Ha sido una declaración histórica que
lamentablemente servirá para poco. Todo estaba controlado de antemano,
medido, sin margen para la pregunta incómoda. Como si el guion estuvise
escrito desde hacía tiempo. La Audiencia Nacional se ha ocupado de que
el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy −que comparecía en calidad de
testigo aunque en la práctica se ha comportado como un imputado que echa
balones fuera− sufriera el menor daño posible en su imagen personal. Y
bien que se le ha visto arropado.
A primera hora de la mañana, el coche
oficial con las ventanillas tintadas que trasladaba al "testigo
accidental" entraba en la sede judicial. Se impedía de esta manera la
esperada foto con la que soñaban cientos de periodistas, la del
presidente entrando en la Audiencia Nacional entre gritos de "no hay pan
para tanto chorizo" y "Mariano dimisión". Una vez dentro de la sala,
hasta la escenografía estaba sutilmente estudiada. Ni un solo cabo
suelto. Rajoy se sentaba al lado del tribunal, bien amparado como poder
institucional que es, y lejos del inquisitivo fiscal y de los
fastidiosos abogados. El principio de equidistancia procesal saltaba por
los aires. Minutos después, un Rajoy fresco como una lechuga atravesaba
la sala de vistas con paso seguro y ligero, braceando mecánicamente,
como si estuviera en una de sus carrerillas matutinas al trote
cochinero. Ha tomado asiento cómodamente, ha guiñado el ojo varias
veces, con ese tic nervioso tan característico suyo que le sale en los
momentos tensos, cuando la mentira y la verdad se entremezclan de una
forma peligrosa, y se ha puesto a dar rítmicos golpecitos en la mesa con
las yemas de los dedos, tratando de aparentar normalidad, como si
estuviera en una reunión de amigos más que en un juzgado penal. Sin
duda, su intención era convertir su declaración judicial en un acto
político, aunque no le ha salido bien la jugada.
Abría fuego el abogado de ADADE, José
Mariano Benítez de Lugo, que ejerce la acusación popular en el caso
Gurtel: "¿Conocía usted la existencia de la caja B del partido?". "Mi
función es política, no me dedico a cuestiones de contabilidad",
responde el gobernante gallego con cierta arrogancia. Y es ahí cuando el
magistrado presidente, Ángel Hurtado, el hombre que desde el principio
se había opuesto a que Rajoy diera explicaciones sobre la trama corrupta
Gurtel y su relación con la caja B del PP, ha echado el primer capote
al presidente. "No voy a permitir preguntas que no tengan que ver con
este caso". La primera en la frente. Helado silencio entre los letrados.
Estaba claro que Hurtado tomaba las riendas del interrogatorio con mano
de hierro. No estaba dispuesto a que la cosa se le fuera de las manos. Y
a partir de ahí se terminó la espontaneidad, la libertad para
preguntar, las cuestiones espinosas, las trampas dialécticas y la
posibilidad de que Rajoy metiera la pata en algún punto escabroso. Todo
lo interesante que podía tener la declaración ha sido debidamente
allanado, liquidado desde el primer momento. Cualquier pregunta de los
abogados sobre la financiación del partido era impertinente. Cualquier
cuestión sobre las competencias del presidente en la contabilidad B de
Génova era oportunamente rechazada o ya había sido contestada antes o
pertenecía a otro sumario y a otro juicio que no venía a cuento. Rajoy
podía respirar tranquilo. Estaba claro que no iba a tener que sufrir
demasiado. A partir de ese momento, el líder del PP se lo ha tomado con
más calma y hasta se ha permitido tirar de su célebre retranca gallega
en varias ocasiones. "Yo no llevo la llave del partido ni estaba en la
puerta; yo soy el presidente y me dedico a la política", ha bromeado con
jactancia. Hasta que ha llegado el momento más delicado de la mañana,
cuando ha tenido que explicar si fue la Gurtel o el partido quién
sufragó sus vacaciones en Canarias con la familia. "Lo pagó mi partido
hasta donde yo sepa. Pero no soy yo el que busca la agencia de viajes,
ni el que saca los billetes de avión y no compruebo cada factura porque
entonces tengo un problema. Hago cien viajes cada semestre", ha dicho
algo trémulo y acorralado por primera vez.
Por lo demás, lo previsible. El manual
del amnésico que no se acuerda de nada o del ignorante que no se
enteraba de lo que sucedía a su alrededor. ¿No se enteraba o se hacía el
tonto? Por supuesto, no sabía que en su partido y en las localidades
gobernadas por el PP corría el dinero negro a espuertas ("yo no puedo
saber lo que pasa en 8.000 ayuntamientos"); tampoco conocía a Francisco
Correa, el cerebro de la trama corrupta que pasaba más horas haciendo
negocios en Génova que en su propia casa ("alguna vez lo he saludado"); y
rotundamente nunca ha recibido sobresueldos de los empresarios
paganinis del PP. Ha tenido que reconocer que al tesorero del partido,
Luis Bárcenas, tras ser cazado por la Guardia Civil, le permitieron
seguir usando el coche oficial y hasta un cuarto para que pudiera meter
sus cajas comprometedoras como bombas de relojería. Y cuando se percató
de que Correa y su grupo eran unos corruptos, cuando comprobó que
municipios como Arganda y Majadahonda estaban hasta arriba de basura,
dio órdenes a Esperanza Aguirre para que lo investigara y "tomase o no
tomase las decisiones justas y convenientes". "Le dije que se ocupara
del asunto y viera qué había ocurrido", apostilló. Sobre Alvaro Pérez El Bigotes,
el amiguito del alma del presidente valenciano Francisco Camps, Rajoy
ha dicho que no lo conoce de nada, aunque "en algunos actos de campaña
sí lo he visto" y haya viajado con él a Argentina y Uruguay. "No es
imposible que lo conozca, pero no me acuerdo". A Pablo Crespo, otro de
los jefes de la mafia, sí lo trataba porque "era de Pontevedra". En
cualquier caso, "yo no conozco a todas las personas que trabajan en el
partido como no conozco a todas las personas que trabajan en Moncloa".
Más surrealismo gallego.
Al presidente le pareció "lógico y
honesto" decir que en los papeles de Bárcenas todo lo referido a él era
falso, "salvo alguna cosa", ya que jamás recibió sobresueldos en B. No
sabe nada de las acciones de Libertad Digital compradas con dinero
negro, no sabe nada de la reforma de la sede del partido sufragada con
fraude a Hacienda, y por supuesto tampoco sabe nada de las cuentas en
Suiza en las que Bárcenas enlataba el dinero de las comisiones. "No sé
nada de esas cuentas ni de ese asunto", ha afirmado cuando ya solo
echaba balones fuera. "¿Entonces, por qué aparece su nombre en primer
lugar en la lista de pagos en B a altos cargos del PP", se le pregunta. Y
otro decepcionante "no lo sé".
Y así fue transcurriendo el acto. Si la
pregunta era arriesgada recurría al consabido no me consta o no me
acuerdo; si la cuestión era peliaguda no sabía de cuentas, solo de
política. Hasta que ha llegado el segundo momento comprometido, cuando
ha tenido que reconocer que envió el famoso SMS al tesorero Bárcenas,
esa frase bochornosa que le acompañará siempre como una mancha
indeleble. Ha sido Wilfredo Jurado, abogado del PSOE, quien le ha
preguntado sobre el famoso mensaje, el "Luis sé fuerte, hacemos lo que
podemos", que envió al contable cuando se destapó el pastel y el
tesorero purgaba en la cárcel los pecados de todo el partido. "Pues
significa eso, que hacemos lo que podemos, no podíamos hacer nada que
perjudicara al proceso. Respondí a los mensajes de Bárcenas porque tengo
por costumbre contestar". Un presidente educado hasta con los
delincuentes. Como tiene que ser.
En general, los abogados están
disgustados porque el presidente del tribunal les ha cortado las alas
durante todo el interrogatorio. "¿Si no podemos preguntarle por las
cuestiones económicas, qué hemos venido a hacer aquí?", se preguntan
ante la máquina del café. Pablo Iglesias y Pedro Sánchez reclaman la
dimisión del jefe del ejecutivo. "España no se merece esta vergüenza",
dice el líder de Podemos. "Solo le queda una salida honorable: que
presente su dimisión ante el rey esta misma mañana", asegura el
secretario general del PSOE. En el PP, sin embargo, no se dan por
aludidos. Es más: están satisfechos. Creen que Rajoy ha salido airoso
del envite. Ya se prepara la formidable maquinaria del partido para
sacar réditos políticos de lo que ha sucedido esta mañana en la
Audiencia Nacional. El PP sería capaz de rentabilizar el hundimiento del
Titanic, si fuera preciso. La consigna a partir de ahora: proyectar la
imagen de un hombre sincero que siempre dice la verdad, hasta en sede
judicial y pese a que arrastra un carromato de detritus. Lástima que el
escándalo sea tan mayúsculo que ya nadie se crea las mentiras del
presidente. Ni siquiera él mismo se las cree ya.
Viñeta: Iñaki y Frenchy