viernes, 17 de enero de 2014

LA MOVIDA DE GAMONAL


Lo de Gamonal es para que vaya dimitiendo desde Rajoy hasta el último ujier de la Moncloa, pasando por el inepto alcalde de Burgos y unos cuantos ministros camastrones. Durante una semana, la ciudad ha ardido por los cuatro costados como una falla valenciana. Barricadas de odio, fuego y pedradas, botes de humo y caña, mucha caña al mono, que es de goma. Como en aquellas viejas algaradas norteñas de la Segunda República, solo que sin ateos quemando iglesias ni militarotes golpistas por ahí de acampada, de momento. Por unos días, Burgos ha vivido en la anarquía y el sindiós, un caos difícilmente explicable en una sociedad que se dice avanzada y democrática. ¿Y qué que hacía nuestro Gobierno mientras los ciudadanos se partían la cara con los grises? (Son los mismos grises de antes, solo que con casco y porra avanzados y más puestos de gimnasio) Pues muy fácil: Rajoy se hacía la foto con Obama en la Casa Blanca, que siempre queda muy típica en el álbum familiar, Soraya estaba missing y el ministro del Interior no sabe no contesta. La espiral de violencia subía un grado más cada día y nadie parecía tomar las riendas de la crisis. Ésta es la forma de resolver los conflictos de nuestro Gobierno: dejar que el botellón explote y vaya perdiendo fuerza por propia inercia. Solo que la ira del pueblo no se apaga fácilmente y ya hay muchos gamonales a punto de estallar por todo el país. El ciudadano, el gentío, se echa a la calle no por diversión, ni para montar verbenas y chocolatadas, ni para organizar bailes regionales los sábados tarde, sino porque está pidiendo pan a gritos, porque se muere de fría miseria, como cuando aquello del Motín de Esquilache, que casi le cuesta el cuello a Carlos III. La gente defiende en la vía pública lo poco que le queda, las migajas del Estado de Bienestar, pero al alcalde pijotonto de Burgos se le había metido entre ceja y ceja que lo prioritario era gastarse un pastizal en poner bonita una avenida, que era como vestir de domingo al niño pobre antes de matarlo de hambre. ¿Qué amistades, qué convolutos, qué adjudicaciones y pelotazos puede haber detrás de una actitud tan cerril y obcecada como la del señor Javier Lacalle? Hace falta estar ciego para no ver cuáles son las necesidades urgentes del país. Las guarderías que se desploman a trozos, los niños que caen como moscas famélicas en las escuelas, los viejos que se mueren de frío por el tarifazo de la luz. Pero aquí parece más importante llenar una calle de farolas versallescas, de felices guirnaldas y de absurdos escaparates llenos de joyones que nadie puede comprar. No cabe más incompetencia, más nulidad política, más burricie administrativa en tan poco tiempo. Hasta han logrado que policías y bomberos terminen a garrotazos en una nueva edición de las dos Españas (a Cristina Cifuentes le van las pistolas y a Ana Botella le ponen más las mangueras). El fuego justo de Gamonal, el viento del pueblo que se revuelve contra la estulticia de quienes le gobiernan, la revolución sana y necesaria, en fin, es el punto final lógico y consecuente a una etapa histórica vergonzante en la Historia de España: los años del trapiche y el ladrillazo. Pero por lo visto algunos políticos se creen que estamos todavía en los años dorados de la Belle Époque, cuando no había más que meter la zarpa en el cazo para llegar a Gran Gatsby. El pueblo castellano sabio, viejo y austero es un pueblo pacífico que duerme un sueño milenario y nunca se mete con nadie. Pero cuidado, que no le toquen los bemoles. Porque, como en Los Santos Inocentes, empieza a estar cansado del saqueo, el fraude, el trilerismo y el atraco. Milana bonita.        

Imagen: publico.es

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