(Publicado en la revista Gurb el 6 de junio de 2014)
Tras la histórica abdicación del Rey,
sonada, mundial, podríamos caer en la tentación del chiste fácil sobre
las muletas tullidas del monarca, el por qué no te callas o sus devaneos
adolescentes con Corinna. Pero los que vamos para viejos, los que aún
echamos de menos el vinilo y nos hacemos un lío a la hora de enviar un
guasap, nadamos ya a contracorriente y miramos con nostalgia el final de
ese tiempo tan feliz, como dice la canción horterilla. Miramos atrás
con cierta añoranza porque tantas cosas que han formado parte de
nuestras vidas, con el reinado de Juan Carlos, se nos pierden en el
túnel del tiempo, ya para siempre. Se perderá en la memoria el día que
la palmó Franco, un día grande porque los niños no fuimos al colegio; se
irá borrando el recuerdo de la gloriosa movida, un despelote fenomenal
con primeras novias de cabellos cardados, chaquetas con hombreras y
Tierno rulando porrillos; quedará atrás la prodigiosa música de aquellos
años, enamorado de la moda juvenil, sombra aquí, sombra allá,
maquíllate, maquíllate; se perderá sin remedio el espíritu de la
Transición, todos a una en pos de la democracia, libertad, libertad, sin
ira libertad; se diluirá el frenesí por Almodóvar, el Woody Allen
manchego que manhatanizó España con sus comedias libertinas y
posmodernas; se desvanecerán para siempre aquellas Navidades alegres de
gambón barato, champán pobre y Martes y Trece, las uvas navideñas entre
Raphael y Pantoja, las campanadas de un país que despertaba de la
pesadilla franquista, la empanadilla de Móstoles y Juanqui allí, en la
tele, tan envarado como campechano, tan de guiñol como necesario,
echándonos el sermón de la montaña como ese abuelo al que nadie escucha,
dándonos la brasa con el mismo rollo de cada año, soltando aquello de "me llena de orgullo y satisfacción".
Se nos van tantas y tantas cosas: su
tejerazo amañado que fue un thriller formidable; su televisado puñetazo
en la mesa con el pijama de rayas bajo el uniforme; su histórica frase
de "he cursado a los capitanes generales de las regiones militares la
orden siguiente…". Se nos irá olvidando, con los años, el reinado de la
concordia y del consenso, los pactos de la Moncloa, la España en color
que dejaba atrás el blanco y negro falangista, el primer divorcio, el
primer beso gay, los primeros pechos levantiscos, la Estrada, la Cantudo
y la Vera, tres eran tres las hijas de España, el comunismo capitalista
de Carrillo, los gruñidos trogloditas de Fraga, el socialismo ingenuo,
utópico, feliz, el Felipe de puño en alto, orgulloso y gitano (empezó
con el cambio y nos dio el cambiazo y luego se vendió al capital y más
tarde a Gas Natural, pero ésa es otra historia).
Fue un reinado de vértigo, 40 años de
cara tras 40 años de cruz, OTAN de entrada salida, el Mercado Común, las
Torres Kio (que alguien las enderece de una vez, por Dios santísimo) el
AVE, el IVA, la EXPO, el milagro español a pelotazos, los regateos del
Bribón, los cinco tours de Indurain, las Olimpiadas, Freddie Mercury a
capela con la gorda, amigos para siempre lairo-lairo-lairo-lá, el peor
Aznar imaginable, el zapaterismo decepcionante. Esto no ha sido solo un
reinado, ha sido una odisea griega con Suárez haciendo de Ulises, una
travesía azarosa desde el medievo de la dictadura hasta la
posmodernidad, desde las sombras a la luz, y con él se entierra el
invento del café para todos, las autonomías tan falsas como provechosas,
la Constitución del 78 y la idea misma de España, que se nos va a la
mierda, ahora sí.
El Camelot juancarlista no seduce a los
troskos de Podemos, que ven en el Rey a una especie de franquito chocho y
demodé. Los jóvenes, siempre tan equivocados. Si pudiera los pondría un
rato en el 36, para que supieran lo que es un dictador. Es cierto que
el Rey se nos ha quedado revenido y trasnochado, como la Constitución,
como la democracia, como esta España agónica y bostezante. Es cierto que
el monarca ha ensuciado su hoja de servicios en los últimos días de
reinado y que ha pasado de señor del trono a tronista, de rey saliente a
rey salido con tanta amiga entrañable y tanto safari, más Urdangarín
todo el día empalmado, un yerno que iba para príncipe y ha devenido en
sapo, como en un cuento gótico de los Grimm. Pero, y sé que esto que voy
a decir no es políticamente correcto, sucede que cuando veo a ese Rey
achacoso y reviejo trastabillándose con unas muletas, cuando contemplo a
ese Rey decrépito que ha perdido el amor de su pueblo, ya de otra
época, ya de otro mundo, veo a un país ropavejero, decadente, senil, y
no puedo dejar de preguntarme cómo hemos cambiado tanto, cómo
envejecimos tanto, ni dejar de sentir cierta nostalgia por un tiempo
feliz que fue mi tiempo, mi época, una época de paz y prosperidad que no
volverá jamás. Fue bonito mientras duró, eso lo sabemos los de mi
generación. Lo que nos depare el destino, el contradiós que se nos viene
encima, el guerracivilismo sin cuartel, produce vértigo. Qué digo
vértigo: pánico.
Ilustración: Adrián Palmas
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