(Publicado en Revista Gurb el 22 de julio de 2016)
El arranque de la XII Legislatura de la democracia española ha servido para que quede al descubierto no solo un posible pacto entre el PP y Ciudadanos para la investidura de Rajoy como presidente del Gobierno, sino un acuerdo tan palmario como sorprendente entre los populares y el nacionalismo español. La forma en que se han repartido los cargos de la mesa del Congreso de los Diputados, con Ana Pastor, una mujer de la máxima confianza de Rajoy como presidenta, revela que hay un acuerdo a tres bandas entre el PP, Ciudadanos y los partidos nacionalistas e independentistas. Qué es lo que se han prometido unos y otros, qué precio estarán dispuestos a pagar los tres protagonistas de esta historia y qué concesiones se han firmado es lo que no sabemos todavía. Lo que sí sabemos es que ahora resulta más que evidente que mientras la prensa y la oposición criticaban a Mariano Rajoy por su pasotismo a la hora de impulsar acuerdos para la formación de Gobierno, el presidente estaba promocionando contactos secretos y movimientos en la sombra que finalmente han fructificado.
El primer fruto ha sido la elección de
Ana Pastor como presidenta del Congreso con el apoyo de Ciudadanos y con
el voto en blanco de nacionalistas vascos, catalanes y canarios en lo
que parece la antesala de futuros acuerdos a tres bandas entre los
actores del acuerdo. Ahora bien, ¿qué es lo que se ha negociado? Por una
parte, Albert Rivera, líder de Ciudadanos, ha decidido romper con el
discurso antiRajoy que tan beligerantemente ha mantenido en las dos
últimas campañas electorales. Rivera, que se había presentado a sí mismo
como el gran regenerador de la corrupta democracia española, se había
desgastado las cuerdas vocales asegurando que con Rajoy no iría ni a
tomar un café a la esquina, al considerarlo responsable, cuanto menos
por omisión, de los sangrantes casos de corrupción destapados en los
últimos años en España. Sin embargo, a las primeras de cambio, rompe su
anterior acuerdo con el PSOE y se arroja en brazos del PP marianista que
tanta repulsión le ocasionaba. "No estamos aquí para repartirnos los
sillones", había sido la gran frase de Rivera hasta el momento. Sin
embargo, lo que vimos el pasado miércoles en el Congreso, el cambalache,
las negociaciones ocultas, los pactos soterrados y los intereses de
partido, es lo más parecido a un reparto de cargos y sillones que se
haya visto jamás en la política española.
Rivera ha tratado de justificarse ante
su electorado asegurando que su apoyo a Rajoy es por el bien de España,
pero lo que queda en el resto de la opinión pública española es que han
primado sus intereses personales y de partido antes que el interés
general del país. No era tan regenerador como parecía el señor Rivera,
ni tan íntegro como quería aparentar, cuando no ha sido capaz de
mantener el tipo ante las pretensiones del PP. Quizá los malos
resultados cosechados por Ciudadanos en las pasadas elecciones del 26J,
en las que han pasado de 40 escaños a 32, han terminado por tensar los
nervios del líder de la formación naranja, que ha decidido coger el
pájaro en mano que le ofrecía Rajoy antes que los ciento volando que le
prometía Pedro Sánchez. Pese a todo, apenas unas horas después del
reparto de cargos en la mesa del Congreso, Ciudadanos siguió jugando a
la sobreactuación al poner el grito en el cielo ante un posible acuerdo
de investidura entre Rajoy y los independentistas. El propio Rivera
salió a la palestra para advertir de que cambiará su voto, virando desde
la abstención en la sesión de investidura hacia el no rotundo a Mariano
Rajoy, en el caso de que el PP mantenga sus negociaciones con los
secesionistas de Homs y Tardà. El presidente, para asombro de todos,
reaccionó con prontitud y a última hora de la tarde ya le había enviado a
Albert Rivera un borrador de adelanto de los Presupuestos Generales del
Estado y otros datos económicos necesarios para negociar el techo de
gasto de las administraciones. Una nueva maniobra maestra del presidente
del Gobierno, que vuelve a dejar la pelota en el tejado de la formación
naranja, demostrando para sorpresa de todos que aún tiene una cintura
ágil y unos reflejos de los que parecía carecer.
Y luego está la segunda importante
consecuencia que nos deja la primera sesión de esta legislatura: el
supuesto acuerdo del PP con los partidos independentistas catalanes y el
nacionalismo vasco. Según algunos analistas, el apoyo de los
nacionalistas para que Ana Pastor sea presidenta del Congreso de los
Diputados no le saldrá gratis al Gobierno y quieren ver en el “pactito”
el preámbulo de cosas mucho más profundas que ya están ocurriendo en
Cataluña, por ejemplo que el Partit Demòcrata Català, sucesor de
Convergència i Unió tras su refundación, empieza a bajarse del carro
independentista. Sin embargo, eso está por ver. Los cuadros de la nueva
Convergència son claramente independentistas y muchos de sus jóvenes
políticos ni siquiera votaron a Jordi Pujol. No parece tan claro que
apoyen una investidura de Mariano Rajoy ni en primera ni en segunda
vuelta, por mucho que hayan permitido la candidatura de Ana Pastor como
presidenta a cambio de ciertas concesiones puntuales que tienen más que
ver con que la caja de la Generalitat está vacía, con que el Gobierno
catalán ni siquiera dispone de fondos suficientes para garantizar el
mantenimiento de sus servicios públicos y con las subvenciones que
otorga el Parlamento español a aquellos partidos que consiguen alcanzar
grupo parlamentario propio que con una voluntad decidida de apoyar el
programa político del PP. Votar a Rajoy o incluso abstenerse para que
pueda ser investido presidente supondría la ruptura del Gobierno catalán
sustentado por el Partit Demòcrata Català y Esquerra Republicana de
Catalunya, aparcar la hoja de ruta independentista y convocar nuevas
elecciones, algo que no favorecería a los intereses de la antigua
Convergència. Más bien parece que el acuerdo entre el PP y aquellos a
los que considera poco menos que unos demonios salidos del averno
catalán para enterrar a España tendría que ver con acuerdos puntuales
entre populares y nacionalistas con la idea de sacar adelante futuras
leyes y ciertas concesiones en el modelo territorial y su financiación.
De cualquier modo, el pacto entre la
derecha española y los separatistas catalanes, a los que se han sumado
los nacionalistas vascos y canarios, ha dejado perplejos a todos. De ese
acuerdo se extrae la conclusión de que aquí el PP puede hacer lo que le
venga en gana, hasta pactar con el mismísimo diablo si se le antoja,
pero cuando son los socialistas quienes hablan con los secesionistas,
con los traidores de Puigdemont y Junqueras, se arma poco menos que una
guerra civil. O lo que es lo mismo: cuando es el PP quien mantiene
contactos con los separatistas es por el bien de España; cuando lo hace
el PSOE es porque quieren romper España. Una vez más ha funcionado la
doble vara de medir. Visto lo visto, Rajoy tenía habilidades
lingüísticas ocultas para el catalán, aunque lo hable en la intimidad,
como hacía su mentor y padre político Aznar.
Así que en la primera sesión de esta
legislatura que se antoja apasionante ante la falta de mayorías
absolutas y por la necesidad urgente de alianzas todos callaron, nadie
dijo la verdad, y prevaleció el oscurantismo sagrado del voto secreto.
Ni siquiera sabemos quiénes fueron los diez diputados que votaron por
Pastor, aunque a nadie se le escapa que sin duda salieron de los escaños
nacionalistas y convergentes. Las negociaciones se llevaron a cabo
soterradamente, sin luz ni taquígrafos, cuando hace apenas unos meses
eran los populares quienes exigían la mayor transparencia a Pedro
Sánchez y a Pablo Iglesias en sus contactos para intentar lograr un
Gobierno de izquierdas, Gobierno que finalmente quedó frustrado. El
pasado martes se dio la surrealista paradoja de que mientras Francesc
Homs negaba que sus diputados hubieran apoyado a Ana Pastor estos mismos
reconocían en petit comité que así lo habían hecho. Está visto que Homs
solo quiere cargos y el derecho al dinero de las subvenciones que da
tener grupo parlamentario propio. Ese ha sido el precio por apoyar a
Pastor: tres millones de euros en subvenciones en un momento en que las
arcas de los partidos están vacías. Sin embargo, que PDC, Esquerra, PNV y
Coalición Canaria contribuyan a la investidura de Rajoy con un voto
positivo o incluso una abstención parece cosa de ciencia ficción a estas
horas, y más teniendo en cuenta cómo ha maltratado Rajoy a los
nacionalistas en los últimos tiempos, por lo que no sería descartable
que el final de la historia sea ir a unas terceras elecciones.
Lo que queda claro es que en el primer
tiempo del partido Rajoy ha ganado por goleada. Ha puesto a su mano
derecha a controlar el Congreso, se ha ganado a Albert Rivera (un líder
que hasta hace poco echaba pestes del presidente del Gobierno) ha dejado
al PSOE noqueado y ha abierto un frente de diálogo con los
nacionalistas. Y todo gratis, sin que le pasen factura los numerosos
casos de corrupción. "Una vez más el PP le ha robado la cartera al PSOE,
que no buscó apoyos en el independentismo catalán por sus complejos de
patrioterismo ante la derecha española. La nueva política de Podemos y
Ciudadanos se ha hecho vieja, las promesas de regeneración se las lleva
el primer vendaval", ha dicho el analista Josep Ramoneda. Los
socialistas deberían hacer algo, porque Rajoy vuelve a controlar el
rebaño.
Viñeta: Becs
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