viernes, 8 de julio de 2016

RAJOY TIENE QUE HACER LOS DEBERES


(Publicado en Revista Gurb el 8 de julio de 2016)

Casi dos semanas después de las elecciones del 26J, el panorama para la formación de Gobierno en España sigue siendo todavía incierto. Nadie quiere unas terceras elecciones pero ningún líder se atreve a dar el primer paso. El Partido Popular, sorprendente ganador de los comicios con 137 escaños (14 más que en la convocatoria del 20D pese a lo que vaticinaban los encuestas) parece dispuesto ahora a llegar a algún tipo de acuerdo con el PSOE para gobernar. Descartada la hipótesis de la gran coalición PP/PSOE, tan inverosímil como suicida para los socialistas, se baraja una posible abstención de los socialistas con el apoyo puntual a los populares de otras fuerzas políticas como Ciudadanos, el PNV o Coalición Canaria. Ese escenario daría mayoría suficiente a Rajoy para repetir mandato como presidente del Gobierno. Algunos barones del PSOE ya se han mostrado a favor, en público, de que el Partido Socialista se abstenga en la sesión de investidura para que Mariano Rajoy pueda lograr la presidencia por el bien del país. Pero todo depende de los movimientos que haga el líder gallego a partir de ahora. La pelota está sobre su tejado. Aún no sabemos si el presidente en funciones abandonará su estilo parsimónico caracterizado por dejar pasar el tiempo, por marcar un ritmo lento en la solución de los problemas, para ponerse por fin manos a la obra en la tarea de formar un Gobierno. En principio todo apunta a que Rajoy ha abandonado el inmovilismo de los últimos meses para pasar definitivamente a la acción, aunque con él nunca se sabe. Esta misma semana ya ha iniciado las primeras conversaciones con responsables del PNV y de Coalición Canaria, y De Cospedal coordinará una especie de hoja de ruta de contactos con las demás fuerzas políticas. Por un momento al menos la dinámica parece ser otra. Es como si el presidente hubiera decidido cambiar la estrategia seguida tras el 20D, cuando dio la espantada ante el Rey Felipe VI, declinó presentarse a la investidura por falta de apoyos y pasó la patata caliente al líder socialista, Pedro Sánchez, que durante seis meses aceptó el reto e intentó, infructuosamente, buscar aliados para alcanzar la ansiada mayoría de 176 escaños necesaria para gobernar. Sánchez, pese a haber logrado un pacto con Ciudadanos, quedó lejos de esa cifra tras la negativa de Podemos a sumarse al acuerdo, y salió quemado del proceso. Tan quemado que a fecha de hoy su futuro como secretario general del partido pende de un hilo, el hilo del próximo congreso extraordinario del PSOE, donde su gestión será sometida a juicio y casi con toda seguridad será cuestionada por los barones tras los malos resultados del 26J. A expensas de ese congreso bizantino, donde el PSOE decidirá no solo la Secretaría General sino el futuro del propio partido, hoy ya sabemos que Sánchez cayó en la trampa que le tendió Rajoy, un político que pese a que en ocasiones pueda dar la sensación de ser un hombre despistado y ajeno a los problemas de Estado que solo desea que lo dejen en paz, sabe muy bien lo que se hace. Mientras el líder del PSOE se agotaba en su empeño imposible de sentar a Pablo Iglesias y a Albert Rivera en la misma mesa para que firmaran el acuerdo tripartito, Rajoy reservaba fuerzas tranquilamente en el banquillo y salía fresco al partido de vuelta del 26J.
Ahora, con la perspectiva que ofrece el tiempo transcurrido, ha quedado claro que el presidente del Gobierno acertó al quedarse en la grada, al margen del barro de las negociaciones y los pactos, y así lo han demostrado las urnas. Los votantes constataron la debilidad de tres partidos (PSOE, Ciudadanos y Podemos) que tras medio año de conversaciones, descalificaciones, rencillas, puestas en escena, gallineros y desplantes, no consiguieron ponerse de acuerdo para formar un Gobierno, perdiendo una oportunidad única de desalojar al PP el poder. Y esa debilidad la penalizaron los ciudadanos el día de las elecciones. De hecho, las tres fuerzas principales de la oposición han obtenido malos resultados electorales: el PSOE perdiendo cinco escaños, Podemos dejándose más de un millón de votos en el camino (pese a que salva los muebles y mantiene los mismos 71 diputados que sacó el 20D) y Ciudadanos cosechando un pequeño descalabro, pasando de 40 a 32. No hacer nada a veces es hacerlo todo y esta estrategia de la avestruz y la indolencia le ha servido al presidente en funciones no solo para volver a ganar las elecciones sino para subir inesperadamente otros catorce escaños más, cuando ni en los mejores sueños de los populares ni en los sondeos más optimistas del PP podían prever siquiera tal posibilidad.
Ya no estamos en diciembre. Ahora el Partido Popular tiene que mover ficha, empezar de una vez por todas a hacer los deberes, porque si no los hace corre el riesgo de suspender en septiembre, lo que nos abocaría a unas terceras elecciones, algo que a la ciudadanía le suena ya a cachondeo, por decirlo en el lenguaje coloquial de la calle. Los populares disponen de 137 escaños y tienen que hacerlos valer, están en la obligación de intentar gobernar como lista más votada. En este punto existen varias posibilidades. La que más agrada a Rajoy es, sin duda, que el PSOE se abstenga en la sesión de investidura, permitiéndole llegar a la Moncloa. Ahora bien, con ser esta la situación ideal para el PP, sería desastrosa para el PSOE. ¿Cómo explicaría Pedro Sánchez a sus votantes esta abstención que permitiría al Gobierno popular poner en marcha el paquete de nuevos recortes y duros sacrificios que prepara Bruselas? ¿Cómo explicaría el secretario general del PSOE una hipotética abstención en favor de Rajoy a esa votante socialista que gana dos raquíticos euros a la hora por limpiar habitaciones de hotel? ¿Cómo le haría comprender el PSOE a esa ciudadana que la abstención es buena para la gobernabilidad de España y para no terminar abocados a unas terceras elecciones, pero nefasta para su futuro personal como trabajadora en precario condenada a sufrir salarios todavía más bajos, tal como prevén los planes de la UE, de la patronal y el programa del propio Partido Popular? No parece pues probable que el PSOE opte por esta alternativa que lo colocaría en una posición aún más complicada ante su electorado, ya bastante insatisfecho y desencantado con las decisiones que se toman últimamente en Ferraz. Más factible sería que el PSOE diera vía libre a algunos de sus diputados para que se abstuvieran o votaran a favor de la investidura de Rajoy, a título individual, en una especie de inmolación de algunos por el interés de todos, o más bien por motivos patrióticos. Esta opción pasa por que alguno de los diputados socialistas se pongan enfermos el día de la investidura o queden súbitamente encerrados en el aseo del Congreso, como advertía Emiliano García-Page, secretario general del PSOE de Castilla-La Mancha, para quien esta triquiñuela sería una falta de respeto en toda regla a los ciudadanos. En cualquier caso, figuras destacadas del PSOE como Josep Borrell ya han avisado de que cualquier apoyo al PP no saldrá gratis, ya que los socialistas exigirán las máximas contraprestaciones políticas a cambio. "El PSOE tiene que aprovechar toda su fuerza negociadora para lograr todo lo que pueda lograr", ha asegurado. La ley de educación, la ley del aborto, la ley mordaza y otras disposiciones serían el precio por la abstención.
Una segunda opción pasaría por que Rajoy lograra los apoyos necesarios para gobernar en el caladero de la derecha de Ciudadanos y de otras fuerzas minoritarias, como los nacionalistas vascos, catalanes y canarios. Pero para lograr ese objetivo el presidente del Gobierno es el principal escollo, demasiado salpicado por la corrupción. Nadie quiere plasmar su firma junto a la del líder que enviaba mensajes solidarios a su tesorero imputado para que resistiera y fuera fuerte ante las investigaciones policiales y judiciales que se cernían sobre el PP. Albert Rivera no puede asumir de ninguna manera que sus diputados sirvan para investir a un Rajoy enfangado (pese a su incontestable victoria electoral) cuando se ha pasado seis meses diciendo que al presidente del Gobierno ni agua y pidiendo su dimisión irrevocable. Por tanto, una alianza PP/Ciudadanos (más el apoyo del PNV, que exige el acercamiento de los presos de ETA, algo nada fácil de asumir para los populares) pasa necesariamente por que Rajoy dé un paso a un lado, cesando o dimitiendo, impensable a fecha de hoy, ya que el presidente en funciones ha salido reforzado de la batalla electoral y está más crecido que nunca. A estas alturas, el jefe del  Ejecutivo se ve a sí mismo como un héroe que ha sacado a su partido de la situación crítica por la que ha atravesado en los últimos cuatro años. Nadie, ni los aznaristas más acérrimos, se atreven ya a alzar la voz contra un líder cuya estrategia del resiste y vencerás ha servido para que remonte el vuelo la gaviota, el charrán común o como quiera que se llame el pájaro emblemático del PP. En cualquier caso, si Rajoy no consigue salir investido a la segunda porque nadie quiere prestarle los apoyos suficientes, siempre puede volver a la vieja táctica: esconderse tras el plasma, huir de los periodistas y dejar que todo se siga pudriendo. Volver a la España sin Gobierno donde curiosamente las cifras económicas y de empleo mejoran como por arte de magia. Quién sabe, quizá de esta manera, volviendo a la retaguardia y al enrocamiento, volviendo a la pasividad y al no hacer nada, dentro de otros seis meses  vuelva a ganar las elecciones. Y esta vez sí, a la tercera va la vencida, por mayoría absoluta.

Viñeta: Becs

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