(Publicado en Revista Gurb y en Diario 16 el 27 de junio de 2016)
¿Por qué estaba tan contento Pedro
Sánchez? ¿Era el momento de sacar pecho cuando el PSOE había vuelto a
cosechar, una vez más, el peor resultado de su historia? ¿A santo de qué
venía ese revanchismo estéril contra Pablo Iglesias? Ayer fue una
jornada aciaga para la izquierda, un día negro que probablemente
estaremos pagando con más sacrificios y recortes durante los próximos
cuatro años. Y allí estaba él, con su sonrisa Profidén, con sus palabras
huecas y sus frases grandilocuentes y peripatéticas que no venían a
cuento. Había perdido cinco escaños más y él seguía en plan triunfador,
exultante, orgulloso de la derrota. Ver las banderas azules y gavioteras
ondeando al viento en la noche caliente de Madrid era como para echarse
a llorar, como para echarse a temblar, pero él se mostraba guapo de
cara, fresquito de traje, inconsútil. Ni un atisbo de autocrítica, ni un
pongo mi cargo a disposición del partido para lo que haga falta, ni una
mala declaración a los periodistas sobre si piensa votar en contra de
Rajoy o abstenerse para que pueda seguir gobernando la derecha (lo que a
estas alturas de la película ya no nos extrañaría nada viniendo de ese
PSOE oficialista que practica un cachondosocialismo de salón). Toda la
culpa era de los otros, de Pablo Iglesias (su única obsesión) de
Podemos, de la izquierda real, de los indignados, del pueblo oprimido
que busca soluciones concretas, no parches ni apaños neoliberales con la
nueva derecha naranjita. Ese pacto PSOE/Ciudadanos ya lo pueden ir
tirando a la basura porque no sirve. Nunca sirvió, fue un teatrillo de
varietés. A Rivera solo le ha servido para descalabrarse (está claro que
sus bases neopijas no quieren ni oír hablar de los socialistas) y a
Sánchez le ha costado otros cinco escaños en una sangría de votos que
promete no tener un final.
Y mientras tanto, al otro lado de
Madrid, el gran estadista de baratillo, el disléxico chistoso, el gandul
de Marca y puro, el encefalograma plano con patas, o sea Rajoy, saltaba
en el balcón de los ladrones ante cientos de cómplices del desfalco y
la estafa, cientos de colaboradores necesarios que gritaban, como
hinchas rusos puestos de euforia con vodka, aquello de yo soy español,
español, español. ¿Qué celebraba toda esa gente, los atracos de
Bárcenas, los puteríos de Granados, los bandoleros de la Gurtel que han
dejado este país más seco que el Sáhara? Pues ese es, a grandes rasgos,
el gran programa político que nos tiene reservado el PP para la próxima
legislatura. Más patriotismo y más miseria. Más injusticia social y más
privilegios para la banca y las clases pudientes. Más látigo y
corrupción, más sangre, sudor y lágrimas. España es de derechas, siempre
lo ha sido y a este ritmo histórico cansino parece que siempre lo será.
Este es un país que todavía vive del alcalde trinconero, del poderoso
cacique y del cura tragón, pesetero y machista. No hicimos la
Ilustración cuando tocaba y ahora todo es sumisión, idiocia y
mediocridad. Pero a la gran mayoría del pueblo parece que le va la
marcha de ese paternalismo secular. España es un país masoquista con
síndrome de Estocolmo al que le gusta que le den por arriba y por
debajo, por delante y por detrás. Ya solo falta que Rivera firme el
papel para que nos comamos cuatro años más de estragos, de ruinas, de
mierda. Si hay que ir al matadero vayamos ya, cuanto antes, no perdamos
otros seis meses con cambalaches, negocietes, falsas investiduras y
visitas de cuarto de hora a la casa del Rey. Pero Sánchez, eso sí,
parece muy contento y satisfecho con los resultados. En una de éstas
hasta firma un Gobierno con Rajoy.
Ilustración: Iñaki y Frenchy
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