(Publicado en Revista Gurb el 20 de octubre de 2016)
La campaña para las presidenciales en
Estados Unidos entra en su recta final. Los dos candidatos, la demócrata
Hillary Clinton y el republicano Donald Trump, han cumplido la serie de
debates cara a cara con los que han intentado convencer al electorado
estadounidense de que su programa de Gobierno es el mejor. La campaña ha
sido la más extraña de los últimos tiempos, más propia de un
espectáculo de Broadway o del circo Ringling que de unas elecciones, en
buena medida por las ocurrencias, dislates y extravagancias del magnate
Trump, cuyas intervenciones y declaraciones a menudo han rozado lo
esperpéntico, cuando no lo grotesco. El mejor balance que podemos hacer
hasta el momento es que, mientras el millonario neoyorquino montaba su
show particular entre vodeviles, sesiones de insultos, escándalos
sexuales y bromas chuscas, a los norteamericanos se les hurtaba el
derecho a tener un debate político serio entre los dos candidatos, con
confrontación de ideas y programas, en el que se aportaran soluciones
para resolver los graves problemas por los que atraviesa el país. Sin
embargo, Trump desde el primer minuto ha querido situar la batalla
electoral en el terreno sucio, en el fango, con constantes
descalificaciones hacia su contrincante y salidas de tono más propias de
un vaquero de Texas sin formación ni estudios que de un aspirante a la
Casa Blanca. Para la historia quedará su delirante propuesta de levantar
un muro de nueve metros de alto a lo largo de la frontera con México
para evitar que los inmigrantes entren en suelo norteamericano. Como
también quedarán sus graves insultos al presidente Obama, al que ha
comparado con los terroristas de ISIS, las humillaciones a la familia
del marine musulmán caído en Irak, y las grabaciones en las que, en el
peor tono machista que se recuerda a un político, considera a las
mujeres como meros objetos sexuales para su uso y disfrute. Al hilo de
estas cintas, han ido apareciendo testimonios de mujeres que en los
últimos años han sido víctimas de los acosos de este sujeto que encarna
lo peor del país y que pretende ser presidente de la mayor potencia
mundial sin reunir las cualidades morales y políticas mínimas exigibles.
Lo primero que se debería pedir a un candidato –al margen de un
currículum universitario brillante del que Trump sin duda carece– es que
al menos sea tolerante, educado y respetuoso con los principios y
valores demócraticos. Nada de eso lo cumple el magnate de Queens, que
por momentos parece más un enloquecido cowboy de rodeo, un embriagado de
Casino malo de Las Vegas, una máquina de decir sandeces, que un gran
hombre preparado para dirigir los designios del imperio.
A medida que avanzaba la campaña, la
opinión pública estadounidense ha tenido acceso a más datos biográficos
sobre este sujeto, datos que poco a poco han ido despojando de la
máscara al candidato republicano, hasta hacerle quedar como lo que es en
realidad: un hombre inculto y por momentos violento que representa lo
peor del populismo de derechas y de la elite empresarial partidaria de
una economía de mercado ultraliberal que condena a millones de
norteamericanos a la desigualdad y a la injusticia social. El último
disparate de Donald Trump se ha producido en el tercer debate cara a
cara con Hillary Clinton, donde ha llegado a decir que no aceptará como
legítima una victoria de su rival. Quizá a estas alturas de campaña el
racista y paleto Trump aún no ha caído en la cuenta (tampoco sus
asesores, pese a que los tiene por decenas) de que con cada una de sus
incontinencias verbales, con cada nueva barbaridad que dice, pierde unos
cuantos miles de votos entre los simpatizantes y senadores
republicanos, que siempre han sido gentes de orden, elites salidas de
Harvard que repudian a estos hombres hechos a sí mismos cuyo mayor
mérito y talento es haber amasado mucho dinero. En este momento, las
encuestas revelan que la candidata Clinton le saca entre 5 y 12 puntos
de ventaja al magnate americano. "Miraré cuando llegue el momento si
acepto o no la derrota", dijo Trump dejando estupefactos, una vez más, a
millones de americanos que en ese momento se encontraban frente al
televisor. Esta frase no va a ayudar a Donald Trump de ninguna de las
maneras. Ningún candidato, en los 217 años de historia de los comicios a
la Casa Blanca, había cuestionado la validez del proceso electoral
estadounidense. Trump, que se ha mostrado a la defensiva al verse
acorralado por los numerosos escándalos sexuales que le persiguen,
necesitaba dar la vuelta a las encuestas poniendo toda la carne en el
asador, tirando de su arsenal de agresividad dialéctica y de lo peor de
la bilis que aún le queda dentro, que por lo visto todavía es mucha. Sin
duda, el votante norteamericano, en su mayoría conservador, tiene a
estas alturas de la campaña un perfil bastante aproximado de quién es
Donald Trump. A muchos simpatizantes republicanos les repugnan sus
actitudes xenófobas y machistas, como lo demuestra el hecho de que
numerosos senadores del partido ya han declarado pública y abiertamente
que no votarán por su candidato, un caso inédito en la historia de
Estados Unidos.
El instinto básico de Trump, su forma de
entender la política como guerra sucia, sus constantes bajadas al fango
a la hora de debatir con su contrincante, hacen de él un aspirante de
poco fiar. ¿Cómo encomendar el futuro del país a este experto en la
payasada mediática? ¿Cómo dejar a semejante esperpento las políticas que
deben sacar a EE.UU de la crisis económica, social y de liderazgo que
vive el país? ¿Cómo permitir que el orden mundial, y lo que es aún peor,
el maletín nuclear de la mayor potencia atómica del mundo, esté en
manos de este vaquero sonado tan parecido a aquel otro de ¿Teléfono Rojo? Volamos hacia Moscú
que, sombrero en mano y cabalgando enloquecido sobre un misil a punto
de estallar, estaba dispuesto a enviar al planeta Tierra al apocalipsis
total?
Faltan 17 días para las elecciones
presidenciales. Las encuestas dan ganadora a Clinton en un escenario en
el que todavía hay un 14 por ciento de indecisos y un 9,2% de votantes
que planean votar a otros candidatos. Si Trump sigue por el camino de la
desmesura, la incontinencia, la actitud chulesca y despreciativa hacia
las mujeres y las minorías raciales, sin duda no tendrá nada que hacer
el día D. Pero cuidado, porque EE.UU es ahora mismo un país herido y
deprimido con millones de americanos indignados que pueden caer en la
tentación del voto de castigo, apostando por el payaso de turno. Un
escenario trágico en el que nadie, ni siquiera los propios republicanos,
quiere pensar.
Viñeta: El Koko Parrilla
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