martes, 26 de septiembre de 2017

SERRAT


Serrat es el último intelectual al que los separatistas han echado las cruces, colgándole el sambenito de facha. Precisamente Serrat, que tiene una cara de buena gente que no puede con ella y un currículum de demócrata antifranquista que lo avala y que para sí lo quisiera Anna Gabriel o el duro Rufián. Precisamente Serrat, un hombre que siempre ha cantado a la libertad, a la paz y la tolerancia, al amor y al Mediterráneo, única patria por la que merece la pena luchar y hasta morir. Él, Joan Manuel Serrat, que quiso llevar el catalán a Eurovisión en pleno franquismo y que se partió la cara por sus paisanos. La fiebre de fanatismo que se ha apoderado de Cataluña ya no distingue entre demócratas y fachones de verdad. Tal es el nivel de ceguera al que estamos llegando. Para el PP todo es ETA, igual que para los chicarrones de flequillo recortado de la CUP todo es fascismo. De ahí el dicho aquel de que los extremos se tocan. De tanto sobarla, la palabra fascismo está perdiendo su auténtico significado, precisamente por el uso y abuso que hacen estos a los que se les llena la boca de fascismo a todas horas, cuando ni lo han vivido ni lo han padecido en sus propias carnes, y lo que es mucho peor, cuando por lo visto ni siquiera lo han leído en los libros de historia. Si hubiesen estudiado lo que significa el fascismo no utilizarían el término con tanta ligereza. Estaría bien que existiera la máquina del tiempo imaginada por H.G Wells para meter en ella a unos cuantos cuperos revolucionarios y devolverlos un par de semanas de vacaciones a la España de Franco (esta sí, auténticamente totalitaria) o mejor aún, a la Alemania nazi de 1933, y que se enteraran de una vez de qué va el rollo. Que pasearan unos días sus carnes morenas (que no arias) por aquellas calles sombrías de Berlín llenas de hogueras con libros ardiendo, de cadáveres judíos tirados por el suelo y de comunistas, gitanos, negros y homosexuales apaleados. Que comprobaran por ellos mismos lo que le ocurría a todo aquel pobre incauto que se atrevía a levantar la voz contra el Gobierno nazi, aunque solo fuera por un instante. Que durmieran unas nochecitas en los camastros duros de Auschwitz, que comieran los platos infectos llenos de cucarachas que se daban en Treblinka, que encallecieran sus manos en los campos de trabajo de Mauthausen, donde sobrevivir un día más era un milagro. Por fin aprenderían lo que significa esa palabra maldita que tanto sufrimiento llevó al mundo y que sueltan tan alegremente por esas boquitas de niños bien que juegan a héroes patriotas de 'Juego de Tronos', bocas felices e inocentes que se llenan de libertad pero que no pierden ocasión para poner la diana implacable, el menosprecio y el insulto en el rostro noble de un intelectual honesto y valiente que dice libremente lo que piensa, superando el miedo a no estar con la ortodoxia trotskista. ¡Qué pereza tener que explicar esto y qué pena tener que hacerlo a una sociedad tan culta, educada y avanzada como era hasta ahora la catalana! No nos importa que sigan abusando del término fascista, si así se sienten más realizados, diferenciales, autodeterminados y superiores; se lo hemos escuchado decir tantas veces a esta gente que casi nos hemos acostumbrado, pero que sepan los intolerantes que al hacerlo están consiguiendo borrar el significado real de la palabra, haciendo un favor a los auténticos fascistas que como los alemanes vuelven ahora al Reichstag para exhalar su aliento fétido y reclamar lo que creen suyo. Al equiparar a Hitler con Serrat, además de caer en el más espantoso de los ridículos y quedar como paletos ignorantes indocumentados que no han leído un puto libro en su vida, lo único que consiguen es que Hitler salga bien parado, por comparación con el poeta cosmopolita, juglar de la democracia y gran hombre que ha sido Serrat. Machado es un fascista, Marsé es un fascista, Boadella es un fascista, Rafa Nadal es un fascista, Piolín, Silvestre y el Pato Lucas son peligrosos fascistas porque transportan a los picoletos en sus barcos de guerra, y ahora Serrat, el pacífico y humanista Serrat, es también un fascista. Está visto que todo el que no piensa como ellos pasa a engrosar la lista negra de ciudadano afectado por la limpieza étnica independentista que se avecina. Será cosa de la lengua, de la inmersión que ha terminado en perversión, trastocando las mentes, lavando cerebros, invirtiendo las cabezas. Y a todo esto, con tanta bandera, tanto himno, tanto insulto al andaluz que no se mete con nadie (salvo en las chirigotas que todavía son constitucionales, que nosotros sepamos) con tanto señalar por la calle, tanto colgar el cartel de charnego y tanta turra nacionalista, ¿no será que los auténticos fascistas son ellos?

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