Papá Noel, el
entrañable y tierno Papá Noel invento de la Coca Cola, nos invadió una dulce
noche navideña bajando por la chimenea y ya se quedó con nosotros, de okupa,
para siempre. Luego llegó el señor McDonald's con sus hamburguesas de vaca loca
y su salsa venenosa hecha de emulgentes y sulfitos; más tarde fue Halloween con
sus estúpidas brujas y espectros que dan más pena que miedo; hoy es el maldito
'Black Friday', una usurpación de las rebajas de toda la vida (solo que a
cualquier hora y a calzón quitado) y mañana será el 'ciber monday' que ni dios
sabe lo que es. ¿Qué será lo siguiente, cambiar la cena de Navidad por el
absurdo pavo de Acción de Gracias? ¿Echarle bacon y kétchup a la paella, beber
zarzaparrilla en lugar de Rioja, cambiar el Barça-Madrid por la Super Bowl? De
un tiempo a esta parte hemos sufrido un proceso de burda americanización sin
que nadie hiciera nada por evitarlo y vamos camino de convertirnos en el estado
51 del Tío Sam. La invasión de fiestas, usos y tradiciones yanquis es
consecuencia de una globalización descontrolada y voraz que tiene alterados los
ecosistemas humanos de todo el planeta. Si especies invasoras como el mejillón
cebra van a terminar arruinando el glorioso marisco gallego, las prácticas
mercantiles del mundo luterano acabarán por devorar la milenaria civilización
mediterránea, mucho más sabia, fértil y compleja que el frívolo y cursi imperio
del dólar. Qué profundidad cultural y antropológica tendrá el 'Black Friday'
cuando su origen se remonta a un simple problema de tráfico. Como lo oyen. Fue
la Policía Local de Filadelfia la que acuñó el término que hoy nos destroza los
tímpanos al comprobar que cada año, cuando llegaba el día de Acción de Gracias,
la gente se echaba a las calles como pollo sin cabeza para dar rienda suelta al
impulso consumista, provocando monumentales atascos de circulación que "oh
my God". De ahí viene lo del viernes "negro". En todo caso, de
semejante etimología no podía salir nada bueno más que un día de tarjetazos a
la vista y a la Visa, compras compulsivas para alimentar las injusticias del
sistema capitalista, trifulcas familiares a cuenta del aluvión de regalos
inútiles y un par de anuncios tontos con los que nos machacan las neuronas a
todas horas. Y lo peor de todo es que mucho nos tememos que la cosa no quedará
solo en un simple Friday, sino que los avispados comerciantes, al calorcillo
del dinero y para tormento del ciudadano, acabarán extendiendo la fiesta al
Saturday, al Sunday, al Monday y más allá. Y si no al tiempo.
Desde que nos
adentramos en el laberinto mágico del 'procés', Cataluña ha pasado de ser una
de las regiones más prósperas de Europa a un erial del que huyen como de la
peste los bancos y empresas; un destino ideal para turistas que antes paseaban
tranquilamente por las calles a un escenario de manifestaciones diarias,
revueltas, antidisturbios y enfrentamientos sociales; un país con un Gobierno y
una economía estables a una república fallida donde sus gobernantes están en
busca y captura o en prisión provisional. En este escenario convulso a nadie le
puede extrañar que la sede de la Agencia Europea del Medicamento haya pasado de
largo por Barcelona para instalarse en Ámsterdam. ¿Qué otra cosa cabía esperar?
La EMA no es una botica de pueblo donde se dispensan cuatro pastillas para el
reuma, sino un organismo gigantesco que mueve miles de funcionarios e
investigadores, profesionales con sus respectivas familias que necesitan un
entorno adecuado y tranquilo para poder hacer su trabajo. No parece que la
Barcelona libertaria de hoy, una ciudad donde las carreteras, líneas de metro y
autobuses son cortadas a diario por la kale borroka de la CUP, sea el mejor
entorno para ubicar una institución tan importante. Sin embargo, no toda la
responsabilidad en este fiasco es atribuible a Puigdemont y a sus planes
descerebrados. El Gobierno de Madrid, al no haber sabido resolver el problema
catalán mediante la negociación tras siete años de conflicto enquistado, tiene
buena parte de culpa en esta historia. El PP sembró vientos anticatalanistas y
ahora recoge su cosecha ruinosa. Que Barcelona no haya sido elegida como sede
de la EMA es una desgracia para España entera, no solo para Cataluña, pero hoy
los periódicos, radios y televisiones se llenan de obtusos que se alegran tras
la derrota de la candidatura catalana cuando en realidad supone una mala noticia
para todos, el fracaso del Estado en su conjunto y de una sociedad que,
enfrentada bajo dos banderas y cegada por el patrioterismo barato y el peor de
los chovinismos, ha decidido inmolarse mientras la lluvia de millones e
inversiones vuela hacia latitudes holandesas. La estupidez de los
nacionalismos, de todos los nacionalismos, solo conduce a la ruina. Que se lo
hagan mirar todos, los de un bando y los de otro.
Viñeta: Igepzio
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