(Publicado en Diario16 el 10 de enero de 2020)
Vox ha llamado a los españoles a manifestarse frente a los ayuntamientos de todo el país el próximo domingo. Es su forma de reaccionar contra un Gobierno que considera “ilegítimo”. El lema de la concentración −“Contra los 167 traidores”−, lo dice todo y pone los pelos de punta. De esa convocatoria no se puede esperar nada bueno más que grupos de exaltados pidiendo la cabeza del presidente, exigiendo el retorno de Franco al Valle de los Caídos y apelando a los más bajos instintos humanos entre insultos e improperios difícilmente digeribles para una persona de bien. Un auténtico aquelarre antidemocrático.
A estas alturas de la película ya sabemos que Vox no es un partido al uso. En realidad ni siquiera es un partido, sino más bien un movimiento nacional surgido de la mezcla de unas élites nostálgicas del franquismo temerosas de perder sus privilegios y un lumpenproletariado sistemáticamente maltratado, desclasado, sin futuro alguno y furioso con la democracia y con las ideas de una izquierda fracasada. Estamos sin duda ante una extraña amalgama populista formada por desahuciados del crack del 2008, catalanofóbicos de última hora y ciudadanos recelosos del inmigrante y del ascenso de las mujeres al poder. Su objetivo no es mejorar la democracia con su protesta ciudadana –como ocurría, por ejemplo, con las manifestaciones del 15M−, sino corroerla un poco más, degradarla y si es posible destruirla desde dentro para instaurar un Gobierno duro, autoritario, fuerte, casi dictatorial. Vox es rabia en acción, odio en estado puro, un cóctel explosivo de mala baba y rencor hacia el establishment político e intelectual.
Bajo estas premisas se convocarán las manifestaciones del próximo domingo ante los ayuntamientos de todo el país. Probablemente no ocurra nada grave –las fuerzas de seguridad del Estado ya están preparando dispositivos especiales en cada ciudad− pero lo que allí se lleve a cabo se asemejará bastante más a un linchamiento moral que a una protesta cívica contra el Gobierno en ejercicio de la libertad de expresión.
Vox sigue a rajatabla los principios fundacionales de Falange y de su inspirador, José Antonio Primo de Rivera, quien en uno de sus primeros discursos aseguró con la habitual retórica pomposa y cursi de la extrema derecha: “En estas elecciones votad lo que os parezca menos malo. Pero no saldrá de ahí vuestra España, ni está ahí nuestro marco (…) Nuestro sitio está fuera, aunque tal vez transitemos, de paso, por el otro. Nuestro sitio está al aire libre, bajo la noche clara, arma al brazo, y en lo alto, las estrellas. Que sigan los demás con sus festines. Nosotros fuera, en vigilancia tensa, fervorosa y segura, ya presentimos el amanecer en la alegría de nuestras entrañas”.
El partido de Santiago Abascal, como gran sucesor de la Falange que es, no está pensado para debatir ideas con las armas de la dialéctica; ni para confrontar programas de forma sensata y racional; ni para practicar un parlamentarismo fructífero y enriquecedor para el país. Esa batalla la tiene perdida de antemano porque en su exaltación, radicalismo e histeria colectiva, patriótica y sentimental ha perdido toda lógica racional. Su sitio, como decía José Antonio, no está en las Cortes, sino en la calle. «Patrullando» España. Y ahí es donde Vox empieza a jugar su partida decisiva. Ese es su hábitat natural. En realidad ellos no desean hacer el tránsito del mundo antisistema a las instituciones oficiales. En estas últimas se sienten incómodos, faltos de pericia política, demasiado encorsetados por los reglamentos y las estrictas normas parlamentarias. La calle, la calle es el lugar, el espacio salvaje donde la fuerza y el gañido se acaba imponiendo a la razón.
De ahí que Javier Ortega Smith, secretario general de la formación verde, haya ido calentando el ambiente estos días, en los que ha llegado a decir que “un Gobierno puede ser legal, como es el caso de nuestro Gobierno, pero no legítimo. Es una afirmación que llevamos días realizando desde Vox, pues Sánchez ha incumplido las promesas en las que afirmó que no pactaría con separatistas”. Es decir, Vox se erige en juez y parte y decide lo que es legítimo e ilegítimo, lo que está bien y lo que está mal, quién es buen y mal español. Y lo deciden no según el código de la democracia, el pacto y las mayorías, sino según la ley del más fuerte. “El arma al brazo…”, que decía José Antonio.
Para arrastrar a unos cuantos de miles de españoles ante los ayuntamientos no necesitarán demasiado esfuerzo: basta con una buena batería de engaños, mentiras y bulos, como que el futuro vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, “está siendo reclamado internacionalmente por la Fiscalía General del Gobierno de Bolivia ante unas causas de extrema gravedad”. En realidad, lo que pide ese organismo boliviano es la comparecencia “en calidad de testigos” de Iglesias, José Luis Rodríguez Zapatero, Juan Carlos Monedero, Íñigo Errejón y el ex juez Baltasar Garzón para esclarecer las causas del incidente diplomático entre España y el país sudamericano ocurrido el pasado 27 de diciembre en la Embajada de México. Pero Vox, con su habitual deformación de la realidad, vende la historia como si Iglesias fuese una especie de Bin Laden a la española buscado por la Justicia internacional.
Y en medio de esa nube de confusión, en medio de ese gas tóxico que Vox propaga en la sociedad española, el número 2 del partido apela –para enmascarar la gasolina del odio que los mueve–, a la “defensa de la Constitución, la libertad, la unidad de la nación y el respeto a nuestras instituciones”. ¿La extrema derecha simpatizante del franquismo defendiendo las libertades y la democracia? Algo no encaja aquí.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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