(Publicado en Revista Gurb el 19 de julio de 2017)
Un tiro en el pecho, una escopeta
redentora todavía humeante, la soledad inmensa e inculta de un coto de
caza bajo el sol sahariano del infierno cordobés. Eso es todo lo que
queda de Miguel Blesa. La última escena sangrienta de su vida parece
sacada, como una metáfora perfecta, de aquella película de Carlos Saura
sobre la sordidez humana, el miedo y la muerte. La caza. Blesa vivió por
y para la caza. La caza del dinero, la caza del rico contra el pobre,
la caza del hombre contra el animal y al final, en un acto desesperado
lleno de remordimientos, la caza de uno contra sí mismo. Dicen que
andaba bajo de moral, deprimido, que le faltaba valor para afrontar los
juicios, la deshonra, la cárcel que le esperaba como una amante paciente
para que rindiera cuentas por todos sus desmanes. Muchas más razones
para suicidarse tenían aquellos que lo perdieron todo por sus estafas y
sus mafias, y ahí siguen, al pie del cañón, sobreviviendo como
valientes. No, el suicidio no es ninguna deshonra siempre que se haga
por honor y dignidad, no por cobardía, no por escapar cobardemente de
una mancha indeleble que no se borrará nunca, ni siquiera con la muerte.
Muchos de los más grandes se quitaron de en medio con la violencia.
Sócrates tomó la cicuta para demostrar que era inocente; Hemingway
recurrió a la escopeta porque odiaba lo humano en todas sus dimensiones;
Larra lo hizo por amor, o por España, como dicen ahora sus herederos. "Uno no se mata por el amor de una mujer. Uno se mata porque cualquier
amor nos desvela nuestra desnudez, nuestra miseria, nuestro desamparo,
la nada", dijo el gran Pavese, otro suicidado. Blesa no lo hizo por una
buena causa; ni siquiera debía leer poesía. Blesa solo leía números
endemoniados, extractos bancarios, querellas y denuncias de la UCO. Y
así le fue. Un hombre necesita la magia de los libros para no volverse
loco.
Ahora, con el cadáver de Blesa en el
Anatómico Forense, la culpa será de los periodistas que lo acosaban, de
los jueces, de la gente que reclamaba legalmente su dinero. Ahora
llegarán las condolencias hipócritas del partido por un hecho tan
luctuoso, la consternación sobreactuada, que si fue un gran hombre, que
si era una lumbrera de nuestro tiempo que hizo mucho por el país y por
la banca, mayormente por la banca. En realidad Blesa no fue más que otro
enfermo del dinero, la gran plaga de nuestro tiempo. En el Romanticismo
se pegaban un tiro por amor o por tuberculosis, ahora lo hacen porque
sube la prima de riesgo. Gente como Blesa, con sus vicios y costumbres
ególatras, arrastraron al mundo a la crisis de 2008, causando la mayor
depresión desde el crack del 29. Fue el símbolo de lo peor del sistema
financiero. Los Madoff, los Blesa, los Rato y tantos otros terroristas
financieros disfrazados de hombres buenos y decentes son los que
convierten el mundo en un vertedero de miserias, en un infierno de
injusticias para la inmensa mayoría. Blesa, con su timo redondo de las
preferentes, con su atraco perfecto, en plan Kubrick, pasará a la
historia por haber arruinado a familias enteras, trabajadores, ancianos y
enfermos de alzheimer. Deja mansiones, fincas, coches, caballos, un
imperio arruinado por las deudas, las fianzas, el polvo y la hiedra
trepadora de la vergüenza que se lo come todo. También deja amigos
poderosos como Aznar, esos que son muy fieles en el colegio pero dan la
espalda cuando uno cae en desgracia. A Blesa siempre lo recordaremos con
sus gafas oscuras para pasar de incógnito, desorientado, temblando de
miedo y escoltado por la Policía mientras una turba de preferentistas
cabreados lo perseguía por la calle tras zarandearlo y machacarlo a
cartelazo limpio. Tener que andar perdiendo el culo por las esquinas
para que no te cace la muchedumbre indignada no debe ser plato de buen
gusto si has bebido el champán más caro del universo en diamantinos
rascacielos como cumbres de oro. A Blesa lo recordaremos huyendo de sus
clientes encarnados en demonios justicieros y también empuñando la
escopeta de caza criminal y aplastando con su bota embarrada de infamia a
los elefantes, leones y rinocerontes que se llevó por delante, bellos
ejemplares que tuvieron la desgracia de tropezarse con el depredador
insaciable. Porque Blesa, no lo olvidemos, no solo cazaba animales.
También cazaba personas y donde ponía el ojo, donde ponía la mira
telescópica de su rifle implacable, ponía la bala de la preferente letal
para cualquier pobre diablo. Pocos llorarán su muerte y muchos se
alegrarán de ella. Es el destino fatal que le espera a todo aquel que
eleva el dinero a los altares, convirtiéndolo en su único dios y señor.
Es el final trágico que aguarda a todo Fausto que vende su alma a
Mefistófeles por una mala comisión o una vulgar black. Blesa, con su
tiro loco en el pecho que no lleva a ninguna parte más que al callejón
sin salida de la muerte, ha entrado hoy en el poblado panteón de
inmolados de este país trágico llamado España que también se suicida
cada cuarenta años. Lo único malo del caso es que ya no podrá hacerse
Justicia. Al menos en este mundo.
Viñeta: Igepzio
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