sociatas. Para triunfar, para ser cool, para llegar a auténtico guante
blanco (y España ya no es país de conejos, es país de gánsters) lo
primero hay que agenciarse un traje Gurtel, por eso denuncio yo aquí que
se puedan tirar a la basura trajes antaño tan codiciados y codiciosos,
por eso denuncio yo el exterminio del traje Gurtel, que ahora es como el
lince ibérico y nadie quiere saber de esas prendas inocentes con las
hombreras sucias de pleitos, pachuli y pelos de bigote. Uno en la vida
puede caminar por la senda del perdedor, como decía Bukowski, pero
siempre dentro de un buen traje, faltaría más, que luego uno parece un
tolondrón, un triste, y ya lo ha dicho Rajoy: alegría, alegría, no
seamos cenizos con tanto hablar de la crisis. Tú regalas diez trajes
Gurtel a diez parásitos de la sociedad, como dice Mónica Oriol, y el
paro pega un bajón de diez personas, a ver si no, todo un éxito
macroeconómico para el Gobierno.
En España, el perro no es el mejor amigo
del hombre, es el traje, porque un buen traje esconde un mal linaje,
dice el proverbio castellano aquel que no sé ahora mismo dónde lo habré
escuchado. El traje es la segunda piel de un caballero, denota muchas
veces al hombre, nos enseña Shakespeare, y Blesa sabe mucho del bien
trincar y del buen vestir, tiene percha el gentleman para su edad, un
madurito resultón en el safari del amor, aunque yo le recomiendo que
cambie el paño Pierre Cardin por el chándal deportivo para ese footing
mañanero (con caza al hombre) al que le invitan a diario los
preferentistas estafados y cabreados. Esos trajes Gurtel, por favor, que
se los den a los pobres ya. Y que vayan haciendo carrera a pelotazos.
Imagen: Adrián Palmas
www.gurbrevista.com
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