el 30 de mayo de 2014)
En el mundo somos más de siete mil
millones de personas, sujeto arriba, sujeto abajo. Teniendo en cuenta
que un humano sano produce 1.500 espermatozoides por segundo, con este
material genético tardaría solo un par de meses en generar la actual
población mundial. El mismo humano podría repoblar más de cuatrocientas
Tierras con el semen que fabrica desde la adolescencia hasta la muerte.
Quiere uno decir que aquí sobra gente, que somos muchos, quizá
demasiados en este castigado planeta azul que nos hemos empeñado en
aniquilar a base de humos homicidas, basura capitalista y aerosoles para
los sobacos.
Somos la especie que más se reproduce
(más incluso que los conejos) y hemos hecho de la Tierra un inmenso
hormiguero voraz, ávido, caníbal. Para el Vaticano, sin embargo, parece
que aún somos pocos en el planeta, y desde Adán y Eva nos sigue
arengando con aquello del multiplicaos, poblad la Tierra. Ahora al Papa
Francisco le ha dado con que los curas y las monjas se casen, una
muestra de buena voluntad en la línea del progresismo, sin duda, pero
una idea de lo más inoportuna que aumentará gravemente el problema
demográfico. Curas y monjas numerosos formando familias numerosas por
ahí: ¡lo que le faltaba a la humanidad!
Pero, con ser grave el problema de la
superpoblación, que lo es, no estamos ante el quid de la cuestión. El
asunto es que millones de mujeres africanas desérticas, millones de
mujeres árabes de burka y harén, millones de asiáticas y amerindias
paupérrimas, millones y millones de chinas planificadas quinquenalmente y
quinquinalmente por Mao, son empreñadas cada día por el dólar ciego,
por la ambición del hombre blanco, por el gran falo capitalista. El
Tercer Mundo da a luz a los desechos humanos de Wall Street, a la
chatarra humana que le sobra a la General Motors, a la OPEP, a
Microsoft, a los niños Copperfield que entierran su infancia cosiendo
balones de fútbol en Bombay, sacando diamantes de sangre en las minas
del Congo o trasegando coca en la favelas de Barranquilla. Pero ocurre
que millones de gamines de todo el mundo ven a Leo Messi y a Cristiano
Ronaldo por la televisión, aunque sea televisor en blanco y negro, y
luego tienen la mala costumbre de crecer y querer ser como ellos y
deciden superar la miseria étnica impuesta por Occidente y se juegan la
vida, la poca vida que les queda, en la ruleta rusa de la patera. Verlos
atrapados como moscas en la valla de Melilla, telaraña de infamia,
produce asco y espanto. Somos más estúpidos de lo que creíamos si
pensamos que levantando muros con espinas podremos detener a un ser
humano con hambre. Alguien hambriento es capaz de volar el mundo por los
aires si así consigue un mendrugo de pan para sus hijos.
Occidente desprecia la cultura africana
pero ¿qué hubiera sido de la literatura universal si Edgar Allan Poe no
se hubiera empapado de aquellos cuentos de terror en los barracones de
los esclavos negros? Todos somos esencialmente africanos, el homo
sapiens nació en una charca de Etiopía, para que ahora Felipe González,
el decadente Copito de Nieve del socialismo español, llame
despectivamente bolivariano a Pablo Iglesias, lo cual que el viejo ex
presidente da por bueno y por asumido que hay una Bolivia subterránea en
España, un trasunto del tercer mundo en nuestro país. Es cierto que
Felipe nos trajo la cartilla del seguro, además de mucho AVE, mucha EXPO
y mucha OTAN, o sea mucha sigla internacional para nada, bueno sí, para
fomentar las nuevas fortunas heráldicas hispanas, pero de aquellos
polvos estos lodos y de socialista al ex presidente ya solo le queda el
carné amarilleado por el tiempo (y ni eso, que en el consejo de
administración de Gas Natural no te lo piden al pasar por el aro).
Tenemos un Tercer Mundo que se nos viene encima porque toda esa gente,
toda esa duna humana pobre y estéril ha sido, durante siglos, pasto para
el monstruo de Occidente, y por eso hay hindúes vendiendo rosas en las
calles de Londres, fontaneros polacos en Berlín, mamis, mucamas y
chachas peruanitas en Madrid, y en ese plan. París tiene a los gitanos
que quedan muy típicos en el barrio latino. Aunque al paso que vamos, Le
Pen, esa tiorra, los barre como a la mugre y los larga del país en un
plis plas. Anda que no.
Ilustración: Adrián Palmas
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