(Publicado en Revista Gurb el 18 de septiembre de 2015)
Resulta difícil, muy difícil, presenciar
cómo unos salvajes masacran al pobre Rompesuelas sin sentir vergüenza y
asco de ser español. ¿Cómo nos verá un francés, un alemán o un
americano? Sin duda, como seres chiflados y primitivos que van lanceando
toros indefensos en una ciudad sin ley, en una ciudad far west tomada
por matones que campan a sus anchas. Así se comprende que los turistas,
cuando aterrizan en España, se extrañen al no encontrar sanfermineros
encalimochados, cejijuntos y peludos corriendo como locos por las
calles. Es lo que ven por la CNN. En ese acto sanguinario, ciego y cruel
del toro de la Vega, en ese acto vergonzante para la raza humana que un
puñado de paletos de boina y palillo de dientes en el labio perpetra
cada año en Tordesillas, se resume todo lo malo que hay en una parte de
España, la España bárbara y salvaje. Uno, que se encuentra en las
antípodas de los independentistas, de los nacionalismos provincianos de
artures y romevas, piensa que anida en lo español algo enfermizo de lo
que jamás podremos librarnos, algo canceroso y maldito que nos persigue
por los siglos de los siglos, como una maldición bíblica, y que nos
impide romper de una vez por todas con nuestras leyendas negras,
nuestras inquisiciones y nuestras cruentas guerras civiles.
Hay una España moderna, progresista,
alegre, democrática y tolerante, una España de artistas, atletas y
cocineros geniales que causan admiración en todo el mundo. Pero en el
reverso hay otra España, un míster Hyde en la sombra que es negro como
el pañuelo de una beata, una España huraña, atávica, fanática, ignorante
y perversa. Es esa España que sale a la calle, entre crucifijos y
banderas fascistas, entre antorchas y santas compañas medievales, para
gritar contra el aborto y los homosexuales; es esa España racista y
negrera falta de libros y escuela que trata a los inmigrantes como
delincuentes y carnaza para el andamio; es esa España que persigue al
rojo comunista y masón por pensar con diferentes ideas, esa España que
no entiende que este país es un compendio de pueblos y naciones con
diversa identidad nacional, con lenguas propias e idiosincrasias
particulares, y que precisamente en ese crisol formidable, en esa
variedad de culturas y tradiciones, es donde radica su fuerza y su éxito
como país y como Estado. Hay un lado enfermo en este pueblo viejo,
milenario y mesetario que todavía se llama España, ese pueblo que sestea
y se rasca los cojones bajo un olivo, junto a una bota de vino y un
impreso del PER, mientras otros envían cohetes espaciales a Marte. Hay
algo dañino, venenoso, en esta tribu cainita con alma de torero macho
inculto y reprimido que no puede ver más allá de sus propias
frustraciones contraídas tras siglos de curas y obispos rijosos, de
aprovechados terratenientes y grandes de España, de episodios
sainetescos escritos por borbones borrachos y puteros.
¿Pero dónde está el patrimonio cultural
de interés nacional digno de ser protegido y fomentado en ese toro
vilmente asesinado de la Vega? ¿Que tiene de alegre fiesta ese
espectáculo infame que consiste en dar rienda suelta a una cuadrilla de
mozos analfabetos embrutecidos y cerveceros que corren por las calles
como bestias desquiciadas y que pagan sus miserias a patadas con un
pobre animal al que despiertan al alba, somnoliento y desconcertado,
para darle el último paseíllo, como se le daba a los fusilados
republicanos? En el toro Rompesuelas hay una terrible metáfora de esa
España atroz, un holocausto de sangre, una ejecución mañanera injusta,
gratuita y miserable, como tantas que fueron cometidas durante la
contienda civil. El tótem del toro como víctima propiciatoria es el
símbolo perfecto de todo lo que a esa España le produce rechazo y miedo,
la fuerza digna y vital de la naturaleza, la nobleza y la inocencia que
ellos no tienen, el semental que en igualdad de condiciones puede ser
poderoso y peligroso para la tribu. Por eso la masa se arma y aúna su
violencia y su odio, por eso se escoge al toro como entrenamiento previo
antes de pasar al juego real, a lo que realmente le causa placer a esa
España criminal, que es la caza de otros toros más humanos. En estos
días en los que Cataluña vota sí o no a la independencia mientras esa
parte de España se entretiene en sus perniciosos vicios de sangre,
resulta muy difícil convencer a los catalanes de que no se vayan, de que
sigan con nosotros. Mas y Romeva también tienen sus complejos y sus
tópicos típicos, al igual que esa España mala e inmunda, porque todo
nacionalismo político, sea español o catalán, es un tipo de enfermedad
que ciega a quien lo padece y lo sumerge en una serie de mitos tan
irracionales como el del toro: la lengua y las tradiciones como hecho
sagrado, la raza como enseña orgullosa, el RH como signo de distinción.
La absurda creencia de que lo mío, lo propio, lo autóctono, es lo mejor
de lo mejor y que no hay otra cosa más bella en el mundo que los
castellers, la butifarra y un regate de Leo Messi. Y en esas estamos, en
una especie de Madrid-Barsa perpetuo (hoy la gente cree que la política
es como un partido de fútbol donde se trata de machacar al contrario al
grito de puta Barsa, puta Madrí, con banderas rojigualdas frente a
banderas esteladas) un simplismo muy alejado de aquello tan inteligente y
racional del "madrileños, Cataluña os ama", que gritó Companys en la
Monumental de Barcelona. Hoy la política se ha convertido en un partido
de fútbol lleno de hooligans mientras el fútbol ya solo es política. En
un lado del terreno de juego la España negra y taurina de Rajoy, esa
España ágrafa que no ha salido del pueblo y que disfruta matando
vaquillas a hostias en las verbenas del verano etílico. En el otro la
Cataluña de Artur Mas sumida en otro ciego delirio, el retorno al
medievo del condado catalán, al feudo de los caballeros del rey Arturo,
una especie de juego de tronos tan de moda hoy entre la juventud,
también la catalana, que no sabe una sola palabra de historia porque se
ha pasado los años de escuela estudiando que todos los españoles son muy
malos y muy franquistas y declamando si us plau. Miles de niños y
jóvenes a los que se les ha metido en la cabeza, en una extraña
inmersión histórica y lingüistica, que todo lo que huele a España, ya
sea Cervantes, Goya o Falla, es detestable. Una muchachada de
voluntarios convenientemente aleccionados que sin saber muy bien por qué
–quizá porque se lo está diciendo un tipo con el mentón poderoso y
atlético de Supermán, en este caso Supermás– nutre las manifestaciones
coordinadas con una marcialidad germánica, todos vestidos con camisetas
chic de Catalonia is not Spain, todos formados con la
cuatribarrada del triángulo estrellado sustraído a Cuba o Puerto Rico,
pero que al final no deja de ser la estrella de la Caixa. Una bandera
que tiene poca historia. Pero que queda tan mona en el Camp Nou.
Viñeta: El Koko Parrilla
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