(Publicado en Revista Gurb y Diario16 el 4 de mayo de 2016)
Cumple El País cuarenta años, un día que debería ser dulce y feliz para
el periodismo español pero que nos deja, en cierto modo, un poso de
amargura. La profesión está hecha unos zorros, hay más periodistas en el
paro que destapando escándalos políticos en las redacciones y la
credibilidad internacional de nuestro periodismo está por los suelos, ya
lo han dicho los catedráticos de Oxford. A todo esto se ha abierto una
batalla sin cuartel entre los pequeños diarios digitales, que hacen un
periodismo alegre, valiente y barato, contra los poderosos grupos
mediáticos en papel, millonarios arruinados que viven anclados en las
viejas portadas del pasado que ya nadie lee. Los barquitos virtuales de
Infolibre, Diario.es, El Confidencial y otros muchos, formados en buena
medida por veteranos lobos de mar del periodismo que fueron injustamente
despedidos, pese a sus hojas de servicio intachables, le están haciendo
la guerra de guerrillas a los oxidados portaaviones de papel, cuyos
almirantes y contables aún no se han dado cuenta de que su tiempo ya
pasó, de que el casco tiene demasiadas grietas y que hace aguas por
todas partes. Es una guerra todavía desigual entre mundos completamente
distintos: por un lado la era digital con su nuevo lenguaje, sus tuits,
sus hashtags y sus noticias virales de vértigo, y por otro el viejo y
romántico titular en tinta negra del día siguiente, que solo lo leen
cuatro jubilatas de barra y bar, y ya ni eso, que ahora los yayoflautas
están muy puestos y le hacen la jodienda cibernética a Rajoy con una
tablet bajo el brazo. Asistimos pues a una lucha sin cuartel entre el
periodista hacker y el antiguo régimen de las grasientas rotativas
imperiales, entre los pequeños medios digitales que surgen como setas
por doquier y los holdings mediáticos que tanto daño han hecho a la
profesión. Buena parte de culpa de la crisis del periodismo la tienen
ellos, los yupis de cabellos engominados medio analfabetos que han
aplicado sus asquerosos balances contables sacados de la Escuela de
Empresariales a un oficio tan bello y noble como es el periodismo. Esos
diablos de traje y corbata que son tan corruptos como Bárcenas y sus
amigos genoveses han llevado a la prensa libre a la ruina al venderse al
poder financiero, a la publicidad y a los políticos que les cierran el
pico con el chupito de las subvenciones.
Pero no todo está perdido
porque hay un puñado de reporteros que han vuelto a la calle, a las
libretas de gusanillo, a los cuarteles y comisarías y a los juzgados
para hacer periodismo del bueno y servírselo a diario a Ferreras, en
bandeja de plata cocinada al rojo vivo, mientras los directores de los
anticuados pergaminos, funcionarios adocenados que bostezan en las
redacciones de los rotativos convencionales (cada día más frías y
desoladas por tanto despido) no son capaces de ver lo que se les viene
encima. Son como ciegos dinosaurios de papel que entonan el último canto
de cisne antes de su extinción total. Uno, que ya no recuerda la última
exclusiva que dio El País (me dice un compañero informado que fue la
del juez Dívar y sus viajes sonrojantes, ya ha llovido) asiste atónito a
los coqueteos del rotativo madrileño con la banca, el poder monetario y
hasta con el Gobierno del PP, al que ya le compra sin rubor los engaños
económicos para venderlos a cinco columnas. Ha sido El País, durante
décadas, nuestro periódico, el periódico que nos sacó de la cueva del
golpismo y nos dio de mamar la leche fértil de la democracia, el
periódico que alumbró aquella portada mítica del 23F. La Biblia de toda
una generación que ha crecido en libertad. Siempre estaremos agradecidos
a aquellos periodistas barbudos y gafapastas de chaquetas de pana (los
hipsters de la Transición) que empapelaron la historia de España con las
páginas del diario independiente de la mañana. Pero aquellos tiempos
dorados de independencia y rigor se perdieron sin remedio y ahora El
País ha pasado de ser el periódico del PSOE al periódico de una parte
del PSOE, mayormente los jerarcas adinerados (lo cual es todavía peor)
mientras Cebrián, el rey de Prisa que va deprisa para no llegar a
ninguna parte, se dedica a despedir a los periodistas que cuentan la
verdad sobre sus negocios y a desacreditar a la izquierda real, Podemos
mayormente. Este País, aunque nos duela reconocerlo, ya no es nuestro
País. Tan triste como cierto.
Viñeta: El Koko Parrilla
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