(Publicado en Diario16 el 17 de enero de 2020)
La democracia se construye desde abajo, en el colegio. Y a la inversa, la forma más fácil y eficaz de destruir la democracia es anular en los niños y niñas, desde bien temprano, todos los valores humanistas, éticos y políticos que defiende. En España tuvimos un buen ejemplo durante los cuarenta años de dictadura, cuando a los escolares se les adoctrinaba en los principios del dogma religioso y del Movimiento Nacional, entre rosario y padrenuestro, y se les obligaba a cantar el Cara al Sol, en pie y brazo en alto. Las noticias de esa forma totalitaria de educar al margen del pensamiento libre y de la razón han llegado hasta nosotros no solo por los libros y las hemerotecas: muchos mayores, auténticos portadores de la memoria histórica, aún viven para contarlo y explican a sus nietos las duras “lecciones” que recibieron del Régimen, la inútil lista de los Reyes Godos que aprendieron a fuerza de guantazos, el catecismo adoctrinador y la vida y milagros de José Antonio Primo de Rivera, una biografía que todo pupilo debía conocer y recitar “de pe a pa”.
Hoy Vox pretende volver a aquella educación represora y fascista. De hecho, ya ha empezado a introducir en las aulas de Murcia el “pin parental”, un terrible eufemismo que esconde la posibilidad de que los padres puedan sacar a los niños de aquellas clases donde se enseña, entre otras cosas, educación en igualdad de sexos. “Los padres saben mucho mejor que los profesores lo que es mejor para sus hijos”, ha asegurado el portavoz de la formación ultraderechista Iván Espinosa de los Monteros en una de las afirmaciones más disparatadas que se le recuerdan (lo cual ya es decir). Según el envarado y flemático diputado, hay que concluir que los padres lo saben todo y mucho mejor que los maestros, desde las técnicas pedagógicas más adecuadas y eficaces para transmitir conocimientos hasta cómo explicar la teoría de la relatividad a los alumnos. Bien por el señor Espinosa, en un momento se ha cargado la carrera de Magisterio.
En su inmadurez intelectual y sectarismo ideológico, el señor Espinosa de los Monteros ha llegado a la errónea conclusión de que el padre y la madre no solo son oráculos sabios, infalibles y todopoderosos capaces de enseñar todo el saber del universo a los chiquillos, sino una especie de tedioso policía, un Gran Hermano orwelliano y sobreprotector siempre vigilante y atento para que las ideas feminazis y la filosofía del “consenso progre” no calen en las mentes puras e inocentes de los niños y niñas, contaminándolas sin remedio. En el fondo, de lo que estamos hablando aquí es de un hombre con miedo, miedo a las ideas humanistas, miedo a la ciencia, miedo a la verdad. Espinosa de los Monteros es como uno de esos frailunos amish norteamericanos con levita negra y sombrero de paja que sueñan con recluir a los niños en un apartado poblado en el desierto para que no entren en contacto con el mundo exterior, con una sociedad depravada llena de pobres, negros, homosexuales y mujeres liberadas, con una realidad siempre dura y difícil de digerir.
El miedo es el combustible más potente con que cuenta la ultraderecha de nuevo cuño. Un partido ultra será más eficaz y exitoso en sus fines políticos cuanto más y mejor sepa agitar el fantasma del miedo y propagarlo entre sus acólitos y en general entre la sociedad. Miedo a los libros perniciosos escritos por rojos descreídos que van contra la fe de Dios; miedo a las ideas democráticas que nacieron en la Ilustración, en el Siglo de las Luces, y que hablan de libertad, igualdad y fraternidad; miedo a esos maestros comunistas con rabo y cuernos (otra vez el inventado espantajo) que son capaces de todo, incluso de arrojar un poco de luz en las tinieblas de la superchería, la ignorancia y la barbarie; y miedo, en definitiva, a que los inocentes niños y niñas puedan salir de esa granja rodeada de alambre de espino y aislada de todo, tal como ocurría con los enigmáticos y atormentados personajes de El Bosque.
Espinosa de los Monteros, como la mayoría de sus compañeros de partido, no es un político al uso. Es un moralista estricto y prusiano, un mojigato que puede hacer mucho daño a la democracia porque se empieza por esa estupidez del pin parental contra las clases de igualdad y se termina enseñando que el ser humano desciende de Adán y Eva y no de una australopiteco peluda y con las mamas al aire de nombre Lucy. En Espinosa de los Monteros, como en el resto de sus compañeros de partido, no hay que buscar solo a un diputado, sino a un atrabiliario censor de la educación pública y democrática, a un inquisidor temeroso de que los escolares conozcan las verdades del mundo sin tapujos, verdades como que la mujer no está sometida al poder del macho, verdades como que los seres humanos no practican una única sexualidad hetero, verdades incómodas como que en el principio no fue el Verbo (¡cómo iba a ser el verbo si no había sustantivo!) sino un estallido fugaz de materia y tiempo que puso en hora el reloj de este enloquecido Universo en el que andamos metidos. Hoy es el pin parental, mañana el creacionismo como asignatura obligatoria. Y así es como se forjan generaciones enteras de niños estúpidos, pacatos, ciegos e ignorantes sometidos al oscurantismo religioso que, tal como ocurría en el Edad Media, vivirán engañados en una burbuja repleta de fanatismos, dogmas absurdos y falsas creencias. Sobreprotegidos, adoctrinados y programados, carentes de toda libertad. Como en la peli del indio genial.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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