(Publicado en Diario16 el 14 de diciembre de 2023)
¿Se acuerda el fiel lector de esta columna del caso Neurona? Sí hombre, aquella denuncia que acusaba a Podemos de valerse de una tapadera en forma de consultora mexicana para desviar fondos electorales al partido. Pues bien, se ha archivado. Tres años después, el juez Escalonilla da carpetazo al asunto y libera de cualquier responsabilidad penal a los dirigentes morados, entre ellos Juan Carlos Monedero, que sale absuelto. Ni apropiación indebida, ni financiación ilegal, ni facturas, ni caja B, ni nada de nada. ¿Y qué cara se nos queda ahora?
Más allá de la responsabilidad de los dirigentes políticos en el descalabro del proyecto que nació al albur del movimiento 15M y de las movilizaciones de los indignados, ya solo cabe decir una cosa: a Podemos se lo ha cargado el establishment, el bipartidismo, el sistema. Para que luego digan que no hay lawfare o guerra sucia judicial en este bendito país. Años después, cuando el daño ya está hecho y la reputación de los procesados destruida, veremos cómo todos aquellos líderes de la derechona que en su día hicieron de este montaje el escándalo del siglo callan como frutas, por utilizar el lenguaje ayusista. Y también podremos comprobar cómo algunos medios de comunicación que se subieron alegremente a la caza y linchamiento del rojo piden disculpas ahora por no haber cumplido con la debida diligencia profesional en el tratamiento de la noticia. Poco importa ya. El montaje consiguió lo que se proponía: desplegar una cortina de humo sobre los múltiples casos de corrupción que asolaban al PP (caja B del tesorero Bárcenas incluida), arruinar unas cuantas carreras de prometedores jóvenes de izquierdas que llegaban con ganas de cambiar las cosas y frenar el auge imparable de Podemos.
Hoy el partido fundado por Pablo Iglesias no es más que chatarra inservible, un juguete roto (o eficazmente dinamitado), un proyecto fracasado por la maldad de unos (los enemigos externos de siempre) y la incompetencia de otros (los internos que han dirigido los destinos del partido con escasa pericia y visión teniendo en cuenta que esa fuerza política ha pasado de 71 diputados a solo 5 en apenas una legislatura). No verán ustedes estos días ni grandes titulares sobre el archivo de la causa, ni extensos análisis sobre el asunto, ni encendidos editoriales pidiendo cabezas y un treinta y seis para frenar el comunismo bolivariano. Algunos, allá por el año 2020, ya advertimos de que todo esto del caso Neurona despedía un fuerte hedor a complot, a cloaca judicial o lawfare (entonces pocos sabían lo que significaba ese palabro que en la actualidad anda en boca de todos) y así lo denunciamos en Diario16. Entonces nos llamaron podemitas, vendidos a Maduro, amigos de corruptos, panfletarios, abducidos por la secta y no se sabe cuántas cosas más. En realidad, no hacía falta ser Bob Woodward ni ningún aguerrido reportero de investigación del Washington Post para sospechar que aquel Watergate de poca monta, en medio del vendaval de mugre que se cernía sobre Génova por sus múltiples casos de corrupción, era un bluf y al final quedaría en nada. Así ha sido.
En nuestra serie de informaciones sobre Neurona nos bastó con atar unos cuantos cabos para concluir que blanco y en botella leche. Cualquier periodista que ha husmeado alguna vez en los informes anuales del Tribunal Cuentas sabe perfectamente que el cúmulo de defectos, irregularidades, chapuzas y basura que nuestros partidos políticos han ido acumulando con el paso del tiempo da un material suficiente como para abrir cien causas judiciales. Facturas que no encajan, donaciones de particulares y empresas que no se justifican, libros de contabilidad que no cuadran y dinero que sobra o que falta, han estado presentes, a la orden del día, desde prácticamente los albores de la democracia. Esto fue así durante décadas y si la Justicia se hubiese puesto manos a la obra y seria con la financiación hoy estarían, desde el primero hasta el último, todos los partidos clausurados.
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