domingo, 27 de septiembre de 2015

LA ESPAÑA DE ROMPESUELAS



(Publicado en Revista Gurb el 18 de septiembre de 2015)

Resulta difícil, muy difícil, presenciar cómo unos salvajes masacran al pobre Rompesuelas sin sentir vergüenza y asco de ser español. ¿Cómo nos verá un francés, un alemán o un americano? Sin duda, como seres chiflados y primitivos que van lanceando toros indefensos en una ciudad sin ley, en una ciudad far west tomada por matones que campan a sus anchas. Así se comprende que los turistas, cuando aterrizan en España, se extrañen al no encontrar sanfermineros encalimochados, cejijuntos y peludos corriendo como locos por las calles. Es lo que ven por la CNN. En ese acto sanguinario, ciego y cruel del toro de la Vega, en ese acto vergonzante para la raza humana que un puñado de paletos de boina y palillo de dientes en el labio perpetra cada año en Tordesillas, se resume todo lo malo que hay en una parte de España, la España bárbara y salvaje. Uno, que se encuentra en las antípodas de los independentistas, de los nacionalismos provincianos de artures y romevas, piensa que anida en lo español algo enfermizo de lo que jamás podremos librarnos, algo canceroso y maldito que nos persigue por los siglos de los siglos, como una maldición bíblica, y que nos impide romper de una vez por todas con nuestras leyendas negras, nuestras inquisiciones y nuestras cruentas guerras civiles.
Hay una España moderna, progresista, alegre, democrática y tolerante, una España de artistas, atletas y cocineros geniales que causan admiración en todo el mundo. Pero en el reverso hay otra España, un míster Hyde en la sombra que es negro como el pañuelo de una beata, una España huraña, atávica, fanática, ignorante y perversa. Es esa España que sale a la calle, entre crucifijos y banderas fascistas, entre antorchas y santas compañas medievales, para gritar contra el aborto y los homosexuales; es esa España racista y negrera falta de libros y escuela que trata a los inmigrantes como delincuentes y carnaza para el andamio; es esa España que persigue al rojo comunista y masón por pensar con diferentes ideas, esa España que no entiende que este país es un compendio de pueblos y naciones con diversa identidad nacional, con lenguas propias e idiosincrasias particulares, y que precisamente en ese crisol formidable, en esa variedad de culturas y tradiciones, es donde radica su fuerza y su éxito como país y como Estado. Hay un lado enfermo en este pueblo viejo, milenario y mesetario que todavía se llama España, ese pueblo que sestea y se rasca los cojones bajo un olivo, junto a una bota de vino y un impreso del PER, mientras otros envían cohetes espaciales a Marte. Hay algo dañino, venenoso, en esta tribu cainita con alma de torero macho inculto y reprimido que no puede ver más allá de sus propias frustraciones contraídas tras siglos de curas y obispos rijosos, de aprovechados terratenientes y grandes de España, de episodios sainetescos escritos por borbones borrachos y puteros.
¿Pero dónde está el patrimonio cultural de interés nacional digno de ser protegido y fomentado en ese toro vilmente asesinado de la Vega? ¿Que tiene de alegre fiesta ese espectáculo infame que consiste en dar rienda suelta a una cuadrilla de mozos analfabetos embrutecidos y cerveceros que corren por las calles como bestias desquiciadas y que pagan sus miserias a patadas con un pobre animal al que despiertan al alba, somnoliento y desconcertado, para darle el último paseíllo, como se le daba a los fusilados republicanos? En el toro Rompesuelas hay una terrible metáfora de esa España atroz, un holocausto de sangre, una ejecución mañanera injusta, gratuita y miserable, como tantas que fueron cometidas durante la contienda civil. El tótem del toro como víctima propiciatoria es el símbolo perfecto de todo lo que a esa España le produce rechazo y miedo, la fuerza digna y vital de la naturaleza, la nobleza y la inocencia que ellos no tienen, el semental que en igualdad de condiciones puede ser poderoso y peligroso para la tribu. Por eso la masa se arma y aúna su violencia y su odio, por eso se escoge al toro como entrenamiento previo antes de pasar al juego real, a lo que realmente le causa placer a esa España criminal, que es la caza de otros toros más humanos. En estos días en los que Cataluña vota sí o no a la independencia mientras esa parte de España se entretiene en sus perniciosos vicios de sangre, resulta muy difícil convencer a los catalanes de que no se vayan, de que sigan con nosotros. Mas y Romeva también tienen sus complejos y sus tópicos típicos, al igual que esa España mala e inmunda, porque todo nacionalismo político, sea español o catalán, es un tipo de enfermedad que ciega a quien lo padece y lo sumerge en una serie de mitos tan irracionales como el del toro: la lengua y las tradiciones como hecho sagrado, la raza como enseña orgullosa, el RH como signo de distinción. La absurda creencia de que lo mío, lo propio, lo autóctono, es lo mejor de lo mejor y que no hay otra cosa más bella en el mundo que los castellers, la butifarra y un regate de Leo Messi. Y en esas estamos, en una especie de Madrid-Barsa perpetuo (hoy la gente cree que la política es como un partido de fútbol donde se trata de machacar al contrario al grito de puta Barsa, puta Madrí, con banderas rojigualdas frente a banderas esteladas) un simplismo muy alejado de aquello tan inteligente y racional del "madrileños, Cataluña os ama", que gritó Companys en la Monumental de Barcelona. Hoy la política se ha convertido en un partido de fútbol lleno de hooligans mientras el fútbol ya solo es política. En un lado del terreno de juego la España negra y taurina de Rajoy, esa España ágrafa que no ha salido del pueblo y que disfruta matando vaquillas a hostias en las verbenas del verano etílico. En el otro la Cataluña de Artur Mas sumida en otro ciego delirio, el retorno al medievo del condado catalán, al feudo de los caballeros del rey Arturo, una especie de juego de tronos tan de moda hoy entre la juventud, también la catalana, que no sabe una sola palabra de historia porque se ha pasado los años de escuela estudiando que todos los españoles son muy malos y muy franquistas y declamando si us plau. Miles de niños y jóvenes a los que se les ha metido en la cabeza, en una extraña inmersión histórica y lingüistica, que todo lo que huele a España, ya sea Cervantes, Goya o Falla, es detestable. Una muchachada de voluntarios convenientemente aleccionados que sin saber muy bien por qué –quizá porque se lo está diciendo un tipo con el mentón poderoso y atlético de Supermán, en este caso Supermás– nutre las manifestaciones coordinadas con una marcialidad germánica, todos vestidos con camisetas chic de Catalonia is not Spain, todos formados con la cuatribarrada del triángulo estrellado sustraído a Cuba o Puerto Rico, pero que al final no deja de ser la estrella de la Caixa. Una bandera que tiene poca historia. Pero que queda tan mona en el Camp Nou.

Viñeta: El Koko Parrilla

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