(Publicado en Revista Gurb el 11 de noviembre de 2017)
Se nos ha ido Chiquito
de la Calzada, genio y figura siempre. No solo fue un humorista singular que no
se parecía a ningún otro, sino que creó escuela y hasta una especie de secta,
la de los "chiquitistas" que andaban todo el día hablando como él.
Desde el primer momento en que apareció en televisión para hechizarnos con su
lengua de trapo y su jerga entre incomprensible y desternillante, supimos que
había nacido una estrella. Raro como nadie, maestro de la parodia de lo español
más casposo y cañí, marciano encantador, su aspecto de cantaor flamenco bajito
y calvo reunía todos los ingredientes para convertirse en la quintaesencia de
eso que muchos han llamado el "frikismo" patrio. Puede que su humor
no fuera el más inteligente de los escenarios y tampoco es que fuera el mejor
contando chistes. Nos hacía reír sin más, sin que supiéramos muy bien por qué
ni termináramos de entender lo que decía, quizá porque poseía ese arte único y
especial, esa magia y ese duende gitano que solo está al alcance de unos pocos
elegidos. Chiquito, con sus circunloquios, trabalenguas, frases inventadas y
nuevas palabras ("quietorl", "cobarlde",
"fistro", "animales bravidos", "diodenos"
"caidita de Roma", "guarreridas españolas" y "pecadorl
de la pradera") no solo abrió nuevos caminos al humor del absurdo,
convirtiéndose sin querer en un pionero de la comedia, sino que renovó el
idioma y el lenguaje mismo de la calle. Hasta hablaba inglés (o quizá fuera
alemán), eso sí, con fuerte acento de Marbella: "Auan, apeich, agromenauer".
Ahí es nada. No nos extrañaría que algún día la RAE recuperara alguno de sus
términos filosóficos a la altura del mismísimo Séneca. Con su aspecto de fino
carterista andaluz, Chiquito puso el humor surrealista a aquella España
aznariana de trincones, pelotazos y dinero negro que parecía nadar en champán.
El boom inmobiliario nació como un chiste de Chiquito de la Calzada una noche
de televisión mala, entre exabruptos de Jesús Gil y patadas al diccionario de
Paz Padilla, y al final todos terminamos contagiándonos de su humor de otro
planeta y hablando raro como él en una especie de poderosa abducción
chiquitistaní, un extraño fenómeno sociológico que aún está por estudiar. Fue
así, riéndonos a carcajada limpia de sus chascarrillos que ni siquiera
entendíamos, como nos llenaron de hipotecas basura y de cumbres en el G-20 sin
que nos diésemos ni cuenta. Durante un tiempo, todos fuimos adeptos de Chiquito
y de su España feliz, hechizados por la risa tonta que nos provocaban sus
chistes. ¿Quién no ha soltado alguna vez un "hasta luego, Lucas" o un
"por la gloria de mi madre"? Siempre lo recordaremos con camisa
estampada, melenilla enlacada y unas patillas españolazas hasta los codos. Las
manos en las caderas, contrahecho como un cuatro, caminando sobre las puntas de
los zapatos (el 'moonwalker' de la Calzada) y soltando gemiditos agónicos o
aquello tan entrañable de "no puedorl, no puedorl". Adiós Gregorio
Sánchez Fernández, Chiquito de la Calzada, malagueño universal como Picasso o
Banderas. 'Torpedo', nos mataste de risa sin que supiéramos muy bien por qué.
Pero qué demonios, esa es la gracia del humor.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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