(Publicado en Revista Gurb el 8 de marzo de 2018)
Este 8 de marzo, Día Internacional de la
Mujer, pasará a la historia no solo del movimiento feminista, sino de
la humanidad en general. Los grandes avances sociales tienen sus fechas
señaladas y la convocatoria que hoy vivimos posee todos los ingredientes
para convertirse en un hito de trascendencia histórica. Y lo será por
varias razones: en primer lugar porque por fin estamos ante una huelga
convocada a nivel mundial que concierne a las mujeres de todo el mundo y
que las llama a movilizarse ante las injusticias de todo tipo que
vienen sufriendo; de hecho, el texto de la Comisión 8M llama a "parar el
mundo" como forma de exigir la “plena igualdad de derechos y
condiciones de vida”. Y en segundo término porque por primera vez el
poder machista ve una amenaza real contra su estatus político y social,
que ha mantenido injustamente, a hierro y sangre, desde tiempos
inmemoriales. Basta con ver las declaraciones que sobre la histórica
huelga feminista han vertido en las última semanas personalidades
relevantes de la política, la sociedad y el poder religioso de nuestro
país. No podemos olvidar que hace solo unos días, el PP distribuyó un
argumentario interno en el que tachaba la concentración de "elitista e
insolidaria". Además, se señalaba que el 8M "promueve el enfrentamiento y
rompe el modelo de sociedad occidental". Con esa circular, los
populares quedaron retratados de forma vergonzante en un nuevo alarde de
cinismo e ideología reaccionaria. El mismo presidente del Gobierno,
Mariano Rajoy, ha dado bruscos bandazos cuando se ha referido al
espinoso tema, primero mostrándose en contra de la convocatoria y
después tratando de arreglarlo mostrándose como un feminista más y hasta
colgándose de la solapa el famoso lazo morado. Evidentemente no ha
colado, todos los españoles saben que la derecha patria, la de los años
franquistas y también la de estos cuarenta años de democracia, siempre
ha coleado de un machismo recalcitrante insoportable. Hasta la propia
Ana Pastor, presidenta del Congreso de los Diputados, pese a que ha
anunciado que está a favor de los derechos de la mujer, ha llegado a
asegurar que no haría la huelga feminista "porque hay mucho que trabajar
contra el machismo imperante". De nuevo la hipocresía, el doble
lenguaje y el doble rasero.
Si tibia y confusa ha sido la reacción
de la derecha política española ante el vendaval feminista que arrecia
cada vez con mayor fuerza, más aún lo es la posición indefendible y
bochornosa que han mantenido algunos representantes del poder económico
nacional. Así, el presidente del Círculo de Empresarios, Javier Vega de
Seoane, ha defendido que parte de la brecha salarial de género es solo "estadística", ya que muchas mujeres deciden trabajar a tiempo parcial
porque "les gusta dedicarse a sus hijos". Una declaración insultante
para millones de mujeres, por mucho que acto seguido se mostrara
partidario de la huelga feminista, eso sí, bajo el argumento
insostenible de que "está bien que se llame la atención" sobre el
problema. Negar la brecha salarial y apoyar fariseamente la movilización
del 8M es otra contradicción incomprensible que solo se explica por un
intento de quedar bien ante la parroquia femenina ocultando todo lo
posible el machismo latente que le aflora.
Al poder financiero y político machista
le siguen sus palmeros mediáticos, como el periodista Arcadi Espada, que
ha vuelto a desatar la polémica con uno de sus habituales comentarios
machistas, una nueva inconveniencia que viene a sumarse a su larga
retahíla de titulares misóginos recientes. "En 40 años de periodismo no
he visto a ninguna mujer desplazada por su sexo", decía el pasado sábado
en una entrevista en el programa La Sexta Noche. Cierto sector de la
caverna periodística de este país se ha mostrado abiertamente en contra
del 8M, confirmando que queda mucho por hacer, no solo en el plano
político y social, sino también en el educacional y cultural. "La
situación de las mujeres en el mundo del periodismo no está
desequilibrada. ¡No hay motivos para una manifestación del 8M, qué
bobada!", añadía Espada al mismo tiempo que criticaba un manifiesto que
se ha difundido con motivo del Día Internacional de la Mujer.
Y faltaba la guinda del pastel, la que
ha dejado el obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla, quien ha
arremetido contra el feminismo "radical o de género" tras asegurar que "el demonio ha metido un gol desde sus propias filas" a la causa de la
mujer. Éramos pocos y parió el diablo, habría que decir parafraseando
aquel famoso dicho castellano. Al padre Munilla, que cada vez se parece
más a aquel padre Apeles que trataba de escandalizar en las noches
televisivas con sus insolencias de pija de colegio mayor, habría que
preguntarle qué diantres pinta el siniestro Mefistófeles en el problema
de la injusta y secular discriminación de la mujer, aunque mucho nos
tememos que sería una pregunta más bien retórica, ya que en España todo
el mundo sabe que la Santa Iglesia Católica y Apostólica manda mucha
romana, y no ve precisamente con buenos ojos los avances sociales en el
plano de la igualdad de género. Todos esos libros editados por ciertas
archidiócesis que hablan de la sumisión de la mujer en el matrimonio y
todas esas homilías retrógradas que se vierten cada domingo desde los
púlpitos de las iglesias revelan que el nacionalcatolicismo sigue
arraigado y vigente, peligrosamente vigente habría que decir, en nuestro
país. Munilla, en un alarde de prestidigitación escolástica, diferencia
dos tipos de feminismo: el "femenino" que busca la igualdad jurídica y
legal entre hombres y mujeres y el "radical o de género", que pretende
equiparar en todos los aspectos a ambos sexos. En su opinión, el "feminismo radical o de género" tiene como "víctima a la propia mujer y a
la verdadera causa femenina. Es curioso cómo el demonio puede meter un
gol desde las propias filas. El feminismo, al haber asumido la ideología
de género, se ha hecho una especie de harakiri", ha afirmado
burlescamente en un circunloquio medieval y bizantino que ni siquiera el
obispo alcanza a comprender en toda su dimensión metafísica. Más
retórica barata solo para no tener que asumir la realidad y la raíz
última del problema: que hombres y mujeres deben disfrutar de los mismos
derechos y obligaciones no solo como titulares jurídicos, sino como
seres humanos que son. Tan sencillo como eso.
En medio de tales razonamientos, unos
delirantes y otros sencillamente anacrónicos o insultantes para el sexo
femenino, llega la manifestación histórica de este 8 de marzo, que no es
ni más ni menos que un grito desesperado de millones de mujeres ante
una situación que ya no pueden soportar por más tiempo. A la brecha
salarial que aguantan estoicamente, a la cronificación insoportable del
desempleo femenino, al techo de cristal que les sigue impidiendo copar
los puestos de responsabilidad en pie de igualdad con sus compañeros, a
la sobrecarga de trabajo en el hogar y la consideración de las amas de
casa como trabajadoras de segunda, a los abusos laborales, vejaciones y
discriminaciones, a los despidos encubiertos por el mero hecho de
quedarse embarazadas, a las violaciones y crímenes machistas de las que
son víctimas casi a diario, a la utilización de su cuerpo como reclamo
publicitario, al papel de bestias de carga y esclavas sexuales para el
hombre que siguen ocupando en las sociedades menos desarrolladas del
tercer mundo, al infierno de la prostitución y la trata de blancas al
que se ven abocadas por legión, se suma el lapidario principio machista
de que la mujer debe seguir relegada a un escalón inferior por debajo
del hombre, un dogma férreamente arraigado en todo el planeta.
Por eso, por tantas y tantas razones,
por tantos siglos de discriminaciones, las mujeres (y también aquellos
hombres que las apoyan en su legítima reivindicación feminista) han sido
llamadas a movilizarse frente a la violencia y la discriminación. Bajo
el lema "Sin nosotras el mundo no funciona", la huelga se antoja no solo
justa sino necesaria. Jamás ha habido una causa más hermosa por la que
luchar. Nuestras madres, abuelas, hermanas e hijas se merecen que
estemos a su lado. El camino es largo y queda mucho por hacer, pero hoy
se ha dado el primer paso. Estamos ante el principio de una movilización
planetaria que empieza a socavar los cimientos del poder machista en
todo el mundo. Que tiemble Donald Trump, porque millones de mujeres de
todo el mundo se han puesto en pie al fin, hartas de la situación, y
empiezan a caminar unidas y confiadas en que la cosas, esta vez sí,
pueden cambiar para mejor.
Ilustración: Artsenal