(Publicado en Diario16 el 19 de diciembre de 2023)
La motosierra del ultraderechista Milei ya ha empezado a cortar cabezas en forma de duros ajustes económicos. Y, tal como cabía esperar, los primeros decapitados están siendo los argentinos de las clases más humildes, una tragedia nacional si tenemos en cuenta que la mitad del país vive en el umbral de la pobreza. Paradójicamente, muchos de los afectados por la criba votaron de buena fe (y con algo de ingenuidad, todo hay que decirlo) por el político ultra. Gente desclasada y decepcionada con la izquierda que optó por pegarse un tiro en el pie.
Por lo visto, el anarcocapitalista que se impuso al candidato de Unión por la Patria, Sergio Massa, tenía prisa por meterle caña a la motosierra (para algo la ha comprado) y ya ha empezado a aplicar su durísimo programa de cierre de ministerios, supresión de subsidios y privatizaciones a calzón quitado. Llama la atención que durante la campaña electoral hablara poco o nada del plan que llevaba entre manos, un proyecto más propio de una economía feudal que de una sociedad avanzada del siglo XXI. Prometió, eso sí, un país próspero y avanzado, riqueza para todos y una lujosa quinta en La Pampa para cada familia. Todo era optimismo, alegría y jolgorio. Jijí jajá.
Sin embargo, no habían pasado ni dos días desde que asumiera el cargo cuando el discurso del loco Milei cambió radicalmente, dejando ver su verdadero rostro. Y el panorama ya no era tan idílico. “No hay alternativa posible al ajuste, no hay plata”, dijo con el rictus serio y severo, y se puso a recortar en gasto público y a devaluar moneda como si no hubiera un mañana. Además, anunció la paralización de grandes obras públicas; el despido masivo de funcionarios recién contratados; la reducción de prestaciones, subsidios y bonos energéticos y de transporte; la suspensión de pagos a 23 provincias; y el adelgazamiento a la mitad del número de ministerios federales, concretamente de dieciocho a nueve.
¿Pero es que nadie en Argentina vio la trampa, el ardid, el inmenso engaño que se estaba gestando? ¿Cómo pudo ser que millones de votantes dispuestos a bailarse un último tango con el Diablo decidieran inmolarse como sociedad? Vale que el argentino es alguien muy dado a adorar mitos y leyendas, ya se vio cuando miles de ellos se entregaron como fieles adeptos a la Iglesia Maradoniana. Pero, ¿dejarse estafar por un tipo despeinado, con chupa de cuero y pinta de telepredicador o vendedor de enciclopedias? No se entiende.
A esta hora, 46 millones de argentinos espantados por lo que les reserva el futuro empiezan a asumir que vienen tiempos difíciles y que van a tener que hacer frente a una etapa de austeridad nunca antes vista. Esto sí que es un cambiazo pelotudo y no lo del corralito financiero, cuando las pasaron canutas viendo cómo la banca se quedaba con sus pesos y ahorros. Milei les ha prometido menos impuestos, pero lo que se atisba en el horizonte es un ajuste fiscal de padre y señor mío y días de escasez a la soviética, ese régimen que tanto dicen odiar. Lógicamente, esta nueva crisis no la pagarán los ricos ni los bancos –que han llevado en volandas al clown hasta la Casa Rosada–, sino los de caerse muertos.
Pero la farsa continúa y los tertulianos palmeros del loco Milei blanquean al trumpista en prime time, preparando el terreno de lo que está por venir. Eduardo Serenellini, presentador de La Nación, una televisión progubernamental (y ya mileiurista), justificó ayer que, como vienen días de ajustarse el cinturón, el argentino medio tendrá que hacer sacrificios como quitarse de Netflix, dejarse el coche en casa o incluso comer una vez al día, todo ello en función del “nivel” adquisitivo de cada cual. Y no es broma, es tal cual como lo oyen. Casi al mismo tiempo, otra presentadora pija de las de “te lo juro por Snoopy, o sea”, explicaba que si ella era capaz de despedir a la criada y de cambiar a sus hijos a un colegio más modesto (eso sí, siempre privado), cualquier patriota puede soportar irse a la cama sin cenar. Ni en las distopías literarias más disparatadas.
No había que ser muy listo para entender que un tipo armado con una sierra mecánica, en plan killer salido de la matanza de Texas, no podía traer nada bueno a los argentinos. Algunos economistas de prestigio, ya en campaña electoral, advirtieron de lo que podría pasar de ganar este hombre las elecciones. Detrás de la fiesta, el confeti y el rock and roll que Milei ofrecía en sus mítines había un siniestro programa oculto que no haría sino aumentar la inflación, acabar con los ingresos estatales, frenar la producción, disparar el empleo y aumentar la pobreza. La fiebre de odio contra el marxismo silenció, por comunistas, a quienes osaban levantar la voz. Ahora, cuando ya es demasiado tarde, los sindicatos anuncian huelga general, una protesta a la desesperada que el megalómano Milei piensa reprimir quitándole el jornal de ese día a todo el que ose secundar la movilización. Después de las falsas promesas del fascismo siempre llega un guardia con una porra.
De momento, las cosas por aquellas latitudes solo le van bien a Karina Milei, la hermanísima del autócrata elevada a los altares del poder como jefa en la sombra del nuevo de Gobierno. El nepotismo, un clásico en todo régimen autoritario. No llores por mí Argentina.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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