Hace ya tiempo que los chinos
cambiaron a Mao por el pantalón vaquero y la hamburguesa. La furiosa
revolución roja que iba a arrasar el mundo en los sesenta ha terminado
en un engendro híbrido capitalista/comunista, en un imperio de cartón
piedra y todo a cien. La China que soñó Mao llena de millones de
sonrientes chinitos uniformados con el mono de faena sumiso y gris ha
devenido en una inmensa y atroz cadena de bazares que ha colapsado la
economía mundial con sus chismes defectuosos, fútiles, inservibles. No
hay nada más frustrante en este mundo que comprar un martillo made in
China en una tienda todo a cien y ver cómo se parte en dos al primer
estacazo. Lo cual demuestra que todas las revoluciones, sean del signo
que sean, están abocadas al descalabro. Desde Jesucristo a Robespierre,
desde Zapata a Fidel Castro, la historia de los movimientos
revolucionarios es la historia de un fiasco tras otro. Eso debería
tenerlo muy en cuenta Pablo Iglesias, que es nuestro Mao hispano, y
hasta tiene un poco cara de chino mandarín con esos ojillos rasgados, la
perilla ninja, la coleta confucionista y ese aire zen que saca de
quicio a los tertulianos de la casta derechona. Pablo cualquier día, en
un plató de la Sexta, se levanta de la silla levitando, se descalza ante
Alfonso Rojo, ante Inda y ante Marhuenda, les hace la reverencia
genuflexa y les suelta unos versos escurialenses por Mao que los deja
tiesos.
El tiempo de las grandes revoluciones ya
pasó, quizá porque las revoluciones se hacen en los callejones sin
salida, como dijo Bertolt Brecht. De cuando en cuando nos llegan rumores
de efímeras revoluciones, desde Egipto, Libia o Siria, por lo general
revoluciones armadas por los hermanos musulmanes, en nombre del Islam,
que es como salir de la tiranía del hombre para caer en la tiranía de
Dios. A Vicente del Bosque le exigen una revolución en la Roja, pero
Vicente es un marqués viejo y templado con el acero de Salamanca y ya no
está para revoluciones. El Papa Francisco quiere hacer la revolución
imposible de las sotanas, lo cual que no le dejan, mientras los
republicanos españoles, por enésima vez, dejan la cosa para pasado
mañana y ven, desde la barrera, cómo pasa otro carruaje real, otro
Felipe más (y ya van seis), otra mano borbónica saludando al tendido
entre flores de jazmín y vinillo de Jerez. Esta República española
eternamente prometida se ha quedado aún más vieja que la Monarquía. Bien
mirado, la vejez es el mejor bálsamo contra la fiebre revolucionaria.
Para lo único que sirve una revolución
es para dejar un reguero de sangre, cadáveres, desaparecidos. Cambiarlo
todo para que todo siga igual. ¿Qué ha sido del hombrecillo frágil de
las bolsas que plantó cara a los tanques asesinos de Tiananmen? China,
en su loca revolución comunista hacia el capitalismo, en su loca carrera
comercial hacia ninguna parte, ha acabado en la ojiva nuclear, en la
mascarilla para el humo negro de las chimeneas, en el arroz frito tres
delicias (una mala paella sin colorante) y en las cárceles llenas de
disidentes. Los chinos sueñan con poner un pie en Marte adelantando a
los americanos por Júpiter, esquina con Recoletos, pero antes de plantar
la bandera roja en el planeta ídem abren un todo a cien y aparcan la
bicicleta. Yo al tendero de la esquina lo veo como un pequeño marciano
que habla con la ele, cuatlo cincuenta, un ET con los dientes de oro que
anda siempre tras un mostrador, sonriente y dócil, mientras tú te estás
acordando de toda su dinastía Ming porque el superpegamento de alta
potencia que te ha vendido no pegaría ni un sello en una carta. Han
programado al inmenso pueblo amarillo como pequeños marcianos fabricados
para una revolución de fraudes, tocomochos y mentiras, como robots
humanos adoctrinados entre falsos marxismos y colosales desfiles
militares. Les han colocado el chip del dinero, que es el sol naciente
del nuevo mundo, y los han lanzado a la conquista de la Tierra, para que
nos coman por los pies. Y mientras tanto nosotros, fatuos occidentales,
nos reímos con sus malos programas de humor amarillo. A mí no me
engañan, los chinos son marcianos. Una plaga de marcianos.
Ilustración: Igepzio
http://www.gurbrevista.com/2014/06/chinito-tu-chinito-yo/
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