(Publicado en Diario 16 y en Revista Gurb el 3 de noviembre de 2017)
La fuga de Puigdemont a Bélgica supone
el lamentable punto final de una historia, la del procés, que empezó
como una gloriosa odisea épica y ha terminado como una "opereta bufa",
por utilizar la definición acertada de Alfonso Guerra. La espantada
nocturna del honorable, su huida vergonzante con la pelambrera entre las
piernas para pedir asilo político en Bruselas, confirma que ni era un
estadista a la altura de Macià, ni de Companys, ni siquiera del gran
Tarradellas. Con su escapada humillante a Bélgica, refugio de
yihadistas, Puigdemont confirma que no era más que un hombre trémulo al
que le temblaron las canillas en el peor momento, en el instante más
histórico y trascendental, justo cuando la muchachada universitaria
congregada en la plaza de Sant Jaume le gritaba "botifler" y Rufián
ponía un tuit condenatorio comparándolo con el malvado Judas. En ese
minuto dramático, el hechizo de la independencia se rompió, el hombre se
convirtió en niño y las vergüenzas del soberanismo quedaron al aire.
El honorable iba para personaje eterno
del Panteón catalán pero se ha quedado en maniquí de plástico al que le
venía grande el traje de patriarca de la futura nació. Con su
deserción en medio de la noche −que no exilio, porque el prófugo no ha
salido de la UE y eso sigue siendo España todavía, quizá él no lo sepa−,
el falso Moisés Puigdemont ha dejado perplejo a medio mundo, también a
miles de independentistas que aún se frotan los ojos porque no se creen
el desenlace grotesco, digno de un vodevil, que ha tenido esta mala
comedia disparatada llamada DUI. El president prometió a los catalanes
que los guiaría hasta la Tierra Prometida, pero al final no ha podido
llevarlos más allá del Montjuic, o sea que los ha dejado en medio del
desierto del Ampurdán, tirados como una tribu de charnegos sin patria,
en la puta estaca, que diría Lluís Llach. Puchi ha sido como el
personaje de La vida de Brian, un falso mesías que pasaba por
allí, un profeta despistado en quien Artur Mas vio al actor paródico
perfecto para desviar la atención del peliculón de verdad, que era el
tres por ciento. Prometió una vida de lujos y abundancias a los
catalanes, les juró y perjuró que atarían los perros con longanizas, que
desayunarían caviar cada mañana e irían a la oficina en limusina. Todo
era una gran farsa sustentada sobre los cimientos de cuatro mitos
inventados contra la pérfida España, una fábula surrealista que se ha
desmoronado como un castillo de naipes en cuanto ha soplado el viento
constitucional a 155 kilómetros por hora. Ya lo avisamos algunos hace
tiempo: abrir la tumba de Dalí para sacarle el ADN al genio y ver si era
el padre de una bruja desataría los fantasmas del surrealismo español
más terrible. Y así ha sido.
La revolución fallida de este octubre
libertario nos deja una Cataluña reducida a páramo yermo sin bancos ni
empresas, el silencio inmenso de la comunidad internacional (que salvo
Osetia del Sur no reconoce el engendro de la nueva República) y la
historia estrambótica y delirante de un trilero a la fuga, un charlatán
megalómano, un típico vendedor de crecepelos cuya loción mágica solo le
funciona a él, a juzgar por su pelazo Grecian 2000. Los embustes se han
diluido como azucarillos en al agua y ahora el señor Puchi, a las
primeras de cambio, cuando las cosas se ponen feas, se evapora del
escenario como un Harry Potter del independentismo y sale por patas,
pidiendo asesoría jurídica al abogado de ETA y cobijo sentimental a un
amigacho ultraderechista de la Europa más oscura y siniestra. Paradojas
de la vida, el honorable pretendía huir de España y ha terminado rodeado
de flamencos. Anhelaba tocar la gloria y ha acabado como un flâneur decadente,
un paseante ocioso y otoñal que vagabundea entre las dulces churrerías
de Bruselas. No ha tenido ni entendederas políticas ni arrestos
suficientes para culminar con éxito una empresa tan titánica como la de
romper España. Todo lo más pasará a la historia como un mal escritor de
epístolas de estilo farragoso y ambiguo al que no le entiende nadie, ni
siquiera Mariano Rajoy, y eso que el gallego es un maestro en el arte
del trabalenguas y el circunloquio y se conoce como nadie los trucos
retóricos del oficio. Qué le vamos a hacer. No todo el mundo ha nacido
para ser líder de la resistencia en plan Charles De Gaulle, por mucho
que Puchi se esforzara en lanzar heroicas soflamas contra la España
fascista a través de las ondas libres de la BBC. Puigdemont escondido en
Bruselas y los Jordis, que lo siguieron ciegamente en su despeñe
histórico, comiéndose unos cuantos años de trullo. Puigdemont de turismo
por las aburridas chocolaterías bruselenses y sus ‘cunsellers’
perseguidos por el fiscal Maza y por unos señores ultras que los esperan
apostados en el Prat para recibirlos con insultos españolazos,
rojigualdas descocadas y coplillas de Manolo Escobar. Ni los Hermanos
Marx hubieran tramado una parodia tan magistral como la del procés. Eso
sí, para defender a la ultrajada patria catalana, los antisistema de la
CUP ya han organizado otra gloriosa butifarrada patriótica por la
dignidad. Y eso que los independentistas veganos les han advertido que
ellos, mientras haya carne asesinada por medio, no participarán en el
aquelarre soberanista final. Faltaría plus. Antes los derechos de los
cerdos que los catalanes. Dios, qué fauna.
Viñeta: Igepzio
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