(Publicado en Revista Gurb el 21 de julio de 2017)
La noticia de la detención del
presidente de la Federación Española de Fútbol, Ángel María Villar, debe
hacernos reflexionar seriamente sobre la turbia sordidez que se mueve
en no pocas ocasiones alrededor del negocio del deporte rey. En los
últimos años han salido a la luz escándalos poco edificantes, como
varios casos de amaño de partidos y algunos fraudes fiscales millonarios
que han salpicado a grandes estrellas de la Liga española, como Messi,
Cristiano Ronaldo o Neymar. El último en ingresar en la nómina de
ilustres encarcelados ha sido el todopoderoso Villar, el hombre que
llevaba la friolera de casi 30 años al frente de la Federación. Mientras
la Guardia Civil termina de reunir todas las pruebas para acusarlo de
desviar fondos procedentes de partidos internacionales amistosos de la
Selección Española –al menos los organizados contra Chile, Venezuela y
Corea– hacia la empresa de su hijo Gorka, no estaría de más que los
partidos políticos empezaran a plantearse una nueva ley del deporte que
impidiera manejar dinero público con la alegría y la impunidad de la que
este señor hacía gala. Nadie se explica cómo el máximo responsable de
una institución del prestigio internacional de la RFEF ha podido hacer y
deshacer a su antojo durante casi tres décadas. ¿Dónde estaba el
Gobierno cuando miles de entradas eran revendidas favoreciéndose el más
descarado y lucrativo de los clientelismos familiares? ¿Dónde estaban
los auditores de cuentas, el Consejo Superior de Deportes y el
Ministerio de Cultura? Y sobre todo, ¿cómo pudo ser que una partida
presupuestaria que en principio debía ir destinada a ayudar a niños de
países del tercer mundo como Haití se haya perdido por el camino, sin
dejar ni rastro, y sin que nadie sepa qué es lo que ha pasado? Por
tanto, luz y taquígrafos también en el deporte, eso es lo que se reclama
con urgencia.
Pero paralelamente a la detención de
Villar surge una pregunta inevitable que afecta a los medios de
comunicación de este país: ¿cómo un sujeto de esa calaña ha podido
mantenerse en el poder durante casi tres décadas sin que nadie le
plantara cara? España es un país donde el fútbol levanta más pasiones
que cualquier otra cosa en el mundo. El diario más leído es el Marca,
se dedican horas de radio y televisión a los partidos y a todo lo que
los rodea y batallones de periodistas deportivos nos cuentan el último
dolor de muelas de la estrellita de
turno. Hay voceros, jugones, chiringuitos y tertulias a todas horas. Y
resulta que ningún reportero, salvo alguna honrosa excepción que fue
sutilmente depurada, supo ver que Villar era un presunto corrupto. La
profesión periodística debería hacer una profunda reflexión. Viajar en
el mismo avión que los directivos, comer con ellos en la misma mesa
Michelin, reírles las gracias y tratarlos con una reverencia excesiva y
por momentos estomagante conlleva estas cosas. Conlleva que al final el
corrupto se sienta impune, intocable, por encima del bien y del mal. Y
termine creyéndose la estrella del partido.
Resulta más que evidente que los
numerosos mecanismos de control y fiscalización que deberían haber
velado por la limpieza en el fútbol han fallado estrepitosamente y
llegados a este punto cabría preguntarse si ha sido por negligencia de
los funcionarios que no han cumplido con su deber, por desidia o porque
había más personas interesadas en que Ángel María Villar sacara tajada
con los bolos de la Roja por todo el mundo. Los agentes de la UCO
tratarán de averiguar si la responsabilidad alcanza a la Administración
estatal y autonómica pero mientras tanto el Parlamento debería tomar
cartas en el asunto y empezar a diseñar ya, con urgencia, un nuevo marco
legal que garantice la transparencia de nuestras federaciones
olímpicas. Durante demasiado tiempo hemos visto cómo las federaciones de
algunas modalidades deportivas se convertían en auténticas covachuelas
de dirigentes llegados del mundo de la empresa cuyo único objetivo era
medrar, conseguir fama y notoriedad y sacar la mayor tajada económica
posible del deporte. Dietas, viajes, hoteles de lujo y fiestas han sido
costeados con demasiada ligereza, y con cargo a los presupuestos
generales del Estado, es decir, con cargo al dinero de todos los
ciudadanos, en numerosas ocasiones. Todo eso debe terminarse cuanto
antes. Cada céntimo que salga del Estado para favorecer el desarrollo de
la cantera en las diferentes disciplinas deportivas debe ser
acreditado. Cada inversión que se realice en escuelas, estadios,
infraestructuras deportivas, becas y salarios de los profesionales debe
ser examinada con lupa. Los años locos en los que el dinero fluía sin
control desde el mundo inmobiliario al mundo del deporte se han acabado.
Y los feudos oscurantistas donde los directivos tomaban decisiones
libérrimas, a su antojo, como caciques deportivos, deben ser eliminados,
tal como toca en un país que se pretende moderno y avanzado. Lo que hoy
ha pasado en la Federación Española de Fútbol podría estar pasando
también en otras federaciones y nuestro país, que en los últimos tiempos
se ha destacado por sus grandes éxitos deportivos, no puede permitirse
tirar por la borda el buen trabajo de tantos años. Si queremos que la
gallina de los huevos de oro siga dando deportistas de la talla de Rafa
Nadal, Pau Gasol, Gemma Mengual, Ruth Beitia o Fernando Alonso debemos
diseñar una eficaz política deportiva donde el dinero público que se
invierte en los planes depotivos y en el fomento de la cantera no pueda
ser malversado o despilfarrado sin que nadie lo sepa o algo todavía
peor: mientras los responsables de ejercer el control miran para otro
lado.
El pasado mes de mayo, el presidente del Consejo Superior de Deportes (CSD), José Ramón Lete, invitó a los grupos parlamentarios a respaldar iniciativas para impulsar el crecimiento del deporte, así como a luchar contra el dopaje, la violencia, el racismo y los amaños de partidos, y anunció la elaboración de una nueva ley sobre la materia. Esta propuesta, de ser cabal y sincera, no un mero brindis al sol, como suele suceder siempre que el PP toma la iniciativa, no debería caer en saco roto. Esa reforma quedará en papel mojado si las instituciones deportivas, las respectivas federaciones, no se implican a fondo en aportar ideas para que la transparencia y las buenas prácticas de los directivos sean una realidad. Ha llegado el momento de que la Fiscalía, la Justicia y la Inspección de Hacienda entren en los vestuarios, en las oficinas de los clubes y en los estadios, ya que es la única manera de que la competición no se vea seriamente adulterada. La limpieza es fundamentale en el deporte. Sin fair play, el deporte, una de las pocas cosas que aún genera ideales enriquecedores y nobles referentes para los chavales y las nuevas generaciones (al margen de las trapacerías injustificables que puedan cometer grandes estrellas como Messi o Ronaldo) está condenado a enfangarse, como le ha sucedido a la política, y a perderse sin remedio. Ahí están los casos de dopaje en el ciclismo que han puesto a este deporte al borde de su liquidación.
La marca España ha sufrido un daño
irreparable con los numerosos casos de corrupción que han estallado en
la última década y no podemos permitirnos el lujo de que las corruptelas
lleguen también a la cancha de fútbol, a la de baloncesto o a la pista
de tenis. Villar, un abogado mediocre cuyo mayor logro profesional ha
sido ser capitán del Athletic Club de Bilbao en sus tiempos mozos y que
ni siquiera sabe pronunciar correctamente la palabra fútbol (siempre
suelta “furbol” en un ejercicio intolerable de paletismo futbolero) nos
ha estado tomando el pelo a los españoles durante casi treinta años,
toda una dictadura pseudofranquista. Ha llegado la hora, por tanto, de
decirle a este señor que se vaya a su casa a preparar su defensa y a
rendir cuentas con la Justicia, previo paso por el módulo de preventivos
de Soto del Real. Y que deje que la afición siga cantando los goles de
Iniesta con la pasión e inocencia de siempre, sin que nada ni nadie
pueda contaminar esa ilusión.
Viñetas: Becs / El Petardo
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