LAS OLIMPIADAS
En uno de mis muchos viajes a la madre Atenas (a Atenas hay que ir tantas veces como lo permita la cartera) el taxista de nombre imposible que me llevó del hotel al aeropuerto giró la cabeza bruscamente mientras conducía, clavó sus ojos espartanos en mí y, muy exaltado, espetó: "¿Los Juegos Olímpicos, dice usted? Los griegos llevamos muchos años pagando los Juegos Olímpicos". Enseguida me arrepentí de haber mencionado la palabra impronunciable, y mi torpeza se notó en la tarifa final del trayecto, doy fe de ello. La simple mención de las olimpíadas generó un repudio tal en el pobre ateniense, provocó un sarpullido de tal calibre en el taxista, que por un momento pensé que bajaría la ventanilla del coche para arrojar el pan de pita con salsa de yogur del desayuno. No hay nada como darse una vuelta por el mundo para comprobar de primera mano que el choriceo, el palanquismo y el butroneo a manos llenas son males universales de los gerifaltes ultracapitalistas que dirigen el cotarro del planeta. Hoy, sábado de un lluvioso aburrido, me he arrimado a la televisión un rato para seguir el gran evento, la superpresentación de Madrid como ciudad candidata a los juegos de 2020. No tenía que haberlo hecho. Casi me hierve la sangre cuando Rajoy, en un gallego perfecto, se ha dirigido al mundo para vender ese milagro económico español que ni él mismo se cree (por cierto, me pareció atisbar la esquina de un sobre asomando por el bolsillo de su chaqueta azulpepera. ¿Sobresueldos olímpicos, quizás?). He visto a esa Botella que es ya un guiñol acartonado de sí misma chapurreando el inglés rápido en mil palabras de The Aznar Academy y vendiendo un "cafelito con leche in the Plaza Mayor" como principal reclamo turístico castizo; he escuchado por la radio al pijo redomado de Cayetano de Alba terminando sus frases cursis y rimbombantes sobre el olimpismo con un "o sea" que hace daño a los oídos; y he confirmado cómo la estirpe vividora de los Samaranch sigue vegetando generación tras generación en los salones aristócratas del COI. Para esa familia no pasa el tiempo, oyes, siempre hay un Samaranch vendiendo humo por ahí. Del Príncipe mejor no hablar, con esa barbita raída y decadente, el pobre. Solo Gasol emergía con su porte imponente y legendario, con su estela orgullosa y heroica de Ulises de la canasta. Él sí que parecía un auténtico rey de España. Viendo la retransmisión televisiva (hasta que los argentinos desenchufaron el cable y nos obsequiaron con un apagón olímpico, mal fario) he ratificado, en fin, toda la parafernalia y toda la mentira en la que vive este país, toda la Barataria deportiva que nos quieren vender con el horizonte veinte veinte de fondo, y enseguida me he acordado de aquel taxista griego que casi me come al preguntarle por los Juegos Olímpicos. No nos han dado los juegos, pues mucho mejor. Más dinero para educación y sanidad. Y la medalla de oro para esa eminente científica que ha emigrado a USA porque aquí no le dan trabajo.
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