(Publicado en Revista Gurb el 7 de julio de 2017)
La vida de Carla Antonelli (Güímar, Tenerife, 1959) ha sido todo menos
un camino de color de rosas. Hoy la actriz es diputada autonómica por el
PSOE en la Asamblea de Madrid y su decisiva labor como activista por
los derechos de las personas transexuales –que incluso ha contribuido a
la aprobación de las recientes leyes de igualdad–, es reconocida en
todos los ámbitos políticos y sociales. Lástima que no siempre fuese
así. Carla aún recuerda los años duros de la Transición, su juventud
traumatizada y reprimida, los cotilleos e insultos de la gente ignorante
del pueblo, de donde tuvo que salir cierto día porque el ambiente era "irrespirable". Atrás quedan los años oscuros donde tuvo que ganarse la
vida como bailaria de la sala Britania, las palizas de la Policía y el
miedo a la "Secreta", la sombra amenazante del calabozo en la Dirección
General de Seguridad. "Ya estaréis contentos maricones, ya tenéis
democracia", le espetó un policía aquel verano del 77, cuando tras
cuarenta años de dictadura dejaron votar al pueblo. "Al final aprendes a
sobrevivir, aprendes que sistemáticamente te conviertes en una persona
resiliente, conviertes lo negativo en positivo. Si no, ¿de qué íbamos a
estar aquí? Nos hubiéramos quedado por el camino como desgraciadamente
le ocurrió a tantísimas personas transexuales y homosexuales víctimas de
la oscuridad, de las drogas, de la marginalidad, víctimas de los
suicidios, de la incomprensión, del desarraigo familiar y el rechazo
social". Esos dos millones de personas que se echaron a la calle el
pasado sábado para cantar, bailar y disfrutar en absoluta libertad
durante el Día del Orgullo se lo deben a gente como Carla, personas que
sufrieron la más cruel incompresión, la intolerancia y los prejuicios de
una sociedad pacata, hipócrita y retrógrada hoy felizmente superada.
Hasta su pueblo natal, ese que un día la obligó a marcharse por su
condición de transexual, le ha dado ahora una medalla. Ironías de la
vida.
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