(Publicado en Diario16 el 19 de diciembre de 2023)
Sigue negándose Feijóo a mantener cualquier tipo de entrevista o reunión con Pedro Sánchez. En la tradición política española, la Navidad siempre ha sido tiempo de diálogo, de consensos y acuerdos entre los dos principales partidos de la Restauración monárquica. Tradicionalmente, desde la Transición y aquello, se ha creído que el mágico clima de paz y amor que se supone inunda las calles de nuestras ciudades y pueblos en estas fechas tan entrañables, como diría el emérito, es propicio para cerrar grandes pactos de Estado sobre terrorismo, economía, mercado laboral y asuntos exteriores, entre otras materias. Sin embargo, Feijóo rompe con el cuento navideño del 78 y opta por desempeñar el papel o rol del Grinch, ese personaje antipático y molesto que viene a destruir la armonía de las fiestas.
Por refrescar la memoria del lector, el Grinch –creado en 1957 por el escritor y caricaturista infantil norteamericano Theodor Seuss, Doctor Seuss para los niños– es un ser verde viscoso, ácido o chillón preocupado solo por sí mismo. Un monstruito peludo y gruñón, egoísta y huraño, que vive alejado de la humanidad, de las buenas costumbres, de las personas normales y decentes, en definitiva, de la ordenada civilización. En el corazón del Grinch (“de dos tallas menos”, tal es su mezquindad) anida el odio, el rencor, y por eso vive recluido en una sórdida y fría cueva a tres mil pies de altitud donde no llega ni Dios. Pero el Grinch, envidioso de los vecinos de Villa Quién que gozan alegremente de la Navidad, no puede quedarse quieto en su misantropía y decide bajar al pueblo para robarle a los lugareños sus regalos, sus comilonas y adornos luminosos, aguándoles la fiesta. Cree que sustrayendo lo material podrá destruir el espíritu navideño, pero cuál es su sorpresa cuando cae en la cuenta de que la Navidad es mucho más que el consumismo y lo superfluo (ahí entra la moraleja del Doctor Seuss) y que los habitantes de Villa Quién siguen celebrando los días felices y alegres como si nada. Entonces el cascarrabias de la caverna ve la luz y devuelve todo lo que ha sisado, aumentando su corazón de tamaño e integrándose como uno más en la comunidad. Feijóo se parece bastante a este complejo personaje.
Sánchez sería el alcalde de Villa Quién que llama constantemente a la concordia y al acuerdo, a la renovación del Poder Judicial y a los nuevos pactos de Estado, pero el Grinch pepero, huraño como él solo, radicalizado en sus creencias, se resiste siempre. Al líder del Partido Popular se le está poniendo la piel de un verde voxizado, casi marciano, que tira para atrás, y cuando habla ya parece uno más de la troupe circense que este fin de semana montó la gran cumbre ultraderechista de Roma patrocinada por Giorgia Meloni. Aquello estaba lleno de grinchs, seres mitológicos de otro tiempo, de otra época, puro odio fascista rebosante de admiración a Mussolini.
Pero hay otros síntomas alarmantes de la conversión de Feijóo en ese odioso y cargante animalillo de cuento de hadas. Por ejemplo, por momentos da la sensación de que el líder del PP, al igual que el Grinch, se hubiese ido a vivir a una lejana cueva, a la nostálgica caverna franquista (política y mediática), y ya no quisiera salir de allí. Es como si una fuerza extraña (quizá aquella Fuerza Nueva de Blas Piñar) se estuviese apoderando de él, secuestrándolo y bunkerizándolo en las apartadas grutas del monte. Sin duda, de tanto tratar con los grinchs de las montañas, o sea la feroz tribu Vox empeñada en asaltar el castillo de Ferraz, se ha olvidado de la vida en democracia, de la vida en sociedad, de la Navidad.
Está claro que Feijóo, ya convertido en el ente verdoso salido de la
prodigiosa imaginación del Doctor Seuss, se ha propuesto robarle la
Navidad a los españoles (si pudiera nos quitaba hasta los regalos de Reyes y aguinaldos en forma de subsidios acordados hoy por Calviño y Díaz), convirtiéndonos a todos en pequeños y mezquinos grinchs
azuzados y enfrentados unos contra otros. Con el pavo humeante en el
horno y el cava enfriándose en el frigorífico, era el momento perfecto
para que el dirigente popular se hubiese bajado de su oscura cueva,
dándose una vuelta por Moncloa y estrechándole la mano
al alcalde del Villa Quién ibérico, pero no lo ha hecho. Está totalmente
poseído por la inquina y el resentimiento, y en lugar de compatriotas y
vecinos ya solo ve corruptos y traidores socialistas que quieren romper
España. Es lo que tiene el espíritu del Grinch. Que cuando se le mete a
uno en el cuerpo se lo come por dentro.
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