(Publicado en Revista Gurb el 13 de octubre de 2016)
Pasó
el día de la Hispanidad con las dos Españas engrasando sus trabucos,
mientras la cabra de la legión desfilaba por Madrid y el cabrón de Luis
desfilaba por la Audiencia Nacional. A los vinos, en el Palacio Real,
nuestro inefable presidente fue preguntado por los periodistas por el
futuro de España y él se mostró cauto a la hora de valorar la decisión
hamletiana que debe tomar el PSOE en los próximos días: ser o no ser, sí
o no, Rajoy o no Rajoy, esa es la cuestión. Don Mariano fue discreto y
no quiso largar ante los plumillas, alegando que lo mejor que puede
hacer un presidente en este momento grave y trascendente para España es
estarse callado. Y ahí sí, ahí la ha dado por fin el eminente canciller
compostelano. Por una vez, y sin que sirva de precedente, estamos
plenamente de acuerdo con el insigne gallego. Han tenido que pasar
muchos años para que entendiera que lo que más le convenía al país era
que él se estuviera calladito, punto en boca, chitón, y parece que al
final, pese a las veces que se ha ido erráticamente de la lengua, pese a
los charcos infinitos en los que se ha metido, lo ha terminado por
comprender. Nunca es tarde.
Por
Shakespeare sabemos que es mejor ser rey del silencio que esclavo de
las palabras, aunque a veces el silencio sea peor que la mentira, como
decía el maestro Unamuno. Rajoy ha entendido por fin la filosofía
Wittgenstein, aquello de que sobre lo que no se sabe es mejor callar, y
como don Mariano de política siempre ha sabido lo justo, las cuatro
reglas que le enseñó en el pazo don Manueliño cuando se lo subía al
regazo, pues ha terminado por asumir su condición de metepatas
profesional. A fin de cuentas, para qué buscarse problemas largando ante
los periodistas si él ya tiene lo que quería: el título de presidente
en funciones para colgarlo en el salón junto al de registrador de la
propiedad, sobre la chimenea, que hace bonito. Qué necesidad tiene él de
meterse a opinar sobre el lío entre sanchistas y susanistas, sobre el
cante de Correa, que tenía despacho en Génova, un piso más abajo que el
suyo, o más arriba, quién sabe, o sobre las tarjetillas black que
circulaban por Caja Madrid. Mutis total.
Han
sido muchos años escuchando sus paridas y trabalenguas, aguantándole la
manida retranca, soportándole el rollo (y los que nos quedan gracias a
los liberales del PSOE travestidos de socialistas que se han empeñado en
regalarle la investidura) pero ahora por fin, gracias a Dios, el
presidente se ha dado cuenta de que cuando habla sube el pan. En
política, como en la literatura y en la vida, lo mejor es callar,
insinuar más que decir, hacer la pausa dramática infinita, el sonoro y
cristalino silencio que lo dice todo. O sea: mantener el pico cerrado,
sobre todo cuando uno es un bocachanclas y corre el riesgo de hablar y
cagarla. Rajoy la ha cagado en numerosas ocasiones, ustedes ya saben. No
vamos a extendernos aquí en las veces que el jefe se fue de la sinhueso
con resultados ciertamente nefastos para el país: Luis sé fuerte,
Carlos Fabra es un ciudadano ejemplar, Paco te quiero coño, Rita eres la
mejor, y en ese plan. No, no seremos nosotros quienes le afeemos al
manda gallego su lengua de trapo demasiado suelta y desmanganillada, su
verbo ligero e imprudente, sus ocurrencias de alumna de colegio mayor un
poco cabecita loca (cuando no de peregrino de romería con dos copas de
más, viva el vino).
Quedémonos
pues con que don Mariano, al fin, tras muchos años diciendo dislates y
disparates, tras mucho tiempo practicando el surrealismo retórico y el
humor del absurdo, dejando a Groucho Marx a la altura del betún, ha
visto la luz, la belleza del silencio, aquellos versos universales de
Neruda, el me gustas cuando callas porque estás como ausente. Pues así
debería quedarse, autista, taciturno, callado como una tumba (por no decir como una puta, que es castellano antiguo pero no gusta a las feminazis) no solo
durante estos días de oscuros presagios y cataclismos para España, sino
por siempre jamás. Así tendría que permanecer Mariano Rajoy para alivio y
descanso de muchos españoles: enmudecido y ausente en el sentido más
nerudiano del término. Como el mudito de Blancanieves. Pero no hablemos
ahora de gnomos, enanos y pitufos, que los carga el diablo de la
financiación ilegal y luego viene esa fiscala tan valiente pidiendo
cuentas. Hablemos del acierto y la lucidez de callarse a tiempo, de
morderse la lengua en el momento justo, de no meterla hasta el cazo. Qué
gran triunfo para un gobernante cuando comprende lo que es bueno para
su país, qué victoria tan aplastante cuando un presidente controla y
sabe lo que tiene que hacer: en este caso ser prudente, cerrar el pico y
dejar de decir chorradas, idioteces y mamandurrias, como diría la dama
de Génova, su archienemiga que se la tiene jurada. Rajoy al fin ha
decidido callar. Será su más histórica decisión como estadista. Por fin
lo ha captado: es lo mejor que puede hacer un bocazas. No meter la
zarpa.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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