(Publicado en Revista Gurb el 15 de julio de 2016)
El terrorismo ha golpeado de nuevo a Francia. Al menos 84 personas han muerto después de que un camión conducido por un conductor suicida arrollase a una multitud en el Paseo Marítimo de Niza durante la celebración del Día de la Fiesta Nacional. El atentado, nuevamente de una factura extremadamente cruel, ya que el terrorista eligió lanzar el vehículo durante dos kilómetros por una calle abarrotada de gente que presenciaba unos fuegos artificiales, deja más de 100 heridos, de los cuales 50 están muy graves. Según explican fuentes oficiales, el conductor fue finalmente abatido por agentes de las fuerzas de seguridad. Además, el diario Le Figaro apunta a que en el interior del tráiler se han encontrado armas, fusiles y granadas. Testigos presenciales aseguran haber escuchado disparos en el lugar de los hechos, aunque no se sabe cuál era la procedencia. No se descarta la hipótesis de que el asesino disparara indiscriminadamente contra la población indefensa mientras embestía con el camión contra los viandantes. El portavoz del Ministerio del Interior, Pierre-Henri Brandet, precisó que el hombre “neutralizado por la policía” era el único que iba en el vehículo y el presidente François Hollande se ha puesto al frente de un gabinete de crisis.
Mientras la Fiscalía Antiterrorista en
París se ha hecho cargo del caso, todo apunta a que estamos ante una
nueva salvajada del grupo islamista Daesh/Isis, que se ha conjurado para
llevar el terror a Francia. Primero fueron los criminales actos contra
los periodistas de la revista satírica Charlie Hebdo, más tarde la
matanza en la sala Bataclan. Hoy le ha tocado el turno a miles de
personas que pasaban una noche de fiesta alegre y tranquila celebrando
el día nacional de Francia. Es la hora de atender a los heridos y de
consolar a las familias de las víctimas. Es la hora de que los servicios
de inteligencia y las fuerzas de seguridad francesas, en coordinación
con las demás policías europeas, investiguen quién era el asesino (si un
lobo solitario o un miembro de alguna célula durmiente organizada)
quién le vendió el camión y de dónde sacó las granadas y las armas que
transportaba en su interior. El modus operandi empleado por el autor del
ataque no es nuevo. Los manuales de la organización terrorista Daesh
detallan cómo preparar un camión de gran tonelaje para lanzarlo contra
la población civil, cargado de explosivos y arrollando a todo aquel que
se encuentra por el camino. Los habitantes de Siria, Irak y Afganistán
saben muy bien en qué consiste este diabólico método de matar. Lo sufren
a diario. Los kamikazes del Daesh colocan cuatro o cinco camiones en
formación, a modo de muro, los ponen a toda velocidad y arremeten como
auténticas apisonadoras contra los habitantes de las ciudades, con el
único fin de ocasionar la mayor cantidad posible de víctimas civiles. La
locura suele tener un final apoteósico: una vez que el yihadista
suicida ha atropellado a decenas de personas, acciona un mecanismo
automático y hace detonar la carga explosiva que transporta en el
interior del remolque. La detonación y la posterior onda expansiva se
cobra un número mayor de bajas.
Atentados de este tipo se producen cada
día en Oriente Medio, provocando cientos de víctimas mortales, pese a
que en Occidente apenas ocupan un minuto en los telediarios. Testigos de
estas masacres aseguran que hasta los policías y militares huyen
despavoridos cuando ven entrar a los camiones-bomba, los camiones del
horror, rugiendo como bestias por las calles de la ciudad. Nadie puede
detenerlos. Anoche los terroristas quisieron dejar claro que pueden
llevar a cabo acciones de este tipo no solo en lejanos países orientales
o africanos, sino también en el corazón de Francia, que es tanto como
decir el corazón mismo de Europa. Anoche Daesh dio una vuelta de tuerca
más en su monstruosa espiral de locura y violencia. Con el atentado de
Niza los terroristas nos avisan de que su macabra imaginación no conoce
límites a la hora de ingeniar y preparar nuevos atentados para matar a
decenas de personas inocentes. Ellos no necesitan misiles, ni carros
blindados, ni aviones supersónicos para cometer crímenes en masa en cada
rincón de Occidente. Les basta con un simple cuchillo de cocina con el
que salir a matar indiscriminadamente, una pistola que pueden adquirir a
un precio barato a través de Internet o un simple camión que
habitualmente sirve para transportar productos agrícolas. Cualquier
cosa, objeto o vehículo puede servirles para sus maquiavélicos planes
militares.
La Policía francesa trabaja contra reloj
para averiguar quién era el terrorista que perpetró la masacre de
anoche en las calles de Niza pero probablemente en las próximas horas
sabremos que no era un militar experimentado llegado de la guerra de
Siria, ni un yihadista perfectamente entrenado en una lejana madrasa de
Pakistán. Probablemente vamos a comprobar, una vez más con estupor, que
el autor de esta nueva barbarie es un ciudadano francés, un hombre
occidental que tras radicalizarse por internet ha decidido inmolarse
para llegar al cielo y fundirse con Alá, eso sí, llevándose consigo a
decenas de inocentes. En España el 70 por ciento de los detenidos por
terrorismo islámico son nacidos en Ceuta y Melilla, ciudadanos españoles
de pleno derecho de segunda o tercera generación, lo que debe llevarnos
a pensar que el problema que está sufriendo Francia también nos afecta a
nosotros.
No hay otra forma de luchar contra el
terrorismo descerebrado de Daesh que mantener la unidad de los países
civilizados de la Unión Europa. Trabajar en coordinación con las demás
policías europeas, compartir información sobre sospechosos y células
yihadistas y reforzar las medidas de seguridad en lugares sensibles es
lo único que podemos hacer, de momento, para minimizar el terror de
Daesh, un terrorismo con el que lamentablemente tendremos que convivir
en los próximos años. Pero tan importante como mejorar nuestros
mecanismos de defensa es estrechar lazos con los gobiernos y movimientos
demócratas del mundo musulmán. No podemos abandonar a su suerte a las
gentes civilizadas de Mosul, Bagdad, Trípoli, Kabul y de tantas y tantas
ciudades del mundo árabe que a diario sufren el zarpazo y los estragos
del terrorismo fundamentalista. Hay que hacer la guerra a Daesh en su
propio territorio apoyando a los grupos insurgentes que se resisten a
caer en la tiranía del Califato islámico, prestándoles toda la ayuda
militar y logística que sea necesaria, haciéndoles saber que Occidente
está con ellos en su lucha contra esta nueva forma de fascismo de corte
religioso. Solo así ganaremos la partida a los clérigos de las túnicas
negras que se han conjurado para someter a los ciudadanos del mundo
libre, para arrebatarnos nuestros derechos y libertades y para
imponernos un régimen de terror teocrático cuya crueldad y fanatismo el
mundo no había conocido hasta ahora. Los terroristas de Daesh han
atravesado ya todas las fronteras de la ignominia y la bestialidad. Lo
último, lanzar un camión desenfrenado contra la población civil que
celebra una fiesta, es solo un paso más en su espiral de sangre y
violencia sin sentido. Un día decapitan a un equipo de fútbol, al
siguiente cuelgan a un grupo de homosexuales en la plaza pública o
ejecutan a decenas de cristianos o mujeres que son tomadas como esclavas
sexuales. La humanidad se enfrenta a un monstruo tanto o más despiadado
que el peor régimen conocido hasta la fecha: el nazismo de Hitler.
Podemos vencerlos y lo haremos porque la razón está de nuestro lado.
Pero tenemos que obrar con unidad, inteligencia y democracia. Solo así
venceremos a las alimañas sangrientas.
Foto: Reuters
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