lunes, 16 de septiembre de 2013

LA PATRIA


Lo bueno de sentirse un ácrata convencido es que nadie puede arrebatarte tu patria ni tu derecho a decidir. Hace ya tiempo que no creo en patrias, ni en banderas, ni en gilipolleces por el estilo. Me he librado de todos esos ídolos de la tribu, como decía Bacon. Yo soy mi Dios, mi patria y mi rey. Me considero relativamente feliz tomándome una birra frente al mar, mientras me rasco los sobacos como el gran Bukowski y le hago cucamonas a mi perro. Eso y escribir un buen párrafo es lo que más satisfecho me deja en este momento de mi vida en que me acerco peligrosamente al medio siglo. Con el tiempo y unas cuantas buenas películas y unos cuantos buenos libros he ido corrigiendo el error infantil del nacionalismo y he ido aprendiendo que la única patria por la que merece la pena morir es la madre literatura. Ahora unos y otros quieren engañarnos con esa patraña decimonónica de las patrias. Nos quieren devolver a una guerra vieja de patrias viejas, como en el diecinueve, como en aquellas carlistadas sangrientas en las que nadie sabía muy bien por qué luchaba. Había una guerra cada equis años y hala, todos a matarse por el rey con alegría y sin rechistar, como buenos patriotas. Hoy España tiene un Rey agotado y Cataluña un iluminado que se cree un Rey. Aquello del hambre y las ganas de comer, o sea. Por eso hay una máxima que no debemos olvidar nunca, queridos amigos de este blog: la única patria que existe es el dinero, eso lo sabe cualquier imbécil. Y si no, que se lo pregunten al zorrete de Urdangarín. Todo sistema, toda patria, todo Estado, es enemigo del hombre por naturaleza. La mayor memez sobre la patria creo que la dijo Voltaire, y eso que pasaba por un tío inteligente. Ahí va la cita de marras: "Debemos amar a nuestro país aunque nos trate injustamente". ¡Y un carajo!, le digo yo al señor Voltaire. La patria diluye al ser humano y lo reduce a la categoría de súbdito, o sea de lacayo, de número estadístico. La patria nunca proporcionará la libertad porque la patria es una mujerzuela que se acuesta contigo por tu dinero y luego te deja tirado sin subsidio de desempleo, sin pensión y sin futuro. Cuando las cosas van bien todos son muy patriotas, pero cuando van mal los patriotas abandonan el barco como ratas miserables. Quien crea que una Cataluña soberana le resolverá sus problemas como individuo insignificante arrojado a un mundo que no ha elegido que espere sentado (y no quiero ponerme a esta hora en plan Heidegger). Ya estoy viendo lo que ocurrirá al día siguiente de la proclamación de independencia. Los mismos políticos afilándose los dientes, los mismos banqueros frotándose las manos, los mismos ricos pisándole el cuello a los pobres desgraciados de siempre. Amar a la patria es como amar a una sombra, a un fantasma. Se ama un terruño con tierra, se ama un barco, se ama a una mujer, se ama a un hijo, pero amar a la patria es tal engaño, tal falacia, tal trola pasada de moda, que uno no entiende cómo gente del siglo XXI se deja embaucar todavía por esa trampa. Una Cataluña independiente no podrá darle a los catalanes más de lo que puede darle España a un español. No siento ninguna simpatía, ni el pecho se me inflama de emoción, ni me asalta ningún sentimiento de solidaridad viendo a toda esa gente enarbolando esteladas, cogiéndose de la mano y cantando canciones como marionetas de un festival de coros y danzas. Solo veo gente manipulada, gente afectada por la fiebre delirante del fanatismo, gente inoculada con el virus del mismo salvapatrias que maneja el cotarro desde que el mundo es mundo. Ese salvapatrias que está confortablemente sentado en su sofá de Madrid o de Barcelona, viendo como los demás infelices van haciendo patria.

Imagen: alertadigital.com

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