miércoles, 15 de noviembre de 2017

PUCHI, EL BELGA



(Publicado en Diario 16 y en Revista Gurb el 3 de noviembre de 2017)

La fuga de Puigdemont a Bélgica supone el lamentable punto final de una historia, la del procés, que empezó como una gloriosa odisea épica y ha terminado como una "opereta bufa", por utilizar la definición acertada de Alfonso Guerra. La espantada nocturna del honorable, su huida vergonzante con la pelambrera entre las piernas para pedir asilo político en Bruselas, confirma que ni era un estadista a la altura de Macià, ni de Companys, ni siquiera del gran Tarradellas. Con su escapada humillante a Bélgica, refugio de yihadistas, Puigdemont confirma que no era más que un hombre trémulo al que le temblaron las canillas en el peor momento, en el instante más histórico y trascendental, justo cuando la muchachada universitaria congregada en la plaza de Sant Jaume le gritaba "botifler" y Rufián ponía un tuit condenatorio comparándolo con el malvado Judas. En ese minuto dramático, el hechizo de la independencia se rompió, el hombre se convirtió en niño y las vergüenzas del soberanismo quedaron al aire.
El honorable iba para personaje eterno del Panteón catalán pero se ha quedado en maniquí de plástico al que le venía grande el traje de patriarca de la futura nació. Con su deserción en medio de la noche −que no exilio, porque el prófugo no ha salido de la UE y eso sigue siendo España todavía, quizá él no lo sepa−, el falso Moisés Puigdemont ha dejado perplejo a medio mundo, también a miles de independentistas que aún se frotan los ojos porque no se creen el desenlace grotesco, digno de un vodevil, que ha tenido esta mala comedia disparatada llamada DUI. El president prometió a los catalanes que los guiaría hasta la Tierra Prometida, pero al final no ha podido llevarlos más allá del Montjuic, o sea que los ha dejado en medio del desierto del Ampurdán, tirados como una tribu de charnegos sin patria, en la puta estaca, que diría Lluís Llach. Puchi ha sido como el personaje de La vida de Brian, un falso mesías que pasaba por allí, un profeta despistado en quien Artur Mas vio al actor paródico perfecto para desviar la atención del peliculón de verdad, que era el tres por ciento. Prometió una vida de lujos y abundancias a los catalanes, les juró y perjuró que atarían los perros con longanizas, que desayunarían caviar cada mañana e irían a la oficina en limusina. Todo era una gran farsa sustentada sobre los cimientos de cuatro mitos inventados contra la pérfida España, una fábula surrealista que se ha desmoronado como un castillo de naipes en cuanto ha soplado el viento constitucional a 155 kilómetros por hora. Ya lo avisamos algunos hace tiempo: abrir la tumba de Dalí para sacarle el ADN al genio y ver si era el padre de una bruja desataría los fantasmas del surrealismo español más terrible. Y así ha sido.
La revolución fallida de este octubre libertario nos deja una Cataluña reducida a páramo yermo sin bancos ni empresas, el silencio inmenso de la comunidad internacional (que salvo Osetia del Sur no reconoce el engendro de la nueva República) y la historia estrambótica y delirante de un trilero a la fuga, un charlatán megalómano, un típico vendedor de crecepelos cuya loción mágica solo le funciona a él, a juzgar por su pelazo Grecian 2000. Los embustes se han diluido como azucarillos en al agua y ahora el señor Puchi, a las primeras de cambio, cuando las cosas se ponen feas, se evapora del escenario como un Harry Potter del independentismo y sale por patas, pidiendo asesoría jurídica al abogado de ETA y cobijo sentimental a un amigacho ultraderechista de la Europa más oscura y siniestra. Paradojas de la vida, el honorable pretendía huir de España y ha terminado rodeado de flamencos. Anhelaba tocar la gloria y ha acabado como un flâneur decadente, un paseante ocioso y otoñal que vagabundea entre las dulces churrerías de Bruselas. No ha tenido ni entendederas políticas ni arrestos suficientes para culminar con éxito una empresa tan titánica como la de romper España. Todo lo más pasará a la historia como un mal escritor de epístolas de estilo farragoso y ambiguo al que no le entiende nadie, ni siquiera Mariano Rajoy, y eso que el gallego es un maestro en el arte del trabalenguas y el circunloquio y se conoce como nadie los trucos retóricos del oficio. Qué le vamos a hacer. No todo el mundo ha nacido para ser líder de la resistencia en plan Charles De Gaulle, por mucho que Puchi se esforzara en lanzar heroicas soflamas contra la España fascista a través de las ondas libres de la BBC. Puigdemont escondido en Bruselas y los Jordis, que lo siguieron ciegamente en su despeñe histórico, comiéndose unos cuantos años de trullo. Puigdemont de turismo por las aburridas chocolaterías bruselenses y sus ‘cunsellers’ perseguidos por el fiscal Maza y por unos señores ultras que los esperan apostados en el Prat para recibirlos con insultos españolazos, rojigualdas descocadas y coplillas de Manolo Escobar. Ni los Hermanos Marx hubieran tramado una parodia tan magistral como la del procés. Eso sí, para defender a la ultrajada patria catalana, los antisistema de la CUP ya han organizado otra gloriosa butifarrada patriótica por la dignidad. Y eso que los independentistas veganos les han advertido que ellos, mientras haya carne asesinada por medio, no participarán en el aquelarre soberanista final. Faltaría plus. Antes los derechos de los cerdos que los catalanes. Dios, qué fauna.

Viñeta: Igepzio

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