JOTA
Uno no sabe si era un periodista que hacía política o un político que hacía periodismo. Nunca tuve claro si me gustaba o me daba grima. Un día soltaba el portadón del siglo, las cuatro horas con Bárcenas, y era un héroe, y al día siguiente patinaba con el titadine y era un villano. De Pedro Jota se pueden decir muchas cosas, la primera que el ciudadano, el español medio, que es el que lee periódicos y sostiene el país, aún no sabe quién es el hombre que le ha escrito la Historia de nuestra joven democracia. Sí, lo hemos visto mil veces en la televisión, con su sonrisa de niño travieso que acaba de matar un gato, con su solideo por calva y su oratoria sísmica que derribaba gobiernos. ¿Pero quién es en realidad? Hoy lo han echado, han fulminado esa jota que era como un garfio de pescar exclusivas y trincones. Parece mentira que a alguien con tanto poder, al dueño del periódico más temido de España, lo puedan poner de patitas en la calle como a un vulgar clinero. Pues lo han hecho. Cada vez dan más miedo los poderes en la sombra que mueven los hilos. Unos hablan de conjura en el PP, otros de venganza personal, otros que si los masones, que si viejos fantasmas, que si el Rey ha metido baza porque por su hija mata, como la Esteban. Algún día sabremos la verdad, puede que la cuente el propio Jota en su sermón maratoniano de fin de semana, su epílogo profesional. En España no es noticia que despidan a un periodista. Hay más plumillas en la cola del paro que albañiles explotados por la burbuja. Me imagino al Randolph Hearst de Logroño recogiendo el patito de goma de la mesa de su despacho, plegando los últimos diseños de Agatha, descolgando la placa de honoris causa por Pensilvania. ¡Tantas refriegas se han cocinado en ese despacho! ¡Tantas conjuras se han urdido tras esa mesa! ¡Tantos cadáveres políticos se han enterrado en ese guardarropía en el que lloran hoy, colgados en la percha, los tirantes más famosos del mundo! Pese a los pecados informativos que haya podido cometer Jota, no podemos decir que sea un buen día para la libertad de prensa, ni para la democracia, ni siquiera para los genoveses conspiradores que brindan dos calles más abajo. Se empieza por echar al director de un periódico y se acaba en un golpe de Estado. Así que me imagino al Charles Foster Kane de la prensa española guardando las fotos de tantos reportajes y galardones, barriendo la cal viva sobrante de Lasa y Zabala, dando carpetazo el dossier secreto de Roldán, archivando en un lugar seguro las grabaciones de Amedo, metiendo en una bolsa el muñeco de trapo de Felipe González (ese muñeco aguijoneado por el vudú) maldiciendo sobre el viejo y polvoriento vídeo del chantaje porno y la infamia, arrojando a la papelera, con rabia e impotencia, los últimos restos de la dinamita o el titadine o la goma 2 del 11M, que más da, uno ya ha perdido el hilo de la conspiración con tanto titular amarillo/azufre. Sus hagiógrafos e incondicionales dicen de él que lleva tinta en las venas. Nadie lo niega, nadie le niega su valor como inmenso periodista, como pope único y singular del periodismo español, como personaje que vivió la Historia desde dentro, la modeló a su antojo y la cambió para siempre. Pero además de tinta en las venas, Jota también lleva en sus vasos sanguíneos un ramalazo político venenoso que le puede y le delata, un ADN forjado a la derecha de los Hermanos Maristas, un conspirador full time que traicionó y terminó traicionado. Un periodista puede ser bueno o malo, cobarde o valiente, laborioso o adocenado. Pero lo que nunca puede ser un periodista, bajo ningún concepto, es un lacayo del diablo. "Estaría veinte años más dirigiendo El Mundo", ha dicho lacónicamente en un comunicado de prensa. Pues haberlo pensado antes de jugar con la cola del tigre. Señor Jota.
Imagen: elmundo.es
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