En menos de veinticuatro horas, la
estelada ha pasado de ser proscrita a ser legal. Parece que en este país
todo lo que rompe el Gobierno tiene que arreglarlo un juez. Cuentan las
crónicas que en 1925 Primo de Rivera clausuró el campo del Barsa
durante seis meses, después de que el público pitara el himno español
con mucha fuerza y tesón. No hemos cambiado tanto desde entonces. Los
independentistas siguen abucheando borbones y nuestros gobiernos siguen
siendo tan esquizofrénicos como siempre. Concepción Dancausa, no sabemos
si porque estamos en campaña, porque Rajoy le ha ordenado echar la
cortina de humo para tapar púnicas y gurteles, o porque simplemente le
ha subido la fiebre patriótica (por algo es hija de falangista), ha
reabierto la guerra de las banderas cuando no venía a cuento. Extraño
ser el político español, siempre dispuesto a hacer de un problema menor
una gran tragedia.
Una guerra de banderas era lo que menos
convenía a España en estos momentos delicados, pero ahí estaba Dancausa,
presta a echar más gasolina al incendio en Cataluña, por si no hubiera
suficiente fuego ya. De todas las guerras de este mundo, las declaradas
por el uso de las banderas son las más anacrónicas, estúpidas e
inútiles. Hoy, en pleno siglo XXI, sigue habiendo guerras por el
petróleo, por el agua, por la tierra y por la religión, pero resulta
incomprensible que aún haya gente dispuesta a declarar la guerra (y
gente dispuesta a dejarse embaucar) por un pedazo de trapo pintado con
vistosos colores. Lo mejor que se puede hacer con una bandera, sea
constitucional o estelada, es usarla como toalla, que en la playa queda
muy típico, o como banderín colgandero para las alegres verbenas de
verano. La derecha dura y recia a la que pertenece Dancausa siempre ha
creído que España y la bandera les pertenece por herencia directa de don
Pelayo. Todo aquel que no esté con la rojigualda o es un
independentista o es un republicano/chavista o es de ETA. Aquí son ellos
quienes reparten el carné de español con pedigrí y los que resuelven
quién tiene derecho a ser español y quién no. No basta con haber nacido
en Sevilla, Bilbao o Tarragona. Hay que demostrar que uno la tiene más
larga (la españolidad) soltando un gañido prehistórico de ira y furia
contra los nacionalismos irredentos.
Pero resulta que España, desde
Finisterre a Cabo de Gata, es mucho más que un trozo de tela y cuatro
mitos manidos del ultranacionalismo español. España, el Estado más
antiguo y sabio de Europa, aglutina una historia homérica,
extraordinaria, y una colección de pueblos, sentimientos, costumbres y
culturas que hacen de ella una tierra única, especial. Tras quinientos
años de singladura histórica deberíamos haber aprendido ya lo que es
España, pero por lo visto parece que un alemán de Baviera entiende mejor
nuestra idiosincrasia, el carácter diverso, contradictorio y genuino de
lo español, que el ministro del Interior, que será muy bueno dando
medallas a la Virgen pero no tiene ni idea de lo que es en realidad este
enigma llamado España. A estas alturas de la película no deberíamos
rasgarnos las vestiduras por ver estadios de fútbol ardiendo en banderas
esteladas, banderas gays o banderas piratas. Si los catalanes se han
inventado una nueva enseña olvidándose ya de la magnífica senyera,
auténtico símbolo milenario de Cataluña por el que lucharon y dieron la
vida muchos catalanes, allá ellos con su invención y su ficción. Contra
gustos colores. Por lo visto la estelada les parece más molona porque
tiene una estrella como emblema, que siempre gusta mucho porque así la
bandera parece más subversiva, más insurrecta y narcocaribeña, y además
con la estrellita en la bandera parece que Cataluña ha ganado ese
Mundial que le falta y que anhela aún más que el pacto fiscal. Ya se
sabe que hoy todo es fútbol, hasta la política, y fueron los boixos nois
quienes llevaron la moda de las esteladas flamígeras al Camp Nou. Así
que lo que no pudo hacer Lluís Companys, o sea construir la identitat de la nació
catalana, lo ha está haciendo Leo Messi a base de goles y copas.
Resulta extraño comprobar cómo los catalanes de derechas y de izquierdas
han renunciado a su cuatribarrada legítima y amada de toda la vida para
sustituirla, de la noche a la mañana, por una bandera más llamativa,
más colorista, más chic. Pero lo dicho, es la decisión soberana de un
pueblo y hay que respetarla. Otra cosa es lo de nuestro querido gobierno
nacionalpepero. Prohibir una bandera en un campo de fútbol, como si así
se pudiera prohibir un sentimiento y una nación, no solo es un tic
autoritario sino un error mayúsculo, un ataque de ceguera política y una
pataleta de niño pequeño, una más de las muchas a las que nos tienen
acostumbrados estos chiquillos del PP, inmaduros de juicio y de Historia
de España, que por el día besan la bandera española y por la noche
besan la de Suiza o Panamá, que en realidad son los países que aman
porque es allí donde esconden sus botines de estraperlo. Pero es que,
por si fuera poco, también ellos cambiaron de bandera en la Transición y
nadie les dijo nada. En un momento dado, cuando Fraga se hizo demócrata
de toda la vida, decidieron borrarle el pollo a la rojigualda, siquiera
por limpiar un poco la imagen facha y que pareciera que los monstruos
de la dictadura se civilizaban un poco. Solo que algunos monstruos el
aguilucho lo siguen guardando con mimo en el cajón y lo sacan de cuando
en cuando para darle de comer, para que no se acabe muriendo del todo el
polluelo, pitas, pitas. Quién sabe, quizá algún día la gaviota se
metamorfosee de nuevo en águila imperial, que es lo que esperan ciertos
personajes con alergia a la democracia. Es evidente que este Gobierno
considera que hay unos españoles, los que piensan y sienten España de
forma distinta, que no merecen serlo, como los rojos-masones, los
bolivarianos, los sociatas (pedristas o susanistas, da lo mismo), los
comunistas, los catalanistas del Ampurdán, los vascos con txapela, los
independentistas gallegos, los valencianos de Mónica Oltra, los ateos
que se saltan la misa de doce, los republicanotes, los periodistas de la
Sexta, los anarcoides con pendiente y los jipis con rastas, y por eso
los condenan al exilio interior. Todo aquel que no sea de su misma
patria, de su bandera y de su Dios no es español. Por eso muchos
rojillos siempre nos sentiremos un poco exiliados en nuestro propio
país, apátridas en esta tierra adusta gobernada por ministros del Opus,
ultraperiodistas de bayoneta calada, rocieros talibanes e infantas
pecatrices. Sardá, sin ser independentista, ha publicado una foto en su
tuiter envuelto en una estelada. Y la verdad es que, visto lo visto, dan
ganas de hacer lo mismo. Aunque solo sea por joder un poco.
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