martes, 18 de octubre de 2016

EL FRANCO DEL PSOE


(Publicado en Revista Gurb el 6 de octubre de 2016)

Aquella mañana, Felipe González se despertó en la suite del yate, a mil kilómetros de distancia de España, oliendo el rastro de la sangre como la huele un tiburón. El cuerpo le pedía marcha, acción, morder cacho. Encendió uno de esos puros carísimos que le había regalado su buen amigo Slim, ojeó el periódico para ver cómo iban las acciones de Gas Natural, respiró hondo admirando el horizonte azul y las gaviotas peperas que volaban acechantes, y pensó en todo lo que había conseguido en la vida. Los años bravos en el despacho laboralista, la clandestinidad, las hostias con los de la Social, los camaradas coreando Isidoro, Isidoro, el grandioso Congreso de Suresnes, los diez millones de engañados, el poder y la gloria. Felipe se sintió orgulloso de su obra: el triste entierro de Marx, el giro oportuno a la derecha, el abrazo del pragmatismo en plan escuela americana. Vale, había tenido que dejarse unos cuantos cadáveres por el camino (más los fantasmas de la cal viva) un puñado de ideales socialistas y ochocientos mil puestos de trabajo que se esfumaron de súbito.
Tampoco quiso darle muchas vueltas a las reformas laborales que habían dejado en cueros al proletariado para darle gustito a la patronal: eso había sido cosa de sus chicos traviesos, Boyer y Solchaga, no iba a responsabilizarse él de todos los males de la humanidad. Un dios no es culpable de nada. Además, ¿qué importaba ya eso? Ahora estaba en la cima del mundo, como James Cagney en Al Rojo Vivo, codeándose con los del Ibex 35, con las elites de Harvard, con la jet. Hasta le llamaban de cuando en cuando para que hiciera el paripé como abogado defensor de los heroicos opositores venezolanos. Había dejado de ser un simple presidente de un simple partido en un simple país que a nadie le importaba. Era verdad que había sido un césar, un caudillo, el Franco de la izquierda. Pero ahora tenía poder, auténtico poder. Poder del bueno, pata negra de poder. Y eso le ponía cachondo. Ya no tenía que achantar ni doblegarse ante los padrinos de la Familia Santander, ni ante los generales golpistas, ni ante los plumillas de El Mundo, mayormente Pedro Jota, ese canalla periodístico que estaba todo el rato sacándole los filesas, la roldanesca, los gales y los fondos reservados. No. Ahora sí se podía decir que era el auténtico jefe, el puto amo. Con la imagen de estadista un poco por los suelos, un tanto ajada por las mentiras y un tanto mustia y chuchurría, pero poderoso de inversiones, fuerte de capitales riesgo, de acciones y de fortunas, que al final es lo que cuenta. No se puede tener dignidad y dinero al mismo tiempo; no se puede ser asquerosamente rico y tener ideología. Ya no era aquel Felipe de los principios, pero sí el Felipe de los finales: el yate y el jet privado. Todo de su colega Slim, todo prestado, nada suyo, pero como si lo seriese. El mejicano más rico del mundo le dejaba el barco los findes para darse unos garbeos por el Caribe, que últimamente andaba muy revuelto con tanta marejada de papeles panameños. El jet le iba de perlas cuando tenía que soltar una charla rápida sobre el futuro de la socialdemocracia en Madrid, London City o en la UGT de Asturias, donde aún le quedaba algún que otro amigo. Mucho mejor el jet privado de Slim que esa chatarra de Boeing del ejército español que le ponían cuando era presidente y que siempre andaba averiado. O el Mystère con el que el bueno y utópico de Alfonso se saltaba los semáforos de la M30. Cutreríos de obreros, como diría la Rita.
Él ya estaba en otro rollo, en otro nivel. Le ponía eso de llevar una doble vida: camisa guayabera para las fiestas tropicales en mansiones bananeras y americana con coderas de intelectual de la izquierda venido a menos para las charlas y conferencias en España. Ya no era como antes, cuando era capaz de dar el pego a diez millones de votantes, pero muchos todavía tragaban, mayormente los jornaleros de Susana, siempre fieles a la obra del padre como los adeptos del Palmar de Troya lo son a su Papa hereje, que ahora ha salido por piernas del Vaticano andaluz. Pobrecillos ingenuos.
Sin pensárselo más, cogió el teléfono, llamó a Pepa Bueno y le dijo que estaba dispuesto a rajar de Pedro, ese galán aficionado. Alguien como él, que había sido macho alfa y gitano racial, un morenazo que se las había llevado de calle con sus morritos carnosos, sus ojos zaínos y su piquito de oro, no podía tolerar que hubiera otro gallo más guapo en el corral. Ya se lo había advertido a Pedrito en muchas ocasiones: coquetear con el marxismo y con los podemitas bolivarianos puede ser peligroso y costarte caro, muy caro. Por consiguiente (qué gloriosa muletilla) así ha sido. No sería porque no se lo había avisado la tira de veces: en esta vida hay que ser más individualista que socialista. Tras soltar la bomba en la Ser, Felipe se sentó tan tranquilo en la cubierta de babor, dio una calada al cohiba bajo los charranes peperos que graznaban sobre su cabeza y pensó: a tomar por culo el partido.

Viñeta: El Koko Parrilla

No hay comentarios:

Publicar un comentario