(Publicado en Diario16 el 12 de diciembre de 2023)
Prosigue la sangría en Podemos. En los últimos días, más altos cargos del partido han abandonado sus puestos, consumando la desbandada general. Y todo ello mientras los cinco diputados del grupo parlamentario morado emigran al Grupo Mixto. Llegaron para asaltar los cielos y han terminado en el gallinero de Las Cortes como vulgares tránsfugas. Triste, muy triste.
Roberto Sotomayor y Carolina Alonso son los últimos en causar baja en la dirigencia después de que Irene Montero e Ione Belarra, las ministras defenestradas, se hayan negado a seguir con Sumar, la plataforma de Yolanda Díaz. En realidad, el programa electoral de morados y yolandistas no se diferencia en lo sustancial, así que estamos, ya lo hemos dicho aquí otras veces, ante cuestiones puramente personales. Los díscolos podemitas quieren mantener sus respectivas cuotas de poder y no hay más. Ellos tratan de convencer al electorado de izquierdas de que, empezando desde cero, rompiendo con el yolandismo sanchista, volverán a ser el partido de los 71 diputados y los cinco millones de votantes. La muleta fundamental sin la cual el PSOE se hunde y colapsa. Van por ahí vendiendo el pollino de que la remontada es posible, de que al final las aguas volverán a su cauce, y lo fían todo al ‘efecto Montero’, a quien algunas informaciones sitúan ya como candidata al Parlamento Europeo. Lo que no pudieron conseguir en España piensan alcanzarlo en Bruselas, a miles de kilómetros de distancia. “Regresar a los orígenes y recuperar la frescura”, esa es la nueva consigna que se quiere imponer a la militancia, a los inscritos y las inscritas. ¿Pero frescura de qué, si el proyecto está más marchito que una flor en medio del desierto? El adanismo de esta gente no se había visto antes.
Lo que le queda a Podemos es la nostalgia del recuerdo y mantener la ficción de que sin ellos no hay feminismo, como si la lucha por los derechos de la mujer hubiese empezado el 15M de 2011 y no en 1622 con la Igualdad de los hombres y las mujeres de Marie de Gournay. Hoy, los que se van lo hacen echando pestes de la actual cúpula directiva, a la que definen como algo endogámico, una empresa muy familiar, una especie de búnker para los últimos de Filipinas que se han atrincherado tras la derrota. Cualquiera con un mínimo de vergüenza torera se hubiese ido a su casa tras el descalabro de las autonómicas (cero representación en Madrid, cuna del movimiento), o se hubiese vuelto a la covachuela del funcionariado o a la universidad. Pero ellos no, son utópicos cabezotas y van a dar la matraca hasta el final.
¿Pero qué espera Podemos, o lo que queda de Podemos, del futuro más inmediato? Si lo que van buscando es propinarle la estocada definitiva a Pedro Sánchez (al que se la tienen jurada) desde el purgatorio del Grupo Mixto, nadie lo entenderá: la estrategia solo servirá para darle alas a la extrema derecha, así que terminarán convirtiéndose en cómplices del neofranquismo rampante. Si lo que intentan es boicotear a Díaz desde dentro del Parlamento, puede que consigan hacerle algo de daño, no lo negamos, pero será una guerra estéril que solo traerá más revanchismo y división a la izquierda española. Y si sueñan con que la gente vuelva a votarles en algún momento, pese al espectáculo entre narcisista y filibustero que están dando, es que son más ilusos e ingenuos de lo que parecía.
La fijación, tirria u ojeriza que le han cogido a la ministra de Trabajo no tiene explicación de ningún tipo desde la lógica ni la razón. Recuérdese que fue el propio Pablo Iglesias quien la colocó ahí a dedazo, así que no puede hablarse de traición alguna. ¿Qué esperaba el patriarca fundador, que Díaz hablara como un fiel muñeco de trapo o marioneta dirigida desde arriba por un ventrílocuo que va moviendo los hilos? Si se trataba de eso, ahora queda más al descubierto que nunca el fraude al que se encaminaba Podemos desde que Iglesias se lo dejó para dedicarse a ser el William Randolph Hearst del nuevo periodismo digital nibelungo.
Hay quien quiere ver en la ruptura de Podemos con Sumar el primer fracaso de Yolanda Díaz, pero uno cree que la cosa es más bien al contrario. Es verdad que la ministra pierde el 15 por ciento de la fuerza parlamentaria con la fuga podemita al Grupo Mixto, pero también es cierto que gana en autonomía, en capacidad de decisión y en mayor control de su proyecto político. Ya no tendrá que estar lidiando constantemente con Pili y Mili ni viviendo en un ay por el próximo tuit incendiario que le coloque el dúo de marras. Ahora las díscolas estarán fuera de la confluencia y al menos se las verá venir cuando quieran dar la puñalada trapera. Y no será porque Díaz no ha hecho lo posible y lo imposible por integrar a los podemitas como corriente interna. Lo ha intentado todo (hasta les ofreció un ministerio con un candidato de consenso como Nacho Álvarez), pero no hubo manera. Las Electras moradas tenían que estar en el Consejo de Ministros sí o sí o no había partido. No extraña que hasta Monedero se haya bajado de ese barco a la deriva harto de puerilidades e inmadureces.
Con niños caprichosos poseídos por la furiosa pataleta no se puede ir ni a la esquina. Ya en campaña electoral pudo comprobarse que, para la vicepresidenta, negociar con Montero y Belarra, la pareja de estrellitas del nuevo feminismo hispano, iba a ser un calvario todavía más tormentoso que poner de acuerdo a sindicatos y patronal en la reforma laboral. Así que cada uno por su lado y el tiempo pondrá a cada cual en su sitio. Que en el caso de Podemos, seguramente será en el vertedero de la historia.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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