(Publicado en Revista Gurb el 4 de septiembre de 2015)
Por un momento, gran error, creíamos
haber enterrado a Hitler para siempre. Pero resulta que no ha habido
solo un Hitler en la Historia, sino muchos, una sucesión de Adolfos con
diversos uniformes y bigotes aunque con una misma idea en la cabeza:
someter al ser humano al yugo de la opresión. Ahora estamos asistiendo
al advenimiento de nuevos imitadores de Adolfo, solo que resultan
vulgares sucedáneos: Donald Trump, Le Pen, Kim Jong-un… La lista es
larga y en cada pueblo hay uno. Pero no nos equivoquemos. El fascismo no
es únicamente la ideología disparatada de un líder más o menos
zumbadillo, ni un episodio pasajero y aislado del siglo XX, ni una fase
concreta en la loca dialéctica hegeliana de la historia. El fascismo
anida en lo más profundo del hombre, es la constante malvada, cruel,
primaria de este mono desnudo que un día se levantó de la charca para
enviar cohetes a Marte, ya lo dijo Kubrick. El fascismo no es más que
una palabra inventada por Mussolini, una idea del viejo siglo XX que aún
empleamos, inútilmente, para intentar explicar el futurista siglo XXI
que se nos viene encima. Un término que hemos vaciado de contenido a
fuerza de usarlo, olvidando que todo lo oscuro y brutal que hay en
nosotros mismos estaba encerrado en ese concepto maldito: la fascinación
enfermiza por la patria y por la tierra, los símbolos y los mitos del
pasado, el orgullo absurdo de la tribu, el odio al extranjero, al otro, a
la raza distinta y distante, el ansia de poder, la furia innata del
hombre, la pasión por el morbo y el crimen, la atracción libidinosa de
la sangre. Por eso será imposible erradicar el fascismo, por eso siempre
habrá brotes de fascismos en el mundo más o menos incontrolados o
irredentos. Porque el mal hierve en cada uno de nosotros, latente,
innato, pugnando por salir y darse un festín a poco que un idiota con
uniforme militar sepa tocar las teclas adecuadas de nuestro cerebro. Los
animales se mueven por instintos, el hombre por maldad. El fascismo es
la fiebre crónica de la especie humana, la sicopatía histórica que el
homo sapiens no sabe o no puede curarse. Por eso al fascismo no se le
discute, se le destruye, como decía Durruti. Ahora que los refugiados
huyen de las cimitarras del califato genocida de ISIS (un fascismo
medieval que rebana cabezas y derumba templos romanos como quien
derrumba castillos de naipes para rodarlo todo en Youtube, que es el
nuevo cine de los tontos), ahora que miles de apátridas se agolpan por
millares a las puertas de Europa, digo, asistimos al peor revival
fascista, que como todo hoy en día ya no es un fenómeno local, sino
globalizado. El fascismo de este siglo es una multinacional que se
exporta como la Coca Cola y los Le Pen conquistan ayuntamientos en
Francia; los griegos traicionados por Tsipras se dejan seducir por
Amanecer Dorado; y los civilizados y frígidos escandinavos, hasta ahora
seres racionales nada dados a las pasiones turbulentas (salvo en las
novelas policiacas) caen rendidos a los pies de los neonazis.
Un viento frío y cruel recorre Europa de
Norte a Sur, helando los corazones de los europeos, y en España el
Gobierno coloca al hijo de Tejero, golpista y espadón de toda la vida,
en el Consejo de la Guardia Civil. Otro síntoma claro de que el enfermo
empeora. Bruselas debate cómo nos repartimos a los refugiados, cómo nos
dividimos el chapapote humano que nos llega de Oriente y que hemos
creado nosotros mismos con nuestro capitalismo colonial, nuestras
guerras de conveniencia, nuestros intereses petrolíferos y nuestros
negocios de armas. Para Europa, la vieja y decadente Europa, los
refugiados no son más que números, porcentajes, cuotas que hay que
repartirse, como la cuota de las vacas o las cuotas pesqueras, simples
decimales que hay que reubicar y redistribuir en novísimos campos de
concentración, guetos apartados, criaderos de yihadistas, donde ya no se
mata con gas zyklon pero se aplica el gas más lento de la miseria y la
injusticia. Ellos, los otros, los exiliados, los sin patria, llegan a
Europa dando vítores a Alemania en la falsa creencia de que entran en la
tierra prometida de los derechos humanos. Sueñan con subir a los trenes
alemanes que antes llevaban judíos a Auschwitz y
que ahora llevan sirios a ninguna parte. A eso está jugando Europa, a
cambiar sirios de lugar, a llevarlos de aquí para allá en un trueque
infame, como si así se resolviera el marrón. Hasta que al final los
desplazados se dan de bruces con el muro alambrado de la realidad y
descubren que Alemania no es ese paraíso civilizado que está todo el día
comiendo salchichas y jugando a la Bundesliga. Ven cómo les cierran las
estaciones en Budapest, ven cómo los recluyen en cárceles apestosas de
Macedonia o les envían a la Policía serbia, para que se vayan enterando
de lo que es Europa, el primer bastión de otro fascismo financiero
revestido de falsa democracia. En ISIS mandan los señores de negro del
islam, en Europa mandan los señores de negro de la troika. De modo que
huyen de la Málaga legendaria de Damasco para meterse en la Malagón
imperial de Berlín, donde les espera el gueto polaco que aún sigue allí,
la mendicidad y un batallón nocturno de cabezas rapadas. Europa ya no
es ese destino mítico lleno de oportunidades que ellos creían y los
europeos, también maltratados y abandonados por sus propios gobiernos,
apátridas en sus propias patrias, se han hecho insensibles, crueles y
egoístas. Es el ser humano dividido por la raza, enfrentado por el
victorioso capitalismo. Es la trampa de Occidente. Pongo la televisión y
veo, entre anuncios gilipollas de compresas, axilas depiladas y la
anciana octogenaria que quiere contemplar las últimas pichas de su vida
en playas nudistas, la imagen repetida de Aylan, ese niño sirio limpio y
digno que flota como un ángel decente a este lado del mar de la muerte.
Tan quieto, tan frágil, tan dulcemente asesinado. Ese niño que era la
vida, la esperanza, el futuro. Hemos matado a Voltaire. Solo nos queda
sentarnos y cantar y brindar por los viejos tiempos pasados del
humanismo. Y esperar resignados a que llegue un nuevo Adolfo. Ya se ven
volar las águilas, el fragor de los brazos en alto. Heil.
Viñeta: El Koko Parrilla
No hay comentarios:
Publicar un comentario