domingo, 25 de febrero de 2024

KISSINGER

(Publicado en Diario16 el 1 de diciembre de 2023)

Los periódicos dedican ríos de tinta a la muerte de Henry Kissinger, el diplomático global, dicen unos, el artífice del pragmatismo norteamericano del siglo XX, dicen otros. En realidad, siendo sinceros, lo único cierto que podemos decir de este hombre es que el mundo no le echará de menos.

Secretario de Estado durante los mandatos de Richard Nixon y Gerald Ford, asesor de Seguridad Nacional, pocos han detentado tanto poder como él. Leerán en la historia oficial que fue el artífice de la “política de la distensión” con la Unión Soviética, que logró el alto el fuego en el horror de Vietnam y que frenó el ansia expansionista de Israel en el conflicto del Yom Kippur contra Egipto y Siria. Incluso puede ser que hayan escuchado que fue un pacifista convencido por aquello de que implantó la doctrina oficial de la “intervención militar como último recurso”, lo que le valió el Premio Nobel de la Paz. No se crean nada.

Como el Rasputín que fue, un siniestro funcionario de la conjura, un intelectual de la maldad, movió los hilos de la política internacional a su antojo. Derrocó democracias legítimas, quitó y puso gobiernos títeres de Washington, dio golpes de Estado, llenó de sangre y caos todo aquel lugar que él, con su dedo índice burócrata, señalaba en el mapa. Aún no ha nacido el biógrafo con arrestos suficientes como para publicar la auténtica verdad sobre Henry Kissinger, quizá el personaje que más daño y sufrimiento llevó a América Latina en el convulso último tercio del siglo XX. Nunca lo dijo abiertamente ni lo dejó por escrito en sus numerosos ensayos con los que se forró en vida y se seguirá forrando desde el Más Allá, pero él consideraba que de la frontera mexicana para abajo todo formaba parte del famoso “patio trasero” yanqui. País de habla hispana en el que metía sus zarpas, país que acababa en horrenda sangría, en una guerra civil, en refriegas entre grupos armados o en una dictadura fascista. Su trastorno maquiavélico solo era comparable a su fobia al comunismo.

Sin la inestimable colaboración de Kissinger a través de los servicios de inteligencia, sin la CIA puesta al servicio del golpismo fascista latinoamericano, Pinochet jamás habría llegado al poder tras derrocar a Allende en Chile, ni los milicos argentinos de Videla habrían impuesto su execrable dictadura rebosante de desaparecidos y torturados, ni se podría haber llevado a cabo la Operación Cóndor, una siniestra campaña de represión política y de terrorismo de Estado desplegada en numerosos países sudamericanos mediante asesinatos selectivos de opositores izquierdistas, maniobras de desestabilización, sabotajes y manipulación social. Durante años, la CIA hizo correr mucha sangre en países como Argentina, Bolivia, Chile, Paraguay, Uruguay, Colombia, Ecuador, Perú… Solo Surinam, Guyana y Trinidad y Tobago quedaron a salvo de las operaciones especiales al margen de la ley diseñadas por los norteamericanos con la aquiescencia y complicidad de las élites financieras, militares y políticas de cada lugar. Allá donde el socialismo asomaba como una esperanza para millones de personas hundidas en la más absoluta miseria, allá estaba el ángel de la paz Kissinger moviendo los vientos de la guerra y frenando revoluciones. El continente hermano ha tardado décadas en levantar cabeza y quitarse de encima el yugo gringo implantado por el implacable y diligente secretario de Estado. Más allá, en Camboya, Indochina, Congo y Timor Oriental, todavía se acuerdan de su madre. Y lo que no sabemos.

En los últimos años, diversas organizaciones habían reclamado que Kissinger fuese llevado ante un tribunal de derechos humanos y que se le retirara el Premio Nobel. El juez Garzón, en uno de sus arrebatos utópicos, quiso sentarlo en el banquillo por supuestos crímenes contra la humanidad en la Operación Cóndor, pero no hubo manera. La Administración estadounidense respondió al magistrado, con befa y mofa, que si quería interrogarlo escribiese una carta a la Casa Blanca. Siempre salía indemne de todo, como cuando se escabulló del caso Watergate. Dicen que como Nixon no se fiaba de él y no le contó los entresijos del aquel enjuague, pudo librarse del escándalo. Otro misterio que se lleva a la tumba.

Ya retirado, y con un buen dosier de secretos oficiales en la cartera, se pasó a la empresa privada en calidad de insigne asesor y lobista. Las puertas giratorias no son exclusivas de los españoles. George Bush junior –el peor presidente de la historia norteamericana hasta que llegó otro más inútil que él, Donald Trump–, lo llamó para que le echara una mano con la diplomacia tras la hecatombe del 11S. Nada bueno pudo salir de allí y aunque no se le puede acusar de haber influido en la decisión de invadir Irak, no nos extrañaría nada teniendo en cuenta el pelaje del sujeto.

Su peste elegante y diplomática también nos rozó a los españoles, ya que siempre tuvo una visión benévola de Franco, a quien consideraba el jefe de Estado de un régimen autoritario pero un firme aliado de los americanos, un bastión frente al comunismo y una economía emergente de mercado muy jugosa para explotar. Su papel en la Marcha Verde marroquí y en el atentado de ETA contra Carrero Blanco, con la sempiterna CIA de por medio, están aún por aclarar. Se va con cien años, todo un siglo de secretos a voces, una larga vida llevando la muerte travestida de libertad hasta el último rincón del mundo. Más de la mitad de ese tiempo, con sus trapacerías y conspiraciones, lo invirtió en hacer de este planeta un infierno todavía peor de lo que es. Tanta paz lleves como descanso dejas.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

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