viernes, 8 de septiembre de 2017

DE JOAN COSCUBIELA, LA BANDERA BLANCA E IRMA



UN DEMÓCRATA DE PEDIGRÍ. "No soy independentista pero daría mi libertad para que defendieran sus ideas", dice Joan Coscubiela, portavoz de Catalunya Sí que es Pot. Su discurso memorable en el Parlament durante la grotesca sesión de la pasada semana pasará a la historia como un ejemplo de lucidez, inteligencia y altura política. Fue uno de los pocos diputados que consiguió elevarse sobre el fango y el ruido para acertar en el diagnóstico catalán con una voz honesta y valiente. "Estoy aquí porque mis padres me enseñaron a luchar por mis derechos. No quiero que mi hijo Daniel viva en un país donde la mayoría pueda tapar los derechos de los que no piensan como ella", afirmó con rotundidad. La tragedia de la política española es que desde hace un tiempo se ha instalado en ella el discurso del odio, el fanatismo ciego y la mediocridad. Coscubiela está muy por encima del nivel betún que lo enfanga todo. Bajo su apariencia de hombre frágil y educado se esconde la fortaleza moral de un librepensador clásico a la europea, la autoridad de un político de los que ya no quedan. Coscubiela defendió los derechos de los trabajadores cuando hacerlo suponía dar con los huesos en la cárcel, de modo que lo avala su trayectoria como luchador antifranquista. No necesita alardear de lo larga que la tiene (la mentalidad democrática) ni llevar el carné de demócrata en los dientes, como hacen otros a todas horas. "Comparar el Estado español con el fascismo es un disparate. Si lo hacemos acabamos absolviendo al franquismo", ha dicho sin ambigüedades esta misma mañana en otra perla para enmarcar. Nadie, ni siquiera Rufián, debería tener la osadía de poner en duda el compromiso con la libertad de este hombre menudo en aspecto físico pero gigante en talla intelectual. En un tiempo en que los niñatos de la CUP van dando lecciones de lucha antifascista todo el rato, adoptando una pose empalagosa tan impostada como insoportable, un hombre socrático, tranquilo y racional que conoció en sus propias carnes la humedad de las lóbregas cárceles franquistas, ha levantado la voz para denunciar la anarquía en la que está cayendo la política catalana. Coscubiela es un demócrata de pedigrí, una especie en vías de extinción que es preciso preservar, como el lince ibérico, y por eso ya lo han señalado los fanáticos que han emprendido la caza del hombre. Siempre pasa en España. Cuando estalla la guerra, el primer fusilado es el más justo y ecuánime. El que se atreve a decir la verdad. 

LOS SíMBOLOS. La bandera blanca es la más hermosa porque no necesita colores, ni franjas o cuadros, ni símbolo alguno que la enturbie. La bandera blanca es inocente, virginal, limpia, neutra, pacífica. No se adorna con escudos heráldicos manchados de sangre, ni con estrellas históricas amenazantes, ni con rampantes leones voraces o sinuosas serpientes traidoras. La bandera blanca es la perfección de la sencillez. Sin retóricas baratas, ni estúpidos argumentos políticos, ni discursos tramposos que solo conducen a la guerra. La bandera blanca es la única que merece ser abrazada con amor porque, con el tiempo, algún día, cuando el ser humano supere su estadio infantil marcado por la enfermedad del odio, el racismo y la violencia, será la bandera de todos. Y con ella, enarbolada en nombre de la paz y la fraternidad entre los pueblos de la Tierra, marcharemos unidos en pos de un futuro mejor para nuestros hijos. Un futuro próspero y resplandeciente donde el mal ya no podrá hacernos daño y el único himno que sonará a los cuatro vientos será la carcajada alegre de un niño.
  
          IRMA. El mayor huracán atlántico de la historia, devastará Estados Unidos irremediablemente, según ha alertado el responsable de los servicios de emergencias norteamericanos. Cada año los temporales son más violentos, un efecto que todos los expertos atribuyen al cambio climático. Sin embargo, y pese a que la magnitud del desastre va en aumento, el presidente (por llamarlo de alguna manera) Trump sigue con sus políticas negacionistas trágicas para la humanidad. Su poder es inmenso, tanto que se ha permitido el lujo de sacar a EE.UU del convenio de París saltándose las recomendaciones de los científicos. Trump se cree una especie de dios pero este mes de septiembre va a sentir un poder todavía mayor que el que ostenta él: el poder devastador de las fuerzas cósmicas que se revuelve contra la arrogancia humana. Muertos, heridos, desaparecidos, miles de personas sin hogar, cientos de millones de dólares en pérdidas... Eso es lo que les espera a los americanos. Y cada año la destrucción será mayor. Son las consecuencias mayores de votar a un idiota.

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