miércoles, 1 de diciembre de 2021

JOSÉPHINE BAKER

(Publicado en Diario16 el 1 de diciembre de 2021)

Icono musical y musa de los locos años 20, emblema de la lucha por los derechos civiles y de los negros, bisexual, guerrera contra los fascismos y espía que dio jaque a los nazis, Joséphine Baker fue el gran terremoto sociológico que abrió la puerta a la liberación de la mujer. Ayer, la Venus de Ébano entró en el Panteón de París junto a los más grandes como Voltaire, Rousseau, Victor Hugo y otros franceses ilustres. A los españoles nos sigue produciendo cierta envidia ver con qué solemnidad trata Francia a sus hijos inmortales. De haber sido española la Baker, hoy probablemente sus restos descansarían en un cementerio apartado, desconocido, recóndito, o en algún lugar en el exilio, y la derecha asilvestrada y montaraz que tenemos haría una batalla cultural contra cualquiera que tratase de restaurar su memoria. Antonio Machado, nuestro más grande poeta, murió en Colliure huyendo de la guerra y allí está todavía, aunque siempre haya rosas frescas sobre su lápida. “Solo la tierra en que se muere es nuestra”, dijo el genio de las letras.

Macron había preparado una ceremonia a lo grande para honrar a la Diosa Criolla, casi un funeral de Estado. Con un país a las puertas de las elecciones, algunos han querido ver un acto electoralista y propagandístico, pero lo cierto es que en los tiempos que corren se antoja más necesario que nunca entronizar en el altar que corresponde a aquellas figuras que se destacaron por su compromiso con la democracia y su lucha por la libertad y contra el fascismo. Hoy, cuando el nuevo totalitarismo resucita con fuerza y se abre camino otra vez en toda Europa, no hay que escatimar en actos sociales para recordar a las nuevas generaciones que el monstruo del odio no muere nunca, sino que vive aletargado, hibernado, y cada cierto tiempo regresa para atormentar a la humanidad con su zarpazo de violencia y sangre. “Francia es grande cuando no tiene miedo”, dijo Macron ante el inmenso retrato de una esplendorosa Baker vestida de militar. Que sea la primera mujer negra que entra en el Panteón de París, algo inaudito en pleno siglo XXI, dice mucho del estadio evolutivo prematuro en el que se encuentra la especie humana. Menos mal que Francia era el país de la liberté, égalité y fraternité.

No fue casual el calendario elegido para ensalzar a la artista que sacudió los cimientos del reaccionarismo mundial con su falda de plátanos, sus ojos vivarachos y sus tetas al aire. Ayer mismo, el polemista de extrema derecha Éric Zemmour, el nuevo hitlerito francés, lanzaba oficialmente su candidatura al Elíseo. En un país que fue ocupado por las nazis y que sufrió el horror del totalitarismo, de las ejecuciones masivas y del racismo ario, parece mentira la facilidad con la que se propaga la desmemoria en todos los ámbitos de la sociedad y con la que medran los nuevos charlatanes del nazismo posmoderno. Brotan como setas. Al aristócrata clan de los Le Pen (esa ralea reptiliana de padres e hijas) le han seguido otros que van probando suerte como salvapatrias de opereta y guardianes de las esencias nacionales francesas. Ahora le toca el turno a este polemista, tertuliano y dicen que periodista al que se le atribuyen frases tan crudas y desalmadas contra los inmigrantes como “la mayoría de los traficantes son negros o árabes” (ya fue condenado y multado con 3.000 euros por propagar el odio a los musulmanes en programas de televisión). Él se define como bonapartista y gaullista, pero en realidad no es más que otro tonto a las tres que se cree superior a los demás por ser blanco, un chusco revisor de la historia que piensa que el mariscal Pétain, carcelero y colaboracionista con el Tercer Reich, ayudó a salvar a muchos judíos del Holocausto. Hace falta ser cretino.

Pero hoy es un día hermoso para la democracia europea y conviene no estropearlo con mediocres, brutos, cortos de entendederas y acomplejados que no han sabido o no han podido resolver sus fobias y sus trastornos infantiles freudianos, cayendo en la más burda xenofobia que está en el origen mismo del fascismo. Tiempo habrá de psicoanalizar y estudiar al nuevo bicho raro, al tal Zemmour, cuyo rostro, dicho sea de paso, es una mezcla de Nosferatu revivido y curilla resabiado. Hoy es preciso recordar a la Baker, patrimonio universal de la humanidad, mujer revolucionaria, misteriosa y rutilante, símbolo de un erotismo político que cambió la historia del mundo a golpe de cadera sobre los escenarios. Desde su última morada en el Panteón francés de grandes personalidades, la diosa del Folies Bergère viene a prevenirnos ante aquellos que promueven la identidad nacional blanca y ultracatólica frente a la diversidad y la multiculturalidad integradora que los nuevos fascistas llaman, despectivamente, “indigenismo”. Solo escuchar a esta tropa que también esparce su bilis supremacista por España (no hace falta dar nombres) hiela la sangre.

Joséphine Baker fue una militante por la tolerancia y la fraternidad entre las personas y los pueblos. “Su causa era el universalismo, la unidad del género humano, la igualdad de todos antes de la identidad de cada uno, la aceptación de todas las diferencias reunidas por una misma voluntad, una misma dignidad”, dijo Macron ante el cenotafio cubierto con la bandera francesa. A la bailarina de la libertad le han concedido las cinco medallas, incluida la de la Legión de Honor, por su sacrificio como heroína de la Resistencia. A partir de ahora su espíritu estará en el Panteón, aunque sus restos seguirán reposando en Mónaco junto a su marido y uno de los doce hijos que adoptó. Su “tribu arcoíris” que es el mejor legado del humanismo y la mejor semilla de la paz frente al discurso y la barbarie nazi.

LA ESPAÑA VACIADA

(Publicado en Diario16 el 30 de noviembre de 2021)

Va creciendo el movimiento político de la España Vaciada (EV) y los partidos del bipartidismo empiezan a mirarlo con una mezcla de recelo e interés por lo que tiene de amenaza contra el establishment y de posible granero de votos. Todo empezó con Teruel Existe, aquella coordinadora ciudadana fundada en 1999 para exigir, entre otras cosas, ferrocarriles y carreteras donde solo hay polvorientos caminos de cabras, escuela pública donde ya ni siquiera quedan niños y hospitales donde el abnegado médico sigue yendo con su maletín, de acá para allá y de pueblo en pueblo, como en el XIX. También alzan la voz, y no es menos importante, para reclamar respeto a los pueblos abandonados tras décadas de éxodo del campo a la ciudad, despoblación y desprecio por el mundo rural.

En el fondo estamos ante el grito desesperado de nuestras villas y aldeas cada vez más vacías y desérticas, un fenómeno sociológico que en buena medida tiene mucho que ver con la España invertebrada, aquel término acuñado por Ortega y Gasset hace un siglo para identificar un mal, el de un país desestructurado, que está en la raíz de buena parte de los problemas históricos de los españoles. Si para ir de un pueblo de Galicia a otro de Asturias en tren hay que pasar primero por Atocha, eso es que sigue imponiéndose la vieja concepción centralista del Estado y que sigue habiendo mucha tierra de nadie, con la correspondiente masa humana abandonada a su suerte. O sea, un polvorín demográfico que finalmente ha terminado por estallar.

La gente que vive en el amargo agro ya se ha cansado de no ser escuchada, se ha organizado en torno a un movimiento disruptivo y son legión. Los últimos sondeos dan hasta 15 escaños al movimiento España Vaciada y le otorgan la condición de llave para cualquier partido con aspiraciones a gobernar. El fenómeno político se ha convertido en una cuestión de la máxima importancia y los diferentes partidos, que han olido el rastro de la rabia popular y del voto fácil, ya incluyen el asunto en sus agendas y programas. Por fin han caído en la cuenta de que cualquier señorito de la ciudad que pretenda aspirar a la Moncloa algún día tendrá que contar antes con el sencillo y humilde paisanaje del campo, los habitantes de la España profunda cansados de vivir como espectros en pueblos fantasmas.

Así las cosas, Pedro Sánchez ha tomado conciencia de lo que se le viene encima y ha empezado a reaccionar, aunque tarde y mal. Está en juego, ni más ni menos, que su investidura en 2023 y ya se sabe que el presidente se mueve por instinto killer de supervivencia. Si hay algo o alguien que le hace sombra, da la orden de que parezca un accidente y a otra cosa. Los hombres y mujeres del campo levantando sus azadas y guadañas tras siglos de marginación y olvido no son una buena noticia para él, por lo que es preciso segar ese prado cuanto antes. La amenaza es inminente y el premier socialista ya ha encargado a su fiel escudero Félix Bolaños que haga algo para frenar el movimiento de los indignados del rural, que abra casas del pueblo del PSOE en establos y galpones, que pacte con ellos allá donde sea posible, que haga lo que sea necesario con tal de frenar la marea seca y cuarteada, la marea marrón que se agita como un tsunami. Javier Lambán, en otro inmenso error, los acusa de “cantonales y populistas” cuando lo que hay es mucho olvido, atraso y tercermundismo. Al barón socialista aragonés solo le ha faltado llamar paletos pueblerinos a sus paisanos del árido interior. Los supervivientes del campo no entienden de teorías sobre la nueva socialdemocracia sanchista ni sobre la construcción de Europa, un continente que les queda muy lejos. Ya tienen bastante con encontrar agua en los pozos de secano, con que no se les mueran las vacas y con limpiarse cada día las botas llenas de barro.

De alguna manera, a Sánchez le está pasando como a Woody Allen, que el campo le pone nervioso porque está lleno de grillos, no hay a donde ir después de cenar y te puedes encontrar con la familia Manson. Los Manson enemigos de la izquierda no son otros que los muchachos de Abascal, que se han hecho fuertes en la España vacía y ya patrullan los campos con la boina calada, los pantalones de pana, el palillo de dientes en la boca y el trabuco al hombro en una especie de Novecento a la española. Todo el campo estéril de España, sus roquedales y calveros, sus estepas yermas, sus cortijos caciquiles y sus cañadas de la Mesta, han caído ya en el mapa del bando nacional, o sea Vox con su feudalismo revolucionario y agropecuario que se revuelve contra el poder de la ciudad opulenta, contra la deshumanizada industrialización del mundo urbano y contra la democracia misma, que como venimos diciendo ha fracasado en la tarea de vertebrar España.

El Gobierno tiene motivos para estar preocupado porque cuando la gente del agro –de normal pacífica, noble y hospitalaria–, se levanta y dice hasta aquí hemos llegado, tiemblan los palacios regios de Madrid. Una nueva revuelta del hambre está en marcha, como cuando el motín de Esquilache. Las plataformas ciudadanas brotan como setas en los áridos campos de Castilla, en el latifundio andaluz, en el páramo manchego. Las milenarias casas solariegas cobran vida y rugen contra el Gobierno. Los campanarios de las moribundas ermitas resucitan y truenan contra un falso socialismo que condena al terruño rústico al polvo, a la pertinaz sequía y a la amnesia histórica. Esto no es la lucha eterna entre el fascismo y el comunismo, esto es la España seca que se alza contra la España húmeda; la España pobre de siempre contra la España rica; la España vieja y sabia de Séneca que ya no aguanta más y se rebela contra los modernos golillas de los ministerios y los finos políticos de la capital con sus falsos másteres universitarios, sus lustrosos trajes endomingados y sus ocurrencias en Twitter.

Las próximas elecciones no solo se jugarán en el cinturón rojo de las grandes ciudades, donde el proletariado va cambiando la bandera soviética por la camisa azul. También en los pueblos de la España deshabitada que hasta ahora dormían el sueño de los justos.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

ALMUDENA GRANDES

(Publicado en Diario16 el 30 de noviembre de 2021)

Ahora que acabamos de despedir a Almudena Grandes, con tristeza y consternación por su muerte prematura, es momento de reflexionar sobre la profunda huella, literaria y política, que deja esta gran dama de la literatura contemporánea, de la izquierda española y del activismo como expresión de la conciencia colectiva y social. Almudena había logrado el éxito con sus primeras novelas (Las edades de Lulú y Malena es un nombre de tango, entre otras), la crítica se había rendido a sus pies y su obra estaba siendo traducida a otros idiomas y llevada al cine por Bigas Luna. Había dado con la fórmula mágica (la literatura es una mezcla de talento y algo de suerte) y le bastaba con seguir por esa senda profesional y vital que le garantizaba premios, suculentos contratos, fama y dinero. Ella misma llegó a decir que aquel éxito fulgurante “le regaló la vida que ella quería vivir”, de modo que jamás podría “saldar esa deuda”.

Sin embargo, inesperadamente, en ese momento trascendental de su carrera literaria, decide dar un giro a su obra, arriesgarse a explorar nuevos temas narrativos e implicarse todavía más. Es entonces cuando la autora madrileña decide quitarse el batín de escritora burguesa frente al jardín de su casa y dar un salto mortal literario que la llevaría sin duda al olimpo de las letras en castellano, junto a los grandes dioses como Pérez Galdós, Rosalía de Castro, Pardo Bazán y Ana María Matute. El gran logro de Grandes fue no quedarse con todo lo que le regalaba la vida (un golpe de fortuna solo para privilegiados) sino en seguir buscando esa voz interior que pugna por salir en todo escritor, esa coherencia con las ideas, ese anhelo de justicia y de su irrenunciable compromiso con los suyos. Justo en ese momento decide publicar El corazón helado (2007), un relato sobre familias falangistas y republicanas con el que da la voz a los exiliados de la guerra y a sus hijos. Almudena había mutado de piel y de paso había abierto una puerta que pocos escritores se atrevían a traspasar en aquella época: la de la recuperación de la memoria histórica.

Aquella novela fue, además de un gran prodigio literario, una apuesta valiente. Téngase en cuenta que hablamos de los años en que buena parte de la crítica denigraba a todo aquel escritor/a que se centrara en temas relacionados con nuestro sangriento pasado. Hasta tal punto llegaba la alergia a la memoria democrática que el establishment literario solía rechazar manuscritos alegando que la gente estaba harta de historias que hablaran sobre nuestra gran tragedia nacional. De alguna manera se imponía la extraña creencia de que escribir “otra maldita novela sobre la Guerra Civil” era sinónimo de fracaso porque había overbooking en las librerías y porque supuestamente a la gente no le interesaba. Almudena vino a demostrar que las dos afirmaciones eran falsas. Ni se había escrito todo, ni mucho menos, ni faltaban lectores. Así supimos que el gran público, ese que lee por devoción, no por modas o por comprar un libro como quien compra un frasco de colonia, estaba ávido por saber más cosas sobre nuestra historia reciente, esa parte de nuestro pasado que el franquismo había logrado enterrar tras una Transición que funcionó como un truco perfecto para pasar página y olvidar los crímenes contra la humanidad que aquí se cometieron. Una vez más, Almudena dio con la tecla y de paso nos enseñó que el lector es capaz de distinguir entre buenas y malas historias con independencia de si transcurren en una trinchera del frente de Aragón en 1937 o en una nave espacial en un futuro distópico.

Nuestra admirada escritora se había enganchado a la memoria histórica y ya no podía parar. Pero esta vez no escribía solo en busca del éxito arrollador, sino para poner las cosas en su sitio, para recuperar la dignidad de los derrotados y de alguna manera para instaurar una especie de justicia universal de la que los represaliados no pudieron gozar durante cuarenta años por razones obvias. AG ofrecía un tres en uno a sus lectores para desengrasar las conciencias anestesiadas: buena prosa, recuperación de esa parte de la historia silenciada e ignorada y reparación moral de las víctimas a través de la ficción (a la vista de que ya resultaba imposible hacerlo ante un tribunal ordinario de Justicia). Una vez más, la literatura venía a parchear los agujeros que a menudo suele dejar la historia, ayudando a recomponer un puzle al que le faltaban no pocas piezas.  

A El corazón helado le siguieron los Episodios de una guerra interminable, una hexalogía compuesta de seis novelas que se convierte en su gran epopeya galdosiana. Sin duda, con esa obra a muchos de sus jóvenes lectores les ocurrió el mismo proceso mental que a ella, que se hizo de izquierdas “leyendo”, tal como confesó en más de una ocasión. Los Episodios fueron la culminación de la gran odisea almudiana, pero la autora de la voz enérgica y los ojos arabescos aún nos iba a dejar una última joya impagable: Los besos en el pan (2015), otro retrato sobre la España de los perdedores, aunque en esta ocasión los protagonistas eran los derrotados de hoy, los explotados y estafados de nuestros días, los represaliados por el sistema y por otra clase de dictadura: la de la injusticia social. En esta novela, de rabiosa actualidad, Almudena Grandes reclama “volver a vivir con dignidad, como nuestros abuelos”, y de paso denuncia un país de “horteras y borricos”, una España que de repente se ha vuelto fea, casposa, individualista, pacata, insolidaria y materialista hasta niveles enfermizos e insoportables.

Todo eso y mucho más (un feminismo clásico incardinado en la lucha política de la izquierda) nos lo da la más monumental de nuestras escritoras contemporáneas: una mujer que de niña soñaba con ser escritora mientras su madre quería que se dedicara a una “carrera de chicas”. Frente a esa corriente literaria de moda que trata de desprenderse del compromiso social para centrarse solo en lo estético y en el placer burgués, Grandes reivindica el valor de la denuncia de una dura y cruda realidad que sin narradores comprometidos como ella quedaría enmascarada como un falso trampantojo.

LOS FONDOS EUROPEOS

(Publicado en Diario16 el 29 de noviembre de 2021)

¿Qué está pasando con las ayudas europeas? ¿Por qué el dinero de los fondos covid para recuperar la maltrecha economía española no está llegando donde tenía que llegar? El Gobierno debe dar respuestas cuanto antes porque está en juego el futuro y en la sociedad española empieza a cundir la sombra de la sospecha, la desconfianza y la desafección hacia el sistema. Vivimos en un país de natural fenicio y la experiencia de nuestra historia reciente nos dice que cada vez que Bruselas abre el grifo del maná florece la corrupción, las ayudas no llegan a quienes más las necesitan y el parné vuela a paraísos fiscales, donde algunos hacen negocio y estraperlo con el oro europeo. Ya ocurrió con el fraude del lino, con las subvenciones lecheras, con los cursos de formación para el empleo y con tantos otros sectores. Y lo que no se sabe. Hace apenas dos años, la Oficina Europea de Lucha contra el Fraude, OLAF, dependiente de la Comisión Europea, dio un serio toque de atención a España para que pusiera freno al fraude a gran escala en los cursos de formación para parados con fondos transferidos por la UE y gestionados por las comunidades autónomas. Otro sonrojante bochorno internacional.

Según cuenta hoy la Cadena SER, de los 7.000 millones que se anunciaron para bares, restaurantes y autónomos, las comunidades van a devolver 2.500 que no han conseguido repartir. “El ranking del desastre”, como dice Javier Ruiz, el periodista que firma la información, lo encabezan Castilla y León y Asturias, donde más del 74 por ciento del dinero enviado por la UE se ha devuelto (en la primera comunidad, de los 232 millones previstos, 180 no se han adjudicado a beneficiario alguno, mientras que en el Principado asturiano 107 millones se habían comprometido y de momento solo han llegado 27 para los siempre necesitados trabajadores autónomos). En otras regiones como Murcia también se está perdiendo buena parte del potosí europeo, concretamente el 70 por ciento del dinero comprometido. Así las cosas, castellanos, asturianos y murcianos verán cómo tres de cada cuatro euros anunciados no llegarán al sector de la hostelería, el que más ha sufrido los estragos de la terrible pandemia coronavírica. “Sea como sea, el veredicto está cerrado ya: las ayudas anunciadas a bombo y platillo han sido un fracaso anunciado”, asegura Ruiz.

Todo apunta a que nos encontramos ante un fiasco mayúsculo del que el Ejecutivo Sánchez debe dar explicaciones cuanto antes y hasta el último céntimo. Llevamos meses escuchando que España saldrá como un tiro de esta crisis gracias a los fondos estructurales de la UE, nos habían dicho por activa y por pasiva que con el jugoso regalo del Banco Central Europeo podríamos reparar las averías endémicas de nuestra decadente economía, modernizar el modelo productivo y ponernos al día con los países más avanzados. Y sin embargo, lamentablemente, hoy nos desayunamos con esta noticia inquietante de la cadena de radio de Prisa que desprende un nauseabundo tufillo a burocracia decimomónica, a mala incompetencia, a chapuza nacional y, aunque no queremos pensar mal, a derroche y despilfarro.

A estas alturas la gran pregunta es: ¿pero qué manirroto está detrás de este desaguisado? ¿Quién es el responsable, qué lumbrera ha permitido este fiasco que deja la imagen de nuestro país por los suelos? La cuestión merece una urgente comisión parlamentaria, que los muchachos de la UCO se pongan a trabajar en esto día y noche y que intervengan las tanquetas de Marlaska, si es preciso, que ahí es donde debe estar la policía y no repartiendo leña al obrero en los talleres metalúrgicos de Cádiz. Que se abra un expediente ya mismo, que los radares enfoquen a los furgones blindados de Bruselas y que los españoles sepan qué demonios está pasando con tanto dinero antes de que los buitres aprovechados de siempre abran el pico y las alas y se lancen a por los restos –esos milloncejos de nada, esos piquillos sobrantes, esos tesoros olvidados que según las comunidades autónomas nadie quiere–, para darse el fiestón de siempre.

El Gobierno culpa a las autonomías, las autonomías tiran balones fuera, los autónomos se quejan de que no les han escuchado, mientras el dinero se va por los sumideros del Estado. Aquí ya da igual si la culpa es de Sánchez o de Ayuso, esto es un escándalo nacional que se cura con ceses y dimisiones. Si el problema es que entre el funcionariado sigue habiendo mucho profesional de la siesta de tres horas, limpieza y a la calle. Y si de lo que se trata es de que el dinero se pierde por otros negociados o almonedas investíguese.

No salimos de la leyenda negra española, seguimos anclados en aquellos oscuros tiempos en que los galeones españoles repletos de oro americano atracaban en los puertos andaluces y los lingotes iban de acá para allá, por palacios, latifundios e iglesias, mientras el pueblo era condenado a la sopa boba, al puchero de ajos podridos y a la picaresca como modo de vida y argumento para nuestros mejores novelones. Cientos de miles de familias necesitadas de ayudas económicas para sobrevivir, millones de españoles pobres (más de ocho, según las últimas estadísticas), y nos dicen que aquí sobra el dinero o no se sabe dónde destinarlo. Pocas noticias más indignantes que la que nos sirve hoy de buena mañana la SER. A lo peor es que, quien debe repartir la tarta europea, o no sabe, o no quiere o desvía su cacho para otros fines. Ya lo dice el refrán: el que parte y reparte se queda con la mejor parte. Seguro que va a ser eso.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

LAS COTORRAS

 

(Publicado en Diario16 el 27 de noviembre de 2021)

El alcalde de Madrid, Martínez-Almeida, ha declarado la guerra sin cuartel a las simpáticas cotorras. El Ayuntamiento cree que estas pequeñas y coloridas aves provocan “un efecto muy negativo sobre la diversidad” y no se le ha ocurrido nada mejor que acabar con los pajaritos a perdigonazo limpio. Mucho cuidado a partir de ahora con los apacibles y recoletos jardines de Madrid, porque en cualquier momento sale un cazador con carabina de detrás de un seto y convierte un parque lleno de niños en un Puerto Hurraco de las aves o en una violenta batida que ni La caza de Carlos Saura.

En España las cosas siempre se han arreglado así, a tiro limpio, y ahora que llega la extrema derecha con su violenta propuesta para liberalizar el mercado de armas mucho más. Seguramente había otras posibles soluciones menos sangrientas y macabras para encarar el problema de la superpoblación de cotorras. Pero eso sería tanto como hacer las cosas por la vía civilizada, a la manera europea, y esa forma de entender la política no casa con nuestra derechona asilvestrada, taurina y trabucaire. Si no respetan la vida de un toro, un animal inteligente, noble y hermoso, cómo van a perdonarle la vida a una inofensiva cotorrilla que no vale nada. Balazo al canto y pardal que vuela a la cazuela. O como ha dicho el propio alcalde: “Si soy un salvaje por proteger a los madrileños, seré un salvaje”. Hace falta ser bruto.   

En realidad, no debemos extrañarnos de la indiferencia que este hombre muestra hacia los animales. Estamos hablando de un político que llegó al poder municipal diciendo que prefería salvar la catedral de Notre Dame antes que el Amazonas (gran reserva biológica del planeta) y denunciando que el plan Madrid Central de Manuela Carmena para reducir la contaminación le parecía cosa de comunistas y ecologetas trasnochados. ¿Qué se podía esperar de alguien así? ¿Qué podíamos esperar de un alcalde sin la más mínima sensibilidad por la naturaleza? Pues esto mismo, que la emprendiera a tiros con un pájaro encantador que además dice las verdades del barquero.

Cualquiera que haya tenido una cotorra o un periquito alguna vez se habrá sorprendido con la inteligencia y la simpatía de estas chismosas del aire capaces de imitar los sonidos del habla humana. Quizás sea eso lo que preocupa a Martínez Almeida, que a las cotorras les dé por hablar, que le den al pico y a la mui, que ellas que lo ven todo desde arriba larguen lo que está pasando fuera de cámara en el PP de Madrid. Si una de estas emplumadas exóticas pía, hay un terremoto político en las derechas españolas. Si una cotorra le va a Ayuso con el cante de algo que, cinco minutos antes, ha dicho el alcalde sobre ella, se rompe en dos el partido. Imaginemos la que se puede formar si la presidenta madrileña extiende la mano en el balcón de su castillo en Puerta del Sol y una cotorra se posa suavemente en su dedo índice para replicar lo que va diciendo de ella su máximo rival político. “Ayuso traidora, Ayuso traidora”. Arde Génova.

Está claro que en Madrid había demasiados testigos alados, demasiadas cotillas verdosas poniendo el oído por ahí (y ahora no nos estamos refiriendo a Rocío Monasterio). Había que liquidar a las pobres cotorras, trovadoras del aire que no hacen otra cosa que contar lo que escuchan, parlar alegremente y decirle a los humanos la verdad pura y dura, descarnada, sin excusas ni retóricas políticas. La cotorra, una mascota a la que han colgado el cartel de invasora sin tener la culpa de nada (fue la estupidez y el capricho del hombre la que la desplazó de su hábitat), no es más que el símbolo perfecto de la desquiciada globalización y de una época decadente dominada por el depredador sapiens, dueño y señor de la Tierra que está acabando con los animales bien de calor, por el calentamiento climático, o a sangriento escopetazo.

Decía Dostoievski: “Sed alegres como los niños, como los pájaros del cielo”. Definitivamente, tras esta lluvia de pájaros abatidos, Madrid es hoy una ciudad más triste, más sórdida, más fea. La ciudad de los pájaros muertos. Decir que Almeida es el Hitler de las cotorras sería excesivo y no estamos para hipérboles literarias, que luego nos critican los analistas sesudos de la izquierda. Pero la noticia de la masacre es tan horrible que ya traspasa fronteras. Los ecos de las escopetas y las matanzas del alcalde matarife llegarán al mundo civilizado y sensible con los derechos de los animales, a París, a Berlín, a Londres y Nueva York. Las redes sociales del influyente lobby animalista iniciarán una campaña contra el Auschwitz madrileño de la cotorra. E Instagram se llenará de fotografías de avecillas despanzurradas, patas arriba, fritas y acribilladas a balazos. Una barbarie, una salvajada, un genocidio cotorril. El mundo se espeluznará ante esos salvajes españoles que convierten sus ciudades en cotos de caza franquistas y hasta Brigitte Bardot, gran madrina de los animales, y la indomable Greta Thunberg tomarán cartas en el asunto.

“Mira los cadáveres, les están pegando tiros”, grita una vecina horrorizada mientras persigue a los cazadores que se tapan la cara huyendo tras el cotorricidio. El alcalde aún no sabe dónde se ha metido. Ya lo pintan como un siniestro taxidermista, el Norman Bates de las cotorras. Por Hitchcock sabemos cómo los pájaros se revuelven contra el hombre arrogante que no respeta las leyes de la vida. Martínez-Almeida no debería gestionar este asunto a la ligera o puede convertirse en el cazador cazado. ¿La habrá tomado con la cotorra porque le recuerda a Ayuso?

Viñeta: Pedro Parrilla

LA POLICÍA DE VOX

(Publicado en Diario16 el 26 de noviembre de 2021)

La ley mordaza es inconstitucional y tiene que ser derogada. No lo dice Pedro Sánchez ni Alberto Rodríguez –el diputado de Podemos empapelado por dar una patada a un policía de la que no hay pruebas ni testigos más allá del testimonio del afectado–, lo dicen todos los organismos y tribunales con competencias en la materia. Que el bodrio autoritario ideado por Rajoy para reprimir manifestaciones callejeras va contra derechos fundamentales es algo que ha denunciado la ONU, la Unión Europea, la Comisión de Venecia y hasta el Tribunal Constitucional, el máximo órgano judicial español nada sospechoso de chavismo. Sin embargo, este fin de semana las derechas volverán a sacar a la calle a los policías para forzar al Gobierno a dar marcha atrás a su batería de enmiendas contra la ley de seguridad ciudadana. Preparémonos pues para un desfile militar en toda regla, una película de acción con los policías de Jusapol en el papel de extras y haciendo realidad el gran sueño del golpe a Sánchez de Santi Abascal.

Como buen discípulo aventajado de Trump, el líder de Vox sigue la hoja de ruta trazada por el ideólogo del nuevo fascismo posmoderno. Trump prometió un muro fronterizo y Abascal contempla su muro también (cada vez que va a Ceuta y Melilla la lía parda con ese tema). Trump niega la violencia machista y miren ustedes lo que pasó ayer en el Congreso de los Diputados. Y si Trump tiene a sus paramilitares barbudos de los Proud Boys, gente bragada y armada hasta los dientes dispuesta a asaltar el Capitolio, en su cerco al Congreso Abascal cuenta con la Policía Nacional y la Guardia Civil, que ya lo siguen como un solo hombre en su “guerra cultural” contra el socialcomunista bilduetarra. No deja de ser preocupante que un gremio fundamental para el sostenimiento del Estado de derecho como el de las fuerzas de seguridad se haya cuadrado marcialmente, poniéndose sin rechistar a las órdenes del Caudillo de Bilbao. La misión de un policía es servir al ciudadano, al de derechas y al de izquierdas, y no mezclarse en asuntos políticos ni con un salvapatrias de opereta. Un agente debería mantener la escrupulosa neutralidad ideológica a la que está obligado por ley, como se le exige a cualquier otro funcionario de la Administración pública, pero parece que aquí ya nos hemos acostumbrado a que la policía española sea la policía de Vox. Otra involución franquista. De ahí a la Brigada Político Social hay solo un paso. De ahí al viejo modelo pareja de la Guardia Civil buscando al gitano con el jamón al hombro por los caminos polvorientos de España media solo un suspiro.  

Produce miedo y estupor que un sindicato como Jusapol, que en teoría está para defender los legítimos derechos laborales de los policías, se haya convertido en la fuerza de choque de un partido ultraderechista, cuando no en la guardia de corps de Abascal. Pero así son las cosas, así de crudo y de negro se está poniendo el panorama en nuestra maltrecha democracia. En los últimos tiempos Vox se ha infiltrado peligrosamente en las instituciones y en el tejido social de este país. Ya controlan la judicatura (bochornoso que el Tribunal Constitucional tumbe un estado de alarma por una pandemia tras un recurso voxista que no se sostiene ni lógica ni jurídicamente). Ya cuentan con el apoyo incondicional de no pocos grupos de cabildeo (camioneros, agricultores, autónomos) que si se echan a la calle llevados por el odio ultra son capaces de paralizar un país y poner de rodillas a un Gobierno democrático. Y el remate al peligroso proceso hacia el Sindicato Vertical que lo controla todo es esa descarada politización de nuestras Fuerzas de Seguridad del Estado, que acabarán incluyendo en sus manuales de instrucción policial los principios generales del Movimiento Nacional, el estilo Torrente (el brazo tonto y facha de la ley), y un teñido al uniforme verde oliva de la Guardia Civil para darle el clásico tono fosforito Vox. Habrá que ver a los guardias de la España de Abascal enfundados en el mono chillón del partido único. Una horterada.

Toda esa radicalización de un cuerpo policial echado al monte viene, no lo olvidemos, de los tiempos de Rajoy, del procés de independencia en Cataluña y de unos piolines antidisturbios a los que primero arengaron con el patriótico grito de “a por ellos oé” y más tarde dejaron tirados, condenándolos al angosto camarote de un barco y al rancho frío y malo, como en la leyenda de la España negra que abandonó a su suerte a los últimos de Filipinas. O sea, que la derecha ultraliberal, una vez más, tiene bastante que ver en la progresiva degradación de un servicio público vital para el Estado de bienestar como es la seguridad.

Siempre se ha dicho que tenemos la mejor Policía del mundo. Y es cierto, ahí están los datos y estadísticas para corroborar esa tesis. Fruto de esa buena labor de modernización y europeización de los cuarteles que se ha hecho durante décadas es que hoy España registra las cifras más bajas de delincuencia de la Unión Europea y el guiri que visita nuestro país puede pasear por la noche y llenar los bares de copas de nuestras grandes ciudades sin miedo al tironero, al descuidero y otras faunas criminales. Pero a este paso, de continuarse por la senda de la politización y la radicalización extrema, van a terminar por ensuciar la buena imagen de nuestros agentes dentro y fuera de las fronteras. Si el ciudadano ya no confía en sus jueces politizados, los eficaces agentes españoles van camino de perder también ese halo de prestigio y esa brillante hoja de servicios en la lucha contra la delincuencia común, el terrorismo, la droga y el crimen organizado.

No cabe ninguna duda de que Jusapol es la guardia mora del nuevo Generalísimo. Una pena que las demás organizaciones y asociaciones policiales, por temor a perder votos, traguen con lo que les dicta el Sindicato Vertical. En cuanto al desnortado Casado, a esta hora se desconoce si va a acudir. El problema es que, aunque vaya, ya no pinta nada en esta historia. Pobre hombre.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

viernes, 26 de noviembre de 2021

LOS TROGLODITAS

(Publicado en Diario16 el 26 de noviembre de 2021)

Con motivo del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, el Congreso de los Diputados recordó ayer a las 1.118 asesinadas por sus parejas desde el año 2003. Una mujer muerta cada seis días en nuestro país.

Era una de esas sesiones para que el Parlamento, sede de la soberanía nacional, suscribiera una resolución de país, un texto conjunto y unánime del que todos nos sintiéramos orgullosos. Un día no para la política basura, ni para el insulto o el gañido mitinero, sino para arropar a las víctimas, para los elevados sentimientos, para hacer valer la fuerza del Estado de derecho frente a los agresores que, hoy por hoy, tienen amenazadas a más de 50.000 mujeres (la mayoría llevan una pulsera telemática porque temen que el verdugo aparezca en cualquier momento para acabar con ellas). La Cámara Baja había logrado consensuar una declaración institucional impulsada por PSOE y Unidas Podemos y Meritxell Batet la propuso para votación, pero una vez más Vox fue el único partido que la vetó y finalmente la resolución no pudo salir adelante al no existir unanimidad.

El partido de Santiago Abascal, en otro momento para la historia de la infamia, decidió jugar al electoralismo más abyecto, se puso de perfil para dar satisfacción a su parroquia y echó tierra encima de la memoria de las fallecidas. O sea, que fue como si las hubiesen matado dos veces: la primera a manos del bruto maromo; la segunda en la negra sesión de ayer, cuando la tropa ultra las humilló moralmente. Pocos episodios más crueles y desalmados se han vivido en las Cortes desde la instauración de la democracia.

Una vez rechaza la declaración institucional, Batet tomó la palabra para leer su propio discurso, que fue la voz de las asesinadas, la voz contra el genocidio machista. La presidenta del Congreso recordó a todas las víctimas, “directas e indirectas”, y recordó que “la violencia contra las mujeres constituye una violación de los derechos humanos y las libertades fundamentales e impide el total desarrollo de un Estado social y democrático de derecho”. En ese momento solemne la emoción se apoderó de todos los diputados y diputadas, que prorrumpieron en un sonoro aplauso, es decir, todos lo hicieron menos los 52 témpanos de hielo de Vox, los corazones de piedra, las esfinges o cachos de carne con ojos. Ninguno de ellos se sumó al aplauso colectivo y tampoco acudieron al acto en homenaje a las asesinadas que se celebró después en la Puerta del Sol. Para qué perder el tiempo con más de mil muertas.

Nadie con un mínimo de sensibilidad se hubiese opuesto a una resolución que no era ni de izquierdas ni de derechas, ni progre ni conservadora, ni de unos ni de otros, sino simplemente un texto digno y decente en recuerdo a las martirizadas. Con la lógica en la mano, ¿quién con un mínimo de humanidad se hubiese negado a algo tan justo como recordar a las que ya no están con nosotros porque una mano asesina las acuchilló vilmente, o las disparó a traición, o las abrasó con fuego o ácido, o las envenenó, o las descuartizó, o las arrojó al vacío, o las estranguló, o las atropelló con el coche sin piedad? Lamentablemente, esos 52 diputados no son gente corriente, son seres de sangre fría o con el hemisferio cerebral derecho atrofiado (incapaces de sentir emociones), bichos raros traumatizados por algo secreto que solo ellos conocen y que no pueden discernir entre lo que está bien y lo que está mal, entre lo que es pura humanidad y sucia polítiquería.

Ayer no se trataba de vencer una batalla más en esa odiosa guerra cultural en la que andan enfrascados y que solo ellos entienden; ni de debatir sobre feminismo con la izquierda podemita; ni siquiera de castigar a Pedro Sánchez con una sonora derrota parlamentaria. Solo se les pedía que se comportaran como personas de bien, decentes, honradas, y de no quedar como un unga unga sin civilizar salido de la caverna entre berridos y garrotazos.  

¿Pero qué le pasa a esta panda de inadaptados antisistema? ¿Acaso no tuvieron infancia? ¿Fueron así de marcianos desde el mismo momento del nacimiento o es que han ido cayendo en el vicio del odio y la iniquidad a medida que la vida les fue dando palos como a todo hijo de vecino? A Paul D. MacLean, el famoso neurocientífico norteamericano, le debemos la teoría evolutiva del cerebro triúnico –el cerebro reptiliano (los impulsos), el sistema límbico (las emociones) y la neocorteza (actividad lógica y racional)–. Si es cierto que en la mente reptiliana –compulsiva y estereotipada–, radican las reacciones instintivas sin control ni filtro alguno, sus señorías de Vox se comportan como reptiles del Jurásico. Una extraña tribu chamánica y patriarcal dispuesta a maquillar a los caníbales que matan a sus mujeres en un enfermizo complejo de complicidad con el psicópata. Un clan de seres prehistóricos que rara vez hacen uso de los otros dos cerebros, el emocional y el intelectual, y que se dejan arrastrar por la venada o ventolera. Misántropos incapaces de vivir en sociedad ni de firmar un manifiesto contra la violencia como en su día tampoco lo hicieron los que daban amparo y cobijo político a los pistoleros de ETA. Trogloditas, ni más ni menos. 

Viñeta: Iñaki y Frenchy

jueves, 25 de noviembre de 2021

LOS TUMBADOS

 

(Publicado en Diario16 el 25 de noviembre de 2021)

Un movimiento de insumisión social se abre paso en todo el mundo: los tumbados. En China, en Estados Unidos, en Europa, en todas partes, cada vez son más las personas que se plantan ante la explotación laboral, los bajos salarios y las miserias e injusticias del capitalismo quedándose en casa sin hacer nada, encamados, tumbados en el sofá (de ahí el término que da nombre al fenómeno). Son legión, millones de parados voluntarios, currantes aquejados de otra grave pandemia: la precariedad laboral y la crueldad de un sistema industrial que destruye el alma humana.

El siempre fino e incisivo analista Josep Ramoneda advierte de que es preciso prestar atención a este grito pasota y ocioso porque dice mucho de los tiempos duros que vivimos. Los tumbados son el síntoma más claro y evidente de que el caótico mercado laboral, la semiesclavitud del siglo XXI, ha terminado por romper el contrato social, las costuras de la sociedad y la propia civilización humana.

Desde Marx y Engels sabemos que los trabajadores deben tomar conciencia de clase, asumir su alienación y explotación a manos del patrono y asociarse para dar la batalla en movilizaciones callejeras. Fue así como se hizo la gran revolución proletaria del XIX, con activismo, con el combustible de la sangre, con grandes movimientos como marejadas humanas que inundaban de pasquines y banderas rojas las fábricas y galpones del capitalismo. Ese es el método clásico de lucha obrera que tanto sufrimiento y sacrificio costó en el pasado y que hoy sigue dando victorias al lumpenproletariat, como han demostrado los bravos compañeros del Metal de Navantia que durante nueve días se han batido el cobre contra los antidisturbios y las tanquetas de Marlaska. La batalla de Cádiz, segunda entrega de aquella gloriosa revolución de la Pepa, ha venido a demostrar que no todo está perdido, que pese al lavado de cerebro ultraliberal de las últimas décadas, pese a la estafa de los falsos autónomos y el perverso intento de convencer a los asalariados de que son emprendedores, pequeños empresarios y potenciales burgueses, todavía queda lugar para pequeñas conquistas sociales.

Sin embargo, vivimos en el siglo de la posverdad, de la crisis de los valores humanistas, de la decadencia de las ideas ilustradas y del fascismo tecnológico y muchos trabajadores han decidido renunciar a la revolución para quedarse quietos ante ese Leviatán, en permanente huelga de brazos caídos, encerrados en la oscuridad deprimente del comedor frente al destello cegador de la estúpida televisión, entre vacías bolsas de patatas fritas y restos de hamburguesas. Muertos en vida. Es el final de la revolución, la derrota definitiva del marxismo, el triunfo de las élites dominantes que han terminado ganando la guerra secular entre ricos y pobres por cansancio, hastío y trastorno emocional del proletario que acaba, además de alienado, enajenado y engullendo tranquilizantes contra la depresión.

El capitalismo es una neurosis que no solo agrava la codicia del empresario, sino que enferma también las mentes de los trabajadores, que terminan enterrados en el ataúd del sofá, tumbados como cadáveres o despojos del sistema, sumidos en el sueño de la tristeza y convencidos de que es mejor dejarse llevar en el mar de la injusticia, como un madero a la deriva, porque no hay futuro. Son víctimas del sistema depredador que ya no pueden más, gente exprimida y extenuada por las responsabilidades laborales, por la enloquecida producción en serie, por los horarios interminables, por los trabajos mal pagados y la guillotina de la hipoteca. Un inmenso drama social, el del fracaso de la sociedad de consumo, que tiene muy preocupados a los grandes negreros y esclavistas de la humanidad como Xi Jinping.

Los tumbados nacen marcados por una gran contradicción: se rebelan contra la explotación y el modelo “casa, coche y familia” pero no hacen nada por cambiar las cosas; se niegan a trabajar por un miserable euro la hora, como las sufridas Kellys, o a pasar por el minijob de mierda, pero bajan los brazos definitivamente; cambian el mono azul obrero por los gayumbos y el chándal para convertir el salón de su casa en todo su mundo. Podría decirse que estamos ante un Mayo del 68 a la china, otra forma de protesta contra el capitalismo salvaje que devora seres humanos como aquel Saturno de Goya devoraba a sus hijos. Podría considerarse que esto es una reedición de la resistencia pasiva de Gandhi que terminó doblegando al imperialismo anglosajón o una nueva moda jipi como la que muchos abrazaron en los sesenta para huir de la realidad del capitalismo dándole al porrillo y al tripi, pero no. Uno cree que este movimiento no tiene un origen filosófico, ni político, ni es una rebelión contra el trabajo mismo, que como muy bien dijo Oscar Wilde es el refugio de los que no tienen nada que hacer. Es simple y llanamente una nueva forma de suicidio colectivo lento y a largo plazo. Gente que, a la vista de que la violencia laboral y el fascismo económico lo invaden ya todo, se atrinchera en la última barricada del hogar, entablilla la puerta a martillazos y decide tirar hasta el final con los pocos ahorrillos que le quedan.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

EL LOBBY

(Publicado en Diario16 el 25 de noviembre de 2021)

Las derechas se han apropiado de la bandera, del himno nacional y del concepto mismo de España. Ahora quieren patrimonializar la Policía Nacional y la Guardia Civil. Mejor dicho, ya lo han hecho. Ayer, el gremio de fuerzas de seguridad se manifestaba en Madrid para protestar contra la reforma del Gobierno que pretende acabar con la ley mordaza. Aquello, más que una legítima movilización para mejorar las condiciones laborales de los agentes, fue un acto político a mayor gloria de Santiago Abascal y de Vox. El manifiesto callejero previo al recurso de inconstitucionalidad que llegará después.

Pablo Casado también quiso sacar su tajada electoral de la movida policial, pero el hombre no tiene ni la mitad de tirón que su competidor, así que pierde el tiempo. Él va a esas cosas porque tiene que ir, cantinflea un poco por allí, olfatea por si quedan algunas sobras de la extrema derecha, suelta una frase de cuñado de las suyas y con las mismas se vuelve para Génova. Sabe que no es, ni de lejos, el hombre elegido por las masas policiales, que lo consideran un feble, y si no asistiera a la convocatoria ni siquiera se notaría su ausencia. Nos guste o no, los agentes afiliados a Jusapol están con Vox. Son la guardia pretoriana, los Proud Boys del Trump español. Y ese éxito es incontestable. No se puede negar que Abascal sabe trabajarse el grupo de cabildeo o de presión, cosa que Casado no. Casado sabrá de títulos universitarios exprés para engordar currículum, pero no le hables tú de sacar adelante un partido ni de moverse por Granada porque es de orientación torpe y al final acaba metiéndose sin querer en una misa negra en recuerdo de Franco.

Sin embargo, cuando Vox pone la diana en un lobby, le saca cien mil votos o más. Que el Gobierno se olvida de los problemas de los transportistas o autónomos, allí está Vox para sacar provecho. Que los agricultores están quemados porque tienen que tirar la fruta a la basura o porque el diésel está por las nubes, allá que se van los de Vox con el megáfono, la camisa a cuadros de leñador, el hacha y la gorra con orejeras del rural. Que los taurinos y cazadores se levantan en armas contra Sánchez, allí aparece Vox con las redes de pescador (y las de Twitter) para sacar provecho del río revuelto. Y entre mitin y mitin, entre performance y performance, todavía tienen tiempo de mandarle algún mensaje de apoyo y resistencia a los machistas que se niegan a pagar la pensión de la ex, que todo suma. Al caer la tarde, los proselitistas ultras regresan al cuartel general cantando fraternalmente, ay ho, ay ho, como los enanitos de Blancanieves, se sientan alrededor de una mesa ante el sargento Smith y hacen recuento de votos recolectados. Así se va llenando el granero, así se va levantando un partido.

La estrategia política voxista está tirando fuerte en buena medida por dos motivos. En primer lugar, porque el PSOE de Sánchez se está olvidando negligentemente de la calle, de la sociología real de España, de los problemas acuciantes de los distintos gremios profesionales (no hay más que ver su bochornosa gestión del conflicto gaditano del Metal) mientras se dedica a sus congresillos regionales y a sus discusiones metafísicas sobre el futuro de la socialdemocracia, el feminismo transgenerista y la importancia de comer brócoli para frenar el cambio climático. La nueva izquierda debate teóricamente, la ultraderecha de siempre va al grano, o sea al voto del desafecto.

En segundo término, el secreto del éxito de Vox hay que buscarlo en que Casado está en otra cosa, mayormente en pegarse tiros en el pie en su guerra fratricida contra Ayuso. Resulta curioso comprobar cómo Abascal jamás dice nada que pueda suponer un coste electoral entre su parroquia y si tiene que entrar en abierta contradicción lógica lo hace con total tranquilidad. Ayer, sin ir más lejos, fue capaz de acusar al Gobierno de “desarmar a la Policía para armar a los delincuentes” y al mismo tiempo criticar la tanqueta Marlaska que estos días reprime con dureza al obreraje de Cádiz. “Nos parece muy significativo que el Gobierno utilice medidas más contundentes contra los trabajadores desesperados que contra quienes asaltan nuestras fronteras o dan un golpe separatista en Cataluña”, afirmó el líder voxista. Es decir, que en un burdo truco de hábil ilusionista supo dar jabón a los policías cabreados que se manifestaban en Madrid mientras dejaba con el culo al aire a los mismos agentes que hacen frente a los piquetes en los astilleros de Navantia. ¿Se puede ser más incoherente y demagógico? Pues le funciona.

Si hacemos un análisis semiótico de su declaración ante la prensa constataremos su guiño descarado al proletariado gaditano abandonado por la izquierda. Abascal está diciéndole a la famélica legión: venid conmigo, romped con el sanchismo podemita que os ha traicionado, acercaos a mí que yo soy el camino, la verdad y la vida. Hay que tener morro y no poca destreza política para en una misma tarde y en una misma frase querer seducir a unos y a otros, a los que reparten palos y a los que los reciben, a los maderos antidisturbios y a los que sufren la leña. Eso es la extrema derecha populista: cubos de demagogia, cantos de sirena por doquier, piquito de oro y melodías de flautista de Hamelín que los acólitos, incautos y desahuciados del Estado de bienestar siguen sin rechistar y sin mostrar ni un ápice de capacidad crítica. Sin duda, Abascal es el hombre más peligroso de la derecha española. Y Casado un chiquilicuatre. Ya lo dijo Aguirre.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

EL FÚTBOL DE LOS RICOS

(Publicado en Diario16 el 24 de noviembre de 2021)

Que la UEFA es una cueva de caciques y cuatreros que ni la de Alí Babá es algo que ya podemos dar por hecho. Pero esa no es razón suficiente para cargarse una institución deportiva que lleva décadas dirigiendo, con éxito, los destinos del fútbol. Imaginemos que un día se prueba por fin que el Congreso de los Diputados está lleno de comisionistas y gourmets de la mordida. ¿Sería eso motivo para cerrar el Parlamento, sagrado templo de la democracia, e inaugurar un nuevo régimen oligárquico o dictatorial como pretenden algunos? No parece. Lo que dicta la lógica es que las instituciones están por encima de quienes las representan y si un cargo público sale rana se le coge, se le depura, se le sienta ante un tribunal y se le empluma. Lo contrario, acabar con todo, sería darle la razón al antisistema Donald Trump, que durante su negro mandato sacó a Estados Unidos de organismos internacionales como la OMS o las cumbres climáticas con el pretexto conspiranoico de que sus dirigentes trabajan para unos vampiros comunistas que se ponen ciegos con la sangre de los niños de todo el planeta. ¿Absurdo no? Pues esa ruptura es la que le gusta a Florentino Pérez, el Trump del fútbol.  

Quiere decirse que la corrupción no es argumento para liquidar una entidad gubernamental, ya sea nacional o supranacional. De ser así, no existiría el Estado democrático ni sus respectivos poderes y viviríamos en la más pura anarquía, que es donde parecen querer llegar los nuevos fascistas hábilmente disfrazados de ácratas o libertarios. Discursos como el de Trump, que reduce el Estado de bienestar a la mínima expresión so pretexto de un pretendido individualismo, no tienen como objetivo alcanzar un estadio nirvánico donde los ciudadanos viven en absoluta libertad y felicidad y donde cada cual hace lo que le place (que eso es otra utopía), sino imponer una dictadura una vez desmantelados o fagocitados los centros de poder democrático. El truco de cómo el nazismo destruye la democracia desde dentro es viejo y no descubrimos nada nuevo. Lo que hay que hacer, por tanto, es limpiar o higienizar las instituciones sacando las manzanas podridas del cesto y si la UEFA está carcomida de corrupción habrá que depurar responsabilidades para que el fútbol vuelva a ser un deporte limpio otra vez.

Viene todo esto a cuento de la última resolución del Parlamento Europeo, que ayer rechazó la Superliga de Florentino alegando que ese tipo de proyectos apuestan por “competiciones rupturistas” contrarias a los más elementales principios y valores deportivos porque socavan principios como la solidaridad y la justicia y “ponen en peligro la estabilidad del ecosistema deportivo en su conjunto”. O sea, que la resolución de la eurocámara pinta a Florentino como una voraz especie depredadora que esquilma el mundo del deporte.

Por refrescar la memoria del lector, el presidente del Real Madrid ha lanzado la idea de crear una gran liga europea herméticamente cerrada en la que siempre participarían los mismos, es decir, los clubes más poderosos financieramente, desplazando a los modestos y condenándolos a una perpetua segunda división. Con esta propuesta (elitista y discriminatoria) Florentino pretendía crear un club de privilegiados donde los grandes tiburones se repartían la tarta de los derechos televisivos y de paso los títulos, que solo pueden ganar unos cuantos millonarios. Es decir, el sistema oligopolístico que sustenta el modelo de liberalismo o capitalismo salvaje que padecemos hoy, donde unos pocos ricos triunfan y viven a cuerpo de rey mientras el pueblo mira, sufre y babea. De Florentino Pérez no podía salir nada que no fuese esa nefasta ideología ultraliberal, a fin de cuentas gobierna el Real Madrid como si fuese una constructora donde la cuenta de resultados se antepone siempre al sentimentalismo de los aficionados (si hubiese tenido en cuenta el factor emocional habría hecho todo lo posible porque Sergio Ramos, Casillas, Raúl, Zidane y otras tantas leyendas del club no habrían salido por la puerta de atrás rumbo al exilio furbolístico).

Obviamente, esa filosofía florentiniana (que solo puede venir de un opulento que se considera superior a los demás porque su cartera es más gruesa) rompe con los valores fundamentales del deporte, como el esfuerzo que a menudo obtiene su recompensa, la victoria en igualdad de condiciones sobre el terreno de juego, el respeto al otro, la no discriminación, el humanismo, la solidaridad y el fair play. Ahora es cuando sale el descreído o hater de las redes sociales y nos dice: no sea ingenuo, señor Antequera, hace tiempo que todos esos nobles principios que usted invoca ya no rigen en este fútbol convertido en negocio y espectáculo. Pues no es del todo cierto. Es verdad que el dinero ha terminado enterrando el aspecto romántico del fútbol, pero aun así todavía hay lugar para la gesta del pobre que entra en la leyenda, como cuando se produjo el famoso “alcorconazo” y un equipo modesto apeó al poderoso Real Madrid de la Copa del Rey. Quizá fue aquella derrota humillante la que terminó por enrabietar a Florentino, que al final decidió que siempre es mejor perder contra un poderoso que contra un equipo de regional preferente. Algo de miedo al ridículo, de cobardía deportiva y de pánico escénico ante la posibilidad de que el equipo menor le pinte a uno la cara hay también en la propuesta de Superliga.

Nadie que esté en sus cabales puede admirar lo que significa la UEFA, un organismo sobre el que recaen negras sombras de sospecha. Pero ese modelo ha dado resultado en lo deportivo y hoy por hoy la Copa de Europa (uno es un antiguo y prefiere seguir llamándola así) es la competición más seguida y trepidante del mundo. El fútbol es el deporte emblemático de las modernas democracias, una actividad popular muy alejada del modelo Club Bilderberg que pretende Florentino. Así se lo hicieron saber los miles de aficionados ingleses que se echaron a las calles para mostrar su repulsa contra la polémica e injusta Superliga. Un inglés es antes que nada un futbolista y sabe de qué va este deporte. De alguna forma, pese a los siniestros personajes que controlan la UEFA y la FIFA (más bien la filfa), hemos hecho realidad aquella gran frase de Paul Auster, para quien el fútbol es un milagro que le permitió a Europa odiarse sin destruirse. O sea, que el fútbol como conquista de todos, no solo de una élite de millonarios, ha vertebrado el viejo continente. Lo cual, tras siglos de guerras sangrientas, no es poco.

Viñeta: Igepzio

LA TANQUETA DE MARLASKA

(Publicado en Diario16 el 23 de noviembre de 2021)

El obrero tiene más necesidad de respeto que de pan, decía Marx. A los trabajadores del Metal de Cádiz se les está faltando al respeto. No solo porque llevan años abandonados a su suerte pese a que no hacen más que reclamar mejoras laborales tan justas como necesarias, sino porque se les está tratando como a delincuentes. El último desprecio es esa tanqueta infame que han lanzado contra los manifestantes. Menos mal que teníamos un Gobierno socialista, si llega a estar Casado en la Moncloa con su cabo furriel Santi Abascal meten la Legión con cabra y todo en la tacita de plata y convierten aquello en un polvorín que ni la Semana Trágica de Barcelona.

Un día más (y van ocho) la bahía de Cádiz amanece envuelta en el humo negro proletario de la batalla campal. Los vecinos se han acostumbrado ya a las escaramuzas entre piquetes y policías. Definitivamente, la cosa se ha ido de las manos en el conflicto laboral más duro desde que gobierna Pedro Sánchez. La patronal, como siempre, se ha levantado de la mesa de negociación en cuanto ha oído hablar de darle unas migajas al obrero y el Gobierno se ha lavado las manos de forma indecente, como si el problema de la crisis endémica de toda una provincia no fuese con él. Solo el alcalde Kichi ha estado a la altura y ha sido coherente (esa palabra que ya nadie usa) al atreverse a bajar a las barricadas para empuñar el megáfono y ponerse al lado de los débiles, de los compañeros del metal, de los nuevos esclavos metalúrgicos que muerden la chapa de sol a sol. “Hemos tenido que meter fuego a Cádiz para que Madrid se fije”, dice con amargura el edil gaditano. Puede sonar fuerte, pero eso es exactamente lo que está pasando allí, que nadie quiere saber nada de Cádiz, que a Cádiz la han convertido en un inmenso polígono industrial abandonado, un erial en los extrarradios de la España sureña y pobre por donde pulula una marea humana industrial, deprimida y gris.   

Con un veintitantos de paro desde hace décadas, con la empresa del hachís a pleno rendimiento, con el fracaso escolar por las nubes y el nivel de renta en niveles tercermundistas, ¿qué podía salir mal? Todo. Mientras tanto, el patrón y los hombres de orden de las derechas ya han lanzado su habitual campaña de propaganda en los periódicos de la caverna para criminalizar la huelga, estigmatizar al obrero y reconvertir (esa maldita palabra) una legítima reivindicación laboral en una revuelta callejera de terroristas, matones y pistoleros anarquistas. Ya hablan de estallido social de violencia cuando esto es lo de siempre, ya que toda huelga es un levantamiento del hambre contra la codicia. La violencia no la ejerce el obrero, va en vertical de arriba abajo, la galvaniza el poderoso contra el débil, el rico contra el pobre, el negrero que pone a trabajar al peón de sol a sol hasta transformar su cuerpo treintañero en el de un viejoven achacoso. La violencia la genera el propio sistema, no el padre de familia que pelea en la calle por una calderilla más. La violencia es el monstruo atroz de los talleres de hierro que con sus chispazos de injusticia y fuego va quemando a soplete al sufrido asalariado. Porque, no lo olvidemos, el patrón de Navantia asume la vida esclava que le da al trabajador a cambio de botar unas cuantas corbetas genocidas para que Arabia Saudí siga masacrando yemeníes. Eso es industrialización a la española, ese es el progreso en el horizonte 2030 de Sánchez, eso es modernización y economía de escala. A esa basura industrial que tritura seres humanos como tornillos desechables y herrumbrosos lo llaman “capitalismo globalizante”. Es el capitalismo salvaje como inmenso astillero donde se fabrica y se funde, todo en uno, el tercermundismo gaditano, la guerra contra África y la riqueza de algunos.

El pueblo de Cádiz se echa a la calle, los estudiantes se unen a los trabajadores en huelga, la mecha prende en toda la comarca en un quejío desgarrado que revela la dramática realidad de esta España que no va a ser el paraíso de la justicia y la igualdad que nos habían prometido. Si Sánchez ni siquiera tiene el valor de derogar la reforma laboral de Rajoy que ha traído estos lodos posindustriales, ¿cómo va a solucionar la vida de toda esta gente?

Mientras tanto, la única respuesta que se da a los gaditanos es la tanqueta de acero modelo Marlaska (Marlaska dimisión), una tanqueta blindada de crueldad e injusticia, una represora tanqueta del Ejército para ulsterizar Cádiz y convertir aquella tierra noble y fértil en un campo de batalla contra la izquierda y la lucha de clases. Una aplastante maquinaria bélica, casi un Panzer del nazismo económico que nos gobierna y hace pedazos al lumpenproletariat. Para eso se ha quedado el Gobierno, para hacer las veces de monosabio del patrono picador.

Dice la prensa de la derechona que un obrero ha destrozado la luna de un autobús de una pedrada. Aquí la única luna rota es la que alumbraba los sueños rotos de los sufridos gaditanos y la esperanza de una izquierda real. Ya lo dijo Alberti, el viejo marinero revolucionario: Qué negra quedó la mar; la noche, qué desolada.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

LOS GRUPOS ULTRAS


(Publicado en Diario16 el 23 de noviembre de 2021)

La ofensiva derechista arrecia. Los grupos ultracatólicos se movilizan en la calle mientras Vox va ganando terreno y Pablo Casado ya no se esconde de nadie cuando tiene que asistir a una misa negra en recuerdo a Franco y José Antonio. Cada vez resulta más difícil diferenciar al PP del partido de Santiago Abascal. Con ciertos matices, propugnan lo mismo, pactan los mismos programas, gobiernan juntos y ambos siguen reverenciando la figura del dictador. ¿Cómo se puede demostrar tanta sensibilidad con las víctimas de ETA, como hace a menudo Casado, y caer en una amnesia premeditada tan profunda cuando se trata de reconocer el derecho a la reparación moral de los fusilados y represaliados por el franquismo? Hipocresía y doble rasero; retórica maquiavélica en estado puro. Todos los caídos a causa de la violencia, tanto la ejercida por los terroristas como por el crimen de Estado, deberían tener derecho a su reconocimiento y dignidad. Pero han pasado más de cuarenta años desde que murió el tirano y la derecha española asilvestrada y montaraz sigue enrocada sin condenar el régimen de terror que fue el cuarentañismo. Un error histórico que en buena medida es la raíz de muchos de los problemas actuales de este país.

El PP fue un partido fundado por franquistas que decidieron dar el salto adelante para seguir en política y conseguir sus fines por otros medios (en este caso disfrazándose de demócratas). Han tenido tiempo más que suficiente para romper con el pasado y con aquel pecado original, para resarcirse e integrar de una vez por todas el bloque de los auténticos demócratas que condenan el régimen franquista. No lo han hecho ni lo harán. Y no solo no renuncian a la debida catarsis porque ello supondría perder apoyos entre la parroquia (el voto fugado del PP a Vox sigue siendo una profusa sangría) sino porque eso sería tanto como abjurar de los principios genealógicos del partido.

El PP se fundó para lo que fundó: para mantener las esencias del Movimiento Nacional (Dios, patria y orden), para mantener los derechos de una privilegiada casta franquista y como último bastión para frenar el comunismo (en realidad el comunismo hace tiempo que se derrotó a sí mismo, por sus propias contradicciones y por el apabullante poderío de la sociedad de consumo, de modo que no hay ningún peligro de bolchevización, aunque las derechas sigan viviendo el delirio de la invasión roja). Más allá de ese dique de contención, poco programa, poco proyecto de país, poca reforma. Los valores políticos franquistas siguen intactos (mayormente acabar con el rojo separatista enemigo de España) y el nacionalcatolicismo sigue más vigente que nunca, tan vivo como cuando la Carta Colectiva del cardenal primado Gomá del 37 apoyó el golpe militar y confirió a la Guerra Civil el carácter de santa cruzada contra el ateísmo marxista.  

Precisamente el próximo domingo el nuevo fascismo blando heredero de Franco y los grupos de cabildeo que le siguen dando cobertura religiosa sin fisuras volverán a exhibir músculo en otra manifestación contra del aborto y la eutanasia. Allí estarán representados los poderes fácticos de siempre, los que insisten y persisten en mantener incólumes las esencias patrias. Por un lado, los ideólogos políticos con su trumpista declaración de guerra cultural contra el consenso progre (cabe pensar que el ya inseparable binomio PP/Vox apoyará la movilización). Por otro, los grupos religiosos provida próximos a lo más reaccionario de la Iglesia católica, que estos días anda de penitencia pidiendo perdón por los errores del pasado, aunque paradójicamente siga tomando partido por el bando equivocado.

Conviene no olvidar que la iniciativa se produce días antes de la más que probable presentación de una nueva gran plataforma ultrarreligiosa que nace para servir de “brújula” moral de la derecha. Los manifestantes mostrarán su rechazo a la “reforma del Código Penal que el Gobierno ha presentado para penalizar la libertad de expresión y manifestación de quienes defendemos la vida humana desde su inicio a su fin natural”. En realidad, lo que pretende el Ejecutivo de coalición es evitar el acoso que, a las puertas de las clínicas, vienen sufriendo las mujeres que han decidido interrumpir su embarazo. En definitiva, la protesta será una nueva performance con tintes medievalistas en defensa de la familia tradicional, numerosa y en blanco y negro, que pretende retroceder más de ochenta años hasta los tiempos del NO-DO. Puro atavismo fanatizado.

En puro análisis lógico y político, esta marcha es la reacción visceral contra el acto que hace unos días protagonizaron en Valencia las cinco lideresas de la nueva izquierda española que bajo la batuta de Yolanda Díaz pretenden impulsar un Frente Amplio feminista a la que los promotores de la manifestación del domingo ya le han colgado el cartel de “aquelarre de brujas” propio del “Frente Popular”. O sea, las mismas palabras y conceptos del guerracivilismo fascista de toda la vida.

Viñeta: Iñaki y Frenchy 

MISA NEGRA

(Publicado en Diario16 el 23 de noviembre de 2021)

Resulta ciertamente preocupante que Pablo Casado ande la noche del 20N de misas negras en honor a Franco y José Antonio. La prensa de la caverna asegura que el dirigente popular se confundió al acudir a la catedral de Granada, aunque eso ya es lo de menos. Cualquiera puede meterse por error en un sitio poco recomendable, darse cuenta de dónde ha caído y volver a salir por donde ha entrado. Por ejemplo, uno puede colarse sin querer en una tertulia o club de neonazis y percatarse después de que ese sitio no es para él. O caer en una reunión de magufos, chamanes y esotéricos y salir disparado de allí, como alma que lleva el diablo, al entender que está de más en esa secta.

Sin embargo, Casado decidió no irse, es más, se quedó hasta el final a pesar de que el cura estaba dedicando los santos oficios a la memoria del dictador. No le chirrió lo más mínimo que el párroco hiciera rogativas a un genocida. No se le pasó por la cabeza que pedir cuatro padrenuestros y una avemaría en recuerdo de un terrorista de Estado que fusiló a miles de inocentes era impúdico además de una exaltación del fascismo. Ni siquiera se paró a pensar por un momento que aquella misa falangista era un disparate ético y filosófico por lo que tenía de adoración al mismísimo Satán (si un demonio se encarnó alguna vez para entronizarse como dios de todos los españoles ese fue el Caudillo gallego).

Al líder del PP no le supuso ningún dilema moral todo ese despropósito católico. ¿Por qué? Sencillamente porque Casado lleva el franquismo interiorizado en sus genes o no lo ve como algo malo, nocivo, perverso. Como todo hombre de derechas español, el jefe de la oposición cree que el cuarentañismo fue una época de orden, paz y prosperidad. Por eso no le repugna. Por eso pacta con la gente de Vox. Por eso no le asalta el remordimiento cuando ataca a esos pesados republicanos que andan todo el día buscando huesos en la fosa del abuelo. Casado es así, no le demos más vueltas.

Nos gustaría poder concederle el beneficio de la duda al líder del PP y pensar que se equivocó de iglesia, que el hombre no se orienta bien, que se pierde en cuanto lo sacan de casa, que él no quería estar allí. Que algo o alguien lo abdujo y lo teletransportó a una misa en el frío invierno de 1940 con él entrando bajo palio en lugar del dictador y sin una mujer odiosa como Ayuso haciéndole sombra. A fin de cuentas, todo el que haya visitado alguna vez la mágica Granada sabe que aquello es un intrincado laberinto de calles estrechas y juderías donde uno acaba sufriendo un síndrome de Stendhal que le trastorna y termina por hacerle perder la noción del espacio y del tiempo, del pasado y del presente, de lo que está mal y lo que está bien. Pero llama poderosamente la atención que entre 23.000 parroquias, 87 catedrales y 639 santuarios de todo el país terminara precisamente en un templo religioso donde se trata a Franco como a un santo, se le recita el rosario fervientemente y se le pone un coro juvenil de alegres niños cantores (algo creciditos, eso sí) que en lugar de acompañar el responso con un gregoriano entona graciosamente el Cara al Sol. Todo ello, paradójicamente, ocurrió solo unos días después de que la Iglesia, por boca del obispo Omella, pidiera perdón por los errores del pasado, aunque parece que en ese listado de yerros y faltas no entraba haber apoyado un régimen criminal que durante cuarenta años asesinó a cientos de miles de personas. Qué despiste más tonto. 

Como era de prever, el asunto ha levantado la correspondiente polvareda política. Pablo Echenique cree que el episodio es de “una enorme gravedad” y tiene más razón que un santo, nunca mejor dicho. E Íñigo Errejón ha pedido que Casado suba a la tribuna de las Cortes para explicarse con urgencia. El líder del PP lo tiene fácil para no quedar como un nostálgico del régimen y un ferviente beato del fascismo patrio. Que dé la cara y diga: “Señores, soy un demócrata de pedigrí, no me vinculen con el Tío Paco”. O sea, un borbónico “me he equivocao, no volverá a ocurrir”. No lo hará y precisamente ahí está la prueba del algodón de que lleva el glorioso movimiento nacional implícito, latente, por dentro.

De momento la Fundación Franco ya le ha agradecido su presencia en la catedral de Granada el 20N para rezar “por el alma de un cristiano ejemplar como Francisco Franco Bahamonde” y espera que ese gesto sirva para “normalizar” todas las actividades y reivindicaciones de la fundación cuando el PP llegue al poder (una clara invitación a reinstaurar el nacionalcatolicismo en España). Visto lo visto, lo mejor que puede hacer Casado es salir del armario franquista de una vez, dejarse de complejos freudianos y hacer como Santi Abascal, que lleva a gala su condición de nostálgico para vivirla con pasión. Y que vaya reservando ya la excursión al Cementerio de Mingorrubio del año que viene. En primera fila, cabeza rapada y envuelto en la bandera del pollo. Arriba España, coño.

Viñeta: Pedro Parrilla

LA ORGANIZACIÓN CRIMINAL

(Publicado en Diario16 el 22 de noviembre de 2021)

Las cuentas del PP llevan una década bajo sospecha. Han sido tantos casos de corrupción que sería imposible enumerarlos aquí. Cuando Pablo Casado anunció el cierre de Génova 13 parecía que el líder popular quería pasar página en los años negros de la corrupción, dejar atrás el pasado y refundar un nuevo proyecto político. Para ello anunció a bombo y platillo un departamento de cumplimiento normativo y transparencia, un supuesto organismo de gestión interna que debía controlar hasta el último céntimo y evitar que la mafia se instalara en la jefatura, como cuando los Correa, Crespo, El Bigotes y otros clanes familiares –todos ellos condenados por diversas trapacerías–, se paseaban por los pasillos del cuartel general pepero como Pedro por su casa. Sin embargo, a fecha de hoy no han hecho nada de nada y de aquellas anunciadas medidas regeneradoras nunca más se supo.

Desde que estalló el caso Gürtel que le costó el Gobierno a Mariano Rajoy, todo han sido buenas palabras, loas a la honorabilidad de un partido histórico y declaraciones públicas sobre la honestidad y la honradez de quienes trabajan por España en el nuevo PP casadista. Ha habido tiempo más que suficiente para que el partido se adaptara a lo que debe ser una organización seria y transparente, dejando atrás la imagen de chiringuito donde el que más y el que menos metía la mano en el cazo o en la caja B. Sin embargo, las medidas anticorrupción no terminan de llegar y se ha demostrado que la supuesta mudanza de Génova, aquel suntuoso edificio en el corazón mismo de Madrid, obedeció única y exclusivamente a que el partido estaba en la más absoluta de las bancarrotas, de modo que se imponía a la fuerza una sede más barata y modesta. Nada en aquella operación inmobiliaria tuvo que ver con el hipotético intento de Casado de romper con un buque insignia que fue el farallón y la viva imagen de la corrupción popular en tiempos de Aznar y Rajoy.

La prueba fehaciente de que nada ha cambiado y de que todo lo que ha dicho Pablo Casado hasta hoy no era más que puro postureo es que la Fiscalía Anticorrupción acaba de darle un nuevo tirón de orejas al partido para que se ponga al día de una vez, haga los deberes y adopte ya las urgentes medidas contra la corrupción que todos los partidos llevan aplicando desde hace años, tal como informa la Ser. Los fiscales que indagan en la trama valenciana de corrupción concluyen que la cúpula del PP consentía y aceptaba que allí se “manejara dinero en efectivo o recaudara de empresarios”, critica que no se haya hecho “nada” a pesar de que las cuentas internas estaban siendo investigadas por la Justicia desde hacía cuatro años y pide sentar en el banquillo al partido por un delito de blanqueo de capitales.

Una vez más, desde Génova se nos dice que están en ello, que andan a vueltas con el plan para adaptarse a la necesaria transparencia democrática, que la cosa lleva su tiempo y que no les metan prisa porque ellos van a su ritmo. O sea, que no han movido un solo dedo y por eso van dando largas. Ya sabemos que en el PP nunca fueron muy de trabajar. Ellos son más del máster rápido y fácil en cualquier universidad, de modo que algo tan sencillo como sentarse en una mesa y dedicarle un rato a algo tan trascendental como elaborar un departamento de control contra golfos y butroneros lo van dejando para el día siguiente, se procrastinan y ahora se encuentran con que han pasado más de diez años y el fango sigue acumulado en los sótanos y bodegas del gran barco genovés. El pepé sigue haciéndose popó.

En realidad, no les costaría tanto incluir un mecanismo de control de la corrupción y si no lo hacen es porque no quieren. Como son conservadores se resisten a los cambios y a hacer la necesaria reconversión de oscura organización criminal a partido con luz y taquígrafos. Así, el jefe le pasa el muerto de las medidas de regeneración a Teodoro García, que a su vez se lo endosa a Cuca Gamarra para que esta se lo quite de encima y se lo endilgue a Montesinos, que el hombre no sabe lo que hacer con él y finalmente habla con el bedel de la puerta y le dice: “No deje usted pasar a ningún extraño por aquí, que luego pasa lo que pasa”. Hasta ahí llegan las medidas de transparencia del PP, hasta ahí llega la regeneración y puesta al día para que el partido deje de ser algún día la Sodoma y Gomorra de la corrupción española.

Obviamente, hoy por hoy el PP tiene cosas mucho más importantes en qué pensar, como cerrar la guerra sin cuartel entre casadistas y ayusistas y acabar con los personalismos, con la hoguera de vanidades, con la megalomanía y con el talent show que denuncia el propio Casado. Quizá sea por esa razón que lo mollar, lo esencial, se va aplazando. Algún día se tomarán en serio esto de la corrupción. Poco a poco.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

AMNESIA

(Publicado en Diario16 el 18 de noviembre de 2021)

Ni veinticuatro horas ha tardado el Gobierno en volver a rectificar. Si ayer vendió a bombo y platillo un acuerdo entre el PSOE y Unidas Podemos para dejar sin efecto los artículos de la Ley de Amnistía de 1977 que favorecieron la impunidad de los crímenes franquistas, hoy Félix Bolaños ha tenido que salir a la palestra para aclarar que nada más lejos, que ellos no van a derogar nada, que la Transición es sagrada y no se toca.

Que la gente del PSOE vuelva a caer en el miedo reverencial ante el fantasma de Franco es algo hasta cierto punto lógico. Llevan doblando la cerviz desde que Felipe González renunció al marxismo en Suresnes. Pero que Unidas Podemos, el partido que venía para meterle combustible a la languideciente izquierda republicana española, caiga también en rectificaciones bochornosas para no soliviantar a las derechas franquistas de este país ya produce más tristeza y desazón.   

La Ley de Amnistía fue en realidad la Ley de la Amnesia. Con la excusa de que podía estallar una segunda guerra civil, a los españoles se nos dijo que debíamos olvidar, que no era conveniente remover el pasado ni llevar a los genocidas de la dictadura ante un tribunal de derechos humanos como había ocurrido en Alemania tras el final del nazismo. Aquí se nos vendió el cuento de la reconciliación, del perdón y la concordia entre hermanos españoles cuando está claro que aquello fue una última renuncia de los perdedores, una claudicación humillante mientras los asesinos, los expoliadores y los vampiros se cambiaban el traje de fascista por el de demócrata y se adaptaban a los nuevos tiempos. Aquel texto legal, bueno es recordarlo, salió adelante con el acuerdo de todas las fuerzas parlamentarias (menos el PP), pero se hizo bajo el chantaje de los poderes fácticos franquistas todavía latentes y con el miedo en el cuerpo de los españoles a otro golpe de Estado y a otra guerra civil.

Ayer nuestro Gobierno nos hizo vivir un espejismo inadmisible (más bien una estafa) cuando a última hora de la tarde anunció una enmienda pactada por socialistas y podemitas para supuestamente derogar los polémicos artículos de la Ley de Amnistía (más bien ley de punto final) que garantizaban la impunidad de los jerarcas franquistas. En realidad, lo que se presentó como un gran avance tampoco era para tanto, ya que la mayoría de los genocidas no viven y será imposible hacer justicia con ellos. El juez Garzón empleó ese mismo ardid en 2008, cuando procesó por crímenes contra la humanidad a 35 muertos (el dictador Franco y otros 34 militares que dirigieron la rebelión contra el Gobierno de la Segunda República), a los que acusó de haber llevado a cabo un siniestro y sistemático plan de exterminio contra republicanos y disidentes que terminó con 130.000 desaparecidos. Desde entonces sabemos que será imposible hacer justicia y reparar tanta sangre inocente derramada (todo quedó archivado y Garzón fue inhabilitado), pero al menos el anuncio de ayer del Gobierno reconfortaba a los familiares de los represaliados y venía a traer algo de justicia moral, aunque solo fuera simbólica.

Sin embargo, algo debió pasar a última hora de la tarde en Moncloa cuando hoy Bolaños ha tenido que salir apresuradamente ante la prensa para matizar y negar que la enmienda suponga una derogación total de la Ley de Amnistía. Lo que ocurre, según el ministro, es que el artículo 2 apartados e y f de la vieja ley del 77 (los que dejan impunes los delitos cometidos por las autoridades, funcionarios y agentes del orden público durante la dictadura), deben ser interpretados a la luz de los convenios internacionales sobre derechos humanos suscritos por España. Acabáramos. Bolaños viene a decirnos que la enmienda a la Ley de Memoria Democrática “no cambia” la situación jurídica en España, sino todo lo contrario, lo que hace es ratificar la vigencia de la Ley de Amnistía y contextualizarla. Es decir, que no hemos salido de la Transición.

Que la izquierda de este país temblara y sintiera miedo en 1977 por el contexto histórico, el ruido de sables y la amenaza de golpe es hasta cierto punto lógico. España necesitaba dejar atrás la dictadura y que los presos políticos salieran a la calle, aunque ello fuera a costa de perdonar a los verdugos de Franco. Pero que hoy, en pleno siglo XXI, los partidos progresistas sigan sintiendo ese mismo temor reverencial y se nieguen a hablar de derogar una ley como la de amnistía que va contra la Constitución y los tratados internacionales sobre derechos humanos integrados en el ordenamiento jurídico español es sencillamente esperpéntico y patético.

Una vez más, el portavoz de ERC en el Congreso, Gabriel Rufián, ha puesto el dedo en la llaga al acusar al Gobierno de tratar de “engañar a la gente”, de “vender humo” y de actuar con “un triunfalismo absurdo” en el asunto de la polémica enmienda. Y tiene toda la razón. Si de lo que se trataba aquí era de decirnos que todas las leyes promulgadas desde 1977 se interpretarán y aplicarán de conformidad con la legalidad internacional vigente (según la cual los crímenes de guerra, de lesa humanidad, de genocidio y de tortura no prescriben nunca) el Gobierno podría haberse ahorrado una lección que ya conocen todos los españoles. Desde la Constitución de 1978 este país acepta y asume los convenios exteriores sobre derechos humanos. Pero no es esa la cuestión. Lo que se estaba jugando con la nueva Ley de Memoria Democrática era si más 44 años después un Gobierno democrático tenía el valor suficiente para dar por derogada la Ley de Amnistía, una infame legislación de punto final que permitió que los locos genocidas del Régimen se fueran de rositas. Y para eso, a la vista de lo que dice el lacónico Bolaños, no ha habido coraje. Otra oportunidad perdida para dignificar nuestra democracia.

Viñeta: Iñaki y Frenchy