DAVOS
Los mandamases del poder y la economía global ya saben ustedes que siguen reunidos en Davos, como obispos conciliares del dinero, para debatir sobre los males del mundo. O al menos eso dicen los chorbos trajeados que andan por allí, entre montañas de nieve y nieve de la otra, entre sesión de sauna y esquí, entre polvo y polvo, o sea. Habrá quien crea que Davos es el nombre de pila de un futbolista croata que se lo montaba a tope con Anita Obregón, allá por los felices ochenta, pero nada más lejos. Davos, además de la sede del Foro Económico Mundial, es la ciudad europea situada a mayor altitud y quizás por eso las élites económicas y financieras se refugian allí en el crudo invierno de la crisis, a salvo de los gritos incendiarios de los ciudadanos, lejos de los gamonales, las barricadas y los cócteles mólotov, a buen resguardo de los gritos sangrantes de los afectados por los ERES, que a los trabajadores de Coca Cola ya los han largado con todo el buen rollito del mundo y la chispa de la vida. Estos señores forrados hasta las trancas se reúnen en Davos cada año so pretexto de que van a estudiar los últimos informes macro, esos que tanto gusta a Rajoy y a sus ministros neocaníbales, aunque todos sabemos a lo que van en realidad, a jugar al golf sobre hielo, a vestirse de tirolés para la orgía del lunch y a mamar de la Pilsen, aquella señorita teutona del reservado. Almunia (quién diría que empezó su andadura de caradura en el Partido Socialista) también se ha dado un garbeo por Davos, para que no quede en entredicho su afiliación al liberalismo de nuevo cuño que recorre Europa, como aquella sífilis del diecinueve. "A España se la ve con optimismo por la salida de la recesión, la cifra de paro ha tocado fondo y se empieza a reducir", ha dicho el comisario europeo de Competencia, más bien de incompetencia, viendo las cosas que suelta ya por esa boquita de nuevo rico. La vieja Europa hace ya tiempo que no es la Europa de los ciudadanos, sino más bien un club selecto de fulanos con mucho parné, una guarida de lobos que trabajan para ellos mismos y para Wall Street, como ese DiCaprio ultramillonario, encocado y follador que acaba de estrenar película. Almunia ya apuntaba maneras de halcón millonario (que no milenario) en los años del felipismo rampante, pero ni él mismo se imaginaba que iba a tocar las gloriosas y olímpicas cumbres de Davos, o sea que el chico se ha espabilado, ha donado el carné de sociata al museo paleontológico marxista y ha hecho carrera en los lejanos, oscuros y burócratas pasillos de Bruselas. Bárcenas también hizo buen negocio en los Alpes, pero de Bárcenas hablaremos otro día, que el fulano chupa demasiado telediario y ya aburre. Davos no solo es el mayor destino turístico de superluxe de toda Europa, el pico dorado donde se practica el balconing para golfos con esmoquin, sino también el Shangri-La donde las élites se lo montan a lo grande sobre las cenizas viejas de Europa, donde se lo pasan pirata haciendo el pirata, o sea trilando el dinero de los pobres, parados y pensionistas europeos. Davos se ubica en el cantón de los Grisones, donde cantan bingo los cabrones (se podría decir, haciendo un mal e indignado pareado), pero allí se habla alemán merkeliano, es decir el latín del dinero, como no podría ser de otra manera. Uno cree que Rajoy no hace falta que vaya de viaje oficial a Davos, que Davos engancha mucho y gusta más que a un tonto una gorra de cuadros, y luego se nos despista el gallego y acaba regalando facsímiles del Descubrimiento a cambio de unas cuantas chuches, como le pasó con Obama. Dice la enciclopedia que a Davos se llega cómodamente, desde cualquier parte, en automóvil o en tren (nos ha jodido, solo faltaba que hubiera que llegar escalando tresmiles alpinos) lo cual demuestra que todos los caminos conducen a la Roma del dinero. A Davos fue Heidegger para refugiarse en sus sabias y silenciosas montañas y discutir con otros pensadores sobre la utilidad de la Filosofía kantiana (un coñazo, pobre infeliz, no supo ver que en Davos se puede hacer dinero a espuertas). Lo dicho, que España se reparte la lata de sardinas de ciento y pico gramos (todos nos quedamos con hambre) mientras los señores de Davos se reparten el mundo pico a pico. Y es que el mundo es pa cuatro.
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