Más de tres mil
vehículos bloqueados en la carretera, cientos de personas atrapadas durante 20
horas en las autopistas como ratoneras, un caos, un desmadre, un sindiós. Año
tras año, los ciudadanos españoles tenemos que soportar que una simple nevada –no una bomba ciclogenética ni un violento temporal americano, sino una helada
de las de toda la vida–, colapse un país entero. La situación resulta
intolerable en una sociedad que se dice avanzada y alguien tendría que pagar de
una vez por todas con una sonora dimisión por tanta incompetencia. Ahora vendrá
lo de siempre: las exasperantes comisiones parlamentarias de investigación que
no servirán para nada, las ruidosas trifulcas entre políticos marrulleros, las
inadmisibles excusas de los responsables de la DGT, que tratarán de echarle la
culpa a los conductores por no llevar cadenas, un termo y una mantita en el
maletero. Y lo peor de todo: el silencio administrativo vergonzante de unos
concesionarios de autopistas que son auténticos cuatretros, asaltacaminos y
bandoleros de serranía que nos roban a punta de pistola cada vez que pasamos
por el peaje y que a la hora de la verdad, a la hora de la nevada, se lavan las
manos para que sea la Guardia Civil la que se coma el marrón, en este caso el
blanco de la nieve. Si la altura de un país se mide por la previsión con la que
sus gobernantes reaccionan ante las catástrofes, España sin duda sigue siendo
un Estado enano. Afortunadamente siempre hay profesionales como los de la UME
que se remangan y sacan a la gente del atolladero de hielo e ineptitud en el
que cae por culpa de sus políticos. Lo de este año ya está resuelto, las
carreteras expeditas de nuevo. Hasta la próxima nevada de incompetencias. Ancha
es Castilla.
"¿Sabe cuánto
perdieron los inversores privados durante la crisis? Cien mil millones de
euros. Eso no es saqueo, amigo, es el mercado", dijo ayer bravuconamente
el impostor Rodrigo Rato durante la comisión de investigación del Congreso
sobre las causas del terrible crack del 2008. El otrora superpoderoso ministro
y hoy superpatético delincuente de guante blanco condenado a cuatro años de
prisión mostró su lado más arrogante y altivo y dijo sentirse traicionado por
sus compañeros del PP. Ni una sola muestra de arrepentimiento, ni una sola
palabra para pedir perdón a los españoles por todos los desmanes cometidos en
la banca bajo su sórdido mandato. La tragedia de Rato, símbolo de la gran
estafa ibérica, es que quiso pasar a la historia como la mente económica más
preclara y prodigiosa de su tiempo y al final va a quedar como un carterista de
baja estofa, un pillete que se fundía ansiosamente los fondos de los
ahorradores, un charlatán de feria que llevó a todo un país a la bancarrota más
terrible que se recuerda. Al mismo tiempo que el señor Rato nos daba lecciones
de macroeconomía él se pulía alegremente hasta 100.000 euros con su black. Al
mismo tiempo que los españoles pagaban de su bolsillo los 77.000 millones de
euros para el rescate de la banca él se subía el sueldo hasta niveles
estratosféricos y se ponía a remojo entre yate y yate y hacía del caviar
carísimo su mejor afición. El señor Rato sigue metido en el papel de dios del
dinero pero ya nadie cree en él, ya todo el mundo sabe que no es más que un
dilapidador, un maestro del pillaje y la rapiña, alguien que anteponía su
avaricia sin límites y sus ambiciones personales al interés general de una
nación. El ex superministro convicto y confeso ya no engaña a nadie. Ha pasado
de Rato a raterillo. La gran pregunta es: si el magnate americano Madoff terminó
en la cárcel y sigue pagando por sus delitos, ¿por qué este personaje sigue
suelto y sacando pecho por ahí?
Viñeta: Igepzio
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