viernes, 24 de noviembre de 2017

LA FALSA IZQUIERDA CATALANISTA



(Publicado en Revista Gurb el 17 de noviembre de 2017)

Lo ha dicho Nicolás Sartorius hace un cuarto de hora: "El nacionalismo se da de bofetadas con la izquierda". No se puede expresar con mayor claridad. Sartorius fue uno de esos luchadores infatigables contra el franquismo a los que ahora los nacionalistas catalanes han colgado el cartelito injusto de facha. Aquí todo el que no está con la ortodoxia antisistema de la CUP es un facha. Y el caso es que tiene más razón que un santo el señor Sartorius. El nacionalismo es exclusión, egoísmo, xenofobia, supremacía. La izquierda es todo lo contrario: igualdad, solidaridad, tolerancia, fraternidad. El nacionalista, en un chute de ego narcisista, anda todo el rato intentando demostrar que su ombligo es superlativo, que los de su tribu son más que nadie en una extraña demostración de superioridad económica, étnica, genética, religiosa o de cualquier otro tipo. Europa vivió dos contiendas mundiales por culpa de los nacionalismos exacerbados, de ahí que Mitterrand sentenciara aquello de que el "nacionalismo es la guerra". Es más, el nacionalismo siempre es de derechas, habría que añadir. Pese a todo eso, los de la CUP, ERC y otros, esos que se han atribuido (unilateralmente, como siempre hacen) la defensa de los valores de la izquierda catalana, esos que dicen defender los intereses de la clase trabajadora, no han hecho otra cosa que dividir al proletariado del Estado español, sembrar la semilla del odio y la discordia entre hermanos obreros, abrir una brecha insalvable entre curritos barceloneses y sevillanos, leridanos y astures, tarraconenses y maños, mientras el patrón y los jerarcas del poder financiero babean de gusto con el espectáculo fratricida. De las múltiples tragedias a las que nos están abocando los independentistas catalanes con su desvarío medieval y anacrónico, la más triste de todas es que han abandonado el internacionalismo solidario que siempre ha inspirado el socialismo para abrazar un localismo egocéntrico, diminuto, autárquico y huraño que no lleva a ninguna parte, más que a la insolidaridad como principio, al aislamiento, a la confrontación y a la fractura entre pobres asalariados como paso previo a su derrota. Es cierto que en sus manifestaciones soberanistas apelan a la izquierda republicana, pero se quedan solo con lo superficial, con el sobreactuado puño en alto, las viejas tonadillas de trinchera, las consignas y tópicos manidos, la pose y la estética, olvidando lo que de verdad debería importarles: una clase obrera unida, cuanto más numerosa y fuerte mejor, una hermandad proletaria catalana y española fraternalmente cohesionada en pos de la lucha secular contra el auténtico enemigo común, que no es ni el Rey, ni Rajoy, ni el Estado español, sino el patrón y su dinero. Van por la vida de socialistas pero no son más que gentes encerradas en su terruño feudal y en su bandera (que ya no es la roja, por cierto). Van de avanzadilla de la izquierda cuando en realidad no son más que cómplices de los carteristas del tres per cent y su revolución burguesa alentada por el Club Bildelberg y los hackers de Putin. Se han convertido en seres recelosos que solo miran por lo suyo, por su futuro paraíso fiscal a la andorrana y por las migajillas que les va dejando el señorito de Canaletas, que sigue cómodamente instalado en sus elevados palacios gaudíes. Desprecian al camarada jornalero español por moreno, moraco y facha, van de rojos por el mundo pero se apartan cuando pasa por su lado un charnego sin duchar, uno de esos españolazos toscos y agitanados que hablan castellano viejo y huelen a Valladolid, a establo y a ignorancia. A los chicos de la supuesta izquierda catalanista, tan progres y refinados ellos, se les llena la boca de igualdad y justicia social, pero a la hora de la verdad les sale una urticaria purulenta cuando oyen hablar de Estado de Bienestar para todos, de auténtica hermandad socialista y de solidaridad entre regiones ricas y pobres. Su idea de la Justicia social termina en la frontera aragonesa por el oeste, en Vinaròs por el sur y en los Pirineos por el norte. La clase obrera que ellos entienden no habla la lengua del patriarca Marx sino el catalán, solo el catalán y nada más que el catalán. Más les valdría empezar por el a,e,i,o,u de la izquierda, aquello de que la religión es el opio del pueblo. ¿Dónde se ha visto un revolucionario rezándole a la Virgen de Montserrat como hace Junqueras, el capillita beato y meapilas? Para eso ya tenemos a José Bono, que es más guapo y va para embajador en el Vaticano.
Ellos, los Romevas y Roviras, los Rufianes y los Baños, se han envuelto en la falsa bandera de la izquierda cuando a la hora de la verdad los únicos que los apoyan en Europa son los xenófobos del UKIP, la ultraderecha euroescéptica del británico Farage, el holandés Wilders, el austriaco neonazi Strache y la opulenta Liga Norte italiana de la Lombardía y el Veneto, otro partido de ricos elitistas y xenófobos. Menuda banda. Serán independentistas convencidos, eso no lo duda nadie, pero por favor, que no usurpen la noble y honrada bandera de la izquierda porque no les pertenece. Con la estelada ya tienen bastante. El nacionalismo ciego que profesan, el chauvinismo miope, étnico, diferencial, disgregador, excluyente y usurero que enseñan a sus hijos desde la más tierna infancia, entre cursis talleres de manualidades, conciertos del jubilado Lluis Llach y acordes de Els Segadors, como si de una nueva religión se tratara, es la antítesis radical de la gloriosa izquierda internacionalista obrera, a la que terminan disolviendo en sus oníricas fábulas identitarias. Podrán engañar a los letrados del Parlament con sus sueños de un surrealismo daliniano, pero no a los auténticos socialistas, los de verdad, porque la gente de izquierdas siempre fue generosa y altruista, mestiza y fraternal, integradora y solidaria, luchadora por el bien común de los trabajadores de todos los pueblos de la Tierra, sean los kurdos contra los que votó Puigdemont en su momento o esos andaluces y extremeños a los que denigran y acusan injustamente de vagos, maleantes y aprovechados. Eso no es ser de izquierdas ni es ser nada. Eso es una suerte de neopopulismo disfrazado con cierto tufillo xenófobo vendido a las conspiraciones de la alta burguesía catalana y que traiciona a la causa misma de la izquierda solo para poder alcanzar, algún día, una cuenta opaca en ese paraíso fiscal soñado al que quieren llegar a toda costa. Que no es lo mismo.

Viñeta: Borja Ben

miércoles, 15 de noviembre de 2017

"FISTRO", PECADOR Y ETERNO




(Publicado en Revista Gurb el 11 de noviembre de 2017)

Se nos ha ido Chiquito de la Calzada, genio y figura siempre. No solo fue un humorista singular que no se parecía a ningún otro, sino que creó escuela y hasta una especie de secta, la de los "chiquitistas" que andaban todo el día hablando como él. Desde el primer momento en que apareció en televisión para hechizarnos con su lengua de trapo y su jerga entre incomprensible y desternillante, supimos que había nacido una estrella. Raro como nadie, maestro de la parodia de lo español más casposo y cañí, marciano encantador, su aspecto de cantaor flamenco bajito y calvo reunía todos los ingredientes para convertirse en la quintaesencia de eso que muchos han llamado el "frikismo" patrio. Puede que su humor no fuera el más inteligente de los escenarios y tampoco es que fuera el mejor contando chistes. Nos hacía reír sin más, sin que supiéramos muy bien por qué ni termináramos de entender lo que decía, quizá porque poseía ese arte único y especial, esa magia y ese duende gitano que solo está al alcance de unos pocos elegidos. Chiquito, con sus circunloquios, trabalenguas, frases inventadas y nuevas palabras ("quietorl", "cobarlde", "fistro", "animales bravidos", "diodenos" "caidita de Roma", "guarreridas españolas" y "pecadorl de la pradera") no solo abrió nuevos caminos al humor del absurdo, convirtiéndose sin querer en un pionero de la comedia, sino que renovó el idioma y el lenguaje mismo de la calle. Hasta hablaba inglés (o quizá fuera alemán), eso sí, con fuerte acento de Marbella: "Auan, apeich, agromenauer". Ahí es nada. No nos extrañaría que algún día la RAE recuperara alguno de sus términos filosóficos a la altura del mismísimo Séneca. Con su aspecto de fino carterista andaluz, Chiquito puso el humor surrealista a aquella España aznariana de trincones, pelotazos y dinero negro que parecía nadar en champán. El boom inmobiliario nació como un chiste de Chiquito de la Calzada una noche de televisión mala, entre exabruptos de Jesús Gil y patadas al diccionario de Paz Padilla, y al final todos terminamos contagiándonos de su humor de otro planeta y hablando raro como él en una especie de poderosa abducción chiquitistaní, un extraño fenómeno sociológico que aún está por estudiar. Fue así, riéndonos a carcajada limpia de sus chascarrillos que ni siquiera entendíamos, como nos llenaron de hipotecas basura y de cumbres en el G-20 sin que nos diésemos ni cuenta. Durante un tiempo, todos fuimos adeptos de Chiquito y de su España feliz, hechizados por la risa tonta que nos provocaban sus chistes. ¿Quién no ha soltado alguna vez un "hasta luego, Lucas" o un "por la gloria de mi madre"? Siempre lo recordaremos con camisa estampada, melenilla enlacada y unas patillas españolazas hasta los codos. Las manos en las caderas, contrahecho como un cuatro, caminando sobre las puntas de los zapatos (el 'moonwalker' de la Calzada) y soltando gemiditos agónicos o aquello tan entrañable de "no puedorl, no puedorl". Adiós Gregorio Sánchez Fernández, Chiquito de la Calzada, malagueño universal como Picasso o Banderas. 'Torpedo', nos mataste de risa sin que supiéramos muy bien por qué. Pero qué demonios, esa es la gracia del humor.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

PUCHI, EL BELGA



(Publicado en Diario 16 y en Revista Gurb el 3 de noviembre de 2017)

La fuga de Puigdemont a Bélgica supone el lamentable punto final de una historia, la del procés, que empezó como una gloriosa odisea épica y ha terminado como una "opereta bufa", por utilizar la definición acertada de Alfonso Guerra. La espantada nocturna del honorable, su huida vergonzante con la pelambrera entre las piernas para pedir asilo político en Bruselas, confirma que ni era un estadista a la altura de Macià, ni de Companys, ni siquiera del gran Tarradellas. Con su escapada humillante a Bélgica, refugio de yihadistas, Puigdemont confirma que no era más que un hombre trémulo al que le temblaron las canillas en el peor momento, en el instante más histórico y trascendental, justo cuando la muchachada universitaria congregada en la plaza de Sant Jaume le gritaba "botifler" y Rufián ponía un tuit condenatorio comparándolo con el malvado Judas. En ese minuto dramático, el hechizo de la independencia se rompió, el hombre se convirtió en niño y las vergüenzas del soberanismo quedaron al aire.
El honorable iba para personaje eterno del Panteón catalán pero se ha quedado en maniquí de plástico al que le venía grande el traje de patriarca de la futura nació. Con su deserción en medio de la noche −que no exilio, porque el prófugo no ha salido de la UE y eso sigue siendo España todavía, quizá él no lo sepa−, el falso Moisés Puigdemont ha dejado perplejo a medio mundo, también a miles de independentistas que aún se frotan los ojos porque no se creen el desenlace grotesco, digno de un vodevil, que ha tenido esta mala comedia disparatada llamada DUI. El president prometió a los catalanes que los guiaría hasta la Tierra Prometida, pero al final no ha podido llevarlos más allá del Montjuic, o sea que los ha dejado en medio del desierto del Ampurdán, tirados como una tribu de charnegos sin patria, en la puta estaca, que diría Lluís Llach. Puchi ha sido como el personaje de La vida de Brian, un falso mesías que pasaba por allí, un profeta despistado en quien Artur Mas vio al actor paródico perfecto para desviar la atención del peliculón de verdad, que era el tres por ciento. Prometió una vida de lujos y abundancias a los catalanes, les juró y perjuró que atarían los perros con longanizas, que desayunarían caviar cada mañana e irían a la oficina en limusina. Todo era una gran farsa sustentada sobre los cimientos de cuatro mitos inventados contra la pérfida España, una fábula surrealista que se ha desmoronado como un castillo de naipes en cuanto ha soplado el viento constitucional a 155 kilómetros por hora. Ya lo avisamos algunos hace tiempo: abrir la tumba de Dalí para sacarle el ADN al genio y ver si era el padre de una bruja desataría los fantasmas del surrealismo español más terrible. Y así ha sido.
La revolución fallida de este octubre libertario nos deja una Cataluña reducida a páramo yermo sin bancos ni empresas, el silencio inmenso de la comunidad internacional (que salvo Osetia del Sur no reconoce el engendro de la nueva República) y la historia estrambótica y delirante de un trilero a la fuga, un charlatán megalómano, un típico vendedor de crecepelos cuya loción mágica solo le funciona a él, a juzgar por su pelazo Grecian 2000. Los embustes se han diluido como azucarillos en al agua y ahora el señor Puchi, a las primeras de cambio, cuando las cosas se ponen feas, se evapora del escenario como un Harry Potter del independentismo y sale por patas, pidiendo asesoría jurídica al abogado de ETA y cobijo sentimental a un amigacho ultraderechista de la Europa más oscura y siniestra. Paradojas de la vida, el honorable pretendía huir de España y ha terminado rodeado de flamencos. Anhelaba tocar la gloria y ha acabado como un flâneur decadente, un paseante ocioso y otoñal que vagabundea entre las dulces churrerías de Bruselas. No ha tenido ni entendederas políticas ni arrestos suficientes para culminar con éxito una empresa tan titánica como la de romper España. Todo lo más pasará a la historia como un mal escritor de epístolas de estilo farragoso y ambiguo al que no le entiende nadie, ni siquiera Mariano Rajoy, y eso que el gallego es un maestro en el arte del trabalenguas y el circunloquio y se conoce como nadie los trucos retóricos del oficio. Qué le vamos a hacer. No todo el mundo ha nacido para ser líder de la resistencia en plan Charles De Gaulle, por mucho que Puchi se esforzara en lanzar heroicas soflamas contra la España fascista a través de las ondas libres de la BBC. Puigdemont escondido en Bruselas y los Jordis, que lo siguieron ciegamente en su despeñe histórico, comiéndose unos cuantos años de trullo. Puigdemont de turismo por las aburridas chocolaterías bruselenses y sus ‘cunsellers’ perseguidos por el fiscal Maza y por unos señores ultras que los esperan apostados en el Prat para recibirlos con insultos españolazos, rojigualdas descocadas y coplillas de Manolo Escobar. Ni los Hermanos Marx hubieran tramado una parodia tan magistral como la del procés. Eso sí, para defender a la ultrajada patria catalana, los antisistema de la CUP ya han organizado otra gloriosa butifarrada patriótica por la dignidad. Y eso que los independentistas veganos les han advertido que ellos, mientras haya carne asesinada por medio, no participarán en el aquelarre soberanista final. Faltaría plus. Antes los derechos de los cerdos que los catalanes. Dios, qué fauna.

Viñeta: Igepzio

viernes, 10 de noviembre de 2017

FORCADELL JURA BANDERA



                           (Publicado en Revista Gurb el 10 de noviembre de 2017)

Forcadell ha acatado el 155 en el Supremo y se ha defendido alegando que la DUI no pasó de ser una cosa simbólica. Solo le ha faltado jurar la Constitución sobre la Biblia y gritar viva España, viva el rey. Estos revolucionarios de Armani ya no son como los de antes. O sea que no estábamos ante la crisis institucional más grave de la historia reciente, sino que todo era una broma, un teatrillo de variedades. Un país dividido por el odio y el rencor, un Estado al borde del colapso, una ruina económica que tardará años en superarse y resulta que todo era una alegoría metafórica, una experiencia lúdica, una performance sin ningún valor jurídico ni político. Sabíamos que esto del 'procés' era una aventura descabellada que podía llevarnos a todos al abismo. Ahora también sabemos que era una gamberrada inocente y que sus impulsores eran párvulos disfrazados de soldaditos patrióticos que jugaban a la revolución entre los divertidos pupitres del Parlament; niños traviesos y revoltosos que pasaban el rato simulando proclamaciones de independencias e inventándose estados ficticios, repúblicas improvisadas de andar por casa, guerras y falsos exilios y resistencias contra los malos fascistas españoles. Para Forcadell, semejante jaleo no era más que una bromeja sin importancia cuyo único fin era ver qué pasaba al montarse un 36, al agitarse el odio en la calles, al dinamitarse los cimientos de un estado de derecho y poner a millones de ciudadanos al borde del pánico. Ya le vale, señora Forcadell. Poco a poco, la gran mentira va quedando en evidencia, como no podía ser de otra manera. Los líderes del 'procés' habían convencido a su gente de que los catalanes eran como sirios masacrados por el ISIS; como palestinos hambrientos y sometidos por el homicida Israel; como saharauis descalzos y oprimidos por Marruecos. Nunca hubo nada de eso. Cataluña, al menos hasta que empezó este desmadre independentista y se aplicó el 155, era una de las regiones más prósperas de Europa donde sus ciudadanos gozaban de amplios derechos civiles y políticos y de todas las comodidades que ofrece una sociedad moderna y avanzada. Ya les gustaría a los pobres palestinos poder darse una vuelta en esos AVES espaciales que ahora son destrozados por los cachorros malcriados de las CUP. El Supremo, al apostar por la distensión y poner en libertad a la presidenta de la Mesa y a sus ayudantes, ha tomado la decisión correcta, corrigiendo el grave error que cometió la juez de hierro Lamela con Junqueras y sus consejeros. Parece que el Estado, al fin, empieza a cogerle el truco a este mundillo del independentismo catalán, que consiste simplemente en que cuantos más mártires y presos más victimismo, más llorones para inundar de lágrimas al Estado opresor y más argumentos para acudir al tribunal de Estrasburgo. Tras la decisión del Supremo, Forcadell vuelve a casa por Navidad, que es donde debe estar la mujer, ya que a fin de cuentas no ha matado a nadie, aunque mucho nos tememos que los escuadrones justicieros de la CUP no le van a perdonar que le hayan temblado las piernas ante los magistrados del alto tribunal ni la van a dejar pasear tranquila por los mercadillos de Nochebuena sin gritarle aquello de "botifler". Es lo que tiene alimentar al monstruo, que al final se acaba revolviendo contra su amo.

Viñeta: Igepzio

miércoles, 8 de noviembre de 2017

EL SEÑOR CUCURULL Y UN BOHEMIO SOÑADOR




 (Publicado en Revista Gurb el 8 de noviembre de 2017)

Para unos, Víctor Cucurull es una de las grandes mentes pensantes de la Asamblea Nacional de Cataluña (ANC); para otros un "pseudohistoriador" como dice la Wikipedia, que de vez en cuando nos da alguna clase magistral sobre eso que él y otros expertos independentistas han dado en llamar "Nueva Historia", un término que se parece bastante a aquella "neolengua" de la que nos hablaba Orwell en su novela 1984 y que era un puntal básico del estado totalitario. El señor Cucurull va soltando conferencias por ahí previo pago de entre 8 y 13 euros de vellón, "per supost" en las que trata de convencer a su público de que personajes históricos como Santa Teresa de Jesús, Américo Vespucio, Bartolomé de las Casas o Leonardo Da Vinci en realidad eran catalanes de pedigrí. Hasta Miguel de Cervantes, que según él se llamaba Miquel Servent, era catalán de toda la vida. La última la ha soltado hace solo unas horas: "Hernán Cortés no era extremeño como nos han contado hasta ahora. Era catalán". Por lo visto, aquí todo el mundo era catalán: ya en el neolítico profundo el hombre de Atapuerca trotaba por la Tierra en taparrabos y barretina, en plan seductor "boy" prehistórico; Cristóbal Colón hincó la estelada en las Indias al grito de Visca Catalunya lliure y Neil Armstrong, el primer hombre que pisó la Luna, era un "noi" de l'Hospitalet de Llobregat que comía butifarra y pan tomaca nada de píldoras deshidratadasen sus procelosos viajes espaciales. En el fondo lo que subyace en los impulsores del 'procés' es una extraña fiebre de narcisismo no resuelto ni medicado, una frustración y una impotencia de querer alcanzar una gloria imposible, y una especie de complejo histórico que cualquier día les llevará a concluir que don Santiago Bernabéu en realidad era del Barsa. Ya lo dijo James Joyce: "Las naciones tienen su ego, al igual que los individuos" y esta nueva república que ha nacido de nalgas necesita una historia propia, potente, que cautive a la masa, aunque sea construida a partir del mito y la ficción y sin ningún tipo de prueba documental. De eso, de ponerle un marco de pan de oro a la mentira, ya se están encargando las mejores cabezas del independentismo, intelectuales de nuevo cuño como el señor Cucurull que iluminan al país con sus teorías delirantes, unas ideas que no por increíbles y absurdas dejan de ser menos aceptadas por un pueblo crédulo que parece estar deseando que le mientan.

El bohemio soñador

Confirmado: El señor Puchi (nos gustaría poder llamarlo honorable president Puigdemont pero a estas alturas ya todos lo ven como un friki) vive en una realidad paralela. No se da cuenta el hombre de que ya nadie lo toma en serio, ni Juncker, ni los reporteros de la CNN, ni la reina Matilde ni siquiera Tintín. Ayer volvió a soltar una nueva marcianada al denunciar el "fascismo" del Estado español". "El fas-cis-mo del Es-ta-do es-pa-ñol", con todas sus letras. Ahí es ná. ¿Cómo puede un político al que se supone en sus cabales defender semejante disparate sin ruborizarse ni sentir "vergonya" de sí mismo? ¿Sabe el señor Puchi lo que es realmente el fascismo o se limita a repetir como un papagayo las consignas manidas del manual para sabotajes y algaradas callejeras difundido por la chavalada antisistema de la CUP con la que anda últimamente? El señor Puchi debería saber que está frivolizando con el fascismo precisamente en el corazón de la vieja Europa, ante millones de europeos que sufrieron en sus carnes no solo el aliento fétido de Hitler, sino el infierno de la guerra con sus 72 millones de muertos, los campos de concentración, los hornos crematorios y el exterminio generalizado de pueblos enteros. Poca broma. Alguien del entorno del señor Puchi, sus amigos Matamala o Terracabras, o alguno de esos 200 alcaldes tan independentistas como ociosos que andan dando la vara por ahí, debería susurrarle al oído al president que lo deje ya, que se está convirtiendo en un caricato o polichinela, que está jugando con cosas muy serias, y que no está hablando para cuatro vecinos de su pueblo con el tarro comido, sino en la gran Bruselas, en la capital de la Europa liberada del yugo nazi de verdad, donde saben perfectamente lo que es el terror del fascismo sin que tenga que venir a explicárselo un marciano con flequillo que va de líder de la resistencia de no se sabe qué país y de héroe de guerra contra la genocida y totalitaria España. Extraña clase de alienígena este señor Puchi que se erige en fundador de la nueva patria republicana y que a las primeras de cambio sale corriendo, cual caganer a la fuga, para ocultarse bajo los faldones regios del país más monárquico de la Tierra. Singular personaje este al que se le llena la boca de fascismo español pero que termina cobijándose tras los muros de la peor ultraderecha xenófoba y euroescéptica, junto a unos cuantos ex pistoleros del Sinn Féin y de Bildu, más algunos capos de la mafia italiana de la Liga Norte. El señor Puchi salió de Barcelona como flamante presidente de un nuevo Estado y se ha ido dejando el poco 'seny' que le quedaba por los pedregosos caminos de Estrasburgo, hasta convertirse en un pobre hombre, un outsider, un vagabundo sin patria. Por su mala cabeza, el president se ha quedado en cómico trotamundos que anda de gira en gira con su roulotte y con su troupe de alegres trapecistas y castellers, en bohemio alternativo de raído gabán negro, en encantador payaso soñador que tiene función diaria en las calles de Bruselas mañana, tarde y noche, entre otros faquires, músicos ambulantes, bongós y saltimbanquis llegados de todas partes del mundo a la burguesa, perezosa y funcionarial capital bruselense. Qué dura es la vida del artista callejero. Por cierto, ¿qué clase de licor maligno o sustancia lisérgica estarán sirviendo en el Hotel Chambord?

Viñeta: Igepzio

viernes, 3 de noviembre de 2017

LA MENTE DEL EMPERADOR

 
(Publicado en Revista Gurb el 3 de noviembre de 2017)

Manipular un recuerdo que permanece enterrado en lo más profundo de nuestra memoria, curar la demencia y otros trastornos mentales lacerantes, alterar la realidad que construimos en el cerebro… Todo eso que parece cosa de ciencia ficción será posible en el futuro, quizá a lo largo de este siglo. Así lo cree al menos Rafael Yuste (Madrid, 1963) el neurobiólogo, investigador de la Universidad de Columbia y científico español a quien el expresidente de los Estados Unidos, Barack Obama, encargó la prometeica tarea de desentrañar los misterios del cerebro humano. Aquella noche de abril de 2013, cuando se encontraba viendo la televisión con su familia, se quedó perplejo al comprobar que el discurso que estaba dando el líder norteamericano recogía, punto por punto, las líneas maestras de su Proyecto Brain, un ambicioso programa científico para descifrar los secretos del cerebro humano que ahora destina miles de millones de dólares a la aventura más apasionante en la que nadie se haya embarcado jamás, un hito que de conseguirse solo sería comparable a la llega del hombre a la Luna o la secuenciación del genoma humano. "Ahora mismo estudiamos el cerebro neurona a neurona, como si estuviésemos viendo cada píxel de una película en la televisión. Con el Proyecto Brain tratamos de mapearlo, mirar la actividad completa de todas las neuronas como si estuviésemos viendo todos los píxeles de esa película a la vez". De conseguirse el ansiado objetivo, de averiguarse por fin cómo funciona nuestra materia gris, en un futuro no demasiado lejano no solo podríamos curar enfermedades como el párkinson, el alzhéimer o la esquizofrenia, sino también manipular los recuerdos, algo que abre profundos e inquietantes debates éticos. Y todo ello gracias al sueño científico de un madrileño de 53 años que lleva media vida en Nueva York y a quien un buen día Barack Obama decidió encargar la colosal tarea de confeccionar un mapa exacto del cerebro humano. Desde la Gran Manzana, a través de videoconferencia, Yuste explica para Revista Gurb en qué consiste esa investigación que lleva entre manos y que algún día, quizá no muy lejano, culmine con la confirmación del hecho más extraordinario de la historia de la humanidad: que no existe un único universo sino tantos como cerebros, tantos como personas, y que todo cuanto vemos, oímos y percibimos, la realidad misma en la que nos movemos cada día, no es sino una construcción de nuestra propia mente, una herramienta tan poderosa y formidable como enigmática.

Entrevista completa en Revista Gurb

LA PRISIÓN DE LOS MIEMBROS DEL GOVERN AGRAVA LA CRISIS CATALANA

 
 (Publicado en Revista Gurb el 3 de noviembre de 2017)

La decisión de la magistrada de la Audiencia Nacional Carmen Lamela de ordenar el ingreso en prisión de nueve miembros del Govern de la Generalitat por haber impulsado el proceso soberanista vuelve a arrojar más combustible a la ya ardiente hoguera del conflicto catalán. En los últimos días, Mariano Rajoy había llevado a cabo una jugada maestra: aplicar el artículo 155 de la Constitución con el objetivo de intervenir las instituciones catalanas y al mismo tiempo convocar elecciones autonómicas el 21 de diciembre para que sea el pueblo catalán quien se exprese en las urnas. Ese movimiento de ajedrez del presidente del Gobierno había contribuido a relajar un tanto el clima de tensión y crispación política, que llegó a alcanzar niveles insoportables durante todo el revolucionario mes de octubre que pasará a la historia de España. Con Puigdemont refugiado en Bélgica, el Gobierno autonómico cesado al completo y unas elecciones a las puertas, el independentismo catalán parecía confuso, desorientado, y las aguas volvían a cierto cauce constitucional. Resultaba evidente que el jaque mate de Rajoy había surtido efecto, llevando a las fuerzas independentistas a cierto grado de desmoralización y frustración y obligándolas incluso a tener que participar en unos comicios, los del 21D, que consideran impuestos por Madrid. Sin embargo, la decisión de la magistrada de la Audiencia Nacional de encarcelar por rebelión, sedición y malversación de caudales públicos a buena parte del equipo de gobierno del president Carles Puigdemont –Oriol Junqueras (ex vicepresidente del Govern) Jordi Turull (ex consejero de Presidencia), Josep Rull (ex consejero de Territorio), Meritxell Borràs (ex consejera de Gobernación), Joaquim Forn (ex consejero de Interior), Raül Romeva (ex consejero de Asuntos Internacionales), Dolors Bassa (ex consejera de Trabajo) y Carles Mundó (ex consejero de Justicia)– vuelve a dar un vuelco radical al panorama político en Cataluña. De entrada, su auto judicial de prisión incondicional servirá para dar oxígeno al victimismo soberanista, aumentará la tensión en las calles y el riesgo de desestabilización. Una vez más, los soberanistas tienen argumentos para su retórica.
Lamela ha tomado una decisión jurídica que tendrá consecuencias políticas a corto y medio plazo y no solo eso, sino que no pocos juristas de reconocido prestigio empiezan a cuestionar su orden de ingreso en prisión sin fianza para los nueve acusados al considerarla cuanto menos “desproporcionada”. Su interpretación del delito de rebelión es más que discutible, ya que en ningún momento existió un alzamiento "violento y público" por parte del Govern de la Generalitat, como sí existió en el caso de los guardias civiles amotinados durante el intento de golpe de Estado del 23F de 1981. Todo lo más, a Oriol Junqueras y los suyos se les podría acusar de conspiración para la sedición, un delito que lleva aparejado penas bastante más suaves. En cuanto a la prisión provisional para los querellados, tampoco se antojaba necesaria, ya que ninguno de ellos parecía querer darse a la fuga ni estar dispuesto a reincidir en su intento de proclamar la independencia. Sin embargo, todos han dormido su primera noche en prisión, asumiendo ya el papel de mártires de la patria catalana, que a fin de cuentas era lo que iban buscando. El único que ha eludido la cárcel previo pago de 50.000 euros de fianza ha sido el ex consejero de Empresa, Santi Vila, quien finalmente ha logrado reunir el dinero exigido por la juez Lamela. Vila fue el hombre que decidió bajarse del barco secesionista en el último momento, tras mostrar su desacuerdo con la declaración unilateral de independencia del Parlament, pero tampoco parece haberle servido de mucho, ya que sobre él, al igual que sobre sus compañeros, ha recaído todo el peso de la ley.
Con el encarcelamiento de la cúpula de poder de Puigdemont, los secesionistas, fieles a su estrategia de revolución pacífica sazonada de victimismo, consiguen reavivar el conflicto, que parecía haber entrado en vía muerta tras la convocatoria de elecciones. A la prisión de los Jordis –Jordi Sànchez y Jordi Cuixart, los líderes de las asociaciones ciudadanas encarcelados hace solo unos días–, se une ahora un nuevo argumento que, sin duda, Puigdemont y su equipo sabrán rentabilizar políticamente: la prisión incondicional de nueve consellers que habían sido legítimamente elegidos en las urnas por el pueblo catalán. El auto de la juez Lamela se entenderá en buena parte de España, pero no en Cataluña, donde será acogido como una nueva agresión de un Estado totalitario que pisotea los derechos cívicos y políticos de los catalanes. Prueba de ello es que los antisistema de la CUP no han tardado en llamar a la insurrección popular, un plan de desobediencia civil que estaba previsto desde hacía tiempo y que contempla el corte de carreteras y un objetivo de agitación callejera. Acción-reacción, escalada de fuerza. El guion separatista se cumple de nuevo y el Gobierno de Madrid sigue cayendo en la trampa una y otra vez.



Para terminar de complicar la situación, el Tribunal Supremo ha aplazado la declaración de los miembros de la Mesa del Parlament, entre ellos su presidenta Carme Forcadell, a los que se acusa de tramitar la ley de referéndum y de transitoriedad hacia la república catalana. Además, la jueza Lamela ultima una orden de detención internacional contra el president Carles Puigdemont y otros cinco consellers, que siguen evadidos en Bélgica y que han decidido no regresar a España de momento. La negativa de "los seis de Bruselas" a presentarse ante la magistrada confirma que Puigdemont sigue optando por la estrategia de tensar la cuerda al máximo. Ayer, el honorable aseguró que no piensa ir a Madrid y en las últimas horas se ha filtrado que la intención del honorable y sus consejeros prófugos es entregarse, pero solo a la Justicia belga. La jugada de Carles Puigdemont y sus colaboradores consiste en tratar de generar un conflicto diplomático entre España y Bélgica y de paso ponerse a disposición de un magistrado en alguna ciudad flamenca, que bien podría ser Gante o Brujas. Los "seis de Bruselas" creen que un juez de esta demarcación sería más sensible e indulgente con ellos. Cabe recordar que en Flandes existe una gran implantación del partido nacionalista Nueva Alianza Flamenca, que mantiene estrechos contactos con los secesionistas catalanes y que apuesta por la separación pacífica de Flandes del Estado belga.
El plan de Puigdemont de recurrir a un juez "a la carta", de internacionalizar el conflicto catalán y de extenderlo a un país como Bélgica −que también soporta fuertes tensiones nacionalistas internas− no es fruto de la improvisación, sino de una estrategia meticulosamente calculada por los abogados de la Generalitat. El salto al vacío del president no es tal, sino que juega con red, aunque su táctica resulta extremadamente peligrosa, no solo para España sino para el futuro de Europa. Con la internacionalización del problema catalán, otros países de la Unión Europea pueden verse salpicados por la ola de fervor separatista que recorre el viejo continente. No solo Bélgica registra incipientes embriones nacionalistas en su propio territorio, sino también otros estados como Alemania, Italia, Francia y Reino Unido (pese a que este país, tras el Brexit, ya está de facto fuera de la UE). Si el plan de Puigdemont triunfa o no, si logra prender la mecha en los demás nacionalismos europeos o todo queda en un mero circo, show o farsa catalanista en el corazón de Europa −como critican hoy los principales diarios europeos−, solo la historia lo dirá.
Lo cierto es que a esta hora Carles Puigdemont ha optado por una fuga hacia adelante, jugarse a todo o nada el futuro de Cataluña (también su propio futuro) en una especie de partida de naipes a la desesperada en campo belga. Con su arriesgado movimiento no solo busca internacionalizar el conflicto; su primer objetivo es, sin duda, resolver su delicada situación personal, encontrar resquicios legales en el derecho internacional para no caer en manos de la Guardia Civil y evitar así la celda en la prisión de Soto del Real.
Una extraña suerte de surrealismo se ha instalado en Cataluña en los últimos días, generando tres gobiernos paralelos: el gobierno central, que ha aplicado el artículo 155 de la Constitución española para intervenir la autonomía catalana; el gobierno "en el exilio" de Bruselas; y un tercer poder, lo que queda de la Generalitat de Cataluña tras los encarcelamientos de ayer. La decisión de la jueza Lamela abre nuevas interrogantes al conflicto: ¿Acudirán ahora los independentistas a las elecciones del 21D o decidirán llamar a la desobediencia civil y al boicot de los comicios? ¿Se presentará el PDeCat de Puigdemont solo o en coalición con Esquerra Republicana de Cataluña y los antisistema de la CUP, reeditándose así un nuevo pacto soberanista al estilo Junts Pel Sí? ¿Abandonará el PDeCat Santi Vila −uno de los consellers acusados de rebelión−, para formar un nuevo partido?
Este fin de semana será clave para que cada una de las formaciones soberanistas fije sus posiciones definitivas. El martes termina el plazo para que los partidos catalanes que lo deseen decidan la forma en que quieren comparecer a las elecciones autonómicas, ya sea en solitario o en coalición. Cada hora que pasa toma más cuerpo la posibilidad de que los independentistas acudan a las urnas en una lista única. Un frente común para dar el toque de gracia a Madrid. La tensión sigue aumentando, aunque de momento la bandera española sigue ondeando en el Palau de la Generalitat. Extraña república independiente esa que respeta la enseña del Estado invasor. Las redes sociales arden cada minuto. Podemos califica a los encarcelados como "presos políticos" y su líder, Pablo Iglesias, asegura que siente vergüenza de que su país persiga a "líderes de la oposición". La CUP llama a la movilización, esta vez no con "caceroladas" inofensivas sino con una actitud más beligerante, de resistencia y de desobediencia civil. La revolución "de la sonrisa" es cada día menos amable y más furiosa. Siguiente estación: una más que probable huelga general. El auto de Lamela solo ha servido para echar más leña al fuego.

Ilustración: Artsenal