domingo, 25 de febrero de 2024

CÓMO MUEREN LAS DEMOCRACIAS

(Publicado en Diario16 el 11 de diciembre de 2023)

Ahora que Santiago Abascal pronostica que algún día los españoles “colgarán por los pies” a Pedro Sánchez, vuelve a estar vigente Cómo mueren las democracias, el ensayo de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt (politólogos Harvard) considerado el libro más importante e influyente de la era Trump. La obra indaga en las corrientes populistas y técnicas propias de regímenes autoritarios que están corroyendo el Estado de derecho en Occidente. La tesis del libro es la siguiente: el trumpismo, con sus bulos y su lenguaje faltón políticamente incorrecto, está consiguiendo romper las reglas del juego democrático, el respeto mutuo, las normas elementales de educación, la tolerancia y por tanto la convivencia. Desde que Vox llegó a la política nacional aquí, en España, también estamos inmersos en ese fenómeno distópico que no deja de ser global.

La democracia consiste en aceptar el fair play. Unas veces gana uno; otras, gana otro. El vencedor forma gobierno, el perdedor felicita a su contrincante, le estrecha la mano y acepta ejercer una oposición constructiva. Después de siglos de guerras y abusos totalitarios del poder, esa es la única manera que los seres humanos han encontrado para superar la ley de la jungla, donde siempre gana el más fuerte (que suele ser el que controla la fuerza militar). De esta manera, cuando se dinamita el cuadrilátero, el ring, todo salta por los aires.

El proceso de demolición de la democracia, desde dentro, sigue siempre el mismo patrón: el populista trumpizado se presenta a unas elecciones libres como el gran salvapatrias o mesías idóneo para superar el tiempo de crisis y tras una campaña sucia, navajera, guerracivilista, espera a que se abran las urnas. Si no vence, impugna los resultados electorales, cuestiona el sistema, deslegitima al adversario, exige la anulación de los comicios, agita las calles y lanza al populacho manipulado contra las instituciones democráticas o contra el partido oponente (a eso se refiere Abascal cuando pone un tuit con su ya tristemente famoso “vamos a Ferraz”, al levantamiento popular que va buscando ansiosamente porque sabe que por las vías democráticas jamás llegará a ser presidente).

El libro de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt resulta revelador sobre las técnicas empleadas por los populismos del siglo XXI para consumar su “golpe blando” a la democracia. Se trata de desacreditar al contrario con artimañas de lo más barriobajeras, con el insulto y la descalificación, criminalizando, demonizando y humillando al rival hasta reducirlo a la categoría de insecto u homúnculo despreciable desprovisto de cualquier derecho elemental. En las últimas semanas hemos asistido, con estupor, a la mayor ofensiva de este tipo que se recuerda desde los tiempos de la Transición. La extrema derecha (y también el Partido Popular, que ha entrado en el juego populista con descaro y sin pudor temeroso de perder votantes) ha dado una vuelta de tuerca a ese lenguaje macarra y gamberro antidemocrático al tildar a Sánchez de “sátrapa”, “dictador”, “traidor”, “felón”, “hijo de fruta”, “okupa”, “etarra”, “amigo de Hamás” y en ese plan. Miguel Tellado, portavoz parlamentario popular, ha llegado a invitar al presidente del Gobierno a que se meta en el maletero de un coche y se vaya de España como hizo en su día Carles Puigdemont. Todo ello con la aquiescencia de Feijóo, que ha practicado el doble juego de, por un lado, rechazar este tipo de trucos letales para la convivencia en España mientras que por otro añade la consiguiente muletilla, ese “pero” tan chirriante y poco estético que no puede sino interpretarse como una condena a medias de la violencia verbal y que en última instancia viene a justificar que él, el otro, Sánchez, de alguna manera se lo ha buscado. Ningún demócrata de pedigrí se comporta con esa ambigüedad calculada.

En Cómo mueren las democracias encontramos las técnicas del buen trumpista, desde el lawfare judicial hasta el filibusterismo parlamentario (el bloqueo sistemático y el “no” a cualquier tipo de pacto o consenso sobre políticas que benefician a los ciudadanos); la manipulación informativa a través de los medios de comunicación y las redes sociales; el desprestigio de las instituciones (que acaban siendo convertidas en barracas de feria o escenario para el show de los nuevos populismos); la falsa soflama patriotera y el montaje para destruir las carreras profesionales de los políticos de la disidencia. El nacionalismo cultural, el supremacismo del varón, la religión como bastión contra la izquierda, el nativismo xenófobo, el atavismo anticientífico y la demagogia.

Ha sido con este prospecto o manual de instrucciones como, en algún momento de este convulso siglo XXI, se ha deteriorado la democracia hasta límites inimaginables en países como Estados Unidos, Rusia, Brasil y ahora Argentina, donde un señor con motosierra –votado por una amplia mayoría de ciudadanos desesperados por la crisis– ha prometido liquidar el Estado de bienestar, que no le gusta porque le sale demasiado caro a las élites económicas y financieras (a fin de cuentas, son estas las que sufragan los movimientos reaccionarios emergentes). De ahí que los expertos de Harvard que firman el ensayo reclamen a los partidos demócratas políticas mucho más integrales del mercado laboral, y sobre todo medidas que aborden con audacia la cuestión de la desigualdad y la injusticia, gran foco del descontento de una parte de la sociedad abrazada a estos movimientos peligrosos como la panacea milagrosa y curalotodo capaz de resolver todos los males de un país.

Por un momento, tras el final de la Segunda Guerra Mundial, Occidente vivió la ficción de que se había liberado del yugo del fascismo, pero el fascismo nunca está derrotado, solo aletargado, hibernado, y siempre retorna con fuerza, no tanto “a manos de hombres armados sino a manos de líderes electos”, tal como sugieren los autores del influyente ensayo. Un libro, en fin, que se ha convertido en una guía imprescindible de nuestro tiempo para todo demócrata que busque respuestas a la deriva histórica que nos arrastra sin remedio.  

Viñeta: Iñaki y Frenchy

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