viernes, 24 de noviembre de 2017

LA FALSA IZQUIERDA CATALANISTA



(Publicado en Revista Gurb el 17 de noviembre de 2017)

Lo ha dicho Nicolás Sartorius hace un cuarto de hora: "El nacionalismo se da de bofetadas con la izquierda". No se puede expresar con mayor claridad. Sartorius fue uno de esos luchadores infatigables contra el franquismo a los que ahora los nacionalistas catalanes han colgado el cartelito injusto de facha. Aquí todo el que no está con la ortodoxia antisistema de la CUP es un facha. Y el caso es que tiene más razón que un santo el señor Sartorius. El nacionalismo es exclusión, egoísmo, xenofobia, supremacía. La izquierda es todo lo contrario: igualdad, solidaridad, tolerancia, fraternidad. El nacionalista, en un chute de ego narcisista, anda todo el rato intentando demostrar que su ombligo es superlativo, que los de su tribu son más que nadie en una extraña demostración de superioridad económica, étnica, genética, religiosa o de cualquier otro tipo. Europa vivió dos contiendas mundiales por culpa de los nacionalismos exacerbados, de ahí que Mitterrand sentenciara aquello de que el "nacionalismo es la guerra". Es más, el nacionalismo siempre es de derechas, habría que añadir. Pese a todo eso, los de la CUP, ERC y otros, esos que se han atribuido (unilateralmente, como siempre hacen) la defensa de los valores de la izquierda catalana, esos que dicen defender los intereses de la clase trabajadora, no han hecho otra cosa que dividir al proletariado del Estado español, sembrar la semilla del odio y la discordia entre hermanos obreros, abrir una brecha insalvable entre curritos barceloneses y sevillanos, leridanos y astures, tarraconenses y maños, mientras el patrón y los jerarcas del poder financiero babean de gusto con el espectáculo fratricida. De las múltiples tragedias a las que nos están abocando los independentistas catalanes con su desvarío medieval y anacrónico, la más triste de todas es que han abandonado el internacionalismo solidario que siempre ha inspirado el socialismo para abrazar un localismo egocéntrico, diminuto, autárquico y huraño que no lleva a ninguna parte, más que a la insolidaridad como principio, al aislamiento, a la confrontación y a la fractura entre pobres asalariados como paso previo a su derrota. Es cierto que en sus manifestaciones soberanistas apelan a la izquierda republicana, pero se quedan solo con lo superficial, con el sobreactuado puño en alto, las viejas tonadillas de trinchera, las consignas y tópicos manidos, la pose y la estética, olvidando lo que de verdad debería importarles: una clase obrera unida, cuanto más numerosa y fuerte mejor, una hermandad proletaria catalana y española fraternalmente cohesionada en pos de la lucha secular contra el auténtico enemigo común, que no es ni el Rey, ni Rajoy, ni el Estado español, sino el patrón y su dinero. Van por la vida de socialistas pero no son más que gentes encerradas en su terruño feudal y en su bandera (que ya no es la roja, por cierto). Van de avanzadilla de la izquierda cuando en realidad no son más que cómplices de los carteristas del tres per cent y su revolución burguesa alentada por el Club Bildelberg y los hackers de Putin. Se han convertido en seres recelosos que solo miran por lo suyo, por su futuro paraíso fiscal a la andorrana y por las migajillas que les va dejando el señorito de Canaletas, que sigue cómodamente instalado en sus elevados palacios gaudíes. Desprecian al camarada jornalero español por moreno, moraco y facha, van de rojos por el mundo pero se apartan cuando pasa por su lado un charnego sin duchar, uno de esos españolazos toscos y agitanados que hablan castellano viejo y huelen a Valladolid, a establo y a ignorancia. A los chicos de la supuesta izquierda catalanista, tan progres y refinados ellos, se les llena la boca de igualdad y justicia social, pero a la hora de la verdad les sale una urticaria purulenta cuando oyen hablar de Estado de Bienestar para todos, de auténtica hermandad socialista y de solidaridad entre regiones ricas y pobres. Su idea de la Justicia social termina en la frontera aragonesa por el oeste, en Vinaròs por el sur y en los Pirineos por el norte. La clase obrera que ellos entienden no habla la lengua del patriarca Marx sino el catalán, solo el catalán y nada más que el catalán. Más les valdría empezar por el a,e,i,o,u de la izquierda, aquello de que la religión es el opio del pueblo. ¿Dónde se ha visto un revolucionario rezándole a la Virgen de Montserrat como hace Junqueras, el capillita beato y meapilas? Para eso ya tenemos a José Bono, que es más guapo y va para embajador en el Vaticano.
Ellos, los Romevas y Roviras, los Rufianes y los Baños, se han envuelto en la falsa bandera de la izquierda cuando a la hora de la verdad los únicos que los apoyan en Europa son los xenófobos del UKIP, la ultraderecha euroescéptica del británico Farage, el holandés Wilders, el austriaco neonazi Strache y la opulenta Liga Norte italiana de la Lombardía y el Veneto, otro partido de ricos elitistas y xenófobos. Menuda banda. Serán independentistas convencidos, eso no lo duda nadie, pero por favor, que no usurpen la noble y honrada bandera de la izquierda porque no les pertenece. Con la estelada ya tienen bastante. El nacionalismo ciego que profesan, el chauvinismo miope, étnico, diferencial, disgregador, excluyente y usurero que enseñan a sus hijos desde la más tierna infancia, entre cursis talleres de manualidades, conciertos del jubilado Lluis Llach y acordes de Els Segadors, como si de una nueva religión se tratara, es la antítesis radical de la gloriosa izquierda internacionalista obrera, a la que terminan disolviendo en sus oníricas fábulas identitarias. Podrán engañar a los letrados del Parlament con sus sueños de un surrealismo daliniano, pero no a los auténticos socialistas, los de verdad, porque la gente de izquierdas siempre fue generosa y altruista, mestiza y fraternal, integradora y solidaria, luchadora por el bien común de los trabajadores de todos los pueblos de la Tierra, sean los kurdos contra los que votó Puigdemont en su momento o esos andaluces y extremeños a los que denigran y acusan injustamente de vagos, maleantes y aprovechados. Eso no es ser de izquierdas ni es ser nada. Eso es una suerte de neopopulismo disfrazado con cierto tufillo xenófobo vendido a las conspiraciones de la alta burguesía catalana y que traiciona a la causa misma de la izquierda solo para poder alcanzar, algún día, una cuenta opaca en ese paraíso fiscal soñado al que quieren llegar a toda costa. Que no es lo mismo.

Viñeta: Borja Ben

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