sábado, 26 de agosto de 2017
DEL GRITO CONTRA EL TERROR, LA DEMOCRACIA ESPAÑOLA Y OTRA VEZ ALBIOL
Miles de ciudadanos de Barcelona han gritado alto y claro contra el terrorismo yihadista en la impresionante manifestación de esta tarde. El "no tenim por" se ha escuchado en cada rincón de la urbe en una muestra de ciudadanía propia de una sociedad tolerante, abierta y cosmopolita. Pero junto a ese grito de paz y solidaridad se ha escuchado también el silbido chusco, el abucheo grosero, el insulto fácil y el eslogan político. Junto al espíritu fraternal que se ha abierto paso por toda Barcelona, se ha podido ver también a quienes no saben estar; a quienes los valores humanos les parece algo secundario y siempre supeditado a sus sagrados objetivos políticos; a quienes un odio ciego y sin justificación alguna hacia todo lo que huela a español los ha poseído una vez más. No era el momento para hablar de política, ni de independencias, ni de monarquías o repúblicas. Simplemente todo eso "avui" no tocaba. Se trataba de demostrar a los salvajes terroristas que no somos como ellos, que sabemos enfrentar la violencia unidos y con una misma voz. No era tan difícil guardar las formas por una hora. Solo una hora, no era demasiado pedir. Lamentablemente, no ha sido así y la manifestación ciudadana se ha visto empañada por el banderazo tonto de esteladas y rojigualdas, el cartelazo chirriante, el patrioterismo provinciano y la demagogia más barata. Quedémos con los globos azules, los buenos sentimientos de la mayoría del pueblo catalán, los versos de Lorca, los textos de Sagarra tan bien leídos por la Sardà y la música dulce de Pau Casals. El ruido esta vez ha podido con el silencio. Con el maravilloso silencio. Triste final para la semana más trágica de Barcelona.
España es ese país donde su presidente del Gobierno, que apoyó a un ladrón acusado de sacar 40 millones de euros a Suiza, es llevado al Parlamento para dar explicaciones y termina riéndose de todos. España es ese país carcomido por la corrupción donde los corruptos, entre condena y condena, veranean en chalés de lujo, comen caviar en la piscina y juegan alegremente al pádel. España es ese país que se niega a sacar de las cunetas a 130.000 fusilados en una especie de extraño e incomprensible síndrome de Estocolmo hacia un dictador muerto hace 40 años. España es ese país donde una asociación fascista se permite el lujo de ensalzar la figura de Franco, impunemente, sin que pase nada, mientras el castillo gallego del tirano sigue perteneciendo a sus herederos directos. España es ese país donde se convoca una manifestación unitaria para honrar la memoria de los muertos en atentado terrorista, todavía calientes, y el acto acaba convirtiéndose en una mascarada política, en una trifulca ruidosa, en un gallinero histérico y bochornoso. La democracia española es así: extraña, atípica, endeble, grotesca, carnavalera, ridícula, una opereta poco seria. Eso es lo que somos y así nos va.
García Albiol asegura que el consejero de Interior catalán debe dimitir por "embustero" tras los atentados de Barcelona y Cambrils; el alcalde de Alcorcón, David Pérez, acusa a Ada Colau de "allanar el recorrido a los asesinos"; y el ínclito diputado popular Eloy Suárez se despacha a gusto con un tuit tonto y lamentable ("¿qué clase de Policía tiene Cataluña que hace caso omiso a los avisos de atentados?"). Hasta ahí las declaraciones de brocha gorda de dirigientes del PP que no extrañan a nadie, ya que a menudo se destacan por su mala baba, su falta de inteligencia política y su violencia verbal incontinente. Ahora bien, no deja de producir sonrojo y hastío que quienes más sermones y lecciones de moralina están echando tras los crueles atentados de Barcelona y Cambrils sean precisamente miembros de ese partido que tras el 11M engañó a la opinión pública, chantajeó a la Policía, falseó pruebas y en definitiva se comportó como un banda de bucaneros sin escrúpulos ávidos por rapiñar unos cuantos votos solo para ganar las elecciones generales de 2004. Que Puigdemont puede haber mentido al negar que tenía información de los norteamericanos que avisaban sobre el atentado de las Ramblas es algo que no se nos escapa. Pero tener que escucharlo por poca de aquellos que mintieron más que nadie durante los atentados de Atocha, por aquellos que mancharon el honor de las víctimas y sus familiares haciendo electoralismo sangriento a costa de 200 muertos y más de 2.000 heridos, por aquellos que jugaron con el dolor de todo un país, lleva al vómito y a la náusea. ¿Qué pecado hemos cometido los ciudadanos para tener que soportar a esta pandilla de cínicos indecentes? Más les valdría callar y pasar página.
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