Serrat es el último intelectual al que los separatistas han echado las
cruces, colgándole el sambenito de facha. Precisamente Serrat, que tiene
una cara de buena gente que no puede con ella y un currículum de
demócrata antifranquista que lo avala y que para sí lo quisiera Anna
Gabriel o el duro Rufián. Precisamente Serrat, un hombre que siempre ha cantado a
la libertad, a la paz y la tolerancia, al amor y al Mediterráneo, única patria por la
que merece la pena luchar y hasta morir. Él, Joan Manuel Serrat, que
quiso llevar el catalán a Eurovisión en pleno franquismo y que se partió
la cara por sus paisanos. La fiebre de fanatismo que se ha apoderado de
Cataluña ya no distingue entre demócratas y fachones de verdad. Tal es
el nivel de ceguera al que estamos llegando. Para el PP todo es ETA,
igual que para los chicarrones de flequillo recortado de la CUP todo es
fascismo. De ahí el dicho aquel de que los extremos se tocan. De tanto
sobarla, la palabra fascismo está perdiendo su auténtico significado,
precisamente por el uso y abuso que hacen estos a los que se les llena
la boca de fascismo a todas horas, cuando ni lo han vivido ni lo han
padecido en sus propias carnes, y lo que es mucho peor, cuando por lo
visto ni siquiera lo han leído en los libros de historia. Si hubiesen
estudiado lo que significa el fascismo no utilizarían el término con tanta
ligereza. Estaría bien que existiera la máquina del tiempo imaginada por
H.G Wells para meter en ella a unos cuantos cuperos revolucionarios y devolverlos un par de semanas de vacaciones a la España de Franco
(esta sí, auténticamente totalitaria) o mejor aún, a la Alemania nazi de
1933, y que se enteraran de una vez de qué va el rollo. Que pasearan unos días sus
carnes morenas (que no arias) por aquellas calles sombrías de Berlín
llenas de hogueras con libros ardiendo, de cadáveres judíos tirados por
el suelo y de comunistas, gitanos, negros y homosexuales apaleados. Que
comprobaran por ellos mismos lo que le ocurría a todo aquel pobre incauto
que se atrevía a levantar la voz contra el Gobierno nazi, aunque solo
fuera por un instante. Que durmieran unas nochecitas en los camastros duros
de Auschwitz, que comieran los platos infectos llenos de cucarachas que
se daban en Treblinka, que encallecieran sus manos en los campos de
trabajo de Mauthausen, donde sobrevivir un día más era un milagro. Por
fin aprenderían lo que significa esa palabra maldita que tanto
sufrimiento llevó al mundo y que sueltan tan alegremente por esas
boquitas de niños bien que juegan a héroes patriotas de 'Juego de
Tronos', bocas felices e inocentes que se llenan de libertad pero que no
pierden ocasión para poner la diana implacable, el menosprecio y el insulto en el
rostro noble de un intelectual honesto y valiente que dice libremente lo
que piensa, superando el miedo a no estar con la ortodoxia trotskista.
¡Qué pereza tener que explicar esto y qué pena tener que hacerlo a una
sociedad tan culta, educada y avanzada como era hasta ahora la catalana!
No nos importa que sigan abusando del término fascista, si así se
sienten más realizados, diferenciales, autodeterminados y superiores; se
lo hemos escuchado decir tantas veces a esta gente que casi nos hemos
acostumbrado, pero que sepan los intolerantes que al hacerlo están
consiguiendo borrar el significado real de la palabra, haciendo un favor
a los auténticos fascistas que como los alemanes vuelven ahora al
Reichstag para exhalar su aliento fétido y reclamar lo que creen suyo. Al equiparar a Hitler con
Serrat, además de caer en el más espantoso de los ridículos y quedar
como paletos ignorantes indocumentados que no han leído un puto libro en
su vida, lo único que consiguen es que Hitler salga bien parado, por
comparación con el poeta cosmopolita, juglar de la democracia y gran hombre que ha sido Serrat. Machado es un
fascista, Marsé es un fascista, Boadella es un fascista, Rafa Nadal es
un fascista, Piolín, Silvestre y el Pato Lucas son peligrosos fascistas
porque transportan a los picoletos en sus barcos de guerra, y ahora
Serrat, el pacífico y humanista Serrat, es también un fascista. Está visto que todo el
que no piensa como ellos pasa a engrosar la lista negra de ciudadano afectado por la limpieza étnica independentista que se avecina. Será cosa
de la lengua, de la inmersión que ha terminado en perversión, trastocando las mentes, lavando cerebros, invirtiendo las cabezas. Y a todo
esto, con tanta bandera, tanto himno, tanto insulto al andaluz que no se
mete con nadie (salvo en las chirigotas que todavía son constitucionales, que nosotros sepamos) con tanto señalar por la calle, tanto colgar el cartel de
charnego y tanta turra nacionalista, ¿no será que los auténticos
fascistas son ellos?
No hay comentarios:
Publicar un comentario