(Publicado en Revista Gurb el 5 de junio de 2015)
Manuela Carmena va al ayuntamiento en bicicleta, seguida por una cohorte de gatos callejeros, y Ada Colau en zapatillas de runner y camiseta de hacer pilates. Son los tiempos de la nueva política. Y bendita nueva política. Ya estábamos más que hartos de repijos engominados y chamarileros de Ayuntamiento más falsos que el beso de Judas y más ladrones que Barrabás. Acuérdese el ocupado lector de Paco Camps, aquel honorable presidente de Valencia que se vestía de pies a cabeza en los talleres textiles de la mafia. No hace tanto de aquello. ¿Qué había debajo de sus cuatro trajes sobornados? ¿Había un hombre de Estado preocupado por su pueblo, un gestor abnegado, un político que perdía el sueño y se desvivía por la ruina que le había caído en desgracia a su tierra? No. Nada de eso. Lo que había era solo una pose, puro teatro, postureo puro y duro. Como muchos políticos de su generación, aquel tipo con hechuras de enterrador era un gran actor al que el Bigotes le había regalado un par de trajes que no se quitaba ni para ir a dormir. Decía Oscar Wilde que la moda es un esperpento tal que nos vemos obligados a cambiarla cada seis meses. Pues para los fulanos esperpénticos del PP que nos han estado robando, estafando y trilando todos estos años de crisis y recortes, de esfuerzos y sacrificios, la política no dejaba de ser eso, una pasarela, un pasatiempo, una moda. Entraban y salían como Pedro por su casa por esas puertas giratorias infames sin que se les estremeciera una sola pestaña ante la tragedia monumental de todo un pueblo en descarnado sufrimiento. Miles de familias pobres se congelaban en invierno al no poder pagar el gas, los niños se desplomaban famélicos en las escuelas, a los viejos y enfermos los Blesa y compañía les daban el tocomocho del siglo un día sí y otro también y muchos parias de vida hipotecada terminaban suicidándose al verse cruelmente desahuciados. ¿Dónde estaba entonces el Gobierno de todos los españoles, nuestro Gobierno? En monterías bochornosas, en fiestas de pijama y orinal, en orgías suizas y sucias pagadas con ese dinero que nos hacía tanta falta para no morirnos de hambre. Con Manuela y Ada todo eso se ha terminado. A Manuela la moda se la trae al pairo porque ella es una señora de izquierdas y ya se sabe que las rojas cuanto más desaliñadas y jipis más morbo dan porque el glamur lo tienen por dentro. Una roja te enamora no por lo que lleva puesto o deja de llevar sino porque encandila cuando te habla de Marx y de nobles principios en una noche romántica llena de velas, vodka soviético y utopías. Ada Colau, por su parte, tampoco necesita construirse un personaje de cartón piedra que dé el pego a todas horas porque ha sufrido y llorado con el pueblo en las barricadas de la miseria. Las dos tienen callos en las manos, vienen de la misma escuela. La escuela del activismo, de la lucha por una noble causa, de la decencia. Pueden fracasar en su intento de mejorar los derechos civiles de los ciudadanos porque se enfrentan a poderes fácticos muy fuertes y poderosos; pueden cometer errores como todo hijo de vecino porque Ada no es ningún hada, es una mujer de carne y hueso y no mea Chanel. Pero de lo que podemos estar seguros es de que se van a dejar la piel en el intento de hacer de Madrid y Barcelona ciudades más humanas, lugares más civilizados y solidarios, urbes no para que pueda vivir el dinero, sino para que puedan vivir las personas. Rajoy, cada día más ciego que Tiresias, insiste en que el PP ha perdido las elecciones no por su propia incompetencia, ni por los trileros de su partido, ni por los recortes en servicios públicos o por esa ignominiosa reforma laboral que firmó de su puño y letra y que enterró para siempre el Estado de Bienestar, liquidando las clases medias e instaurando un sistema social esclavista. Aún cree que el naufragio de cientos de ayuntamientos que ya no son del PP ha ocurrido por culpa de La Sexta. Como si Jordi Évole se hubiera llevado el dinero de los españoles a Suiza. Espe Aguirre sufre una crisis nerviosa producto de la derrota y ya ve comunistas y radicales hasta debajo de la cama. En su delirio macartista, se ofrece cada día a un pacto distinto con tal de salir de alcaldesa, vendiendo su carne y su dignidad como una vulgar mujerzuela de la política. Son como estatuas de sal muy bien vestidas que no se dan cuenta de que su tiempo ha vencido. Y luego pasa lo que pasa, que se han llevado una buena hostia, como dice Rita.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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