sábado, 28 de junio de 2014

EL FRACASO

(Publicado en la revista Gurb el 27 de junio de 2014)


El niño, algo giboso, cabizbajo y obeso, arrastra una bolsa pesada entre los árboles, mientras bota con desgana el balón de fútbol que le acaba de regalar su padre. Es temprano, un día claro y soleado, y en el parque apenas hay gente, salvo un viejo de boina calada dormitando en un banco y una mujer que recoge las heces de su perro con una bolsa. Ése será todo mi público de hoy, cavila el chaval, aunque bien pensado mucho mejor, cuanta menos gente menos testigos de la humillación. El niño va equipado con el uniforme de la selección nacional –botas a la última, pantalón azul, medias rojas hasta la rodilla, camiseta con el 6 de Iniesta a la espalda–, y se adentra poco a poco en el césped humedecido por la lluvia de la pasada noche. En silencio, con gesto adusto y amohinado, el niño cumple con el ritual de cada día: sacar de la bolsa la portería plegable de playa, montarla sobre la hierba y empezar la sesión de calentamiento. Hay que estar bien preparado para cuando llegue el señor entrenador. La brisa suave y fresca del mar agita las hojas de los árboles, emitiendo un sonoro murmullo que al niño le recuerda la muchedumbre enardecida rugiendo tras un gol. El niño ya ha ido unas cuantas veces al estadio, pero no termina de acostumbrarse al océano humano, le produce miedo y vértigo todo aquel gentío vociferando, maldiciendo, empujándose unos contra otros como bestias salvajes.
El niño sigue calentando brazos y piernas, pero llegado a un punto se aburre y se cansa, así que golpea el balón con la pierna derecha, blandamente, torpemente, y aunque pone los cinco sentidos en apuntar hacia la portería, la pelota caprichosa da en el palo y sale despedida fuera de la red. El niño casi puede escuchar los abucheos, las risotadas de los espectadores que irán a verle al partido del sábado, la tensión, los reproches, el miedo, la amarga sensación del fracaso. Frustrado, el niño hace un gesto de disgusto con la cabeza y corre en busca del maldito balón para volver a intentarlo de nuevo, aunque bien sabe que nunca lo conseguirá, que jamás será un buen jugador de fútbol, pese a que se aplica y hace todo lo que le dice el señor entrenador, acomodar el cuerpo hacia adelante, utilizar el empeine del pie para acariciar el cuero, golpear en seco en el punto justo de la pelota, como un latigazo, con decisión, con confianza, con valor. El niño, deprimido y confuso, llega hasta el balón, lo recoge con hastío, levanta la vista y ve acercarse al señor entrenador. Figura atlética, musculada, chándal negro con rayas naranjas, silbato colgando de la mano. Viene trotando como un león, viene dispuesto a todo y viene más enojado que nunca. El señor entrenador es un tipo alto con bigote y aunque no es mala persona a veces pierde de vista las cosas importantes. El niño lo acepta como es porque entiende que todo lo hace por su bien, porque todas las broncas, los castigos, las reprimendas no tienen otra finalidad que hacer de él un buen defensa central. El señor entrenador se acerca y mira fijamente al niño, con severidad, sudando, jadeando, como una pantera negra fiera y hambrienta.
–¿Has calentado ya, campeón?
–Sí, señor.
–Pues hala, gordo, a golpear el balón. A ver qué aprendiste ayer.
El niño coloca la pelota sobre la hierba, trata de dominar los nervios, un puño de acero le asfixia la garganta. Tienes que apuntar a la portería, concéntrate, hazlo bien esta vez, tonto, mete la maldita bola en la red. Toma carrerilla, dispara y vuelve a fallar. El mundo entero se le viene encima, se siente inútil, derrotado, aterrorizado, ya no puede más, pero el señor entrenador nunca se da por vencido, siempre quiere más, se le acerca haciendo aspavientos y le grita y le insulta, imbécil, capullo, torpe, gilipollas, gordo de mis cojones, eres necio como un mulo, no sé por qué pierdo el tiempo contigo, y le suelta un fuerte mandoble en la cabeza que le hace ver las estrellas, y le dice cosas aún más brutales que ningún ser humano debería decirle a un niño jamás. Enfurecido, fuera de sí, el señor entrenador pega un patadón a la bola, que vuela enloquecida por encima de los árboles, y se marcha maldiciendo y blasfemando entre dientes. Y el niño queda allí, solo, sentado sobre el césped, llorando y convenciéndose a sí mismo de que el señor entrenador no es un mal hombre porque lo hace todo por su bien, porque siempre piensa en su porvenir y porque, para bien o para mal, es su padre.

Ilustración: Adrián Palmas

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CHINITO TÚ, CHINITO YO

Ilustración: Igepzio(Publicado en la revista Gurb 
el 20 de junio de 2014)

Hace ya tiempo que los chinos cambiaron a Mao por el pantalón vaquero y la hamburguesa. La furiosa revolución roja que iba a arrasar el mundo en los sesenta ha terminado en un engendro híbrido capitalista/comunista, en un imperio de cartón piedra y todo a cien. La China que soñó Mao llena de millones de sonrientes chinitos uniformados con el mono de faena sumiso y gris ha devenido en una inmensa y atroz cadena de bazares que ha colapsado la economía mundial con sus chismes defectuosos, fútiles, inservibles. No hay nada más frustrante en este mundo que comprar un martillo made in China en una tienda todo a cien y ver cómo se parte en dos al primer estacazo. Lo cual demuestra que todas las revoluciones, sean del signo que sean, están abocadas al descalabro. Desde Jesucristo a Robespierre, desde Zapata a Fidel Castro, la historia de los movimientos revolucionarios es la historia de un fiasco tras otro. Eso debería tenerlo muy en cuenta Pablo Iglesias, que es nuestro Mao hispano, y hasta tiene un poco cara de chino mandarín con esos ojillos rasgados, la perilla ninja, la coleta confucionista y ese aire zen que saca de quicio a los tertulianos de la casta derechona. Pablo cualquier día, en un plató de la Sexta, se levanta de la silla levitando, se descalza ante Alfonso Rojo, ante Inda y ante Marhuenda, les hace la reverencia genuflexa y les suelta unos versos escurialenses por Mao que los deja tiesos.
El tiempo de las grandes revoluciones ya pasó, quizá porque las revoluciones se hacen en los callejones sin salida, como dijo Bertolt Brecht. De cuando en cuando nos llegan rumores de efímeras revoluciones, desde Egipto, Libia o Siria, por lo general revoluciones armadas por los hermanos musulmanes, en nombre del Islam, que es como salir de la tiranía del hombre para caer en la tiranía de Dios. A Vicente del Bosque le exigen una revolución en la Roja, pero Vicente es un marqués viejo y templado con el acero de Salamanca y ya no está para revoluciones. El Papa Francisco quiere hacer la revolución imposible de las sotanas, lo cual que no le dejan, mientras los republicanos españoles, por enésima vez, dejan la cosa para pasado mañana y ven, desde la barrera, cómo pasa otro carruaje real, otro Felipe más (y ya van seis), otra mano borbónica saludando al tendido entre flores de jazmín y vinillo de Jerez. Esta República española eternamente prometida se ha quedado aún más vieja que la Monarquía. Bien mirado, la vejez es el mejor bálsamo contra la fiebre revolucionaria.
Ilustración: Igepzio
Para lo único que sirve una revolución es para dejar un reguero de sangre, cadáveres, desaparecidos. Cambiarlo todo para que todo siga igual. ¿Qué ha sido del hombrecillo frágil de las bolsas que plantó cara a los tanques asesinos de Tiananmen? China, en su loca revolución comunista hacia el capitalismo, en su loca carrera comercial hacia ninguna parte, ha acabado en la ojiva nuclear, en la mascarilla para el humo negro de las chimeneas, en el arroz frito tres delicias (una mala paella sin colorante) y en las cárceles llenas de disidentes. Los chinos sueñan con poner un pie en Marte adelantando a los americanos por Júpiter, esquina con Recoletos, pero antes de plantar la bandera roja en el planeta ídem abren un todo a cien y aparcan la bicicleta. Yo al tendero de la esquina lo veo como un pequeño marciano que habla con la ele, cuatlo cincuenta, un ET con los dientes de oro que anda siempre tras un mostrador, sonriente y dócil, mientras tú te estás acordando de toda su dinastía Ming porque el superpegamento de alta potencia que te ha vendido no pegaría ni un sello en una carta. Han programado al inmenso pueblo amarillo como pequeños marcianos fabricados para una revolución de fraudes, tocomochos y mentiras, como robots humanos adoctrinados entre falsos marxismos y colosales desfiles militares. Les han colocado el chip del dinero, que es el sol naciente del nuevo mundo, y los han lanzado a la conquista de la Tierra, para que nos coman por los pies. Y mientras tanto nosotros, fatuos occidentales, nos reímos con sus malos programas de humor amarillo. A mí no me engañan, los chinos son marcianos. Una plaga de marcianos.

Ilustración: Igepzio 

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jueves, 26 de junio de 2014

LA CÁMARA DE CÁMARA



(Publicado en Revista Gurb el 26 de junio de 2014)

Fernando Cámara (cineasta y novelista, Madrid, 1969) es una de las grandes apuestas de la narrativa española actual. Nominado al Goya al mejor director novel por su primera película Memorias del ángel caído, ha ganado el XVI Premio de Narrativa Francisco García Pavón por su novela Con todo el odio de nuestro corazón. Dice que no se considera un autor de novela negra al uso, un término que considera una simple "etiqueta" dentro de la mercadoctecnia literaria. "Son tantos los corruptos que la reacción ciudadana sería una guerra civil en toda regla, lo que representaría la mayor vergüenza para un país", asegura.

Entrevista completa en Revista Gurb

viernes, 20 de junio de 2014

FELIPE VI O LA MADERA DE REY


El gran enigma de Felipe VI, la gran incógnita de este rey de rubias estaturas y talante discreto, es que aún no sabemos si estará a la altura de su padre, el Rey Juan Carlos. Hasta ahora Felipe no pintaba gran cosa en la Casa Real, o mejor dicho, le han dejado pintar más bien poco. Su labor se ha limitado a la entrega de los premios Príncipes de Asturias, a algún que otro viaje oficial a países remotos y a posar en la foto veraniega de Marivent. Felipe ha vivido largos años confinado en el palacio de la Luna, por utilizar el título de la novela de Auster, escritor de cabecera del nuevo monarca y también de la reina Letizia. Felipe ha sido siempre una especie de niño bonito que quedaba muy bien en las regatas mallorquinas, un niño distante y nórdico, tímido y silente, algo apartado del pueblo, sobreprotegido por la Reina Madre, y siempre a la sombra del gran tótem, el Akenatón de los borbones que enterró la religión franquista y se ganó las lentejas en una noche loca de pistolas y rebeldes picoletos. De Felipe siempre se dice que recibió una educación exquisita llena de idiomas y Yales, de Mirages y Elcanos, de cuarteles y discursos humanitarios, pero aún no ha entrado en armas y un rey sin batallas no es un rey. Ayer se escenificó la proclamación histórica, la protocolaria y oficial, toda Madrid engalanada, blasonada y heráldica, mucho Palacio Real floreado, mucho coracero a caballo, mucho Rolls y mucha fanfarria con alegres rojigualdas colgadas de los balcones. No hablaremos del vestuario de Letizia (para eso pagamos a Peñafiel, que se lo trabaje él) ni de los selfies infantiles de nuestros políticos, ni del eterno y tedioso besamanos, ni siquiera de lo lindas que iban Leonorcita y Sofía o de las trastadas de Froilán El Travieso (cuánto juego rosa va a dar este muchacho). Tampoco hablaremos de las baladronadas testimoniales de esos republicanos de centro comercial que gritan mucho y no hacen nada. Todo eso no ha sido sino un teatrillo antiguo y barroco, un Velázquez de la España de hoy, una puesta en escena un tanto rancia y anacrónica (el baño de multitudes en la Plaza de Oriente recordó peligrosamente a tiempos pasados, vamos que sobraba). Todo eso se diluirá y quedará como un lienzo de época, porque Felipe VI no será coronado hasta que no le llegue su hora grande, su momento crítico, su 23F. El rey solo se ganará el respeto y el fervor de su pueblo demostrando que tiene la talla política de su padre. Es cierto que a Juan Carlos le han perdido sus campechanías, sus corinas, sus safaris y sus por qué no te callas, lo cual que era una especie de John Wayne de la Monarquía, un duro que ha cabalgado por los desiertos áridos de la Transición, mientras que a Felipe yo le veo más como un principito de cuento de hadas sofisticado y elegante que se casó por amor en un bello happy end. Felipe VI tendrá que demostrar algo más que sus academias militares y sus diplomas, tendrá que demostrar sobre todo la personalidad, el olfato, el temple, la valentía y la astucia política de su padre. Tendrá que demostrar, en definitiva, que tiene madera de rey. Su discurso de ayer fue oficialista, institucional, correcto, pero también neutro, plano, intemporal. Quizás dijo lo que tenía decir con arreglo al guión. Pero ayer el destino le puso ante su primer gran reto para distinguirse del barullo de felipes que ha padecido nuestra Historia, el gran discurso de proclamación (que incardina el programa político de un rey) y uno cree que perdió una gran oportunidad para llegar al pueblo con un lenguaje cercano y moderno, sin retóricas ni artificios, sin obviedades, sin tonalidades de sangre azul. Hoy, tras el boato, los voceríos y los vivas de ayer, Felipe VI ha tenido su primer día en la oficina. Un cara a cara con Rajoy, el trilero gallego, para empezar. A ver si el chico se va curtiendo.

Imagen: Agencias

jueves, 19 de junio de 2014

MARTA SANZ


(Publicado en Revista Gurb el 19 de junio de 2014)
Marta Sanz (Madrid, 1967) escribe con una "contemporaneidad tan rabiosa como siempre supieron darle los grandes del género, empezando por ese irónico Chandler", ha dicho de ella Lorenzo Silva. Sanz, que acaba presentar la nueva edición ampliada y revisada de su novela La lección de anatomía, publicada en 2008 y prologada por Rafael Chirbes, ha recibido importantes premios, como el Ojo Crítico de Narrativa (2001) o el XI Premio Vargas Llosa de relatos. Además, fue finalista del Premio Nadal en 2006 y semifinalista del Herralde en 2009. Tiene previsto volar a China en los próximos días, donde tomará contacto con aquella cultura milenaria y quién sabe si obtendrá material para una próxima novela.

Entrevista completa en Revista Gurb

miércoles, 18 de junio de 2014

LA ARMADURA

Ilustración: Adrián Palmas

(Publicado en la revista Gurb 
el 23 de mayo de 2014)
 
A estas alturas de la romería, ya podemos decir que Arias Cañete era el peor santo que podría haber sacado a pasear la derechona para ganar las elecciones europeas. Y lo es por varias razones. Primero porque el hombre no quería, estaba como desganado, inapetente, frígido, él andaba en sus cosas agropecuarias y eso, y debió pensar que ir a Bruselas, ir pa na, era tontería. En segundo lugar porque es un espécimen de primate sin evolucionar, un cacho de fósil de carne con ojos, y ya se sabe que a estos les sale la vena macho a poco que se calientan (la prensa europea avanzada y hasta la otra ya lo conoce como Homo Cañetus, un primo del antecesor, de modo que venga Arsuaga a analizar al bicho). Y en tercer lugar porque el tipo no tiene carisma, ni preparación alguna, ni da la talla para batirse el cobre con los próceres de la cátedra de Bruselas. De modo que, se mire por donde se mire, ha sido un error, señor Mariano.
Ilustración: Adrián Palmas
Por si fuera poco, Cañete tiene mala fama, fama de bon vivant, y en Madrid, cuando va por la calle, se le confunde en los andares con las gordas mudas de Botero, que es que por Madrid no puede uno andar sin darse de bruces con una de esas tallas voluminosas. A Cañete lo pones de estatua y pasa desapercibido o lo confundes con un fotomatón (por lo grande y quieto mayormente) o con uno de esos mimos hieráticos disfrazados y ambulantes que nunca dicen nada pero que siempre andan a la caza de tu pobre calderilla. No nos engañemos. Cañete es un mueble viejo que molestaba en Génova, un arcón de roble podrido de dos por dos, y por eso se le hace la mudanza rápida con los Gotera y Otilio, chapuzas a domicilio, y a otra cosa. Las grandes aristocracias de la derecha, las familias biuti de verdad, no estos nuevos ricos barcenianos que han pegado el sartenazo sin ningún estilo, se lo montan muy bien cuando tienen que largar al primo de sangre estéril que ya va molestando. De eso sabía mucho Lampedusa y lo dejó muy bien escrito en El Gatopardo (véase Visconti). Los príncipes dorados de la derecha europea no se manchan las manos con ceses sangrientos, ni dimisiones violentas, ni broncas navajeras de despacho. Cuando hay que darle la boleta al familiar infecundo se le compra un billete de avión y al balneario de Bruselas, a la Montaña Mágica, como en el novelón de Mann, y el sujeto se va tan contento de baños con barro, sales y bombones de Brujas.
No sabemos si Cañete tendrá tiempo para tumbarse en la chaise-longue, como hacía Hans Castorp en La Montaña Mágica, pero seguro que para echarse un frankfurt y una rubia belga al gañote siempre hay un rato. Lo malo que tiene ser político en Bruselas es que el tiempo pasa lentamente, ociosamente, y se ve crecer el césped de los jardines de la Reina Fabiola y se ven crecer los árboles belgas con sus florecillas y se ve cómo crecen los polluelos de las palomas, pío, pío, y van pasando los días y los meses y los años, y el político se va haciendo viejo (aún más) hasta que al final se retira (o lo retiran como un muñeco de cera) y luego estira la pata y lo embalsaman con honores de Estado y sigue de parlamentario europeo, porque eso sí, un parlamentario europeo no renuncia ni después de muerto al escaño ni a la dieta, que Cañete ahora está a dietas, que no a plan. En la Eurocámara la verdad es que nunca hay demasiado trabajo y el ritmo de crecimiento de la cuenta corriente del diputado siempre es mayor que la tarea diaria, lo cual acaba siendo un latazo porque Suiza está muy lejos para ir al cajero por la mañana. Cañete es un tipo más bien aburrido, un soso, un gris, pero qué más da si los europeos están tan lejos de Bruselas y no digamos los españoles, esos están al sur de los Pirineos, en el quinto coño, y ya se sabe que de ahí para abajo todo es África.
A Cañete se lo han llevado a Europa como cuando esas familias de rango y nobleza se mudaban de castillo y se llevaban los escudos heráldicos, los tapices, las lámparas de araña, las arañas, los arcos góticos, los candelabros, la cubertería de oro, los arcones, los fantasmas y las armaduras. Cañete es una armadura oxidada, ortopédica, decadente.
Yo no sé cómo puede ser tan machista una armadura.

Ilustración: Adrián Palmas

LOS VIEJOS TIEMPOS



(Publicado en la revista Gurb el 6 de junio de 2014)

Tras la histórica abdicación del Rey, sonada, mundial, podríamos caer en la tentación del chiste fácil sobre las muletas tullidas del monarca, el por qué no te callas o sus devaneos adolescentes con Corinna. Pero los que vamos para viejos, los que aún echamos de menos el vinilo y nos hacemos un lío a la hora de enviar un guasap, nadamos ya a contracorriente y miramos con nostalgia el final de ese tiempo tan feliz, como dice la canción horterilla. Miramos atrás con cierta añoranza porque tantas cosas que han formado parte de nuestras vidas, con el reinado de Juan Carlos, se nos pierden en el túnel del tiempo, ya para siempre. Se perderá en la memoria el día que la palmó Franco, un día grande porque los niños no fuimos al colegio; se irá borrando el recuerdo de la gloriosa movida, un despelote fenomenal con primeras novias de cabellos cardados, chaquetas con hombreras y Tierno rulando porrillos; quedará atrás la prodigiosa música de aquellos años, enamorado de la moda juvenil, sombra aquí, sombra allá, maquíllate, maquíllate; se perderá sin remedio el espíritu de la Transición, todos a una en pos de la democracia, libertad, libertad, sin ira libertad; se diluirá el frenesí por Almodóvar, el Woody Allen manchego que manhatanizó España con sus comedias libertinas y posmodernas; se desvanecerán para siempre aquellas Navidades alegres de gambón barato, champán pobre y Martes y Trece, las uvas navideñas entre Raphael y Pantoja, las campanadas de un país que despertaba de la pesadilla franquista, la empanadilla de Móstoles y Juanqui allí, en la tele, tan envarado como campechano, tan de guiñol como necesario, echándonos el sermón de la montaña como ese abuelo al que nadie escucha, dándonos la brasa con el mismo rollo de cada año, soltando aquello de "me llena de orgullo y satisfacción".
Se nos van tantas y tantas cosas: su tejerazo amañado que fue un thriller formidable; su televisado puñetazo en la mesa con el pijama de rayas bajo el uniforme; su histórica frase de "he cursado a los capitanes generales de las regiones militares la orden siguiente…". Se nos irá olvidando, con los años, el reinado de la concordia y del consenso, los pactos de la Moncloa, la España en color que dejaba atrás el blanco y negro falangista, el primer divorcio, el primer beso gay, los primeros pechos levantiscos, la Estrada, la Cantudo y la Vera, tres eran tres las hijas de España, el comunismo capitalista de Carrillo, los gruñidos trogloditas de Fraga, el socialismo ingenuo, utópico, feliz, el Felipe de puño en alto, orgulloso y gitano (empezó con el cambio y nos dio el cambiazo y luego se vendió al capital y más tarde a Gas Natural, pero ésa es otra historia).
Fue un reinado de vértigo, 40 años de cara tras 40 años de cruz, OTAN de entrada salida, el Mercado Común, las Torres Kio (que alguien las enderece de una vez, por Dios santísimo) el AVE, el IVA, la EXPO, el milagro español a pelotazos, los regateos del Bribón, los cinco tours de Indurain, las Olimpiadas, Freddie Mercury a capela con la gorda, amigos para siempre lairo-lairo-lairo-lá, el peor Aznar imaginable, el zapaterismo decepcionante. Esto no ha sido solo un reinado, ha sido una odisea griega con Suárez haciendo de Ulises, una travesía azarosa desde el medievo de la dictadura hasta la posmodernidad, desde las sombras a la luz, y con él se entierra el invento del café para todos, las autonomías tan falsas como provechosas, la Constitución del 78 y la idea misma de España, que se nos va a la mierda, ahora sí.
El Camelot juancarlista no seduce a los troskos de Podemos, que ven en el Rey a una especie de franquito chocho y demodé. Los jóvenes, siempre tan equivocados. Si pudiera los pondría un rato en el 36, para que supieran lo que es un dictador. Es cierto que el Rey se nos ha quedado revenido y trasnochado, como la Constitución, como la democracia, como esta España agónica y bostezante. Es cierto que el monarca ha ensuciado su hoja de servicios en los últimos días de reinado y que ha pasado de señor del trono a tronista, de rey saliente a rey salido con tanta amiga entrañable y tanto safari, más Urdangarín todo el día empalmado, un yerno que iba para príncipe y ha devenido en sapo, como en un cuento gótico de los Grimm. Pero, y sé que esto que voy a decir no es políticamente correcto, sucede que cuando veo a ese Rey achacoso y reviejo trastabillándose con unas muletas, cuando contemplo a ese Rey decrépito que ha perdido el amor de su pueblo, ya de otra época, ya de otro mundo, veo a un país ropavejero, decadente, senil, y no puedo dejar de preguntarme cómo hemos cambiado tanto, cómo envejecimos tanto, ni dejar de sentir cierta nostalgia por un tiempo feliz que fue mi tiempo, mi época, una época de paz y prosperidad que no volverá jamás. Fue bonito mientras duró, eso lo sabemos los de mi generación. Lo que nos depare el destino, el contradiós que se nos viene encima, el guerracivilismo sin cuartel, produce vértigo. Qué digo vértigo: pánico.

Ilustración: Adrián Palmas

LOS OTROS

Ilustración: Adrián Palmas(Publicado en la revista Gurb 
el 30 de mayo de 2014)

En el mundo somos más de siete mil millones de personas, sujeto arriba, sujeto abajo. Teniendo en cuenta que un humano sano produce 1.500 espermatozoides por segundo, con este material genético tardaría solo un par de meses en generar la actual población mundial. El mismo humano podría repoblar más de cuatrocientas Tierras con el semen que fabrica desde la adolescencia hasta la muerte. Quiere uno decir que aquí sobra gente, que somos muchos, quizá demasiados en este castigado planeta azul que nos hemos empeñado en aniquilar a base de humos homicidas, basura capitalista y aerosoles para los sobacos.
Ilustración: Adrián Palmas
Somos la especie que más se reproduce (más incluso que los conejos) y hemos hecho de la Tierra un inmenso hormiguero voraz, ávido, caníbal. Para el Vaticano, sin embargo, parece que aún somos pocos en el planeta, y desde Adán y Eva nos sigue arengando con aquello del multiplicaos, poblad la Tierra. Ahora al Papa Francisco le ha dado con que los curas y las monjas se casen, una muestra de buena voluntad en la línea del progresismo, sin duda, pero una idea de lo más inoportuna que aumentará gravemente el problema demográfico. Curas y monjas numerosos formando familias numerosas por ahí: ¡lo que le faltaba a la humanidad!
Pero, con ser grave el problema de la superpoblación, que lo es, no estamos ante el quid de la cuestión. El asunto es que millones de mujeres africanas desérticas, millones de mujeres árabes de burka y harén, millones de asiáticas y amerindias paupérrimas, millones y millones de chinas planificadas quinquenalmente y quinquinalmente por Mao, son empreñadas cada día por el dólar ciego, por la ambición del hombre blanco, por el gran falo capitalista. El Tercer Mundo da a luz a los desechos humanos de Wall Street, a la chatarra humana que le sobra a la General Motors, a la OPEP, a Microsoft, a los niños Copperfield que entierran su infancia cosiendo balones de fútbol en Bombay, sacando diamantes de sangre en las minas del Congo o trasegando coca en la favelas de Barranquilla. Pero ocurre que millones de gamines de todo el mundo ven a Leo Messi y a Cristiano Ronaldo por la televisión, aunque sea televisor en blanco y negro, y luego tienen la mala costumbre de crecer y querer ser como ellos y deciden superar la miseria étnica impuesta por Occidente y se juegan la vida, la poca vida que les queda, en la ruleta rusa de la patera. Verlos atrapados como moscas en la valla de Melilla, telaraña de infamia, produce asco y espanto. Somos más estúpidos de lo que creíamos si pensamos que levantando muros con espinas podremos detener a un ser humano con hambre. Alguien hambriento es capaz de volar el mundo por los aires si así consigue un mendrugo de pan para sus hijos.
Occidente desprecia la cultura africana pero ¿qué hubiera sido de la literatura universal si Edgar Allan Poe no se hubiera empapado de aquellos cuentos de terror en los barracones de los esclavos negros? Todos somos esencialmente africanos, el homo sapiens nació en una charca de Etiopía, para que ahora Felipe González, el decadente Copito de Nieve del socialismo español, llame despectivamente bolivariano a Pablo Iglesias, lo cual que el viejo ex presidente da por bueno y por asumido que hay una Bolivia subterránea en España, un trasunto del tercer mundo en nuestro país. Es cierto que Felipe nos trajo la cartilla del seguro, además de mucho AVE, mucha EXPO y mucha OTAN, o sea mucha sigla internacional para nada, bueno sí, para fomentar las nuevas fortunas heráldicas hispanas, pero de aquellos polvos estos lodos y de socialista al ex presidente ya solo le queda el carné amarilleado por el tiempo (y ni eso, que en el consejo de administración de Gas Natural no te lo piden al pasar por el aro). Tenemos un Tercer Mundo que se nos viene encima porque toda esa gente, toda esa duna humana pobre y estéril ha sido, durante siglos, pasto para el monstruo de Occidente, y por eso hay hindúes vendiendo rosas en las calles de Londres, fontaneros polacos en Berlín, mamis, mucamas y chachas peruanitas en Madrid, y en ese plan. París tiene a los gitanos que quedan muy típicos en el barrio latino. Aunque al paso que vamos, Le Pen, esa tiorra, los barre como a la mugre y los larga del país en un plis plas. Anda que no.

Ilustración: Adrián Palmas

LA CASTA

(Publicado en la revista Gurb 
el 13 de junio de 2014)

Anda Pablo Iglesias todo el día echándonos el sermón de la casta política, que si la casta por aquí, que si la casta por allá, y sí, que vale, que la casta existe, que está ahí, eso ya lo sabemos todos, a ver si no, desde el origen de los tiempos, forrándose, lucrándose, enriqueciéndose, que la riqueza es como el agua salada, cuanto más se bebe, más sed da, eso lo sabemos por Arthur, no por Artur Mas, sino por el otro, por Schopenhauer, y también por Luisito Bárcenas, el de las cartas desde mi celda. Pero ocurre que la casta no solo está en los despachos del Gobierno, en las covachuelas de los ministerios, en los escaños del Parlamento. Casta, si lo miramos bien mirado, la hay extendida por doquier en toda nuestra sociedad, y no menos peligrosa, no menos tóxica y nociva que la política.
Así, un suponer, cuando vamos al banco de buena mañana y echamos un ojo a los números rojos, que son como los leucocitos exangües de nuestra pobreza, de nuestro fracaso, ahí, detrás de la ventanilla, detrás del cristal, chupándose los dos dedos de contar billetes, hay un señor gordo y calvo representante insigne de la casta. Y cuando luego vamos al trabajo, los que todavía tengan la suerte de habitar ese espacio protegido en vías de extinción, allí, en la oficina, detrás de la amplia mesaca de madera de roble con los ribetes dorados, hay otro espécimen, otro ejemplar, otro macho alfa de la casta. Y si luego de salir del trabajo regresamos a casa y enchufamos el televisor, ya empantuflados, ya extenuados y con el espinazo partido en dos de tanto trabajar gratis, en la pantalla aparece un maromo como Marhuenda o como Alfonso Rojo o como Inda El dandy, con toda la carótida henchida de furia y de odio, atizando de lo lindo al pobre rojo o al currito de turno, y esos tertulianos susodichos son también la casta, qué duda cabe. Lo de la casta no se lo ha inventado ahora Pablito Iglesias, aunque lo parezca, que lo parece por lo bien que le da el chico a la mui, sino que viene de los romanos, fíjese usted, que lo dice la Wiki, enciclopedia errática de los pobres. Los de la casta están por todos lados, no solo en Génova y en Ferraz. Los de la casta caminan a nuestro lado por la calle, sigilosos, incógnitos, agazapados, sin que nosotros lo sepamos, y están ahí haciendo de las suyas, haciendo de este mundo un mundo un poco menos fácil y agradable. Así, cuando te aproximas a un paso de peatones y un Mercedes Clase A pasa rozándote el tupé y escupiéndote un vómito de barro, dentro de ese coche va con total probabilidad, con toda seguridad, además de un eminente cabronazo, alguien de la casta; cuando vas a llenar el depósito de gasolina y el octanaje de la pantalla va subiendo como la espuma mientras tu cuenta corriente va bajando como la popularidad del Rey Juan Carlos, eso es que alguien de la casta está cifrando a tu costa detrás del surtidor; y cuando a un pobre desgraciado lo empluman y le embargan la casa por no pagar una multa de tráfico de cuatro perras y media mientras Blesa pasa la tarde a lo grande comiendo fish and chips y haciendo unas fotitos estúpidas a los patos de Piccadilly Circus (no sé si en Piccadilly hay patos ni me importa) eso es, como que mañana saldrá el sol, como que Rajoy tiene frenillo y Rubalcaba calva calavera, que alguien de la casta te la está jugando bien jugada. A la casta no hay que buscarla solo en los despachos remotos ni en las instancias lejanas del poder, como diría el presidente aquel del bigote colérico, la casta está en todas partes y cuando te llega la factura inmensa del gas o del agua o del teléfono o del colegio del niño o del dentista o del fontanero o del triste de seguros Ocaso eso es casta, me cago en mi sombra. La casta está en la Humanidad desde que aquel artista se metió en Altamira a dibujar bisontes, que seguro que ya tenía encima de su cogote el aliento del sumo hechicero, casta prehistórica, primigenia, ancestral, pero casta a fin de cuentas, como esos obispazos intrigantes del Vaticano que quiere fumigar el Papa Francisco, Dios le dé vida.
A mí Pablito me cae muy bien, me gusta su coleta, siempre tan de peluquería y tan indómita al mismo tiempo, y hasta le doy el voto un día si me sube la paga, pero que no me venga con el rollo ése de la casta a todas horas. Porque casta la ha habido siempre, la hay y la habrá. Por los siglos de los siglos.

Ilustración: Dani García-Nieto

jueves, 12 de junio de 2014

CALIFA DE LA IZQUIERDA

(Publicado en Revista Gurb el 12 de junio de 2014)

Para empezar le haré la pregunta más repetida estos días: ¿qué prefiere, a Aznar de presidente de una República o a Felipe VI como rey de una Monarquía Parlamentaria?

Mire usted, lo primero que tenemos que ver es qué clase de República queremos; para mí lo principal es contar con una propuesta concreta, no soy muy de agitar banderas sin contenidos. Recientemente he publicado un libro, Conversaciones sobre la III República, junto con Carmen Reina, en el que tratamos la necesidad de esas propuestas. Es hora de que se convoquen Estados Generales, de que se debatan los contenidos sobre la República que queremos, porque ahora nos encontramos con la abdicación del Rey y resulta que no sabemos concretar. De modo que yo quiero saber qué República queremos y ya le digo que si esa República satisface unos mínimos, aunque sea con Aznar de presidente, yo la prefiero a la Monarquía, porque a Aznar siempre se le puede cambiar, al Rey no.

Entrevista completa en Revista Gurb

miércoles, 4 de junio de 2014

LA REPÚBLICA



Vivimos tiempos de utopías. Cayo Lara reclama un referéndum por la República, Pablo Iglesias pide que Felipe VI se presente a unas elecciones con partido propio y no faltan voces enloquecidas que exigen procesar al Rey por corrupción, como si fuera un quinqui. Qué ingenuidad, todos sabemos que el Rey es inviolable y no lo fuerza ni el violador del ascensor. Vivimos tiempos de utopías porque la utopía es el sueño de los pobres, la última esperanza que le queda al currito que se gana la vida con el minijob, que es la vuelta a la esclavitud, pero bajo un nombre inglés, que hoy la política es sobre todo mercadotecnia comercial. Goethe amaba a aquel que deseaba lo imposible pero también dijo aquello de prefiero la injusticia al desorden, lo cual que era un conservador que no se aclaraba. España no está para desórdenes políticos sino para reformar lo que se ha quedado viejo, caduco, trasnochado. El rojerío, en todas sus facciones estudiantiles, ha salido a la calle cual alegre muchachada dispuesta a instaurar la tercera República, como si al día siguiente de traer la República se acabara el hambre en España. Sinceramente, no veo yo a los jóvenes republicanos españoles entrando en las Cortes por la Puerta de los Leones y plantando la tricolor, puño en alto, como se hacía antaño. Además, después de tantos años de dejar aparcada la causa, de vender el alma a Zara y de horas de fútbol Champions League no deben quedar muchos republicanos de verdad en España, y menos aún republicanos que sepan quién fue Azaña. Antes España se acostaba monárquica y se levantaba republicana, y viceversa, pero estamos en el final de la Historia, ya lo dijo el filósofo coñazo aquel, y aquí no va a pasar nada. Lo cual que la revolución republicana, huérfana de ideólogos de talla, falta de entrenamiento diario, engullida por el sistema capitalista, que es el verdadero sistema político que queda ya, sigue siendo lo de siempre, un fósil de la Historia española, una batallita que contada por el abuelo resulta entrañable, un día en rojo en el calendario para cantar la Internacional, que ya nadie se la sabe. El noventa por ciento de los diputados en el Parlamento español certificarán la sucesión del Príncipe de Asturias o se abstendrán, lo que demuestra que España sigue estando muy lejos de la utopía republicana, para bien o para mal, y hasta el PSOE es más monárquico que nunca y el reinado aquel de Felipe González no fue más que el Gobierno de un Rey dentro de otro Rey, como en las muñecas rusas. Juan Carlos, tras su abdicación, no está pensando en largarse al exilio de París, como hacían sus predecesores, sino que sigue recibiendo homenajes y honores, como ese torero que se ha cortado la coleta y da la vuelta al ruedo. Ya se ha despedido de los curas, de los militares y de los empresarios, que son los que mandan en España. Juan Carlos, que ha tirado la toalla por agotamiento físico e institucional, da la sensación que ha dejado dicho a sus súbditos: "Ahí os quedáis con vuestras cuitas y españoladas, que yo me largo a Benidorm". Ha sido una forma de quedar bien tras casi cuarenta años de reinado. Es como si Dios, que lo ve todo con su ojo triangular, que ve el futuro de los tiempos, hubiera decidido jubilarse al sospechar que su reino terrenal no tiene arreglo, al comprobar que los desmanes de su rebaño no han hecho sino comenzar. No vamos a negar aquí que el Rey se ha desgastado a sí mismo con tanto safari innecesario y tanta vuelta a los amoríos de juventud. Pero uno cree que en su tronada abdicación ha pesado sobre todo lo que se le viene encima a España. Con Cataluña al borde de la secesión, con su hija a un paso de la acusación, con su yerno al límite de la prisión y con su cadera al borde de la extenuación, el Rey ha pensado que quizá era el momento de dejarlo, de abandonar, de salir por peteneras. Ha sido una sucesión tan rápidamente ejecutada, una operación tan bien diseñada, que a los republicanos no les ha dado tiempo ni de imprimir los pasquines ni de sacar del armario el retrato de polvo de Marx. Por no haber ni siquiera ha habido navajazos entre los borbones, como en otros tiempos de nuestra Historia. Ahí tienes el marrón, que yo me voy a casa, o mejor a Palacio, le ha dicho a Felipe. Con orgullo y satisfacción.

Imagen: Efe