(Publicado en Diario16 el 27 de noviembre de 2023)
Podemos le ha declarado la guerra a Yolanda Díaz y, por defecto (más bien por exceso), a Pedro Sánchez. De esta manera, los morados rompen la unidad de acción de la izquierda y anuncian que irán por libre esta legislatura. ¿Qué quiere decir esto? Sencillamente que habrá no pocas leyes emanadas del Gobierno de coalición progresista que Podemos votará en contra, coincidiendo con el Partido Popular y, lo que es todavía más trágico, con Vox. Esta situación recuerda en buena medida aquella célebre pinza que, tramada entre Aznar y Anguita, logró acabar con Felipe González allá por los noventa. Recuérdese cómo el entonces líder de Izquierda Unida se terminó distanciando del PSOE por las políticas neoliberales de Moncloa y cómo el pacto se fraguó en una famosa cena/conjura en casa del periodista Pedro J. Ramírez en la que tomaron parte el Califa y el hombre de las armas de destrucción masiva.
Entre otras cosas, el giro estratégico de IU permitió gobernar al PP en Asturias (un hecho que conmocionó a la cuna del socialismo español), y también en decenas de ayuntamientos donde hasta ese momento había mayoría de izquierdas. Lo que vino después, los titulares explosivos de El Mundo, la ofensiva judicial de Baltasar Garzón, la caída del emperador Isidoro, en definitiva, el final del PSOE felipista, forma ya parte de la historia.
La gran pregunta ahora es si Podemos está pensando reeditar aquella famosa pinza que tanto rédito político dio a la derechona de este país. Hay datos suficientes que nos llevan a pensar que el rencor fratricida de la actual directiva de Podemos (o lo que queda de ese partido), va a arrastrarles hacia esa misma deriva que sería aún más bochornosa y esperpéntica que la manera en que Irene Montero e Ione Belarra han salido del Gobierno de coalición. En política hay una máxima fundamental, y es que el dirigente o gobernante tiene que saber estar, pero también tiene que saber irse, una idea que se repite hoy desde diversos ámbitos de la izquierda, como un clamor, mientras las dos polémicas exministras parecen hacer oídos sordos.
Cualquiera con un mínimo de juicio vio venir que lo de Podemos y Sumar no podía terminar bien. Cuando Pablo Iglesias colocó a Yolanda Díaz como la persona ideal para liderar el proyecto político de Unidas Podemos, y también como su sucesora en la vicepresidencia segunda del Gobierno, todo ello a dedazo, creyó erróneamente que la ministra de Trabajo sería una mujer dócil, maleable, la marioneta perfecta para que él pudiera seguir hablando a través de ella como un maquiavélico ventrílocuo. Sin embargo, pronto se comprobó que la tenaz abogada laboralista no era quien él creía que era y que, sin duda, le iba a salir rana. Así fue. Cuando Díaz dio el paso trascendental de fundar una plataforma de amplio espectro y transversal capaz de aglutinar a la izquierda a la izquierda del PSOE (Sumar), Iglesias, que siempre se ha creído un genio de la estrategia política, vio claramente que había cometido un grave error de bulto. Él, que presume de ser un feminista integral, no pudo soportar que una mujer independiente rompiese con la disciplina del macho alfa para iniciar un nuevo proyecto lejos ya del pasado decadente podemita.
Las elecciones autonómicas y municipales de mayo supusieron la constatación fehaciente de que Podemos había terminado en el vertedero de la historia. La debacle fue tal que hasta desapareció del mapa en Madrid, el lugar mítico fundacional del partido con aquellas gloriosas asambleas de Vistalegre en las que todos cantaban La Internacional puño en alto. Fue tan monumental la hecatombe que Pedro Sánchez tembló al presentir con estupor que su puesto peligraba tras haberse partido en dos la muleta morada, así que decidió convocar elecciones generales cuanto antes. Aquel fue el momento decisivo, el punto álgido de toda esta historia en el que Podemos tendría que haber acometido la necesaria autocrítica, concluir que el hundimiento era inevitable y hacer las maletas para que sus dirigentes pudieran retornar a sus lugares natales de origen, o sea la universidad, el cómodo funcionariado o el asociacionismo ciudadano donde cumplen, no hay que negarlo, un papel fundamental en la lucha social, laboral, cívica y de todo tipo. Lejos de aceptar la realidad, lejos de asumir que su tiempo había pasado, en Podemos decidieron hacerse negacionistas de lo suyo, atrincherarse, rechazar la evidencia y seguir buscando enemigos equivocados. A día de hoy, todavía no han entendido que la amenaza no son Díaz y Sánchez, sino la extrema derecha que retorna con fuerza y con más violencia que nunca, como se ha podido comprobar en los últimos días de feroz asedio a Ferraz.
El mundo podemita, tan leído y formado, ha debido saltarse ese capítulo de nuestra historia en el que la Guerra Civil se perdió por cosas como el cainismo de la izquierda, las luchas partidistas entre socialistas, comunistas y anarquistas, la cruenta fragmentación, la mediocridad de quienes no supieron estar a la altura de los acontecimientos y, en definitiva, la ambición de poder de algunos personajes de aquella época que se parecen demasiado a los de hoy.
Díaz ha demostrado generosidad tratando de integrar en sus listas a lo poco potable que queda ya de Podemos. En realidad, la vicepresidenta no tenía ninguna obligación de hacerlo, ya que ese partido hace mucho que es una rémora, un lastre para cualquier líder que pretenda iniciar un proyecto político nuevo capaz de seducir al electorado progresista desencantado. Pero se ha encontrado con la egolatría, el infantilismo y la pataleta infantil de dos mujeres como Moreno y Belarra incapaces de asumir que su tiempo quedó atrás. Lejos de aceptar la realidad, las podemitas defenestradas anuncian más guerra, más sangre, más navajazos traperos para terminar de acabar con la maltrecha izquierda española. Ni un ápice de grandeza. Esta nueva pinza promete clavarse en el sanchismo hasta el hueso. Abascal se frota las manos.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
No hay comentarios:
Publicar un comentario