Casi dos semanas después de las elecciones del 26J, el panorama para la formación de Gobierno en España sigue siendo todavía incierto. Nadie quiere unas terceras elecciones pero ningún líder se atreve a dar el primer paso. El Partido Popular, sorprendente ganador de los comicios con 137 escaños (14 más que en la convocatoria del 20D pese a lo que vaticinaban los encuestas) parece dispuesto ahora a llegar a algún tipo de acuerdo con el PSOE para gobernar. Descartada la hipótesis de la gran coalición PP/PSOE, tan inverosímil como suicida para los socialistas, se baraja una posible abstención de los socialistas con el apoyo puntual a los populares de otras fuerzas políticas como Ciudadanos, el PNV o Coalición Canaria. Ese escenario daría mayoría suficiente a Rajoy para repetir mandato como presidente del Gobierno. Algunos barones del PSOE ya se han mostrado a favor, en público, de que el Partido Socialista se abstenga en la sesión de investidura para que Mariano Rajoy pueda lograr la presidencia por el bien del país. Pero todo depende de los movimientos que haga el líder gallego a partir de ahora. La pelota está sobre su tejado. Aún no sabemos si el presidente en funciones abandonará su estilo parsimónico caracterizado por dejar pasar el tiempo, por marcar un ritmo lento en la solución de los problemas, para ponerse por fin manos a la obra en la tarea de formar un Gobierno. En principio todo apunta a que Rajoy ha abandonado el inmovilismo de los últimos meses para pasar definitivamente a la acción, aunque con él nunca se sabe. Esta misma semana ya ha iniciado las primeras conversaciones con responsables del PNV y de Coalición Canaria, y De Cospedal coordinará una especie de hoja de ruta de contactos con las demás fuerzas políticas. Por un momento al menos la dinámica parece ser otra. Es como si el presidente hubiera decidido cambiar la estrategia seguida tras el 20D, cuando dio la espantada ante el Rey Felipe VI, declinó presentarse a la investidura por falta de apoyos y pasó la patata caliente al líder socialista, Pedro Sánchez, que durante seis meses aceptó el reto e intentó, infructuosamente, buscar aliados para alcanzar la ansiada mayoría de 176 escaños necesaria para gobernar. Sánchez, pese a haber logrado un pacto con Ciudadanos, quedó lejos de esa cifra tras la negativa de Podemos a sumarse al acuerdo, y salió quemado del proceso. Tan quemado que a fecha de hoy su futuro como secretario general del partido pende de un hilo, el hilo del próximo congreso extraordinario del PSOE, donde su gestión será sometida a juicio y casi con toda seguridad será cuestionada por los barones tras los malos resultados del 26J. A expensas de ese congreso bizantino, donde el PSOE decidirá no solo la Secretaría General sino el futuro del propio partido, hoy ya sabemos que Sánchez cayó en la trampa que le tendió Rajoy, un político que pese a que en ocasiones pueda dar la sensación de ser un hombre despistado y ajeno a los problemas de Estado que solo desea que lo dejen en paz, sabe muy bien lo que se hace. Mientras el líder del PSOE se agotaba en su empeño imposible de sentar a Pablo Iglesias y a Albert Rivera en la misma mesa para que firmaran el acuerdo tripartito, Rajoy reservaba fuerzas tranquilamente en el banquillo y salía fresco al partido de vuelta del 26J.
Ya no estamos en diciembre. Ahora el
Partido Popular tiene que mover ficha, empezar de una vez por todas a
hacer los deberes, porque si no los hace corre el riesgo de suspender en
septiembre, lo que nos abocaría a unas terceras elecciones, algo que a
la ciudadanía le suena ya a cachondeo, por decirlo en el lenguaje
coloquial de la calle. Los populares disponen de 137 escaños y tienen
que hacerlos valer, están en la obligación de intentar gobernar como
lista más votada. En este punto existen varias posibilidades. La que más
agrada a Rajoy es, sin duda, que el PSOE se abstenga en la sesión de
investidura, permitiéndole llegar a la Moncloa. Ahora bien, con ser esta
la situación ideal para el PP, sería desastrosa para el PSOE. ¿Cómo
explicaría Pedro Sánchez a sus votantes esta abstención que permitiría
al Gobierno popular poner en marcha el paquete de nuevos recortes y
duros sacrificios que prepara Bruselas? ¿Cómo explicaría el secretario
general del PSOE una hipotética abstención en favor de Rajoy a esa
votante socialista que gana dos raquíticos euros a la hora por limpiar
habitaciones de hotel? ¿Cómo le haría comprender el PSOE a esa ciudadana
que la abstención es buena para la gobernabilidad de España y para no
terminar abocados a unas terceras elecciones, pero nefasta para su
futuro personal como trabajadora en precario condenada a sufrir salarios
todavía más bajos, tal como prevén los planes de la UE, de la patronal y
el programa del propio Partido Popular? No parece pues probable que el
PSOE opte por esta alternativa que lo colocaría en una posición aún más
complicada ante su electorado, ya bastante insatisfecho y desencantado
con las decisiones que se toman últimamente en Ferraz. Más factible
sería que el PSOE diera vía libre a algunos de sus diputados para que se
abstuvieran o votaran a favor de la investidura de Rajoy, a título
individual, en una especie de inmolación de algunos por el interés de
todos, o más bien por motivos patrióticos. Esta opción pasa por que
alguno de los diputados socialistas se pongan enfermos el día de la
investidura o queden súbitamente encerrados en el aseo del Congreso,
como advertía Emiliano García-Page, secretario general del PSOE de
Castilla-La Mancha, para quien esta triquiñuela sería una falta de
respeto en toda regla a los ciudadanos. En cualquier caso, figuras
destacadas del PSOE como Josep Borrell ya han avisado de que cualquier
apoyo al PP no saldrá gratis, ya que los socialistas exigirán las
máximas contraprestaciones políticas a cambio. "El PSOE tiene que
aprovechar toda su fuerza negociadora para lograr todo lo que pueda
lograr", ha asegurado. La ley de educación, la ley del aborto, la ley
mordaza y otras disposiciones serían el precio por la abstención.
Una segunda opción pasaría por que Rajoy
lograra los apoyos necesarios para gobernar en el caladero de la
derecha de Ciudadanos y de otras fuerzas minoritarias, como los
nacionalistas vascos, catalanes y canarios. Pero para lograr ese
objetivo el presidente del Gobierno es el principal escollo, demasiado
salpicado por la corrupción. Nadie quiere plasmar su firma junto a la
del líder que enviaba mensajes solidarios a su tesorero imputado para
que resistiera y fuera fuerte ante las investigaciones policiales y
judiciales que se cernían sobre el PP. Albert Rivera no puede asumir de
ninguna manera que sus diputados sirvan para investir a un Rajoy
enfangado (pese a su incontestable victoria electoral) cuando se ha
pasado seis meses diciendo que al presidente del Gobierno ni agua y
pidiendo su dimisión irrevocable. Por tanto, una alianza PP/Ciudadanos
(más el apoyo del PNV, que exige el acercamiento de los presos de ETA,
algo nada fácil de asumir para los populares) pasa necesariamente por
que Rajoy dé un paso a un lado, cesando o dimitiendo, impensable a fecha
de hoy, ya que el presidente en funciones ha salido reforzado de la
batalla electoral y está más crecido que nunca. A estas alturas, el jefe
del Ejecutivo se ve a sí mismo como un héroe que ha sacado a su
partido de la situación crítica por la que ha atravesado en los últimos
cuatro años. Nadie, ni los aznaristas más acérrimos, se atreven ya a
alzar la voz contra un líder cuya estrategia del resiste y vencerás ha
servido para que remonte el vuelo la gaviota, el charrán común o como
quiera que se llame el pájaro emblemático del PP. En cualquier caso, si
Rajoy no consigue salir investido a la segunda porque nadie quiere
prestarle los apoyos suficientes, siempre puede volver a la vieja
táctica: esconderse tras el plasma, huir de los periodistas y dejar que
todo se siga pudriendo. Volver a la España sin Gobierno donde
curiosamente las cifras económicas y de empleo mejoran como por arte de
magia. Quién sabe, quizá de esta manera, volviendo a la retaguardia y al
enrocamiento, volviendo a la pasividad y al no hacer nada, dentro de
otros seis meses vuelva a ganar las elecciones. Y esta vez sí, a la
tercera va la vencida, por mayoría absoluta.
Viñeta: Becs
Viñeta: Becs
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