martes, 17 de septiembre de 2024

PELLETS

(Publicado en Diario16 el 10 de enero de 2024)

El desastre ecológico que ha provocado el vertido de 25 toneladas de material plástico en Galicia ha puesto en evidencia el mal funcionamiento de todo el sistema. Políticos que cayeron en la desidia (tanto autonómicos como estatales), funcionarios que no hicieron su trabajo y, por supuesto, una prensa nacional y regional que probablemente minusvaloró el alcance de un suceso cuyas consecuencias fueron engordando, como una bola de nieve, a medida que pasaban los días. Nadie prestó la debida atención a las peligrosas bolitas blancas, los famosos 'pellets' que hoy cubren toda la costa gallega, la asturiana, la cantábrica y aún más allá (dependiendo de las corrientes oceánicas, la marea plástica puede llegar a Finlandia o a la Laponia rusa, según).

Sin duda, la nefasta gestión ha tenido que ver con que el vertido se produjera en vísperas de Navidad y muchos de quienes tenían alguna responsabilidad en el suceso ya estaban pensando en las vacaciones. El 8 de diciembre (y esto quema mucho la sangre) Portugal informó a España de que el Toconao había perdido contenedores cargados con las dichosas bolitas. Además, el 13 de diciembre algún que otro testigo telefoneó a las autoridades gallegas alertando de la presencia de unos sacos sospechosos varados en la playa. Nadie se lo tomó en serio. Todo era alegría e ilusión navideña. ¿Un aguafiestas viniendo a estropear la apacible tranquilidad que se respiraba con una historia sobre pelotillas de goma y confetis abandonados? No hombre, no. Sin duda sería algún ecologista ocioso y desfaenado, uno de esos greñudos catastrofistas de imaginación calenturienta. Y así fueron pasando los días.

Como en una de esas malas películas sobre alienígenas que van conquistando el planeta poco a poco y en silencio, las inquietantes bolitas blancas seguían llegando por millones a las costas gallegas. Y nuestros políticos continuaban a sus cosas. Los del PP y Vox con su matraca mañanera de que Sánchez es un traidor-felón-amigo de separatistas; los del Gobierno tratando de tejer alianzas con Puigdemont, Junqueras, el PNV y Bildu para sacar adelante sus decretos anticrisis. O sea, los habituales aburridos sainetes del día a día de la vida pública española mientras el gravísimo problema seguía creciendo sin control y sin que nadie le prestara la debida atención.

Esta desidia también es imputable a la prensa, a toda la prensa, la nacional y la local, que por lo visto despreció la noticia sobre las extrañas cosas translúcidas. Era más cómodo y fácil cumplir el expediente con el oportuno seguimiento a las tontunas diarias de los políticos, al tuit absurdo de Feijóo o Abascal y a la patraña de turno de Ayuso que ponerse a investigar el suceso. Y no sería porque no había antecedentes. Cada año se pierden en el mar más de 1.500 contenedores, muchos de los cuales se rompen al estrellarse contra las olas o el fondo marino, soltando sustancias de todo tipo letales para el entorno. Los medios de comunicación debieron pensar que el caso del carguero causante del vertido frente a las costas de Portugal no le interesaba a nadie, o quizá estaban más preocupados de informar sobre el Gordo de Navidad, el discurso de Felipe VI de Nochebuena, las uvas y la cabalgata de Reyes Magos. En España hay buenos reporteros, el problema es que las redacciones se quedan vacías en fechas festivas, no se cubren las vacantes y se trabaja bajo mínimos.

A todo esto se suma que la Xunta de Galicia pasó mucho del incidente, seguramente para no alarmar a la población, lo que hubiese sido contraproducente a las puertas de unas elecciones autonómicas. Manipulación política más desidia periodística, ¿qué podía salir mal? Ya sabemos cómo funciona el periodismo precario de hoy: si no hay nota de prensa oficial, no hay noticia. Y no la hubo, al menos sobre la gravedad y auténtica dimensión de lo que estaba ocurriendo. Sea como fuere, se consumó el apagón informativo y los gallegos –y por consiguiente el resto de españoles–, siguieron disfrutando de las fiestas mientras los centollos, nécoras, lubinas y pulpos, o sea los mejores manjares de nuestra tierra, la esencia de la Marca España, seguían alimentándose con las peligrosas y diminutas esferas blancas. Las únicas bolas que interesaban a los responsables de nuestra seguridad (más bien irresponsables) eran las que colgaban del árbol de Navidad, gran motor de la economía y el consumismo.  

Solo cuando han pasado los fastos, cuando la UE ha advertido de que los microplásticos son nocivos para la salud, cuando los voluntarios de los pueblos afectados se han echado a las playas para retirar los 'pellets' con sus propias manos y cuando las televisiones han destinado, por fin, cámaras a la zona, se ha puesto el foco político y mediático en el incidente del carguero Toconao. Entonces, y solo entonces, el equipo de Alfonso Rueda ha empezado a reaccionar, poniendo en marcha su formidable maquinaria de propaganda para echar balones fuera. Un cúmulo de coartadas redactadas en un supuesto informe de un supuesto experto de una supuesta empresa privada que rechaza cualquier tipo de riesgo para la salud humana y que añade (no se lo pierdan) que las dichosas bolitas son incluso “comestibles”. O sea, que en una de estas los hosteleros gallegos se ponen a vender tapas de 'pellets' regadas con Ribeiro como si se tratara del mejor marisco de las Rías. Puro sarcasmo, sobre todo si tenemos en cuenta que los expertos europeos llevan años alertando sobre los vertidos de microplásticos al mar. Está claro que nadie va a sufrir un daño inmediato hoy por comerse un puñado de 'pellets' a palo seco. El problema vendrá dentro de unos años, cuando el páncreas, el riñón y el hígado empiecen a fallar y a sufrir extrañas intoxicaciones. Pero para entonces el actual Gobierno de la Xunta ya no estará en el poder para exigirle responsabilidades. ¿O sí?

Viñeta: Currito Martínez

PESCADO CANCERÍGENO

(Publicado en Diario16 el 9 de enero de 2024)

El reciente vertido de microplásticos o pellets va camino de convertirse en el nuevo caso Prestige del Partido Popular. En Génova hay preocupación (y en algunos prebostes hasta canguelo), por un desastre ecológico a las puertas de las elecciones gallegas. Los más pesimistas creen que la calamidad (otra negligencia provocada por la mano humana) pasará sin duda factura en unos comicios que los populares habían planteado como un nuevo plebiscito contra Sánchez. Otros, los más joviales y optimistas, consideran que todo esto se habrá olvidado en unas semanas. Estos últimos se basan en la falsa creencia de que el gallego es por naturaleza sumiso, adocenado, borrego, y volverá a darle la mayoría absoluta al PP, tal como ocurrió después del 13 de noviembre de 2002, cuando aquel maldito buque petrolero con bandera de Bahamas se partió en dos, provocando la mayor catástrofe ecológica de la historia de España al derramar toneladas de chapapote sobre las costas gallegas (los célebres hilillos de plastilina a los que se refirió el entonces ministro Mariano Rajoy en aquella rueda de prensa de infausto recuerdo).

El hundimiento del Prestige provocó un movimiento ciudadano inédito hasta entonces: el Nunca Máis. Miles de personas se desplazaron altruistamente desde todos los rincones del país para arrimar el hombro y retirar con sus propias manos el aluvión de crudo, que dejó un paisaje desolador con las hermosas playas embadurnadas de negro. Fue uno de los ejemplos de solidaridad más conmovedores que se recuerdan. Pero no parece que estemos en el mismo momento. La sociedad española ha cambiado desde aquellos tiempos, nos hemos hecho más egoístas y pocos parecen dispuestos a dar lo mejor de sí, gratis, por el bien común.

Los miles de millones de pellets (pequeñas partículas de plástico no biodegradables) que un carguero ha vertido al mar frente a las bahías de Portugal, y que llegan ya hasta Asturias, son tanto o más peligrosos que el fuel del Prestige. Contaminan la arena y la vegetación, son tragados por los peces que los confunden con comida, se introducen en la cadena trófica. Y al final, esa lubina contaminada que llega a nuestra mesa, y que creemos tan suculenta, sana y saludable, viene con regalo incluido a modo de letal Kinder sorpresa: una serie de diminutas bolitas blancas, casi translúcidas e invisibles, altamente cancerígenas. Los científicos estiman que cada semana comemos el equivalente en plástico a una tarjeta de crédito. Pocos ejemplos más claros y evidentes de cómo la actividad industrial no solo destruye el planeta, sino que se revuelve contra el propio ser humano para acabar también con él.  

Estos días, el recuerdo del Prestige ha vuelto a las playas gallegas. Algunos ciudadanos, pocos, recogiendo las peligrosas bolitas de plástico, rebuscando entre la arena, cribando como pueden con improvisados utensilios domésticos. Es una batalla tan loable y conmovedora como perdida de antemano. Y, sin embargo, es preciso actuar ya, antes de que las diminutas partículas entren en la cadena alimentaria. “Cuanto más pequeñas más peligrosas son, entran en las plantas y en los animales y llegan a nosotros. Hay que tomar medidas con urgencia”, asegura Fernando Valladares, investigador del CSIC.

Estamos sin duda ante una catástrofe medioambiental tan preocupante como el chapapote que llegó hasta el último pueblo costero del norte de España. A esta hora la Xunta debería haber activado el nivel de alerta (tiempo ha tenido desde el 13 de diciembre, cuando se produjo el incidente) y todas las instituciones del Estado tendrían que haberse puesto a trabajar, manos a la obra y codo con codo, para paliar los efectos de la desgracia. Pero han pasado varios días desde el suceso y aquí lo único que se mueve es el cainismo de siempre. Estamos en época electoral y al cacique gallego no le interesa un escándalo ecológico con el consiguiente pánico entre la población. Por eso solo han movilizado a doscientos limpiadores para depurar la costa. Doscientos recogedores para 25 toneladas de material tóxico y 1.500 kilómetros de playas. Una broma.

Así las cosas, el Gobierno central acusa a la Xunta de Galicia de negligencia por no haber actuado antes contra el vertido (y razón no le falta, hay precedentes de que los gobiernos del PP suelen hacerse los remolones cada vez que se produce un desastre de algún tipo). A su vez, el Ejecutivo regional tacha de oportunista al gabinete de coalición Sánchez por tratar de utilizar el asunto para sacar rédito en la próxima cita con las urnas. Solo la Fiscalía ha movido ficha al entender que las famosas bolitas o pellets son altamente nocivas para la fauna, la flora y la salud humana. El problema es que un par de fiscales y un puñado de policías medioambientales poco podrán hacer para frenar tanta devastación. Podrán identificar a los culpables, a la empresa contaminante, al armador responsable de que miles de sacos con microplásticos hayan terminado en el mar. Podrán incluso determinar si los dirigentes de la Xunta competentes en la materia (más bien incompetentes) activaron el protocolo de emergencia a tiempo para poder sacar del mar la mercancía peligrosa. Pero el mal ya está hecho.

El fantasma de otro Prestige planea sobre las cabezas no solo de los gallegos, sino de todos nosotros, ya que el pescado que llega a nuestros platos proviene en buena medida de la zona contaminada por el vertido. Pero en España todo es ruido y furia y poca diligencia y eficacia en la gestión de grandes catástrofes. Lo primero es hacerse la foto en helicóptero sobrevolando la zona afectada y la habitual ceremonia de la confusión y de odio político, o sea los “hunos y los hotros” a los que se refería Unamuno tirándose los trastos a la cabeza mientras el bosque arde, el aire se envenena y los ríos y mares se pudren. Produce vergüenza y asco comprobar cómo, cuando el gran asunto del día de hoy debería ser hacer frente a la penúltima catástrofe ecológica gallega, algunos dirigentes del PP tratan de desplegar la habitual cortina de humo dando la matraca con Puigdemont, los enemigos de España y la amnistía. Al igual que en su día Rajoy calificó el vertido de cientos de toneladas de fuel del Prestige como unos cuantos “hilillos de plastilina”, hoy la Xunta ha tratado de manipular a la opinión pública restando importancia al caso y calificando el vertido como unas “boliñas de plástico”. En este país ya se sabe que lo primero es ganar las elecciones; después las pandemias, el medio ambiente y la salud de las personas. Tiempo habrá de comprar la voluntad del pueblo con indemnizaciones de miseria. Como cuando trataron de tapar la ruina dando cuatro duros de mierda a los damnificados por el desastre de 2002 y algún que otro idiota declaró, satisfecho y con una sonrisa en la boca, que “más Prestiges se tendrían que hundir”.

Viñeta: Pedro Parrilla

OPPENHEIMER

(Publicado en Diario16 el 9 de enero de 2024)

Oppenheimer, la película de Christopher Nolan, ha arrasado con cinco premios en la gala de los Globos de Oro, antesala de los Oscar. Estamos, sin duda, ante una gran cinta que no por su largo metraje (dura más de tres horas) deja de ser menos hipnótica. Nolan logra construir un montaje narrativo casi tan perfecto, mecánico-cuántico y matemático como la desintegración de un átomo de uranio, desencadenante de la reacción en cadena que da lugar a la energía nuclear.

Oppenheimer narra la historia del creador de la bomba atómica que sirvió para derrotar al Imperio de Japón, acabando de la noche a la mañana con la Segunda Guerra Mundial. Por momentos, la película funciona como un interesante documental sobre el Proyecto Manhattan, el plan de un grupo de científicos financiados por el Gobierno de Washington (el plan fue autorizado en 1941 por el presidente Roosevelt) en la loca carrera del Ejército norteamericano contra nazis alemanes y japoneses para lograr la bomba del Juicio Final. En otras fases del film, Nolan nos regala un thriller trepidante de estilo clásico que nos sumerge de lleno en las intrigas políticas y en la caza de brujas contra esa izquierda universitaria e intelectual norteamericana que en los años anteriores a la conflagración mundial fue reprimida por recabar fondos para la Segunda República en la Guerra Civil Española y que más tarde, ya durante la Guerra Fría y en plena paranoia antisoviética, fue duramente perseguida y purgada (el propio Oppenheimer sufrió en sus carnes la caza de brujas y las acusaciones de espía traidor).

Lógicamente, la película no se olvida de abrir un interesante debate moral sobre el uso de la energía nuclear con fines bélicos que está más de actualidad que nunca por razones obvias. Y quizá por eso la obra de Nolan ha sido un gran éxito en taquilla. El miedo siempre llenó las salas de cine en las sociedades occidentales. Miedo a que un loco provisto del temido maletín apriete el botón rojo en cualquier momento; miedo a que la bomba termine explotando en nuestras narices y enviándonos a todos a la Prehistoria, a la noche de los tiempos, a la caverna, al garrote y el taparrabos. Fue Einstein, uno de los personajes que transitan por la película de Nolan, quien dijo: “No sé con qué armas se peleará la Tercera Guerra Mundial, pero la cuarta será con palos y piedras”. Ese inquietante augurio se ha instalado en la conciencia colectiva como una especie de profecía autocumplida que se transmite como un pensamiento obsesivo atormentando a generación tras generación. El ser humano moderno vive un drama cósmico: sabe que es cuestión de tiempo que alguna de las ojivas nucleares que pululan por el planeta termine escapándose y desatando el infierno en la Tierra.

Superado ya el viejo modelo de la disuasión que durante décadas mantuvo el orden mundial entre yanquis y soviéticos, un puñado de países ha alcanzado el estatus de potencia nuclear. Estados Unidos, la Federación Rusa, Reino Unido, Francia, República Popular China, India, Pakistán y Corea del Norte. Basta con echar un vistazo a ese siniestro listado para concluir que el uranio letal con el que Robert Oppenheimer empezó a experimentar hace casi un siglo ha caído en manos de regímenes totalitarios con sus correspondientes gobernantes lunáticos obsesionados con el momento del violento éxtasis, el orgasmo de la gran destrucción final. Así que, dentro de nada, todo quisqui tendrá su juguete letal. Estamos en la Era Nuclear descontrolada y cualquiera con mucha pasta y pocos escrúpulos puede fabricar el bombazo, desde un camellero del ISIS hasta un gánster de Cosa Nostra, pasando por el envarado magnate de una red social.

Mientras el aclamado Nolan recoge sus Globos de Oro, lanzando con su filme una seria advertencia a la comunidad internacional, la población terrícola cae en la cuenta de que el hombre que creó el primer obús atómico no hizo más que abrir la puerta del averno. Nunca antes el enloquecido homo sapiens ha estado tan cerca como hoy de un desastre atómico de proporciones bíblicas, tal como marcan las agujas del Reloj del Apocalipsis (hace un año este mecanismo simulado se adelantó 10 segundos, quedándose a solo 90 para la medianoche, es decir, el momento crítico del supuesto cataclismo que acabaría con el planeta y por consiguiente con la raza humana​).

Putin amenaza con usar sus arsenales de Kaliningrado si Occidente sigue entrometiéndose en la guerra de Ucrania. El presidente norcoreano, Kim Jong-un, sacia su fetichismo fálico, en bermudas frente a las playas surcoreanas, con sus misiles experimentales. Y los ayatolás de Irán están a un paso de conseguir su propia bomba, si es que no la tienen ya (cuando lo consigan quizá sea cuestión de tiempo que la empleen contra Israel para vengar a los hermanos palestinos masacrados en el genocidio planificado de Gaza). Todo ello por no hablar de la mafia rusa, de los yihadistas, de los grandes contrabandistas de armas y de otros criminales más o menos organizados que a día de hoy tienen posibilidades técnicas y financieras de fabricar y vender al mejor postor una bomba sucia capaz de ser detonada en el centro de Nueva York, París, Londres o Madrid. Quien a estas alturas no haya asumido todavía que estamos viviendo en el alambre, en un equilibrio tan frágil e inestable como el de un protón, es que es un insensato o un loco o ambas cosas a la vez.

Ahora que se acerca la ceremonia de los Oscar es un buen momento para ver Oppenheimer por primera vez o repetir para sacarle nuevos matices e interpretaciones. Pocas veces coinciden público y crítica y esta vez parece que ha ocurrido esa mágica conjunción. Hasta el siempre inconformista Carlos Boyero, al que no suelen gustarle este tipo de películas que hablan de ciencia y de pasados, presentes y futuros más o menos distópicos, se ha rendido al talento del injustamente tratado Nolan, que ya mereció los máximos galardones con Interstellar, una de las mejores películas de ciencia ficción de la historia que retrata la búsqueda desesperada y agonizante del hombre por salir de un planeta irreversiblemente enfermo y encontrar nuevos mundos donde seguir viviendo y destruyéndolo todo. “Un tema árido para una buena película (...) Posee clima, personajes matizados, diálogos inteligentes (...) Una fuerza visual que llega a deslumbrar en algunos momentos, intérpretes que hacen creíbles a sus personajes”, escribe Boyero sobre Oppenheimer. Por encima de todos los actores del reparto, el formidable Cillian Murphy, el guapifeo con pinta de perturbador alienígena que ya nos deslumbró en la serie Peaky Blinders y que aporta el puntito de científico atormentado al personaje central, o sea el destructor de mundos.

Barbie, la otra candidata a película del año, compite merecidamente con la última genialidad de Nolan. Pero mucho nos tememos que su universo rosa y su dulce sátira sobre el machismo, el feminismo y la sempiterna lucha de sexos tiene poco que hacer frente a una obra magna llamada a marcar una época por lo que tiene de espectáculo artístico total, por lo que cuenta de nosotros mismos y por el oscuro destino que nos anticipa.

Viñeta: Pedro Parrilla

LA BATALLA CULTURAL DE AYUSO

(Publicado en Diario16 el 8 de enero de 2024)

Isabel Díaz Ayuso vuelve a desenterrar el hacha de guerra contra Pedro Sánchez, esta vez con un asunto sanitario tan sensible y de interés general como el uso de la mascarilla higiénica. A la lideresa le importa un rábano que las urgencias de Madrid estén colapsadas, que los pacientes se aparquen de mala manera en los pasillos de los hospitales carentes de médicos y que nos encontremos en plena ola de la llamada “tripledemia” (gripe, covid y bronquiolitis). Ella, como buena ácrata y magufa que es, va a lo suyo: a proclamar su constante insumisión trumpista y anticientífica contra el Gobierno woke.

Esta vez la que está probando el ricino maquiavélico ayusista es Mónica García, la nueva ministra de Sanidad que se ha estrenado en su primera crisis de gripe con el pie cambiado (la oposición le afea que se haya ido de vacaciones mientras se propagaba el mal respiratorio por todo el país). Tras el colapso sanitario por la “tripledemia”, García ha tenido que improvisar medidas urgentes para frenar la ola de contagios (ya estamos en una incidencia de más de 900 casos diarios y subiendo), una propuesta digna de ser aplaudida pero que llega tarde. Desde el verano, los sindicatos venían alertando de que esto iba a ocurrir y nadie se puso a trabajar para evitar el caos que vivimos estos días.

Ayuso y García se conocen bien, no en vano han protagonizado enconados cara a cara en la Asamblea regional. Así que tienen cuentas pendientes. Pero de momento la presidenta de Madrid ya le ha colado el primer gol a la titular del departamento al decirle que la mascarilla se la ponga ella, aquello de “sube aquí y verás Madrid”, haciéndole una peineta bien hermosa y enhiesta. Hoy mismo, en la reunión del Consejo Interterritorial, Lady Libertad ha encabezado el movimiento de insumisión en las regiones gobernadas por el PP, de modo que estas comunidades autónomas irán por libre y haciendo caso omiso a las recomendaciones del ministerio mientras dure esta nueva pandemia invernal de tres caras.

¿Pero por qué IDA se muestra tan tozuda a la hora de rechazar un pedazo de tela que, según la ciencia, resulta eficaz para prevenir contagios en determinados escenarios como hospitales y farmacias, es decir, locales muy concurridos, cerrados y con deficiente ventilación? A fin de cuentas, un madrileño, por muy españolazo y ayusista que sea, se constipa y se agarra el trancazo como cualquier ser humano hijo de vecino. Desde 1897, cuando el cirujano francés Paul Berger operó por primera vez con mascarilla, esta herramienta quirúrgica se ha demostrado eficaz para evitar la transmisión de gérmenes entre médicos y pacientes. En 1910 ya se utilizó para luchar contra la peste bubónica en China y en 1918 para prevenir la expansión de la gripe española. Hoy no verán ustedes a ningún cirujano operando enfermos sin la imprescindible mascarilla. A ningún doctor especialista de lo suyo, ya sea estomatólogo, cardiólogo, traumatólogo o neurólogo, se le ocurriría entrar al quirófano a pleno pulmón, soltando su aliento al paciente y viceversa, con las uñas negras y grasientas. Cualquier facultativo que intente acometer una operación en estas condiciones será denunciado de inmediato y llevado ante el juez por loco, por mala praxis profesional y por guarro. Pero por lo visto Ayuso tampoco cree en los principios elementales de la medicina y si fuese cirujana seguro que operaba un corazón abierto con las manos pringadas de fruta, de kiwi, pomelo, naranja o algo así, y chupándose los dedos.

La mascarilla, por tanto, es plenamente aceptada por los manuales clínicos desde hace más de un siglo y forma parte del protocolo diario de inexcusable cumplimiento, entre otras medidas como lavarse bien, utilizar guantes de látex y esterilizar a fondo el quirófano y los utensilios antes de cualquier intervención. Sin embargo, ahora llega esta mujer, Ayuso, que no sabría distinguir un virus de una bacteria, y nos dice que en los hospitales y ambulatorios de Madrid no hace falta la mascarilla en medio de una pandemia. Está claro que su intransigente posición nada tiene que ver con razones técnicas o sanitarias, de las que ni sabe ni conoce, sino más bien con una forma de hacer política que a ella le viene bien porque le rinde votos en las urnas. La Comunidad de Madrid no es Burundi ni Eritrea. Hay eminentes epidemiólogos, buenos biólogos, brillantes médicos que ostentan también responsabilidades políticas como miembros de la Consejería de Sanidad. Gente que a través del comité de expertos seguramente le habrá dicho ya a la lideresa que recapacite, que reflexione, que en medio del repunte de una “tripledemia” a punto de colapsar el sistema sanitario público lo aconsejable, por puro sentido común, sería recuperar otra vez la careta obligatoria en los recintos hospitalarios. Sin embargo, ella, como está a otra cosa, como se halla inmersa en su disparatada “batalla cultural”, en su deriva Qanon y en su competición por ser más falangista y dura que Vox, rechaza la medida con el absurdo argumento de que la mascarilla recorta libertades y supone un símbolo tan bolchevique como la hoz y el martillo. Hasta ahí ha llegado el delirio de la diva del PP.  

Recuerde el lector habitual de esta columna que contra el “bozal” ya se rebelaron los grupos negacionistas y de extrema derecha en lo peor del coronavirus. Fue así, atrayéndose a las masas cabreadas con las medidas restrictivas de Sánchez, como Ayuso revalidó el poder en las últimas elecciones madrileñas. A la presidenta le bastó con levantar el estandarte de los hosteleros, siempre contrarios a cualquier medida sanitaria para controlar la expansión del covid, para que la llevaran en volandas –como una nueva Agustina de Aragón en lucha contra el racionalista y afrancesado Sánchez–, a la poltrona de Sol. Aquella jugada (una estrategia tan reaccionaria como irresponsable), le salió redonda a la insumisa de Chamberí, de modo que ahora quiere repetir la misma jugada, a ver si así le sustrae otro puñado de votos a Sánchez entre las masas descontentas y hartas de este mundo distópico que nos ha tocado vivir. Bocado a bocado, pandemia a pandemia, bulo a bulo, Ayuso va erosionando al líder socialista.

Muchos de los 4.000 muertos que se registran cada año a causa de la gripe, en su mayoría ancianos y personas vulnerables o inmunodeprimidas, podrían alargar unos cuantos años más su existencia con una simple mascarilla a tiempo. No hay debate. Usar esta medida de prevención donde hay que usarla (en la calle no hace falta para nada) salva vidas. Pero qué más da. Lo importante es que a la muchacha la sigan votando cada cuatro años.

Viñeta: Pedro Parrilla

domingo, 25 de febrero de 2024

EL MUNDO INDEPE DE SÁNCHEZ

(Publicado en Diario16 el 30 de diciembre de 2023)

A un día de la constitución de la Mesa del Congreso, tras unas elecciones generales en las que no hubo un claro ganador, Pedro Sánchez convocó a sus diputados y senadores tras la Ejecutiva Federal. En aquel encuentro cara a cara con los representantes socialistas elegidos para la XV Legislatura, celebrado en la sala Ernest Lluch de la Cámara Baja, Sánchez aprovechó para blindarse, dar moral a la tropa y de paso lanzar un guiño a Junts y al resto de formaciones nacionalistas al anunciar el impulso de las lenguas cooficiales en las instituciones europeas. “España habla en castellano, pero España también habla en catalán, en euskera, en gallego. Nuestro deber es consolidar espacios de representación, de uso y de conocimiento de las lenguas de España”, reivindicó el premier mientras apostó por “impulsar” ante las instituciones comunitarias europeas el uso de otros idiomas reconocidos en la Constitución. Fue el pistoletazo de salida a la nueva estrategia política del PSOE: lograr un acercamiento con las fuerzas nacionalistas, con todas las fuerzas nacionalistas del país, para ahormar un Gobierno de coalición.

Esa hoja de ruta fue tachada de inmediato por el PP de Feijóo de pacto con bilduetarras y separatistas, pero Sánchez ya había tomado una decisión y no había marcha atrás. Los diferentes partidos, uno tras otro, fueron aceptando la oferta. ERC, Bildu, BNG, PNV y hasta la siempre voluble y conservadora Coalición Canaria, además de Junts, dieron el sí quiero. ¿Qué otra cosa podían hacer? La alternativa, Abascal de vicepresidente del Gobierno y Ortega Smith de ministro del Interior para demoler el Estado de las autonomías, no les seducía lo más mínimo. Y aunque Carles Puigdemont, el que puso mayor reparos, reclamó “hechos comprobables” antes de “comprometer ningún voto” de investidura, se vio claro que el frente estaba más que configurado.

Sánchez sabía que, ante el bloqueo permanente y sistemático del PP, no le quedaba otra que cruzar ese Rubicón e ir de la mano hasta el final con los partidos nacionalistas y soberanistas. A fin de cuentas, no hacía nada nuevo ni original. En doce de las catorce legislaturas registradas hasta el momento, PSOE y PP han necesitado ceder para gobernar, especialmente con los nacionalistas. A principios de los años 90, Felipe González tuvo que tirar de apoyos externos tras una década de mayorías absolutas. Le daban los números solo con Izquierda Unida, pero prefirió mirar a catalanes y vascos. Y más tarde Aznar firmó con Jordi Pujol el famoso Pacto del Majestic, que otorgaba amplias transferencias y fondos a Cataluña. ¿Qué miedo he de tener a pactar con partidos legalmente constituidos?, debió pensar Pedro Sánchez. Y dio el paso crucial asumiendo que iba a quedar como el Anticristo de la patria.

Hoy, el presidente del Gobierno ya no tiene complejo alguno a la hora de firmar con unos y con otros. Incluso con el que fue el brazo político del terrorismo etarra hace apenas una década. Ha rubricado la amnistía a cientos de catalanes encausados por el procés, ha ofrecido al PNV apoyos para un amplio autogobierno en el caso de que los peneuvistas ganen las elecciones y ha entregado el ayuntamiento de Pamplona a la izquierda abertzale. ¿Quién da más? Y todo lo ha hecho sin que le tiemble el pulso ante las acusaciones de traidor y felón que le llegan de las derechas ibéricas. No le importa que las fuerzas reaccionarias se hayan propuesto que pase a la historia como el hombre que vendió España a los soberanistas. Tiene una idea fija en la cabeza: afianzar un Consejo de Ministros solvente y fiable para su segundo mandato, avanzando en la España plurinacional, y no mirar hacia atrás.

A esta hora, Sánchez el estratega ha logrado armar una mayoría sólida de gobierno. Tiene un amplio abanico de opciones que van desde el PNV hasta Bildu, desde Esquerra hasta Junts, pasando por el BNG y Coalición Canaria. Ha llevado el concepto de “gobernabilidad variable” a sus máximos extremos. Una estrategia que deja desarbolado y aislado al Partido Popular, condenado a pactar con la extrema derecha de Vox si quiere alcanzar el poder algún día. Una jugada maestra. Ingeniería política de última generación. ¿Estamos ante un gobernante oportunista que practica el pragmatismo a ultranza? Podría ser. En cualquier caso, nadie puede negarle su habilidad para la política, su inteligencia a la hora de leer la coyuntura del momento y su atrevimiento (casi osadía) para cruzar puentes que hasta ahora parecían prohibidos. En el PP todavía no han salido de su asombro, casi estupefacción. Están noqueados, paralizados, ante un estadista camaleónico y transformista que mueve las piezas sobre el tablero como un avezado ajedrecista. No saben cómo reaccionar ante sus movimientos de alfiles, ante su juego de torres y caballos, ante sus movimientos relámpagos, casi suicidas, que le llevan a sacrificar peones para lograr la victoria por sorpresa.

Calmada Cataluña (Puigdemont no está tan loco como para poner en marcha un procés 2), apaciguado el País Vasco (que tras el final de ETA parece haber encontrado, de momento, un encaje cómodo en el Estado español) y a las puertas de unas elecciones gallegas inciertas donde Feijóo no las tiene todas consigo, Sánchez puede aplicarse ahora a una nueva tarea: apagar el incendio en el Poder Judicial, última bomba de relojería que le puede estallar en la cara impidiéndole tener una segunda legislatura tranquila. Y ahí es donde entra la Unión Europea, que ya está presionando al PP para que pacte cuanto antes una renovación de cargos del Consejo General del Poder Judicial. El comisario de Justicia, Didier Reynders, está deseando que sus compañeros de la derecha española entren en razón y se sienten a negociar cuanto antes un organismo cuyos vocales llevan cinco años con el mandato caducado. También esa batalla la tiene ganada Sánchez, que en un acto de magnanimidad (casi de sobradez), aceptó mantener una reunión con Feijóo donde él quisiera, en terreno neutral fuera de Moncloa si era necesario (el ya célebre “para usted la perra gorda”). Fue una concesión al derrotado que vino a visibilizar la debilidad del líder del PP.

Aplastado Podemos y con la izquierda real trabajando full time para el inquilino monclovita (Sumar ejerce de valiosa muleta del sanchismo), el jefe del Ejecutivo, ya controlado el patio del país, encara un año 2024 que quizá no sea tan negro ni funesto como parecía hace solo unas semanas, cuando las hordas neonazis soltaban su aliento fétido a las puertas de Ferraz. Sin duda, empieza otro partido.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

LA SUPERLIGA

(Publicado en Diario16 el 22 de diciembre de 2023)

Si Ayuso está a favor de algo, ese algo no puede ser bueno para la humanidad. Aunque estemos hablando de fútbol. “Quisiera aprovechar la oportunidad para felicitar al Real Madrid, puesto que hoy ha tenido un gran éxito al ver la luz verde por parte de la Justicia europea a la Superliga. Y quiero felicitar a Florentino Pérez por el trabajo que ha realizado también en estos años por este nuevo éxito”, aseguró la presidenta madrileña minutos después de conocerse la histórica decisión del Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE).

¿Sabe Ayuso de fútbol? Probablemente ni papa. ¿Está al tanto de los entresijos que rodean a un deporte convertido en espectáculo a escala mundial? Seguramente tampoco. Debe controlar más bien poco sobre el fair play financiero, los derechos de los clubes y los complejos contratos publicitarios de imagen. Pero ella ya ha felicitado a Florentino por su victoria en los tribunales. Y no lo hace porque esté convencida de que la sentencia del TJUE es lo mejor para el deporte, que eso ni le va ni le viene. Lo hace porque sabe que con el gran magnate de la construcción de este país hay que estar a buenas. Ahí sí que demuestra ser astuta la muchacha, para qué vamos a engañarnos.

Lo más probable es que la noche anterior de conocerse la resolución judicial que ha puesto patas arriba el mundo del fútbol, antes de irse a dormir, la presidenta diera un telefonazo a MAR y le preguntara: “Oyes, Miguel Ángel, ¿eso de la Superliga, qué demonios es? ¿La UEFA es una señora mayor?” Le pediría cuatro pinceladas rápidas al gurú de la comunicación de Génova, para salir airosa del canutazo mañanero con los periodistas, y a otra cosa. Bastante tiene ya con ponerse al día sobre las nuevas teorías de la libertad (que ella confunde con la acracia anarcocapitalista), sobre la Constitución, la configuración del Poder Judicial, la amnistía, las bondades de la fruta y algo de historia de ETA que siempre viene bien (ya se sabe que su señoría cree que la banda sigue viva, de modo que nunca está de más leer algo sobre el tema para afearle a Sánchez su separatismo traidor y felón). La lideresa sabe de inventar infundios y bulos trumpistas contra el presidente del Gobierno, de redactar tuits incendiarios, de poner en su sitio a Feijóo (de eso va sobrada). Pero del negocio del fútbol internacional, saber, lo que se dice saber, poco o nada. Una negada.

Ayuso tendría que dedicarse a lo suyo, a resolver los problemas de la Sanidad madrileña (que a este paso pronto no habrá un solo médico en la pública para atender a los enfermos), a arreglar los socavones de la M30 y a darle una solución a los pobres vecinos de San Fernando que se han quedado sin casa por las obras del Metro. Pero no. No le bastó con declarar su satisfacción con la sentencia del TJUE, sino que corrió a Twitter, ahora X, para teclear: “La libre competencia fue siempre mejor que los monopolios. Esta nueva competición revolucionará el fútbol. El tiempo le dará la razón”. Una idea que vino a completar su convencimiento de que la Superliga “va a redundar en grandes beneficios” para la Comunidad de Madrid. Siendo sinceros, no entendemos de qué manera los madrileños van a ganar con el pifostio futbolístico que se ha montado, en todo caso ganarán Florentino y el Real Madrid (esperemos que algún día nos lo explique).

Lógicamente, la presidenta se había metido en un charco, y de inmediato recibió contestación del propio Javier Tebas, presidente de la Liga de Fútbol Profesional, un escandalizado con el proyecto de Florentino que, según él, puede acabar con los valores esenciales del deporte. “Estimada presidente Díaz Ayuso. Me parece que clubes de la Comunidad de Madrid como Atleti, Rayo Vallecano, Getafe CF, CD Leganés y Alcorcón no están muy de acuerdo con esta felicitación, ni tampoco La Liga que presido”. Un zasca en toda regla que acompañó con dos emojis elocuentes: dos caritas de estupor. Pasemos palabra.

De alguna manera, es lógico que Ayuso se haya posicionado de lado de la Superliga. A fin de cuentas, ella es una supremacista, una insigne representante de las élites castizas, y el torneo que prepara Florentino es una especie de selecto club de ricos donde no tiene cabida el pobre, el club modesto, el débil que lucha por abrirse paso a codazos entre las dinastías aristocráticas del fútbol. Así que, por una vez, y sin que sirva de precedente, está siendo coherente con sus principios económicos y políticos y con su forma ultraliberal de entender la vida y el mundo.  

Afortunadamente, hay otros dirigentes más concienciados con la justicia social y la igualdad bien entendida. Es el caso del vicepresidente de la Comisión Europea, el griego Margaritis Schinas, quien trasladó su apoyo al modelo actual de fútbol a través de un post publicado en la misma red social de Elon Musk. “El principio fundamental de Europa es la solidaridad. Nuestro apoyo constante a un modelo deportivo europeo basado en valores no es negociable”, puntualizó. Y no lo está diciendo un peligroso comunista bolivariano, sino un destacado miembro del partido Nueva Democracia, o sea el centroderecha europeo de toda la vida, algo muy alejado ya del conservadurismo falangizante de Ayuso, que de tanto alternar con Vox cualquier día saca la motosierra como Milei y no deja ni una consejería abierta ni un árbol en El Retiro.

Aquí, lo que ha pasado es que Lady Libertad oyó decir a los magistrados belgas que la UEFA y la FIFA forman un monopolio y enseguida pensó: tate, monopolio, control del mercado, estalinismo. Ya lo tengo. Aquí hay filón para seguir arreándole a Sánchez. No sabe ná la niña.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

ESPAÑA MALTA

(Publicado en Diario16 el 21 de diciembre de 2023)

Poli Rincón corriendo con el balón bajo el brazo para anotar un tanto más, Juan Señor consumando el milagro de un seco zapatazo en el minuto 85, el gallo de José Ángel de la Casa, el delirio en el Villamarín, el éxtasis en todo el país, lo nunca visto en el mundo del fútbol. El 12-1 de España a Malta.

Hoy se cumplen cuarenta años de aquella gesta histórica que marcó a toda una generación de españoles. Los que entonces éramos niños todavía recordamos aquel 21 de diciembre de 1983, un día que quedó grabado en nuestra memoria para siempre. El país estaba en shock por la tragedia del incendio en la discoteca Alcalá 20, en la que murieron 82 personas. Había un ambiente de pesimismo (aumentado por el reciente desastre del Mundial 82) y solo los locos creían que la Selección Nacional podía ser capaz de marcarle una docena de goles a los malteses para certificar el pase a la Eurocopa de Francia. Eran los tiempos en que no ganábamos nada, nos lastraba una especie de complejo de inferioridad respecto a las demás potencias futbolísticas y nos echaban de cada torneo en los cruces de cuartos. Pero entonces el milagro se hizo realidad.

Aquel día mágico había llovido a cántaros en Sevilla. Entre el aguacero y lo imposible de la hazaña, el estadio apenas registró media entrada. Miguel Muñoz planteó un partido kamikaze plagado de delanteros y de jugadores ofensivos. Había que meter once para lograr el pasaporte a la fase final. Quitando a Paco Buyo en la potería, a Maceda y Goiko como pareja de centrales y al pulmón Víctor Muñoz, lo demás era un grupo salvaje de obsesos del gol. Juan Señor, un mediocentro creativo, dos laterales que se creían extremos (Camacho y Gordillo), y cuatro especialistas perforadores de la meta contraria como el Lobo Carrasco, Santillana, Manu Sarabia y Poli Rincón. Desde la prehistoria del fútbol, cuando se jugaba sin defensas, no se había visto nada igual.

Santillana abrió el marcador en el 15 gracias a un certero remate de cabeza, pero después de un cuarto de hora de partido ni los sevillanos más alegres y vitalistas daban un duro por nuestra selección. Y mucho menos después de que el maltés Demanuele probara suerte con un tiro tonto desde fuera del área que rebotó en Maceda, se desvió de la trayectoria y se coló en nuestra portería ante un atónito Buyo. El 1-1 fue como un jarro de agua de fría que vino a romper las escasas esperanzas que aún quedaban. Pero entonces una especie de duende, algo extraño y febril, una locura maravillosa, se apoderó del Villamarín. Santillana hizo dos más, completando un hat trick, y con 3-1 se llegó al descanso. ¿Nueve goles en tres cuartos de hora? ¿Un tanto cada cinco minutos? Ni de coña. Nadie lo había hecho nunca y menos en un partido de alta competición. Por muy pardillos que fuesen los malteses (eran todos amateurs), la gesta se antojaba cada vez más lejana y quimérica. El equipo iba a palmar sin remedio. Otra vez la leyenda negra española.

Si el hombre vive es porque cree en algo, decía Tolstoi. Y eso, creer, fue exactamente lo que hicieron los muchachos de Muñoz, que insufló el ánimo necesario en los vestuarios para seguir confiando en la misión. Poli marcó el cuarto y el quinto; un Maceda reconvertido en delantero centro hizo los dos siguientes; y Rincón volvió a mojar en el octavo. Quedaban solo cuatro dianas por lograr. Se empezó a confiar en el milagro. Santillana repitió en el 76 y el desencadenado Poli, un diablo rojo que estaba en todas partes, hizo el décimo dos minutos después. Manu Sarabia, que no se había estrenado, se sumó a la fiesta y entonces ya toda España vio que aquello estaba hecho. Quedaban diez minutos, no habíamos nadado tanto para morir tan cerca de la playa. El partido se ganaba por lo civil, por lo criminal o como fuese. Los rivales se defendían como si les fuese la vida en ello (¿había maletines holandeses?, nunca lo sabremos) y en esas fallamos hasta cuatro ocasiones claras de gol, un tanto de oro que se resistía poniéndonos de nuevo ante esa fatalidad española que siempre, inevitablemente, se cruzaba en nuestro camino en los momentos trascendentales.

¿Estábamos persiguiendo, una vez más, un falso El Dorado? ¿Naufragaríamos de nuevo en una gesta inútil? ¿Volveríamos a quedar como aquellos europeos del sur siempre empeñados en ser demasiado, según dijo el filósofo? Por momentos temimos que tendríamos que quedarnos con el manido jugamos como nunca y perdimos como siempre. Esa barrera infranqueable de la historia que nos separaba una y otra vez del éxito, que nos lastraba desde un pasado tan negro como injusto –impidiéndonos dar el salto a la modernidad, a la vanguardia deportiva, a la Europa democrática–, parecía cerrarse de nuevo ante nuestras narices. No salimos del Spain is different, pensaron muchos aficionados. ¿Papá, por qué somos, no ya del Atleti, sino españoles?, le preguntaban algunos niños a sus padres.

Y en eso llegó el disparo certero y liberador de Señor para la historia. Aquel partido fue un acto de fe como sociedad, una catarsis que nos marcó profundamente a los que hoy, ya algo menos jóvenes, llevamos con dignidad la etiqueta de boomers. Un chute de euforia para un país necesitado de éxitos y alegrías. Poco importa que un desgraciado error de Arconada nos privara después de la Copa de Europa en aquella extraña final contra Francia del Parque de los Príncipes. El 12 a 1 nos supo a gloria, a título.

A la juventud de hoy probablemente la batallita que estamos contando aquí les quede tan lejos como la guerra de Cuba, pero para nosotros fue el gran salto adelante, el punto de inflexión que nos permitió dejar atrás el maldito complejo de losers. Puede que en los anales del fútbol la goleada contra Malta no tenga tanta importancia como el “iniestazo” que nos daría el Mundial de Sudáfrica veintisiete años después. Pero para aquella generación supuso mucho más que un enloquecido y estupefaciente partido de fútbol. Soñamos que a partir de ese momento los españoles podíamos superar casi cualquier reto que nos propusiéramos. La entrada en la Comunidad Económica Europea, las Olimpíadas de Barcelona, la derrota de ETA, último residuo de la dictadura. Y el milagro se hizo.

CUATRO TÍOS EN CALZONCILLOS

(Publicado en Diario16 el 20 de diciembre de 2023)

El ayuntamiento toledano de Quintanar de la Orden, en manos del bifachito PP/Vox, ha retirado de la cartelera el espectáculo Qué difícil es porque aparecen “actores en ropa interior” que “podrían escandalizar al público”. Una vez más, nos encontramos ante un caso flagrante de censura franquista. O sea, la nueva ola de puritanismo gazmoño que nos invade.

Las productoras del show se han quedado a cuadros cuando les han comunicado la suspensión, no se explican lo ocurrido, sobre todo porque más allá de unos personajes en paños menores, que es algo accesorio, se están denunciando temas de tan candente actualidad como el bullying, el suicidio o la diversidad sexual. La acción transcurre en un camerino, donde los protagonistas se están preparando para la representación. Cuatro actores, cuatro espejos. A partir de un suceso inesperado, todos ellos viven un torbellino de emociones, recuerdos y confesiones hasta desnudar sus almas, sus miedos, fobias e ilusiones de pobres mortales. En definitiva, la historia habla del papel que a todos nos toca representar en la vida, la vida como camerino, no como escenario, la vida como espacio íntimo, detrás del telón, donde ocurre todo lo importante.

La obra (no entraremos en su calidad artística, eso lo dejamos para la crítica teatral) se ha representado ya ante más de 3.000 espectadores y hasta ahora ninguno se había quejado ni escandalizado. Solo los censores mojigatos de Quintanar se han sentido ofendiditos, abriendo un auto de fe inquisitorial o caza de brujas más propio de la Edad Media que de una sociedad avanzada del siglo XXI. En Qué difícil es no hay nada obsceno ni guarro. No hay pornografía ni ningún tipo de imágenes irreverentes, ofensivas, desagradables o blasfemas. La suciedad está, una vez más, en la mente enferma de quien mira. Lo que hay en esta comedia de nuestro tiempo no es ni más ni menos que cuatro señores estupendos en bañador, cuatro mazaos de cuerpos bien tallados que ni salidos del cincel de Fidias, cuatro Apolos escultóricos trabajados en el gimnasio, que es donde la juventud de hoy socializa. Y quizá sea ahí donde esté la clave de todo este escabroso asunto, ya que los correctores de la moral sin duda han debido mirarse en el espejo, contemplándose el cuerpo escombro que Dios les ha dado, y han sentido algo de envidia insana.

Entre los que han tomado la decisión de dar por clausurada la función seguro que hay más de un infeliz o frustrado y más de una señora bien (como la gran Piluchi de El Intermedio interpretada por Cristina Gallego) que vive una sexualidad tumultuosa pero reprimida, de rosario y alcoba con crucifijo en la pared, en un silencio monástico de rancio alcanfor. El moralizador ultra nace siempre de un complejo freudiano no resuelto, de un trauma infantil soterrado. Unos no han salido del armario cuando llevan toda la vida deseando hacerlo, otros tienen miedo al sexo que nadie les explicó y la mayoría se ven como inferiores, poca cosa o acomplejados. Con el tiempo, esa psique disfuncional se va pudriendo por dentro, como las aguas de un pantano cenagoso, y emerge el trastorno, casi siempre en forma de odio al diferente.

Si cada vez que aparece un actor desnudo en escena hay que prohibir el espectáculo (y no es el caso, ya que los cuatro personajes de la polémica obra censurada van en bañador, o sea vestidos en lo esencial), el arte, máxima expresión de la inteligencia y la sensibilidad humanas, está condenado a su desaparición. Habrá que ponerle una hoja de parra o taparrabos al David de Miguel Ángel, como quiere hacer Ron DeSantis, el duro gobernador de Miami, y nos cargaremos siglos de Renacimiento. Habrá que vestir a la libertina Maja de Goya, símbolo de una mujer emancipada en una época oscura de represión absolutista; y habrá que cubrirle el culo al Aquiles de Brad Pitt en Troya, un trasero glorioso, hercúleo y mítico que en sí mismo ya es una pieza digna del Museo de Atenas porque está al alcance de muy pocos hombres. No olvidemos que para los atletas de la Grecia Clásica, tener un cuerpazo era motivo de orgullo y síntoma de buena salud.

El arte es, ante todo, sinceridad, y si una obra teatral, para denunciar una situación social determinada, exige la presencia en el escenario de unos señores en slip ocean, en tanga leopardesco o en gayumbos, porque así lo exige el guion, pues hágase. Detrás de un desnudo hay toda una retórica que pone al descubierto los valores sociales, estéticos y morales de una época. El desnudo es simplemente una cuestión cultural e histórica, el resultado de siglos de imposición religiosa, y ahí están las tribus de los dani, en Papúa, que siguen completamente en pelotas, como dios los trajo al mundo y sin ninguna vergüenza. Eso sí que es libertad, y no la milonga que vende Ayuso.

Los cuatro actores de esta gala cancelada por PP/Vox aparecen en calzoncillos porque así es la vida, y el teatro, como el arte en general, no es más que una representación del mundo. Si fuesen médicos irían con bata blanca. Si fuesen jueces, con la toga. Y si fuesen toreros, vestidos de luces. Para “pocas luces”, las que han tenido los censores franquistas a la hora de prohibir algo que ni siquiera han visto, tal como denuncian las productoras del espectáculo. Aunque bien mirado, y teniendo en cuenta el estrecho volumen del cerebro de estos individuos, ver la función no les habría servido de mucho. Seguramente no la habrían entendido. Qué difícil es aguantar a esta gente.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

LIQUIDAR LOS SINDICATOS

(Publicado en Diario16 el 20 de diciembre de 2023)

Prosigue la lenta pero imparable liquidación del Estado de bienestar llevada a cabo por las derechas, que es tanto como hablar de la demolición de todas las conquistas sociales realizadas por la izquierda en el último siglo. Ya han suprimido fondos contra la violencia de género, borrado murales feministas, cerrado carriles bici y censuradas obras de arte. Y en esa batalla cultural, en la que no solo anda enfrascado Vox, sino también el PP (el partido de Feijóo está metido hasta las cachas en el siniestro proyecto de involución), ahora le ha tocado el turno a los sindicatos.

Ayer se supo que los populares han tenido que ceder ante Vox en Baleares para poder sacar adelante los Presupuestos. El acuerdo entre ambos partidos contempla la adjudicación de veinte millones de euros para la libre elección de la lengua en la escuela pública, la eliminación del impuesto del patrimonio para todos aquellos contribuyentes que posean un capital de menos de tres millones de euros, una partida de cinco millones para la lucha contra la eutanasia y la retirada del cien por cien de las ayudas a sindicatos y patronales. En esa panoplia de medidas reaccionarias llama poderosamente la atención que se destinen fondos a evitar que las personas desahuciadas por padecer alguna enfermedad puedan elegir una muerte digna, que ya hay que ser sádico y cruel. Así de esotéricas son las imposiciones de la extrema derecha española, que en algún que otro ayuntamiento donde gobierna en coalición con el PP ha llegado a exigir cosas como que se destinen partidas del erario público a garantizar la unidad de España. Dinero para prestaciones y ayudas sociales no tienen (están en contra de lo que consideran la paguita para vagos y maleantes de los chiringuitos socialcomunistas), pero para pijadas patrioteras lo que haga falta.

Volviendo a las Baleares, que es el tema que nos ocupa, espeluzna la facilidad con la que esta gente pretende acabar con los sindicatos a fuerza de asfixiarlos económicamente. PP y Vox aducen que no hay ninguna motivación ideológica oculta tras una medida que, según ellos, se ha aplicado únicamente por criterios de contabilidad presupuestaria. Y además se escudan en que el recorte va a afectar también a la patronal, que al igual que las organizaciones sindicales se queda sin ayudas oficiales. Esto es un brindis al sol, ya que todo el mundo sabe que los empresarios tienen parné por castigo y no necesitan las migajas del Estado para formar un lobby o club privado que defienda sus intereses. Aquí los que salen realmente malparados son los trabajadores, que a corto plazo verán cómo se merman sus derechos laborales. Comisiones Obreras y UGT ya han calificado el tijeretazo como un intento de “criminalización” de los agentes sociales y lamentan que el PP haya cedido al chantaje de Vox.

Es evidente que Feijóo, al consentir este atropello a la clase obrera, está siendo cómplice del intento de Abascal por acabar con el movimiento sindical, tal como ocurrió durante la dictadura franquista. Y no se trata tanto del valor económico de la subvención suprimida, que también (cuanto menos dinero para el sindicato menos poder de influencia), sino de la fuerte carga simbólica de la medida, un mensaje directo con la intención de amedrentar a lo poco que queda ya de socialismo/comunismo. Lo que le está diciendo el líder voxista a Unai Sordo y Pepe Álvarez es que en este país no hay lugar para ellos, ya que él tiene sus propios planes. Planes como Solidaridad, el sindicato constituido por Vox en 2020. Este engendro con apariencia sindical se presentó como un ente “apartidista y apolítico”, una definición que provoca ataques de risa. Nadie en España es tan ingenuo como para tragarse la trola de que un partido de clara inspiración fascista como Vox no está deseando tener bajo control a la masa obrera. Solidaridad es una reedición de aquel viejo Sindicato Vertical con el que el Régimen mantuvo a raya la revolución y la lucha de los trabajadores por sus derechos laborales. Obreros de la Unión Naval de Levante escribieron, ya en democracia, sobre lo que vivieron: “El Sindicato Vertical no valía para nada, tenías que ser tú mismo (…) era mentira todo (…) ni vertical, ni horizontal, nada”. O sea, una gran patraña. Solo cuando el PCE logró infiltrarse en esa macroestructura franquista, a finales de los 60 y gracias a un hombre inteligente como el gran Marcelino Camacho, empezó a tambalearse todo el tinglado de la dictadura.

Ahogar económicamente a UGT y Comisiones no es ni más ni menos que el primer paso para instaurar el sindicato único, de modo que todos, obreros y empresarios agrupados, vuelvan a ser sumisos “productores” al servicio del Estado. Tras el final de la Guerra Civil (y hasta la muerte de Franco, cuando Adolfo Suárez disolvió el Sindicato Vertical), UGT y CNT fueron declaradas proscritas y enviadas a la clandestinidad. El dictador pudo consumar así uno de los grandes objetivos del Estado totalitario: un país de esclavos subyugados por la ley del miedo que lo daban todo por la patria sin exigir nada a cambio. Sin sindicatos ya no había disidencia y el paternalismo del cacique volvía a imponer su ley como en la época feudal. Abascal, como buen nostálgico que es, también tiene ese sueño húmedo del nacionalsindicalismo.

No se trata por tanto de una cuestión de equilibrar los presupuestos de una comunidad autónoma como Baleares. Aquí se está jugando un modelo de Estado: o social y democrático de derecho o autoritario. Muertos y enterrados los sindicatos de clase, no habrá negociación colectiva, la huelga será una quimera, los salarios serán cada vez más bajos (según se fije en la circular del ministro del ramo de turno, franquista por supuesto) y la mayor aspiración laboral del trabajador será que el patrón le envíe a casa una cesta por Navidad y una participación de la Lotería Nacional que nunca toca. Tal cual como en el cuarentañismo.

A menudo criticamos, y con razón, la mansedumbre y docilidad de nuestros sindicatos, pero lo cierto es que si no existieran habría que inventarlos. Siguen siendo la única y última barrera que separa la vida medianamente digna de un obrero de la ley de la jungla, que es donde quiere llegar finalmente Abascal. Dice la indocumentada Pepa Millán, portavoz de Vox en el Congreso de los Diputados, que el dinero de los españoles y sus impuestos “debe ir a lo verdaderamente importante”. Los sindicatos no les parece algo primordial precisamente porque el patrón siempre sintió pavor ante una clase obrera concienciada, formada y organizada. Volvemos al Fuero del Trabajo y al modelo fascista italiano. Que alguien pare ya esta maldita distopía.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

EL GRINCH

(Publicado en Diario16 el 19 de diciembre de 2023)

Sigue negándose Feijóo a mantener cualquier tipo de entrevista o reunión con Pedro Sánchez. En la tradición política española, la Navidad siempre ha sido tiempo de diálogo, de consensos y acuerdos entre los dos principales partidos de la Restauración monárquica. Tradicionalmente, desde la Transición y aquello, se ha creído que el mágico clima de paz y amor que se supone inunda las calles de nuestras ciudades y pueblos en estas fechas tan entrañables, como diría el emérito, es propicio para cerrar grandes pactos de Estado sobre terrorismo, economía, mercado laboral y asuntos exteriores, entre otras materias. Sin embargo, Feijóo rompe con el cuento navideño del 78 y opta por desempeñar el papel o rol del Grinch, ese personaje antipático y molesto que viene a destruir la armonía de las fiestas.

Por refrescar la memoria del lector, el Grinch –creado en 1957 por el escritor y caricaturista infantil norteamericano Theodor Seuss, Doctor Seuss para los niños– es un ser verde viscoso, ácido o chillón preocupado solo por sí mismo. Un monstruito peludo y gruñón, egoísta y huraño, que vive alejado de la humanidad, de las buenas costumbres, de las personas normales y decentes, en definitiva, de la ordenada civilización. En el corazón del Grinch (“de dos tallas menos”, tal es su mezquindad) anida el odio, el rencor, y por eso vive recluido en una sórdida y fría cueva a tres mil pies de altitud donde no llega ni Dios. Pero el Grinch, envidioso de los vecinos de Villa Quién que gozan alegremente de la Navidad, no puede quedarse quieto en su misantropía y decide bajar al pueblo para robarle a los lugareños sus regalos, sus comilonas y adornos luminosos, aguándoles la fiesta. Cree que sustrayendo lo material podrá destruir el espíritu navideño, pero cuál es su sorpresa cuando cae en la cuenta de que la Navidad es mucho más que el consumismo y lo superfluo (ahí entra la moraleja del Doctor Seuss) y que los habitantes de Villa Quién siguen celebrando los días felices y alegres como si nada. Entonces el cascarrabias de la caverna ve la luz y devuelve todo lo que ha sisado, aumentando su corazón de tamaño e integrándose como uno más en la comunidad. Feijóo se parece bastante a este complejo personaje.

Sánchez sería el alcalde de Villa Quién que llama constantemente a la concordia y al acuerdo, a la renovación del Poder Judicial y a los nuevos pactos de Estado, pero el Grinch pepero, huraño como él solo, radicalizado en sus creencias, se resiste siempre. Al líder del Partido Popular se le está poniendo la piel de un verde voxizado, casi marciano, que tira para atrás, y cuando habla ya parece uno más de la troupe circense que este fin de semana montó la gran cumbre ultraderechista de Roma patrocinada por Giorgia Meloni. Aquello estaba lleno de grinchs, seres mitológicos de otro tiempo, de otra época, puro odio fascista rebosante de admiración a Mussolini.

Pero hay otros síntomas alarmantes de la conversión de Feijóo en ese odioso y cargante animalillo de cuento de hadas. Por ejemplo, por momentos da la sensación de que el líder del PP, al igual que el Grinch, se hubiese ido a vivir a una lejana cueva, a la nostálgica caverna franquista (política y mediática), y ya no quisiera salir de allí. Es como si una fuerza extraña (quizá aquella Fuerza Nueva de Blas Piñar) se estuviese apoderando de él, secuestrándolo y bunkerizándolo en las apartadas grutas del monte. Sin duda, de tanto tratar con los grinchs de las montañas, o sea la feroz tribu Vox empeñada en asaltar el castillo de Ferraz, se ha olvidado de la vida en democracia, de la vida en sociedad, de la Navidad.

Toda esa rabia, toda esa violenta verborrea, todo ese desagradable tono guerracivilista que le sale de dentro y que se gasta estos días el bueno de Alberto a cuenta de los pactos del PSOE con Bildu y de la moción de censura contra UPN en Pamplona, solo puede tener una explicación: el espíritu del Grinch se le ha metido hasta el tuétano y ya no quiere saber nada de la amistad y la fraternidad con los demás. Mientras los españoles se aproximan a la Nochebuena, fecha para la reconciliación y la paz, su corazón dos tallas más pequeño sigue instalado en el rencor que le inspira Abascal, el Gran Jefe Grinch que, desde lo alto de la cordillera ultra, le va enviando las pertinentes señales de humo y de guerra. Antes de su dramática metamorfosis, Feijóo era un democristiano moderado y entendía eso tan bíblico del perdón, pero ya no. El alma del Grinch se ha apoderado de él y no lo suelta.

Está claro que Feijóo, ya convertido en el ente verdoso salido de la prodigiosa imaginación del Doctor Seuss, se ha propuesto robarle la Navidad a los españoles (si pudiera nos quitaba hasta los regalos de Reyes y aguinaldos en forma de subsidios acordados hoy por Calviño y Díaz), convirtiéndonos a todos en pequeños y mezquinos grinchs azuzados y enfrentados unos contra otros. Con el pavo humeante en el horno y el cava enfriándose en el frigorífico, era el momento perfecto para que el dirigente popular se hubiese bajado de su oscura cueva, dándose una vuelta por Moncloa y estrechándole la mano al alcalde del Villa Quién ibérico, pero no lo ha hecho. Está totalmente poseído por la inquina y el resentimiento, y en lugar de compatriotas y vecinos ya solo ve corruptos y traidores socialistas que quieren romper España. Es lo que tiene el espíritu del Grinch. Que cuando se le mete a uno en el cuerpo se lo come por dentro.

LA MOTOSIERRA DE MILEI

(Publicado en Diario16 el 19 de diciembre de 2023)

La motosierra del ultraderechista Milei ya ha empezado a cortar cabezas en forma de duros ajustes económicos. Y, tal como cabía esperar, los primeros decapitados están siendo los argentinos de las clases más humildes, una tragedia nacional si tenemos en cuenta que la mitad del país vive en el umbral de la pobreza. Paradójicamente, muchos de los afectados por la criba votaron de buena fe (y con algo de ingenuidad, todo hay que decirlo) por el político ultra. Gente desclasada y decepcionada con la izquierda que optó por pegarse un tiro en el pie.

Por lo visto, el anarcocapitalista que se impuso al candidato de Unión por la Patria, Sergio Massa, tenía prisa por meterle caña a la motosierra (para algo la ha comprado) y ya ha empezado a aplicar su durísimo programa de cierre de ministerios, supresión de subsidios y privatizaciones a calzón quitado. Llama la atención que durante la campaña electoral hablara poco o nada del plan que llevaba entre manos, un proyecto más propio de una economía feudal que de una sociedad avanzada del siglo XXI. Prometió, eso sí, un país próspero y avanzado, riqueza para todos y una lujosa quinta en La Pampa para cada familia. Todo era optimismo, alegría y jolgorio. Jijí jajá.

Sin embargo, no habían pasado ni dos días desde que asumiera el cargo cuando el discurso del loco Milei cambió radicalmente, dejando ver su verdadero rostro. Y el panorama ya no era tan idílico. “No hay alternativa posible al ajuste, no hay plata”, dijo con el rictus serio y severo, y se puso a recortar en gasto público y a devaluar moneda como si no hubiera un mañana. Además, anunció la paralización de grandes obras públicas; el despido masivo de funcionarios recién contratados; la reducción de prestaciones, subsidios y bonos energéticos y de transporte; la suspensión de pagos a 23 provincias; y el adelgazamiento a la mitad del número de ministerios federales, concretamente de dieciocho a nueve.

¿Pero es que nadie en Argentina vio la trampa, el ardid, el inmenso engaño que se estaba gestando? ¿Cómo pudo ser que millones de votantes dispuestos a bailarse un último tango con el Diablo decidieran inmolarse como sociedad? Vale que el argentino es alguien muy dado a adorar mitos y leyendas, ya se vio cuando miles de ellos se entregaron como fieles adeptos a la Iglesia Maradoniana. Pero, ¿dejarse estafar por un tipo despeinado, con chupa de cuero y pinta de telepredicador o vendedor de enciclopedias? No se entiende.  

Milei es el mayor embaucador/charlatán que ha pisado la hermosa faz de la tierra sudamericana. Un formidable cuentista experto en un nuevo y extraño realismo mágico capaz de embelesar a las masas. “Las dictaduras fomentan la opresión, las dictaduras fomentan el servilismo, las dictaduras fomentan la crueldad; más abominable es el hecho de que fomenten la idiotez”, dijo Borges, bonaerense universal que ya en su día vio venir cómo millones de tontos acabarían engatusados por un trilero con patillas y mucha cara dura. “Efigies de caudillos, vivas y mueras prefijados, ceremonias unánimes, la mera disciplina usurpando el lugar de la lucidez”, advirtió el autor de las Ficciones. Con el nuevo hombre fuerte del país asentado en el poder, Argentina pasa de la ficción a la cruda realidad, de los sueños a la pesadilla, de las bibliotecas borgianas a la ignorancia, tal es el recortazo en Educación que prepara el nuevo presidente ácrata-libertario. Al compadrito Milei le ha bastado un eslogan facilón (“Viva la libertad, carajo”) y una verborrea sorprendente para seducir a millones de desesperados, protagonizando un fenómeno sectario o de abducción colectiva digno de estudio.

A esta hora, 46 millones de argentinos espantados por lo que les reserva el futuro empiezan a asumir que vienen tiempos difíciles y que van a tener que hacer frente a una etapa de austeridad nunca antes vista. Esto sí que es un cambiazo pelotudo y no lo del corralito financiero, cuando las pasaron canutas viendo cómo la banca se quedaba con sus pesos y ahorros. Milei les ha prometido menos impuestos, pero lo que se atisba en el horizonte es un ajuste fiscal de padre y señor mío y días de escasez a la soviética, ese régimen que tanto dicen odiar. Lógicamente, esta nueva crisis no la pagarán los ricos ni los bancos –que han llevado en volandas al clown hasta la Casa Rosada–, sino los de caerse muertos.

Pero la farsa continúa y los tertulianos palmeros del loco Milei blanquean al trumpista en prime time, preparando el terreno de lo que está por venir. Eduardo Serenellini, presentador de La Nación, una televisión progubernamental (y ya mileiurista), justificó ayer que, como vienen días de ajustarse el cinturón, el argentino medio tendrá que hacer sacrificios como quitarse de Netflix, dejarse el coche en casa o incluso comer una vez al día, todo ello en función del “nivel” adquisitivo de cada cual. Y no es broma, es tal cual como lo oyen. Casi al mismo tiempo, otra presentadora pija de las de “te lo juro por Snoopy, o sea”, explicaba que si ella era capaz de despedir a la criada y de cambiar a sus hijos a un colegio más modesto (eso sí, siempre privado), cualquier patriota puede soportar irse a la cama sin cenar. Ni en las distopías literarias más disparatadas.

No había que ser muy listo para entender que un tipo armado con una sierra mecánica, en plan killer salido de la matanza de Texas, no podía traer nada bueno a los argentinos. Algunos economistas de prestigio, ya en campaña electoral, advirtieron de lo que podría pasar de ganar este hombre las elecciones. Detrás de la fiesta, el confeti y el rock and roll que Milei ofrecía en sus mítines había un siniestro programa oculto que no haría sino aumentar la inflación, acabar con los ingresos estatales, frenar la producción, disparar el empleo y aumentar la pobreza. La fiebre de odio contra el marxismo silenció, por comunistas, a quienes osaban levantar la voz. Ahora, cuando ya es demasiado tarde, los sindicatos anuncian huelga general, una protesta a la desesperada que el megalómano Milei piensa reprimir quitándole el jornal de ese día a todo el que ose secundar la movilización. Después de las falsas promesas del fascismo siempre llega un guardia con una porra.

De momento, las cosas por aquellas latitudes solo le van bien a Karina Milei, la hermanísima del autócrata elevada a los altares del poder como jefa en la sombra del nuevo de Gobierno. El nepotismo, un clásico en todo régimen autoritario. No llores por mí Argentina. 

Viñeta: Iñaki y Frenchy

ELON MUSK

(Publicado en Dairio16 el 18 de diciembre de 2023)

A finales del siglo XIX, Taylor impuso la “organización científica del trabajo”, un magnífico eufemismo con el que explotar al obrero condenándolo a la alienación, a los bajos salarios y a los abusos del patrono, que se llenaba el bolsillo con las plusvalías. Más tarde, ya en el XX, Henry Ford inventó la siniestra cadena de montaje o producción en serie para reducir costes de fabricación, convirtiendo al trabajador en un autómata sometido a jornadas de labores rutinarias, repetitivas, obsesivas hasta la locura (Chaplin inmortalizó el fenómeno en Tiempos modernos, una gran alegoría de las miserias del capitalismo que está más de actualidad que nunca). Hoy, superado el taylorismo y el fordismo, el totalitarismo económico y financiero adopta nuevas formas, como el tecnofascismo, cuyo máximo exponente es Elon Musk, que este fin de semana ha participado como invitado de honor en la gran convención ultraderechista de Atreju en Roma. Odio y dinero, un cóctel como para echarse a temblar.

El congreso anual organizado por el partido de Giorgia Meloni, Fratelli d’Italia, se ha convertido en la gran cita ineludible de la extrema derecha globalizante. Hasta allá se ha ido toda la troupe del circo fascista internacional, entre ellos Santiago Abascal, que ha protagonizado una bajada de pantalones de dimensiones planetarias al asegurar que no desea que cuelguen a nadie por los pies, “por muy corrupto y traidor que sea”. Esa ha sido su manera de recular después de haber señalado a Pedro Sánchez como candidato a colgar de una soga, tal como hicieron los partisanos con Mussolini al final de la Segunda Guerra Mundial. Patética la forma de envainársela del dirigente voxista.

A fuerza de retorcer la historia para adaptarla a su rancia ideología, Abascal ha quedado atrapado en su propia tela de araña. Y no se aclara. Como unas veces va de nuevo caudillo franquista y otras de defensor de la libertad, eso le lleva a incurrir en extrañas contradicciones o marcianadas. Cuando está en Madrid, el líder de Vox se viene arriba y se comporta como un libertador dispuesto a librar a España del yugo del dictador sanchista. Pero cuando se planta en Italia, delante de los escuadristas camisas negras, cae en la cuenta de que Mussolini, el auténtico sátrapa, sigue siendo venerado en aquellas tierras y se ve obligado a recoger cable para que no le tiren huevos y tomates a la cara. No se puede ir a Roma diciendo que quieres colgar a alguien por los pies, tal como hicieron en su día con el Duce, porque entonces te echas a media Italia encima, convirtiendo a Sánchez, por identificación, en el mártir. O sea, un porro.

Esas cosas cómicas, sin pies ni cabeza, son las que le ocurren al ágrafo histórico Abascal, un dirigente que hace política a salto de mata, improvisando sobre la marcha, como pollo sin cabeza, nunca mejor dicho. En España tiene muy engañado al personal embriagado con los libros revisionistas de los Moa y puede decir cualquier barbaridad, que se la comprarán sin problema. Así, puede acudir a un mitin en Colón proclamando aquello de viva el rey, viva la monarquía constitucional, y al minuto siguiente estar, codo con codo, con los falangistas que asaltan Ferraz al grito de “borbones a los tiburones” y la “Constitución destruye la nación”. Sin embargo, cuando sale por ahí fuera, a foguearse por la Europa nazi de verdad, tropieza constantemente con la historia que no conoce y se ve en la necesidad de situarse, de definirse, de ponerle algo de coherencia a su discurso del todo vale. O mussoliniano clásico o trumpista posmoderno. O supremacista de toda la vida o defensor de la libertad frente a la tiranía sanchista. Pero ambas cosas a la vez no porque luego tienes que pasar por Italia, terminan viéndote como un peligroso aliadófilo, partisano o bolchevique enemigo del arquitecto del fascismo italiano y corres el riesgo de ser tú al que cuelguen por los pies.

Con todo, no fue el jefe del esotérico partido ultra español el gran protagonista de la convención de Atreju. La gran estrella fue, sin duda, el susodicho Elon Musk, otro que ha leído poco o nada más allá de los aburridos manuales de instrucciones del sistema operativo Windows. El aprendiz de astronauta que anda por el espacio con sus locos cacharros Tesla, como un kamikaze de la M30, fue recibido en olor de multitudes. A Musk ya se le considera el gran dios del ultraliberalismo económico, que a fin de cuentas es de lo que va esta inmensa estafa del nuevo fascismo internacional. El ejecutivo de la red social X, antes Twitter, odia todo lo que huela a público (el Estado nos roba, dice) y sueña con privatizarlo todo. Hasta Milei, el tronado argentino de la motosierra que parece que ha inventado la rueda, le copia sin pudor el modelo económico anarcoliberal.

Musk es un señor feudal de la globalización que está por encima del bien y del mal. Tiene más poder que cualquier Estado democrático, más pasta que cualquier ejército empeñado en ganar una guerra, más fondos que la NASA para impulsar su propia carrera espacial. Es el paradigma de magnate que, a través de su corporación multinacional, mueve los hilos del mundo. Nadie debería fiarse de un señor que va al trabajo con su propio lavabo a cuestas. Pero lo peor de Musk no es que esté logrando imponer un nuevo modelo económico basado en el trabajo esclavo donde el Estado ha sido liquidado y se impone su moral reaccionaria. La gran amenaza para el mundo está en que ha sabido camuflar el fascismo detrás de un mundo de fantasía, de marcianitos verdes, de estúpidos emojis, hadas y unicornios rosa.

Este fin de semana, durante la convención facha de Roma, Míster X ha invitado a los europeos a “tener hijos” para mantener la civilización occidental y a defender un ecologismo que no reste “esperanzas en el futuro”. O sea, xenofobia y negacionismo del cambio climático todo en uno. Un tío de esta guisa propagando su nauseabunda ideología ultra, en forma de bulos, a través de su red social convertida en el nuevo Gran Hermano, puede terminar organizando un Armagedón que ni el meteorito ese que acabó con los dinosaurios. Musk, el maquiavélico flautista de Hamelín que anestesia a millones de incautos con sus tuits infantiles y sus mundos distópicos y futuristas, es más peligroso que cien Mussolinis. Por cierto, Atreju viene de Atreyu, uno de los protagonistas del relato fantástico La historia interminable, de Michael Ende. Por algo será.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

KAMIKAZE SÁNCHEZ

(Publicado en Dairio16 el 15 de diciembre de 2023)

El acuerdo entre el Partido Socialista de Navarra y EH Bildu para desbancar del Ayuntamiento de Pamplona a UPN estaba recogido, sin duda, en el pacto de investidura de Pedro Sánchez. Hay que ser muy ingenuo, o muy sanchista, o ambas cosas a la vez, para no querer reconocerlo. Mediante esta alianza, que hasta el día de ayer se ha llevado con el máximo secreto, el PSOE daba la alcaldía a los abertzales y a cambio estos le prestaban los apoyos necesarios para mantener la Moncloa. Una jugada perfecta. Y, tal como era de prever, las derechas han montado otro pollo.

Tras conocerse el terremoto pamplonica, los conservadores de UPN y del PP han sufrido las primeras convulsiones histéricas y están diciendo cosas de lo más gruesas. Feijóo cree que nos encontramos ante la primera consecuencia de un “pacto encapuchado” (aludiendo a los etarras), Esparza habla de “escoria” socialista/indepe y en toda Navarra se convocan manifestaciones por tierra, mar y aire como las que monta la derecha madrileña cada domingo. “Este es el pacto más miserable de todos los que ha suscrito el señor Sánchez en su carrera política”, remata Feijóo.

Bien mirado, el acuerdo estaba más que cantado. El presidente no podía revalidar el cargo sin los avales de Junts y de Esquerra, como tampoco podía serlo sin el partido independentista vasco. La siguiente estación parece más que clara. Si Bildu necesita los escaños del Partido Socialista de Euskadi para gobernar el País Vasco, los tendrá. Eso sí, habrá que ver cómo se toma el PNV esta componenda y si sufre un ataque de cuernos. No parece que a Aitor Esteban y los suyos les haga mucha gracia esta historia, y seguramente apuntarán la afrenta en la lista negra del Euzkadi Buru Batzar para vengarse cuando a PP y Vox les salgan las cuentas a la hora de presentar una moción de censura contra Sánchez. Porque, no lo olvidemos, los populares se rasgan las vestiduras cuando es el PSOE quien pacta con los nacionalistas (tachándolo de “traidor a España”), pero asume la maniobra como parte del legítimo juego democrático cuando son ellos los que firman con los indepes. Ya se demostró cuando lo del Pacto del Majestic, una alianza firmada tras las elecciones generales de 1996 entre el PP y Convergència i Unió (hoy Junts), según la cual el partido de Jordi Pujol prestaba sus apoyos a la investidura de José María Aznar a cambio de que el amigo de Bush transfiriera más competencias a Cataluña. Eran los tiempos en que, mientras los cayetanos gritaban frente al balcón de Génova aquello de “Pujol enano habla castellano”, Aznar se expresaba en catalán en la intimidad. También los años en que la Guardia Civil de Tráfico salía de aquella comunidad autónoma levantisca por la puerta de atrás y sin hacer ruido. Pero esa es otra historia.

En los últimos días, Sánchez está tomando decisiones más que arriesgadas, casi suicidas podría decirse. Una de ellas ha sido dar la orden de pactar lo que haya que pactar con los de Otegi. Lo que le faltaba al premier socialista. Primero separatista catalán, luego terrorista de Hamás y ahora batasuno de los de txapela y Nueve Parabellum. Menudo mes nos está dando este hombre. Todo ello mientras Óscar Puente se esfuerza por blanquear a un partido como Bildu que, si bien es verdad hoy trata de homologarse como una fuerza democrática más, rompiendo con su pasado, no hace tanto era el brazo político de la banda que asesinó a casi un millar de personas. “Yo digo sin complejos que no tengo ningún problema en que un partido progresista democrático se haga con una alcaldía en España. Ninguno”, asegura el ministro de Transportes. Al bueno de Puente solo le ha faltado pedir el Nobel de la Paz para Otegi. No se entregue tanto, hombre, que no es necesario. Deje pasar algo más de tiempo hasta ver si esta gente ha superado su adicción al Titadine.

Sánchez está completando su mes más loco desde que llegó a la Moncloa hace ya cinco años. Si lo que hizo César fue atravesar el Rubicón, lo que está haciendo el jefe del Ejecutivo español es saltar un océano tan gigantesco como el Atlántico. El premier ha debido decirle a Santos Cerdán aquello de “para cuatro días que nos quedan en el convento” y se ha liado la manta a la cabeza. El problema es que quizá no sean cuatro días, sino dos telediarios los que le quedan en la residencia monclovita. Tiene a todos los poderes fácticos encabronados, a la gresca y permanentemente movilizados. Los jueces, las fuerzas de seguridad, la patronal, el gran capital financiero, la Iglesia y ahora el Ejército. Ha sido escuchar lo del pacto en Navarra y los generales en la reserva se han puesto a escribir, como locos, panfletos golpistas para revistas fachas. Nadie puede mantenerse en el poder con tantos enemigos, ni siquiera Sánchez.

Es cierto que, en los últimos tiempos, Bildu ha mejorado en sus test de homologación democrática. Pero a los de Otegi les falta todavía un largo camino por recorrer en la condena de los crímenes etarras y en su relación con las víctimas. Nadie sabe si están rehabilitados de lo suyo. A día de hoy, se siguen celebrando los polémicos ongi etorri cada vez que un preso sale de la cárcel y es recibido en su pueblo como un héroe. Este tipo de cosas hacen que Sánchez se mueva en arenas movedizas en su desquiciante relación de conveniencia con la izquierda abertzale. Trata con ellos, pero no se deja retratar junto a ellos, algo parecido a lo que pasó esta semana en el Parlamento Europeo, donde le hizo la cobra a Puigdemont para no contaminarse demasiado dándole la mano al apestado prófugo de la Justicia.

Las fintas, quiebros y amagos del presidente no van a servirle para quitarse de encima la etiqueta de bilduetarra separatista que le colgaron hace tiempo, así que él se lo toma con filosofía y retranca: “Yo veo mi agenda y lo que tengo es una reunión con Aragonès”, dijo ante los periodistas negando su próxima entrevista con Puigdemont. Solo el tiempo dirá si sus contactos con el mundo indepe ayudan a construir una España más plurinacional, más federal, como dice él, o solo nos traerán nuevos focos de conflicto y convulsión social. Confiemos, una vez más, en su famosa flor. Por el bien de todos.

Viñeta: Iñaki y Frenchy