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miércoles, 30 de octubre de 2013
USA NOS ESPÍA
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domingo, 27 de octubre de 2013
EL VIEJO LOU
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LAS FAMILIAS FORBES
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jueves, 24 de octubre de 2013
MANOLO ESCOBAR
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lunes, 21 de octubre de 2013
EL TIEMPO ENTRE IMPOSTURAS
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sábado, 19 de octubre de 2013
VIVO O MUERTO
Chema Gil es un periodista de los que ya no quedan. Es honrado, trabajador y se moja a fondo en los temas. Una especie en vías de extinción en este gremio de vendidos y canallas. Ahora acaba de llegar de Nueva York, ciudad de cieno, alambre y muerte, como dijo el gran Federico. Los ingleses se preocuparon de elevar muchos rascacielos en la babilónica NY, pero se olvidaron de echar raíces en el suelo. Chema se ha preocupado de buscar esas raíces, las raíces humanas de los parias neoyorquinos, de los que ya no sueñan el sueño americano, de los que sufren las injusticias de un capitalismo que cabalga desbocado hacia la destrucción del hombre. Ni Bárcenas, ni Rajoy, ni Fabra ni Cospedal. Hoy el protagonista de Los Años Salvajes es Chema Gil. Gracias por esta joya de reportaje, maestro.
Chema Gil. Nueva York
New York, New York, la ciudad en la que nunca duerme... la miseria. Frank Sinatra cantó, como nadie lo hizo, a la ciudad de los rascacielos: "New York, New York. Quiero despertarme en una ciudad que nunca duerme y encontrar que soy un número uno, el primero de la lista, el rey de la colina, un número uno". Aquella mítica canción, hermosa, describe sin embargo que a la Gran Manzana se puede viajar con zapatos de vagabundo y con la intención de comenzar de nuevo, de buscar una oportunidad. Pero New York, la ciudad de Times Square, de Broadway, ofrece también otra cara insultante, pues frente a la opulencia se ve la miseria; junto a los trajeados ejecutivos de Manhattan que caminan deprisa, con un vaso de café del Starbucks en una mano y el iphone en la otra, puede verse a alguien sobre el que nadie dirige una mirada, al que la ciudad trata como si no existiera, al que está tirado en la acera. Puede estar vivo... o muerto; en realidad no parece importar a nadie, la vida pasa acelerada junto a su cuerpo. Vivo o muerto.
No se trata de una calle de la zona más deprimida del Bronx o de Queens, es la calle 45, la misma que desde Lexington Avenue te lleva hasta el portentoso edificio de la ONU.
La escena se repite en la calle 46 o en la 42.
Nueva York es una ciudad dura llena de inmigrantes que tienen dos o tres trabajos diarios para poder mantener una pobre vivienda. Ellos son los que mantienen esta ciudad con su sudor, con su sangre a veces, y con sus lágrimas. Los españoles podemos estar una semana en las calles de Manhattan y apenas utilizar el español, ni siquiera para mostrar algo de solidaridad con ellos.
La pobreza, la miseria, no tiene edad en New York, pues aquel cuerpo en la calle, vivo o muerto, no parece que tenga más de treinta años. Acercarte a preguntar si le pasa algo, si necesita ayuda, aquí parece tan anormal... Esa falta de empatía me causa estupor. He estado en alguna zona en conflicto donde se muestra más calor humano, incluso con eventuales enemigos, que el que se muestra en las calles de la civilizada y rica Manhattan. Si esto es Estados Unidos que no me esperen de turista. Llevo cinco años viajando a esta ciudad por cuestiones de trabajo, siempre me pareció fascinante, hipnótica, pero este año me ha parecido dantesca. Danny es el nombre de aquel cuerpo tendido en el suelo, no estaba muerto, estaba allí, simplemente tendido, dormitando, ausente de todo lo que le rodeaba. Danny, muy joven para estar tirado en la calle, vivo o muerto, nació en Virginia. Apenas puede explicar qué carambolas le ofreció la vida para terminar en la calle, sin techo. Su familia era 'normal', padre alcohólico, madre maltratada que un día no regresó, abandonándolo a él y a una hermana mayor, que pronto echó a volar y de la que no sabe nada. Se le ve entrar al aseo en la Gran Estación Central y salir a la calle, como cantaba Sinatra, "con zapatos de vagabundo", a ver cómo la ciudad podría engullirle de nuevo. Cuando le preguntas por el futuro te responde que ése es un concepto que no tiene mucho sentido para él. ¿Qué futuro? Su futuro son los 150 dólares que le doy, una miseria para alimentar la miseria. Las cifras de marginados en una ciudad como Nueva York son atroces. Lo cierto es que Danny, ahora sí, con otro aspecto, pudo entrar al Roosevelt Hotel, no sin antes ser sometido al escrutinio de la 'discreta' seguridad.
Frank Sinatra terminaba su canción diciendo:
"Las tristezas de este pueblito
Están desapareciendo.
Voy a hacer
Un flamante comienzo
En la vieja New York.
Y si puedo hacerlo allí,
Voy a hacerlo en cualquier parte.
Depende de ti,
New York, New York. New York".
Para mí la canción, este año, termina deseando lo mejor a un joven que mañana estará tirado otra vez en la calle, vivo o muerto, y sin que nadie repare en su presencia. Salvo que moleste al rápido caminar de los ejecutivos de Manhattan.
Goodbye New York, good bye.
Imagen: Chema Gil
jueves, 10 de octubre de 2013
LAS TETAS DEL CONGRESO
Imagen: Agencias
sábado, 5 de octubre de 2013
LA VERGÜENZA DE LAMPEDUSA
Imagen:BBC
jueves, 3 de octubre de 2013
CARLOS FABRA
Creo que corrían las navidades de
2003 cuando Ximo Genís, delegado de Levante de Castellón (el periódico para el
que yo trabajaba entonces) me llamó a su despacho de buena mañana y me entregó
un documento tan extraño como interesante. Era la querella que un empresario
del sector fitosanitario (o algo así) había interpuesto contra el presidente de
la diputación provincial, el cacique, desmesurado y reaccionario Carlos Fabra.
La noche anterior, Vicente Vilar (que así se llamaba el empresario) había
concedido una entrevista al añorado Carlos Llamas (cuando "Hora 25"
era "Hora 25") y había confesado que llegó a sobornar al político
pepero con el fin de lograr ciertas licencias industriales que no vienen al
caso. Desde que la querella de Vilar cayó en mis manos, y con la colaboración
esencial del gran Ramón Marín, empecé a indagar, investigar, remover y
brujulear todo lo que se movía alrededor del que entonces era presidente del PP
local de Castellón y hombre fuerte del partido en la Comunidad Valenciana. Aún
recuerdo con cierta nostalgia y un ramalazo de pasión aquellas noches en las
que, rodeados de documentos, facturas, extractos bancarios y papelamen
judicial, debatíamos cuál iba a ser nuestro titular de portada del día
siguiente, el titular que iba a sacudir un nuevo revés al partido en el gobierno. Recuerdo que yo entonces me sentía como envuelto en una especie de
sueño febril por encontrar la verdad, trabajaba sin descanso, a veces hasta entrada la
madrugada, escribía dos y tres páginas sobre el tema, y al día siguiente, como
un soldado de reemplazo, me levantaba a primera hora para reunirme con algún
testigo fundamental, confirmar un documento en el Registro Mercantil o cubrir la declaración de algún implicado en el Juzgado de Nules, que abrió
una investigación al respecto. Durante semanas, meses, e incluso años, el caso
Fabra fue el mascarón de proa de un periódico que, bajo la dirección de un
director valiente y profesional como Pedro Muelas, fue destapando con denuedo
(y cayera quien cayera) toda la basura que anidaba en las raíces fundacionales
del régimen fabrista. Nada ni nadie era capaz de detener nuestra fe ciega en
conocer los hechos y en llegar hasta la última gota de verdad. Detrás de la denuncia del
empresario había sobornos ministeriales, mediaciones sospechosas ante ministros
de Aznar (Cañete, Villalobos y Posada, entre otros ¿les suenan?) presiones a los jueces
para que dieran carpetazo al caso, loterías que siempre le tocaban al mismo, o
sea a Fabra, viajes, dietas, comisiones, chanchullos. Todo el detritus que luego hemos
ido confirmando en el caso Bárcenas, porque el caso Fabra no fue sino el
anticipo a menor escala de lo que llegó después. En 2006, y tras múltiples
escándalos, Carlos Fabra había conseguido hacer embarrancar la instrucción
en Nules a base de recursos y más recursos; para colmo de males, la Audiencia Provincial decidió encarcelar al empresario confeso bajo la acusación de una supuesta violación de su mujer (que dicho sea de paso se
había puesto de lado del político popular) y el caso durmió el sueño de los
justos. Nueve jueces y cuatro fiscales intentaron reabrirlo, pero siempre
terminaban pidiendo el traslado, impotentes ante el poder omnímodo del régimen
fabrista. Los medios de comunicación locales, convencidos de que no había
nada delictivo ni ilegal salvo la simple venganza de un empresario resentido, dejaron
de informar del asunto en uno de los episodios de apagón informativo más
bochornosos del periodismo que recuerda nuestra imberbe democracia (uno de ellos, un
conocido periódico regional, llegó a cambiar el nombre del caso Fabra por el de
caso Naranjax en una ridícula pirueta periodística para exculpar al gran señor y cacique). Sin embargo, nosotros
(pese a que Carlos Fabra interpuso un rosario de querellas contra el periódico,
alguna incluso con petición de cárcel contra mi persona) seguimos manteniendo el tipo y cumpliendo
con el oficio de periodistas, como no podía ser de otra manera. Con el tiempo
fueron apareciendo las cuentas ocultas de los Fabra, los supuestos desfalcos
(que no se me olvide poner supuestos), los ingresos millonarios sin justificar,
las fincas rústicas y urbanas, los delitos fiscales, los sobres que iban y
venían a los bancos (lo de los sobres no es un invento de ahora, es tan viejo
como el comer). Hoy, diez años después, he visto por la televisión cómo Carlos Fabra ha tenido que sentarse en
el banquillo de los acusados y me ha producido una gran satisfacción comprobar que todo nuestro trabajo no fue en vano. Todos los medios escritos y
audiovisuales informan ya del tema y hasta se dedican monográficos enteros al ideólogo de las gafas oscuras que promovió el aeropuerto sin aviones (un concepto oxímoron que también acuñamos nosotros y que hoy es moneda de uso común). No importa que
algunos ya no estemos en Levante de Castellón. Los nuevos directores de ese
querido diario pensaron que era mejor prescindir de algunos de nosotros porque
ya éramos mayores, cobrábamos demasiado y estábamos amortizados (por no hablar
de las presiones que el Gobierno de la Generalitat pueda haber ejercido sobre
algunos responsables de Levante para hacer limpieza). Al final, los gerentes jóvenes de los medios
de comunicación no son muy diferentes de los políticos corruptos que nos están
gobernando. Allá ellos. Pero eso ya es lo de menos. Ahora soy más feliz.
Escribo como nunca y tengo tiempo para mi familia, que es lo que importa.
Además, estoy orgulloso de haber hecho lo que tenía que hacer en su momento: ejercer el
periodismo. Nada más y nada menos.
Imagen: V.G.
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